El paisaje de White Sands, en Nuevo México (Estados Unidos), es de esos que quita el aliento. Interminables dunas ondulantes de arena blanca compuestas de cristales de fino yeso beige, restos de antiguos mares, convierten la región en una de las formaciones geológicas más singulares del mundo.
Antiguos cazadores-recolectores dejaron un rastro de pisadas en White Sans (Nuevo México)
El paisaje de White Sands, en Nuevo México (Estados Unidos), es de esos que quita el aliento. Interminables dunas ondulantes de arena blanca compuestas de cristales de fino yeso beige, restos de antiguos mares, convierten la región en una de las formaciones geológicas más singulares del mundo.
Un parque nacional protege gran parte de los recursos naturales de la zona, y el Ejército estadounidense utiliza una franja adyacente como campo de tiro, lo que hace difícil la investigación en el sitio la mayor parte del tiempo. Aún así, en medio de la zona militarizada se encontró en 2019 una serie de huellas humanas, preservadas en arcilla antigua, que han ayudado a generar una teoría completamente nueva sobre la llegada de nuestros ancestros a América.
Actividad humana en la región
Las pisadas mostraban que la actividad humana en la región tuvo lugar hace entre 23.000 y 21.000 años atrás, una cronología que revolucionaba por completo la comprensión de los antropólogos sobre el desarrollo de las culturas en Norteamérica, ya las marcas que eran unos 10.000 años más antiguas que los primeros vestigios de sociedades humanas en el continente.
A principios del siglo XX, en un yacimiento cerca de Clovis (Nuevo México), los arqueólogos encontraron un conjunto de artefactos considerados desde entonces como los representantes de la cultura norteamericana más antigua conocida. De ahí que se cuestionara abiertamente la primera datación de las huellas de White Sands

National Park Service
La principal crítica que se hacía era que las semillas y el polen antiguos presentes en el suelo, utilizados para datar las pisadas, no eran marcadores fiables. Es por eso que Vance Holliday, arqueólogo y geólogo de la Universidad de Arizona, ha buscado otra base para cotejar los resultados: el barro antiguo.
Según explica en un artículo publicado en la revista Science Advances, también optó por realizar sus análisis en un laboratorio independiente, para evitar suspicacias. Los resultados obtenidos son concluyentes: el barro tiene entre 20.700 y 22.400 años de antigüedad, lo que se confirma que las huellas tienen entre 21.000 y 23.000 años.
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Holliday pasó varios días en 2012 estudiando capas geológicas en White Sands, en trincheras excavadas por investigadores anteriores, para reconstruir una cronología de la zona. Desconocía que, a apenas 90 metros de distancia de donde él estaba trabajando, se encontraban las huellas enterradas bajo yeso.
Algunos de los datos que obtuvo entonces ayudaron a fechar inicialmente las marcas. Ahora, su nuevo trabajo marca el tercer tipo de material (barro, además de semillas y polen) para datar las pisadas y utilizando hasta tres laboratorios diferentes, con un total de 55 dataciones de radiocarbono consistentes.

U.S. National Park Service / Reuters
“Es un registro notablemente consistente”, afirmó Holliday, quien ha estudiado el proceso de población de América durante casi 50 años, centrándose principalmente en las Grandes Llanuras y el Suroeste de Estados Unidos. “Sería una coincidencia fortuita que todas estas dataciones dieran una imagen consistente pero errónea”, añade.
Hace milenios, White Sands era una serie de lagos que finalmente se secaron. La erosión eólica apiló el yeso formando las dunas que definen la zona en la actualidad. Las huellas fueron excavadas en el lecho de un arroyo que desembocaba en una de esas antiguas lagunas.
La erosión destruyó parte de la historia
“La erosión eólica destruyó parte de la historia. El resto está enterrado bajo la mayor pila de arena de yeso del mundo”, apunta Holliday, que regresó a White Sands en 2022 y 2023 para excavar una nueva serie de trincheras y observar más de cerca la geología de los lechos del lago.
“Es una sensación extraña cuando sales y observas las huellas en persona”, dice Jason Windingstad, también de la Universidad de Arizona y coautor del estudio. “Te das cuenta de que básicamente contradice todo lo que nos han enseñado sobre la población de Norteamérica”, señala.

USGS
Tanto Holliday como Windingstad reconocen que su nuevo trabajo no aborda la falta de indicios de artefactos o asentamientos dejados por quienes imprimieron las huellas. Explican, sin embargo, que las marcas formaban parte de rastros que se habrían recorrido en tan solo unos segundos y que es “perfectamente razonable asumir que esos cazadores-recolectores tuvieron cuidado en no dejar ningún recurso en tan poco tiempo”.
“Estas personas vivían de sus artefactos y estaban lejos de donde podían conseguir material de reemplazo. No estaban simplemente arrojando artefactos al azar y no me parece lógico que se vea un campo de escombros en la región”, concluye Vance Holliday.
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