El presidente chino asegura que el desarrollo de China no contradice la visión estadounidense de que «América vuelva a ser grande», mientras el estadounidense elogia a Xi como un «gran líder» Leer El presidente chino asegura que el desarrollo de China no contradice la visión estadounidense de que «América vuelva a ser grande», mientras el estadounidense elogia a Xi como un «gran líder» Leer
Con el comercio mundial en juego, los dos hombres más poderosos del planeta se han reunido durante una hora y 40 minutos en la sala de recepción de una base de la fuerza área de Corea del Sur, muy cerca del aeropuerto de la ciudad de Busan. Donald Trump y Xi Jinping, el presidente de Estados Unidos y el presidente de China, las dos superpotencias en pleno pulso por la hegemonía global, sumidas en un vertiginoso tira y afloja, arrastraban muchas cuentas pendientes que debían discutir en este primer cara cara desde que el estadounidense regresó en enero a la Casa Blanca.
La gran noticia fue que los dos líderes se han comprometido a detener el intercambio de golpes en la guerra comercial que inició el estadounidense a principios de año. Pekín pospondría así durante un año la entrada en vigor de sus nuevos controles a la exportación de tierras raras, elementos esenciales para alimentar todo tipo de tecnología, desde los demandados semiconductores más avanzados hasta aviones militares. A cambio, Washington retira su amenaza de aranceles adicionales del 100% a los productos chinos. «El tema de las tierras raras está resuelto», afirmó Trump.
Tras un largo apretón de manos (con un Trump, como acostumbra, más dicharachero, y un Xi, como acostumbra, más frío y distante), antes de continuar la reunión a puerta cerrada, Xi afirmó delante de los periodistas que ambos líderes deberían «guiar la dirección de las relaciones bilaterales y trabajar juntos para lograr éxitos más prácticos y beneficiosos».
El presidente chino añadió que el desarrollo de China no contradice la visión estadounidense de que «América vuelva a ser grande», haciendo un claro guiño al famoso eslogan de Trump. Por su parte, el estadounidense elogió a Xi como un «gran líder», augurando que los dos países van a mantener una «relación fantástica» para un largo periodo de tiempo.
«La suspensión arancelaria que ambas partes acordaron en mayo y que se prorrogó en agosto, se extenderá nuevamente por un año«, anunció el Ministerio de Comercio chino en un comunicado posterior a la reunión.
Una extensión de la tregua que tiene ecos positivos tanto en Washington como Pekín. Trump podrá sacar pecho dentro de casa como gran negociador tras sentar en la mesa a su gran rival. Para Washington, el objetivo era demostrar que su postura firme frente a China ha dado resultados. Xi, por su parte, pretendía sacar músculo plantando cara a la primera economía mundial, resistiendo la coerción, y señalando que ha aprendido a contratacar con represalias que hacen tanto daño como las de EEUU. «Nunca hemos pretendido desafiar ni reemplazar a nadie», aseguró Xi en la reunión. «Nos hemos centrado en gestionar bien nuestros propios asuntos y a compartir oportunidades de desarrollo con países de todo el mundo. Esta ha sido una de las claves del éxito de China».
Trump llegaba pletórico a esta cumbre tras ser agasajado y colmado de regalos en sus paradas de la gira asiática, doblegando a aliados como Japón y Corea del Sur con acuerdos comerciales alineados con las exigencias de Washington. Xi aterrizaba en Busan después de reafirmar su autoridad incuestionable dentro de casa tras fijar el rumbo del próximo plan quinquenal, el sistema de planificación centralizada.
El líder chino además se congratula del compromiso adquirido por Trump de realizar una visita de Estado a Pekín en abril del año que viene. Esto es un regalo político muy valioso para la propaganda china a la hora de vender a Xi como un gran estadista global, capaz de organizar un gran desfile militar acompañado por el presidente ruso Vladimir Putin y el líder norcoreano Kim Jong-un, y luego mantener una buena sintonía con Trump.
En el terreno más geopolítico, había dos complejos asuntos principales: el apoyo de Xi a la Rusia de Vladimir Putin y las amenazas de China a Taiwan, que no renuncia al uso de la fuerza para tomar el control de una isla que funciona de facto como un país independiente.
Mientras que Trump aseguró que el asunto de Taiwan no se trató en la reunión, sobre la guerra en Ucrania dijo que Pekín y Washington «trabajarán juntos». Trump había pedido a China que lo ayudara a convencer a Putin para poner fin a la guerra en Ucrania. Xi, por su parte, ha presionado a EEUU para que cambie su posición de respaldo total a Taiwan, al menos afirmando en público que se opone a la independencia de la isla.
No parece probable que Pekín vaya a soltar la mano a Putin, quien siempre presume de la «asociación sin límites» que ha renovado en varias ocasiones estos últimos años con Xi. China ha sido el gran apoyo vital para Moscú desde que Occidente comenzó a impones sanciones al régimen ruso y desde Washington han acusado al Gobierno chino de alimentar la maquinaria de guerra de Putin vendiendo a los rusos materiales de doble uso tanto civil como militar.
En el terreno comercial, los dos países ya cerraron una tregua inicial pactada en la primera reunión en Ginebra en mayo de 2025 y ampliada durante los siguientes encuentros de sus equipos negociadores. Entonces se suspendieron los aranceles impuestos por Trump, que había disparado los gravámenes a los productos chinos hasta el 145%. Estos se redujeron al 30%, mientras que los aranceles del 125% con los que había contratacado Pekín, se bajaron al 10%.
El 20% de diferencia correspondían a aranceles de castigo relacionados con el fentanilo. Washington acusaba a Pekín de no hacer lo suficiente para frenar el envío de los precursores químicos que son necesarios para fabricar esta droga sintética que tantos estragos está causando en suelo estadounidense. Estos últimos son los que Trump se comprometió el jueves a reducir a la mitad -disminuyendo la carga arancelaria total, incluyendo los aranceles impuestos por la anterior administración estadounidense, del 57% al 47%- a cambio de un nuevo compromiso de Pekín de endurecer su campaña contra estos precursores químicos.
«China y Estados Unidos deberían centrarse en los beneficios a largo plazo de la cooperación, en lugar de quedar atrapados en un círculo vicioso de represalias mutuas», resaltó Xi. El presidente estadounidense también declaró que China invertirá más en EEUU y que comprará Trump una «cantidad enorme» de soja estadounidense y otros productos agrícolas, añadiendo que pronto se firmará un acuerdo comercial formal. Por ahora, Washington también se ha comprometido a no incluir a más empresas chinas en sus listas negras de exportación.
La cumbre política más importante del año (que Trump describió como el «G2») se celebró en un fortín militar rodeado de vallas y concertinas, un lugar poco glamuroso para una reunión tan importante, blindada ante las protestas antichinas y antiestadounidenses que estaban convocadas. En Corea del Sur, por un lado, hay un fuerte movimiento ultraconservador que abrazó teorías de la conspiración sobre cómo China, junto a Corea del Norte, habían infiltrado agentes en el Parlamento con la intención de acabar con la democracia surcoreana. A esto se agarró el ex presidente Yoon Suk-yeol, quien está en prisión preventiva acusado de insurrección, para justificar la efímera ley marcial que decretó hace casi un año.
En el polarizado país asiático también han comenzado a hacer ruido, sobre todo en los últimos meses, manifestaciones contra Donald Trump por sacudir también con su guerra comercial a un histórico aliado como Seúl. Entre los manifestantes de esta corriente que se han juntado estos días había legisladores de partidos minoritarios de izquierdas que criticaban el cortejo a Trump por parte del actual líder surcoreano, el progresista Lee, quien además de ceder a las demandas comerciales del republicano, le obsequió el miércoles con varios regalos, entre ellos una réplica de la corona de oro de un antiguo rey medieval coreano.
El único líder mundial que ha aguantado el pulso a las bofetadas arancelarias de Trump ha sido Xi, que se ha pasado todo el año intercambiando golpes comerciales y sanciones con Washington. En esta disputa, Pekín jugaba con una carta ganadora, la del monopolio que tiene en la producción de las tierras raras.
Tras terminar la reunión en Busan, Trump se subió a bordo del Air Force One para regresar a su país poniendo fin a su gira asiática. Xi se desplazó hasta la vecina ciudad de Gyeongju, que esta semana acoge el Foro de Cooperación Asia-Pacífico (APEC). En la cumbre finalizada, cada delegación estaba formada por siete hombres fuertes de ambos gobiernos. De la parte estadounidense destacaba el secretario de Estado, Marco Rubio y el del Tesoro, Scott Bessent. De China, acompañando a Xi, se encontraba el jefe de la diplomacia del país asiático, Wang Yi, y el viceprimer ministro a cargo de las negociaciones comerciales, He Lifeng.
La última vez que Trump y Xi se vieron las caras fue en 2019, durante el primer mandato del republicano, al margen de una cumbre del G-20 en Osaka. Entonces, las discusiones se centraban también en las primeras fases de la guerra comercial. Durante décadas, la inversión estatal china en industrias exportadoras abrió las puertas a EEUU -y al resto del mundo- a los productos chinos baratos. A cambio, Pekín recibía fuertes inversiones y tecnología estadounidense. El idilio se rompió cuando, durante la explosión de desarrollismo del gigante asiático, en Washington comenzaron a ver a Pekín como una amenaza a su hegemonía.
Trump y Xi, a pesar de sus posteriores choques, comenzaron su relación con una buena sintonía, inaugurando sus cumbres bilaterales en 2017 en la lujosa residencia de Trump de Mar-a-Lago, en Florida. De aquella primera toma de contacto salió un llamativo titular: Trump decidió bombardear Siria mientras tomaba con Xi Jinping en una habitación con vistas al mar la tarta de chocolate más hermosa jamás vista.
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