Tel Aviv, de los bombardeos egipcios a los misiles de Irak e Irán

El periodista de EL MUNDO fue testigo de los ataques contra Tel Aviv de los misiles de Sadam Husein en 1991. La ciudad más emblemática de Israel no ha sufrido el castigo al que está asistiendo desde 1948 Leer El periodista de EL MUNDO fue testigo de los ataques contra Tel Aviv de los misiles de Sadam Husein en 1991. La ciudad más emblemática de Israel no ha sufrido el castigo al que está asistiendo desde 1948 Leer  

En aquel enero de 1990, los periodistas podíamos asistir desde la terraza del Hilton de Tel Aviv al impresionante duelo entre los Patriots desplegados por EEUU en la ciudad israelí y los Scud lanzados por el régimen de Sadam Husein.

EEUU había respondido a la invasión de Kuwait estableciendo una alianza internacional que atacó la nación árabe el 16 de enero de 1991, la misma jornada en la que Husein comenzó a disparar sus vetustos misiles contra Israel y países árabes como Arabia Saudí, Kuwait o Bahrein.

El autócrata iraquí disponía de armas químicas y los expertos no sabían predecir si sería capaz de usarlas en sus ataques. Israel comenzó a distribuir máscaras de gas, que se convirtieron en una imagen recurrente entre millones de locales. Muchos medios internacionales, especialmente la CNN, contribuyeron a alentar el desasosiego internacional cuando comenzaron a obligar a sus enviados especiales a cubrir el evento en Israel con los monos blancos NBQ de protección química, popularizados por los filmes de Hollywood.

Las sirenas antiáereas eran una indicación que generaba una absoluta psicosis en la metrópoli. Recorrer las calles desiertas a toda velocidad buscando el lugar de impacto de los Scud suponía adelantarse a esas mismas imágenes distópicas que se podrían ver décadas después, con la crisis del Covid.

Como escribía este domingo el diario The Jerusalem Post, los 39 misiles iraquíes -esa es la cifra que ofrece el matutino- que cayeron sobre el territorio israelí en aquella ocasión dejaron al menos dos civiles muertos. «Fue la primera vez desde 1948 que ciudades israelíes fueron objeto de un ataque enemigo directo» -había escrito en 2021 el mismo periódico-, y marcó «un cambio absoluto de las guerras en las que se vería envuelto Israel en Oriente Próximo», ya que desde ese instante los conflictos no se librarían en las regiones limítrofes de su territorio con tanques y aviones como había ocurrido en 1956, 1967 y 1973, sino en sus principales metrópolis.

El castigo actual que sufre Tel Aviv es el más significativo que ha tenido que afrontar la principal localidad de Israel desde que la aviación egipcia la bombardeó durante la guerra de 1948 que llevó al establecimiento del estado judío.

Los egipcios atacaron esa urbe en repetidas ocasiones durante la primavera y el verano de ese año, comenzando con el sangriento asalto aéreo contra la estación de autobuses de la localidad del 18 de mayo, que dejó 42 muertos y decenas de heridos. Los ataques fueron casi a diario y dejaron cerca de 150 muertos.

Antes de la creación de Israel, Tel Aviv ya había contabilizado decenas de muertos -cerca de 200- bajo los bombardeos de la aviación italiana durante la Segunda Guerra Mundial. El día más sangriento de estas acometidas se registró el 9 de septiembre de 1940, cuando los aviones fascistas provocaron la muerte de 137 residentes.

La primera guerra del Golfo cambió toda la estrategia militar y política de Israel, que estableció un llamado Frente Interno dedicado a proteger la situación de la población local y dictó una nueva normativa que exigía que las nuevas edificaciones del país incluyeran una habitación reforzada.

Además, marcó el inicio del «escudo antimisiles» israelí, que ahora mismo conforma hasta cuatro sistemas diferentes: Cúpula de Hierro, que busca destruir los cohetes de menor rango; Flecha, destinado a interceptar los misiles balísticos; Honda de David, que pretende prevenir cohetes de medio alcance; y, Rayo de Hierro, el más moderno, que utiliza rayos láser.

Según estimó este lunes el ejército israelí, este paraguas defensivo ha conseguido interceptar entre un 80 y un 90% de los cohetes iraníes.

El análisis de The Jerusalem Post admitía que «un país no puede estar herméticamente aislado» y que siempre habrá misiles que atraviesen los sistemas de protección, pero añadía con absoluta lógica: «Existe una diferencia monumental entre el hecho de que uno, dos o incluso tres misiles puedan penetrar el escudo de defensa, y que 60 misiles balísticos, como los disparados desde Irán el sábado por la noche, puedan impactar sin obstáculos».

La lógica del columnista, sin embargo, contrasta con la que comienzan a expresar algunos sectores minoritarios del estado judío. «Un pueblo cuya existencia entera depende únicamente del poderío militar está destinado a acabar en los rincones más oscuros de la destrucción y, en última instancia, en la derrota», escribió el domingo, Orly Noy, una de las directivas de la organización israelí pro derechos humanos Btselem, en la publicación 972.

El razonamiento del sector pacifista israelí no está anclado en dialéctica geopolítica o las estadísticas militares, sino en la historia. El sionismo justificó la creación de Israel bajo el supuesto de que debía ser un «refugio seguro» para los judíos de todo el orbe. La realidad ha sido muy diferente. Los datos demuestran que Israel es el país donde han muerto más judíos de forma violenta desde la Segunda Guerra Mundial. Hablamos de decenas de miles, caídos en las recurrentes guerras que ha librado el país.

Nadie podría afirmar que el general Yizhak Rabin formó parte de esos pacifistas, pero él fue uno de los primeros líderes que entendió el origen de las contiendas interminables que tenía que enfrentar su país: la ocupación de los territorios palestinos.

Israel se había establecido sobre la mayoría del territorio del antiguo mandato de Palestina, donde los judíos eran una minoría, sin consultar a esa mayoría de población palestina contraria a tal determinación.

«No regresamos a una tierra vacía. Los palestinos ya estaban aquí», admitió Rabin en el histórico discurso que dio ante el parlamento de su país el 5 de octubre de 1995 tras los acuerdos de Oslo.

Rabin dejó claro en ese mismo mensaje que no iba a permitir un estado palestino pero al menos admitió que debían buscar un pacto con los palestinos.

«Podemos seguir luchando. Podemos seguir matando y seguir muriendo. También podemos intentar detener este ciclo interminable de sangre y darle una oportunidad a la paz», agregó.

El fundamentalismo judío que promovió su asesinato y su principal aliado actual, el primer ministro, Benjamin Netanyahu, han preferido optar por «seguir luchando».

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