En el mundo de la ciencia, donde se supone que prima la objetividad y el método científico, a veces la realidad supera cualquier guion de Hollywood. Y si hay una historia que merece ser contada con todos los condimentos de un thriller científico, esa es la de Rosalind Franklin (1920-1958), los rayos X y dos caballeros poco considerados llamados Watson y Crick.Viajemos al Londres de mediados del siglo XX. La Segunda Guerra Mundial ha terminado, la reconstrucción está en marcha y en los laboratorios bulle una revolución silenciosa: desentrañar los secretos de la vida misma. En medio de este escenario, la mente de nuestra protagonista, Rosalind Franklin, era una rara avis: brillante, potente y completamente fuera de lo convencional.La fotografía que revolucionó la cienciaFranklin no era una científica al uso. Era una mujer de una inteligencia demoledora, formada en Cambridge, con un doctorado en química de cristales y una técnica de trabajo que hacía que sus colegas masculinos parecieran aprendices de boy scout. Su especialidad: la cristalografía de rayos X, una técnica tan precisa que podía ver lo invisible para el resto del mundo científico.En 1951 trabajaba en el King’s College de Londres estudiando la estructura del ADN con una precisión quirúrgica. Su laboratorio era su campo de batalla, y los rayos X sus armas secretas. Mientras otros científicos hacían conjeturas, Franklin producía imágenes que valían más que mil teorías. Su obra magna fue la célebre ‘Fotografía 51’, una imagen de difracción de rayos X que capturaba la estructura del ADN con una nitidez que dejaba sin aliento.Pero la ciencia no siempre es un mundo de caballeros. En realidad, algunas veces más bien parece un ring de boxeo donde los golpes bajos están permitidos. Y en este ring, Watson y Crick eran los campeones.James Watson (1928-), un joven estadounidense con más ambición que escrúpulos, y Francis Crick (1916-2004), un británico brillante, pero con poco respeto por los límites éticos, estaban obsesionados con descifrar la estructura del ADN. Y cuando decimos obsesionados, nos referimos a que lo perseguían como si fuera el Santo Grial de la genética.El problema es que ellos no tenían los datos cruciales. Pero Maurice Wilkins (1916-2004), un colega de Franklin en el King’s College, sí. Y en un acto que hoy calificaríamos entre la traición y la mise en scène de una novela de espionaje, le mostró a Watson la ‘Fotografía 51’ sin el consentimiento de Franklin.Fue como regalarle un mapa del tesoro a unos piratas. Watson y Crick no solo vieron la fotografía, sino que prácticamente la devoraron con los ojos. Esa imagen contenía información que ellos necesitaban para completar el rompecabezas de la estructura del ADN.Lo más irónico es que Franklin estaba más cerca que nadie de resolver el misterio. Sus datos eran tan precisos que básicamente había dibujado el mapa, solo que no había llegado a la meta final. Watson y Crick, con la información robada, completaron el modelo de la doble hélice en 1953.Cuando publicaron su artículo en la revista ‘Nature’, mencionaron el trabajo de Franklin casi como una nota al pie. Fue un apéndice científico, cuando en realidad debería haber sido el capítulo principal. Es como si Picasso usara un boceto de Leonardo da Vinci y lo presentara como obra propia, mencionándolo de pasada.La vida siguió siendo cruel con Rosalind Franklin. Mientras Watson y Crick ganaban fama mundial ella seguía trabajando duramente en otros proyectos. Nadie en aquel momento dimensionó la importancia de su trabajo.Heroína de la cienciaPero la historia tiene más giros de lo que podemos imaginar. Franklin murió joven, a los 37 años, de cáncer de ovario. Algunos especulan que sus propios estudios con rayos X pudieron contribuir de alguna forma a su enfermedad. La ironía de que su herramienta de trabajo pudiera haber sido su verdugo añade otro capítulo dramático a esta historia.Watson, Crick y Wilkins obtuvieron el Nobel en 1962, cuatro años después de la muerte de Franklin. Las reglas del premio establecen que no se concede de manera póstuma. Así que ella nunca recibió el reconocimiento que merecía.Años después, Watson escribiría sobre Franklin de manera despectiva en su libro ‘La doble hélice’, describiendo más su apariencia física que sus contribuciones científicas. Un golpe bajo más en una historia llena de ellos.MÁS INFORMACIÓN noticia No Violencia extrema, canibalismo… Así fue la peor matanza prehistórica de Gran Bretaña noticia Si No todo está perdido: aún es posible que Trappist-1 b tenga su propia atmósferaLo fascinante es cómo la historia ha ido recuperando a Rosalind Franklin. Hoy es reconocida como una heroína científica, un símbolo de la lucha contra el machismo en la ciencia . Y es que sus datos, su imagen, su trabajo fueron fundamentales para comprender la estructura del ADN. Rosalind Franklin representa a todas las mujeres científicas que fueron invisibilizadas y cuyos trabajos fueron minimizados o directamente robados. En el mundo de la ciencia, donde se supone que prima la objetividad y el método científico, a veces la realidad supera cualquier guion de Hollywood. Y si hay una historia que merece ser contada con todos los condimentos de un thriller científico, esa es la de Rosalind Franklin (1920-1958), los rayos X y dos caballeros poco considerados llamados Watson y Crick.Viajemos al Londres de mediados del siglo XX. La Segunda Guerra Mundial ha terminado, la reconstrucción está en marcha y en los laboratorios bulle una revolución silenciosa: desentrañar los secretos de la vida misma. En medio de este escenario, la mente de nuestra protagonista, Rosalind Franklin, era una rara avis: brillante, potente y completamente fuera de lo convencional.La fotografía que revolucionó la cienciaFranklin no era una científica al uso. Era una mujer de una inteligencia demoledora, formada en Cambridge, con un doctorado en química de cristales y una técnica de trabajo que hacía que sus colegas masculinos parecieran aprendices de boy scout. Su especialidad: la cristalografía de rayos X, una técnica tan precisa que podía ver lo invisible para el resto del mundo científico.En 1951 trabajaba en el King’s College de Londres estudiando la estructura del ADN con una precisión quirúrgica. Su laboratorio era su campo de batalla, y los rayos X sus armas secretas. Mientras otros científicos hacían conjeturas, Franklin producía imágenes que valían más que mil teorías. Su obra magna fue la célebre ‘Fotografía 51’, una imagen de difracción de rayos X que capturaba la estructura del ADN con una nitidez que dejaba sin aliento.Pero la ciencia no siempre es un mundo de caballeros. En realidad, algunas veces más bien parece un ring de boxeo donde los golpes bajos están permitidos. Y en este ring, Watson y Crick eran los campeones.James Watson (1928-), un joven estadounidense con más ambición que escrúpulos, y Francis Crick (1916-2004), un británico brillante, pero con poco respeto por los límites éticos, estaban obsesionados con descifrar la estructura del ADN. Y cuando decimos obsesionados, nos referimos a que lo perseguían como si fuera el Santo Grial de la genética.El problema es que ellos no tenían los datos cruciales. Pero Maurice Wilkins (1916-2004), un colega de Franklin en el King’s College, sí. Y en un acto que hoy calificaríamos entre la traición y la mise en scène de una novela de espionaje, le mostró a Watson la ‘Fotografía 51’ sin el consentimiento de Franklin.Fue como regalarle un mapa del tesoro a unos piratas. Watson y Crick no solo vieron la fotografía, sino que prácticamente la devoraron con los ojos. Esa imagen contenía información que ellos necesitaban para completar el rompecabezas de la estructura del ADN.Lo más irónico es que Franklin estaba más cerca que nadie de resolver el misterio. Sus datos eran tan precisos que básicamente había dibujado el mapa, solo que no había llegado a la meta final. Watson y Crick, con la información robada, completaron el modelo de la doble hélice en 1953.Cuando publicaron su artículo en la revista ‘Nature’, mencionaron el trabajo de Franklin casi como una nota al pie. Fue un apéndice científico, cuando en realidad debería haber sido el capítulo principal. Es como si Picasso usara un boceto de Leonardo da Vinci y lo presentara como obra propia, mencionándolo de pasada.La vida siguió siendo cruel con Rosalind Franklin. Mientras Watson y Crick ganaban fama mundial ella seguía trabajando duramente en otros proyectos. Nadie en aquel momento dimensionó la importancia de su trabajo.Heroína de la cienciaPero la historia tiene más giros de lo que podemos imaginar. Franklin murió joven, a los 37 años, de cáncer de ovario. Algunos especulan que sus propios estudios con rayos X pudieron contribuir de alguna forma a su enfermedad. La ironía de que su herramienta de trabajo pudiera haber sido su verdugo añade otro capítulo dramático a esta historia.Watson, Crick y Wilkins obtuvieron el Nobel en 1962, cuatro años después de la muerte de Franklin. Las reglas del premio establecen que no se concede de manera póstuma. Así que ella nunca recibió el reconocimiento que merecía.Años después, Watson escribiría sobre Franklin de manera despectiva en su libro ‘La doble hélice’, describiendo más su apariencia física que sus contribuciones científicas. Un golpe bajo más en una historia llena de ellos.MÁS INFORMACIÓN noticia No Violencia extrema, canibalismo… Así fue la peor matanza prehistórica de Gran Bretaña noticia Si No todo está perdido: aún es posible que Trappist-1 b tenga su propia atmósferaLo fascinante es cómo la historia ha ido recuperando a Rosalind Franklin. Hoy es reconocida como una heroína científica, un símbolo de la lucha contra el machismo en la ciencia . Y es que sus datos, su imagen, su trabajo fueron fundamentales para comprender la estructura del ADN. Rosalind Franklin representa a todas las mujeres científicas que fueron invisibilizadas y cuyos trabajos fueron minimizados o directamente robados.
grandes rivalidades de la ciencia
Los científicos Watson y Crick se apropiaron del descubrimiento, por el que además ganaron un Premio Nobel
En el mundo de la ciencia, donde se supone que prima la objetividad y el método científico, a veces la realidad supera cualquier guion de Hollywood. Y si hay una historia que merece ser contada con todos los condimentos de un thriller científico, esa es …
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