Trump: «El Reino Unido y Estados Unidos son dos notas del mismo acorde»

La plana mayor de la banca y del mundo tecnológico asisten a una cena de gala con los reyes de Inglaterra y el presidente de Estados Unidos Leer La plana mayor de la banca y del mundo tecnológico asisten a una cena de gala con los reyes de Inglaterra y el presidente de Estados Unidos Leer  

En sus aproximadamente 950 años de existencia, el Castillo de Windsor ha sido testigo de la Historia. Ha servido como refugio real (durante la Segunda Guerra Mundial) y, también, como cárcel de un rey que iba a ser ejecutado. Pero nunca, hasta este miércoles por la noche, había acogido tanta riqueza ni tanta capacidad de desarrollo tecnológico como cuando se sentaron a cenar los líderes del Reino Unido y de Estados Unidos junto a gran parte de la plana mayor de Silicon Valley y Wall Street. Es un marcado contraste con la cena en Windsor durante la visita de Barack Obama en 2011, en la que predominaban las celebrities de Hollywood, como el director de cine Tim Burton, el actor Tom Hanks y la actriz Helena Bonham Carter.

Este miércoles, los empresarios tecnológicos marcaron la pauta en una cena compuesta de panna cotta de berros, ensalada de huevos de codorniz, pollo y helado de vainilla. Keir Starmer, que no como carne, optó por rodaballo. Degustando esos platos y bebiendo tras la cena un oporto de 1945 (en honor del año de nacimiento de Donald Trump), un champán de 1912 (año del nacimiento en Escocia de la madre del presidente) y un whisky de 2002 (bodas de oro del reinado de Isabel II), estaban Jensen Huang (CEO de Nvidia), Satya Nadella (de Microsoft) y Tim Cook (de Apple), cuyas tres compañías juntas valen aproximadamente el doble -9,6 billones de euros- que las 100 más grandes de la Bolsa de Londres.

También asistió Safra Katz, consejero delegado de Oracle, en representación de su jefe Larry Ellison, fundador y presidente de esa empresa y, por unas horas la semana pasada, la persona más rica del mundo, con un patrimonio que ayer alcanzaba los 308.000 millones de euros. Estuvo asimismo Sam Altman, CEO de OpenAI, el líder mundial en inteligencia artificial y el unicornio -es decir, la empresa de reciente creación que no cotiza en Bolsa y cuyo valor supera los mil millones de dólares- más caro del mundo, con una valoración de 422.000 millones de dólares, lo que supone nada menos que el doble que la alemana SAP, que es la compañía europea más valiosa que existe.

Ese despliegue de poderío empresarial era lo que quería Keir Starmer, por más que a un sector de la izquierda del Partido Laborista le provoque escalofríos ver a su primer ministro con lo que ellos llaman «la oligarquía». De lo que no cabe duda es de que quienes cenaron en Windsor están del lado de Trump, aunque muchos de ellos -como Cook, Nadella, Altman y, tal vez, Huang- la cercanía no se debe a la ideología, sino al temor a las represalias de un presidente que ha decidido someter a control político a las grandes empresas. El mejor ejemplo era el de Cook, que en la campaña de 2016, cuando Trump se presentó a la Presidencia por vez primera, se negó a que Apple cediera ningún dispositivo a la campaña (porque en EEUU las grandes empresas ‘donan’ material a los candidatos a la Casa Blanca, una práctica que, sin lugar a dudas, es puramente humanitaria y no espira a ‘comprar’ favores futuros). Desde entonces, Cook se ha hecho amigo de Trump, y hasta le ha regalado en el Despacho Oval una placa de oro. El resultado se vio anoche, en Windsor, donde el máximo responsable de Apple estaba sentado a apenas tres sillas de distancia del presidente.

Otros, en cambio, sí son amigos de Trump, como el financiero Steven Schwarzman, del mayor fondo de private equity (también llamado «fondo buitre») del mundo, Blackstone, propietario de miles de pisos en España. Lo mismo cabe decir del jefe de Katz, Ellison, que se ha lanzado a la compra de plataformas digitales (TikTok), estudios de cine (Paramount), cadenas de televisión (CBS, CNN, Discovery) y webs (The Free Press), con la clara intención de crear un imperio multimedia y de redes sociales fiel al presidente. Ellison ha realizado, además, donaciones gigantescas a los centros de investigación tecnológica de la Universidad de Oxford, a la que está modelando en parte de acuerdo con el criterio de los grandes centros docentes de Estados Unidos.

Sam Altman, CEO de OpenIA, durante el banquete en el Castillo de Windsor, este miércoles.
Sam Altman, CEO de OpenIA, durante el banquete en el Castillo de Windsor, este miércoles.

Más triste es el caso de Schwarzman, a quien la compañía de Southern Water ha prohibido que siga enchufando sus camiones a las canalizaciones locales para rellenar el lago artificial en su mansión de 95 millones de euros en Wiltshire, a unos 70 kilómetros de Windsor, porque hay sequía y, si la gente no puede regar el jardín porque hay racionamiento, no resulta apropiado que él se haga un lago justo ahora en sus 1.012 hectáreas de terreno, por las que ya ha chocado por razones medioambientales con las autoridades británicas en más ocasiones.

La cena fue también una exhibición pública de que en la política y él, los negocios, las apariencias importan mucho. El mejor ejemplo (incluo mejor que el de Cook) era el del empresario de los medios de comunicación Rupert Murdoch, que muchos creen que Trump debe su segunda presidencia, gracias al tratamiento favorable que ha recibido de su cadena de televisión Fox News. El 18 de julio, sin embargo, Trump demandó a Murdoch por 8.500 millones de euros después de que uno de sus periódicos, el Wall Street Journal, publicara que el presidente había felicitado al proxeneta Jeffrey Epstein por el 50º aniversario de este con una dedicatoria y el dibujo de una mujer desnuda. La información era cierta, pero el proceso sigue. Y los 8.500 millones de la querella no han impedido que Trump y Murdoch compartieran cena ayer. A sus 95 años, el ‘dueño de las noticias’ – como se titula la biografía no autorizada sobre él escrita por el periodista Stephen Wolf – estuvo en Windsor, después de haber resuelto una feroz batalla entre tres de sus hijos para repartirse el imperio informativo del patriarca una vez que éste ya no esté aquí.

Todos ellos estaban este miércoles en Windsor porque están invirtiendo en el Reino Unido. Google abrió un nuevo centro de datos en el país el martes, y se ha comprometido a invertir otros 5.700 millones en los próximos dos años, aunque esas promesas, al igual que las de los políticos en campaña, están hechas para no cumplirse. En todo caso, esa cifra es minúscula cuando se la compara con los 32.000 millones prometidos hasta 2029 por Microsoft o los 13.000 millones de un consorcio dirigido por Nvidia.

Todos esos personajes, junto con los líderes de la empresa británica, cenaron, literalmente, en la misma mesa que Carlos III, Starmer, y Trump. El monarca y el presidente celebraron la amistad entre Estados Unidos y el Reino Unido, y Carlos III se permitió una breve entrada en la actualidad política cuando, al celebrar el reciente acuerdo comercial entre su país y EEUU, dijo que «sin duda, puede haber más». Sutilmente, el rey también lanzó algunas peticiones a Trump. Así, celebró el pacto de defensa entre el Reino Unido, Australia y Estados Unidos conocido como AUKUS, que el Pentágono, dentro de su política ultranacionalista, amenaza con liquidar. Y mencionó Ucrania, pero no Gaza, un tema espinoso no solo en la relación bilateral sino, también, dentro del propio Reino Unido. Carlos III hasta hizo una broma acerca de los dos campos de golf de Trump cuando dijo que «entiendo que el suelo británico es excelente para hacer capos de golf».

Trump – que, como recordó el rey, está por segundo mes consecutivo visitando el Reino Unido – también mostró su cara más amable. Su estilo, al contrario que el de Carlos III, dista de ser impecable, pero eso no impidió que el presidente estadounidense pronunciara el titular perfecto para la prensa británica: «El Reino Unido y Estados Unidos son dos notas del mismo acorde».

Con cualquier otro presidente de EEUU, esa frase habría sido una confirmación del romance entre Londres y Washington. Trump, que ha hecho de ‘América primero’ su eslogan, nunca había demostrado tanta proximidad por un país. No solo es Trump. También parte su vicepresidente y aspirante a sucesor, JD Vance, que estuvo en agosto en las islas británicas de vacaciones. Y que el despliegue empresarial en Windsor tenía tanto o más significado que una flota de portaviones. Pero, con Trump, nunca se sabe. Lo que está claro es que el esfuerzo de Keir Starmer para seducir al presidente de Estados Unidos está, al menos por el momento, funcionando.

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