Un salto varado en el tiempo

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Tokio, 17 de septiembre de 2025. Final del salto de longitud masculino del Campeonato del Mundo de Atletismo. En otro salto, esta vez temporal, la mente se traslada al mismo lugar y al 30 de agosto de 1991 para recordar la mejor competición de longitud jamás disputada. Este periódico, en crónica de quien también firma estas líneas, tituló: «Un ser humano salta 8,95 metros y bate el récord del mundo al cabo de 23 años».

Ese ser humano se llamaba Michael (Mike) Anthony Powell, un estadounidense de 27 años nacido en Filadelfia el 10 de noviembre de 1963. Recalcar que Powell era humano servía para recordar que, pese a la gesta sobrehumana, él pertenecía a la especie común, aunque la elevase por encima de sus teóricas posibilidades.

Powell superaba los 8,90 de Bob Beamon en los Juegos de México68 y le daba de ese modo cuerda a una prueba que se había estancado, a la que Beamon había fosilizado. Su duelo con Carl Lewis figura en los anales del mejor atletismo posible. Lewis hizo 8,91 con viento ilegal de 2,9, y 8,87 con viento permitido. Incluso ligeramente contrario de 0,2. Nunca una derrota ha sido menos derrota. El tercer clasificado, y tercer estadounidense, Larry Myricks, realizó dos veces 8,42. Hubiera ganado el oro en este Tokio2025. También con su segundo mejor salto (8,41). No se le quita mérito a Mattia Furlani, hoy campeón y, en cierto modo, heredero de aquellos mitos. Pero sus 8,39 no le hubieran dado en 1991 para medalla.

Powell y Lewis descongelaron el salto de longitud, que, libre ya de ataduras, entusiasmado, se aprestó a que cualquiera de esos dos liberadores alcanzase los nueve metros. Pareció algo inminente, inevitable. Powell casi lo logró en la altitud de Sestriere, en julio del olímpico 1992, con un leve nulo que pasó de los nueve metros y un 8,99 con más de cuatro metros de viento a favor. Pero no ocurrió nunca. Y ahora, 34 años después, las estaciones siguen corriendo, volando, y el salto de longitud ha regresado a una segunda hibernación que se está prolongando indefinidamente.

La longitud es hoy una Bella Durmiente, entregada al sueño. Y un sueño varado en el tiempo.

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