El año 1920 Joan Miró visita por primera vez París y queda profundamente impresionado. En 1947 viaja a Nueva York para hacer una pintura mural y en 1966 se enamora de Tokio. “En Japón me he sentido como en casa. La gente vive como yo, de manera sencilla, sin ostentación, dando la misma importancia a una piedra, a un objeto, que a una gran personalidad”, escribiría más tarde el pintor.
El año 1920 Joan Miró visita por primera vez París y queda profundamente impresionado. En 1947 viaja a Nueva York para hacer una pintura mural y en 1966 se enamora de Tokio. “En Japón me he sentido como en casa. La gente vive como yo, de manera sencilla, sin ostentación, dando la misma importancia a una piedra, a un objeto, que a una gran personalidad”, escribiría más tarde el pintor.Seguir leyendo…
El año 1920 Joan Miró visita por primera vez París y queda profundamente impresionado. En 1947 viaja a Nueva York para hacer una pintura mural y en 1966 se enamora de Tokio. “En Japón me he sentido como en casa. La gente vive como yo, de manera sencilla, sin ostentación, dando la misma importancia a una piedra, a un objeto, que a una gran personalidad”, escribiría más tarde el pintor.
¿Habría sido lo mismo, Joan Miró, si se hubiera quedado en Barcelona, en Mont-roig del Camp o en Palma y no hubiera conocido a los artistas con quienes se topó en Francia, Estados Unidos o en Japón? Rotundamente no. Miró, a pesar de ser introvertido, era un hombre de una gran avidez cultural. Le gustaba empaparse de las disciplinas que le resultaban estimulantes –la cerámica, la escultura, la arquitectura o la poesía–, así como de los creadores que lo inspiraban. Era un intercambio enriquecedor y recíproco: muchos artistas que admiraban a Miró – como Matisse, por ejemplo, a propósito de la excepcional exposición que todavía se puede visitar en la Fundació Joan Miró– no solo se dejaban impregnar por su arte, sino que también contribuían a alimentar la visión y la práctica del pintor catalán.
Bienvenidos a Barcelona; somos un excelente destino cultural
Miró, pues, creció como pintor y como persona gracias a las estancias que pasó en muchas ciudades extranjeras. Porque viajar es eso. Visitar una ciudad que no es la nuestra nos alimenta y nos eleva.
Ciudades como Barcelona tenemos la vocación de compartir nuestra cultura con todo el mundo que viene. Somos una ciudad de cultura, y por eso queremos que la gente que nos visita vuelva a casa enriquecida de haber vivido una formidable experiencia cultural. Y que hable de Barcelona como lo que en esencia somos: una ciudad abierta y acogedora, inclusiva y sostenible, activa y respetuosa, inspiradora y contemporánea, con una lengua y unas calles vivas, un urbanismo al servicio de las personas, una arquitectura admirable y una oferta cultural de primer nivel.
Queremos que todo el mundo que nos visite tenga una actitud respetuosa y comparta estos valores de respeto y sostenibilidad, unos valores que son universales y que nos permiten acercarnos a otras culturas.
Hoy Barcelona es una capital cultural. Atesora numerosos museos, centros de arte, espacios de artes escénicas, salas de conciertos, etc., con una magnífica programación que cada año atrae millones de visitantes con esta sensibilidad. Todos estos visitantes, además de difundir globalmente nuestra cultura y nuestras raíces, contribuyen a rehabilitar y a mantener nuestro patrimonio, así como a revitalizar espacios culturales.
Bienvenidas, pues, todas las personas que vienen a Barcelona porque somos un excelente destino cultural. Que los visitantes hagan de altavoz de nuestras exposiciones, conciertos y costumbres. Que contagien a los otros las ganas de visitarnos, como nosotros hacemos de prescriptores de las ciudades de las que disfrutamos. Como Miró con París o Tokio.
Los museos son lo que son hoy gracias a todas las personas que los visitan, vengan de donde vengan, de Barcelona o internacionales: con su presencia contribuyen a enriquecer la cultura y nuestra ciudad. Por eso, es fundamental reconocer su impacto positivo. Un ejemplo claro de esto es la Fundació Miró, que no habría alcanzado la misma proyección sin las personas que vienen de todo el mundo inspiradas por la vida y la obra de un artista, catalán universal, como Miró.
Decía Émile Zola que nada desarrolla más la inteligencia como viajar. Pues bien, si este viaje es cultural, todavía es más apasionante. Los viajes e intercambios culturales de Miró son un testimonio vivo de ello, reflejando en su obra una simbiosis única entre culturas e ideas.
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