Descendimos a un sótano apestoso, un cubículo sin ventilación, a rebosar de gritos gringos y olor a cerveza, todos sumidos en la oscuridad como si hiciéramos algo en secreto. Pero así era: estábamos en The Comedy Club y, aunque algunos de los cómicos de esa noche eran amateurs, dos de ellos me parecieron excelentes, ingeniosísimos, y de pronto me sentí extática, fuera de la cultura oficial, en una especie de subcultura: miré a mi alrededor y confirmé –extrañada y feliz– que nadie se ofendía, todos reíamos en este inframundo como si, en el mundo de arriba, llevásemos un bozal de compostura y corrección.
Descendimos a un sótano apestoso, un cubículo sin ventilación, a rebosar de gritos gringos y olor a cerveza, todos sumidos en la oscuridad como si hiciéramos algo en secreto. Pero así era: estábamos en The Comedy Club y, aunque algunos de los cómicos de esa noche eran amateurs, dos de ellos me parecieron excelentes, ingeniosísimos, y de pronto me sentí extática, fuera de la cultura oficial, en una especie de subcultura: miré a mi alrededor y confirmé –extrañada y feliz– que nadie se ofendía, todos reíamos en este inframundo como si, en el mundo de arriba, llevásemos un bozal de compostura y corrección.Seguir leyendo…
Descendimos a un sótano apestoso, un cubículo sin ventilación, a rebosar de gritos gringos y olor a cerveza, todos sumidos en la oscuridad como si hiciéramos algo en secreto. Pero así era: estábamos en The Comedy Club y, aunque algunos de los cómicos de esa noche eran amateurs, dos de ellos me parecieron excelentes, ingeniosísimos, y de pronto me sentí extática, fuera de la cultura oficial, en una especie de subcultura: miré a mi alrededor y confirmé –extrañada y feliz– que nadie se ofendía, todos reíamos en este inframundo como si, en el mundo de arriba, llevásemos un bozal de compostura y corrección.
En eso se ha convertido el espacio público en Estados Unidos, en cierta medida, y también el discurso literario, cultural. Las sensibilidades más débiles han conseguido borrar las bromas sobre el sexo, la muerte, la religión. En el sótano, los chistes de los cómicos no resultaban graciosos simplemente por tratar estos temas, sino por las vueltas de tuerca, por los juegos inesperados, por las sutiles afrentas a la cultura del bozal y el civismo. Inapropiada, cada intervención humorística era una ráfaga fresca contraria al aire estancado de todos los clichés morales, tanto los que inventa la derecha política como los que defiende, desde una supremacía muy cursi, la izquierda estadounidense.
Nadie se ofendía, todos reíamos en este inframundo como si, arriba, llevásemos un bozal de compostura y corrección
Experimenté, en ese sótano vibrante, lo que ya antes había intuido: el humor es una parte integral de la experiencia vital, sobre todo cuando la vida se pone seria o difícil, y solo los ignorantes de un tema lo convierten en tabú, en prohibido, en silencio. Los enfermos son quienes más bromean sobre la muerte. Los homosexuales se apropian, desde hace décadas, de todos los estereotipos que la sociedad vierte sobre ellos. Y las mujeres mayores son las primeras en reírse de las indignidades de la menopausia o la vejez. Son quienes sienten aprensión hacia estas realidades quienes no les ven el lado cómico, solo el trágico. Incapaces de naturalizarlas, solo saben estigmatizarlas y percibirlas como una fatalidad, una desviación o un asco.
A menudo no reírte de algo –o censurar la risa del otro– no indica tu respeto, como crees, sino tu hostilidad. A quienes nos observan solemnes, desde la calle, sin entrar al oscuro comedy club, les repito: tu seriedad no apunta a tu honda comprensión de un asunto, sino a tu superficialidad, a tu imposibilidad de sumergirte en las entrañas. Las entrañas, créeme, son de risa. Da un paso a nuestro mundo, toca al enfermo con tus propias manos, observa la violencia con tus dos ojos y abandonarás el protocolo. Pero es más cómodo vigilar el lenguaje –censurarlo, corregirlo– que experimentar algo tan visceral. ¿Por qué experimentarlo si puede uno borrarlo del diccionario, de la conversación, de la vida pública?
Cultura