El italiano lleva más de seis décadas confeccionando a mano vestiduras litúrgicas, utilizadas por obispos, cardenales e incluso por Juan Pablo II, Benedicto XVI y el recién fallecido Francisco, cuyo sucesor aparecerá al balcón de la Basílica de San Pedro con sus creaciones Leer El italiano lleva más de seis décadas confeccionando a mano vestiduras litúrgicas, utilizadas por obispos, cardenales e incluso por Juan Pablo II, Benedicto XVI y el recién fallecido Francisco, cuyo sucesor aparecerá al balcón de la Basílica de San Pedro con sus creaciones Leer
Al abandonar la Ciudad del Vaticano por el lateral derecho y tomar la Via del Mascherino, bastan apenas unos minutos para llegar a la emblemática calle romana de Borgo Pio. Con su arquitectura medieval, esta vía peatonal se distingue por una atmósfera apacible, salpicada de panaderías, heladerías y trattorias que, en estos meses de primavera, extienden sus mesas y parasoles al aire libre. Pero más allá de su encanto turístico, Borgo Pio guarda una conexión singular con la Santa Sede: en los números 89 y 90 se encuentra Mancinelli Clero, una pequeña sastrería eclesiástica que ha confeccionado vestiduras litúrgicas para tres Papas y decenas de cardenales.
Nada más cruzar el umbral de la tienda, lo primero que llama la atención es el despliegue de color: un arcoíris de casullas -verdes, moradas con bordados en oro y rojas-, vitrinas con solideos y perchas de estolas, algunas especialmente diseñadas para el Jubileo 2025. Dentro de la vitrina del mostrador, se alinean un sinfín de cruces: doradas, plateadas, algunas engastadas con piedras preciosas. Incluso se exhiben réplicas auténticas de la cruz pectoral del Papa Francisco.
Una empleada está cosiendo la borla negra de una birreta en la mesa de trabajo cuando emerge Raniero Mancinelli desde el pequeño taller que se oculta al fondo del local. «Ciao», saluda. «Dadme cinco minutos, por favor», dice el dueño y sastre de 87 años, gesticulando hacia el iPhone que sostiene en la mano. Está a punto de ser entrevistado por la radio italiana RAI.
Mientras la reportera y el fotógrafo esperamos, entran y salen de la tienda varios obispos y sacerdotes de todas las nacionalidades. Un clérigo hongkonés se acerca a la dependienta y le pide que le enseñe las opciones de vestimentas litúrgicas disponibles. «O tenemos de lana o de poliéster», dice, sosteniendo dos sotanas. «La de lana será más fresca si hace calor mañana», añade, en alusión al funeral del Pontífice, que se celebrará en la Plaza de San Pedro este sábado. Minutos después, llegan dos asistentes del Cardenal Rouco Varela, encargados de «comprar el zuchetto rojo» -una manera coloquial de decir solideo- que «necesita para el servicio funerario del Santo Padre». Reconocen en Mancinelli la excelencia de un oficio que, puntada a puntada, mantiene viva la tradición de la sastrería eclesiástica hecha a mano.
El sastre abrió su negocio en 1962 durante el Concilio Vaticano II. Pero dio sus primeros pasos en el oficio siendo apenas un adolescente, cuando empezó como aprendiz de un artesano con 15 años. «Soy de Camerino, un pueblo al este de Italia. Mi padre era agricultor y quería que lo fuera también, pero yo tenía otras ideas», cuenta el sastre a EL MUNDO. «Me vine a Roma y no miré atrás».
-¿Cuál fue el primer traje que hizo?
-Buena pregunta… nadie me la había hecho antes. El primero fue para un obispo, creo que iraquí. Me encargó tres vestiduras.
Hoy, seis décadas después, sigue al frente de Mancinelli Clero junto a su hija Laura y su nieto Lorenzo, a quien encontramos cosiendo un fajín rojo con una antigua máquina de coser Necchi que su abuelo compró de segunda mano nada más abrir la tienda. «Esta máquina tiene más de 100 años. Hacemos todo manualmente», explica el joven, de 23 años. La imagen es una de contraste: junto a la máquina, que bien podría ser de decoración, reposa sobre la mesa un ordenador iMac de última generación. La tradición frente a la modernidad. Raniero sonríe y añade: «Tengo un archivo en el taller con las medidas de todos los cardenales y los Papas, así podemos hacerles lo que necesiten a medida».
En las paredes del taller cuelgan fotos del sastre junto a Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco. Los tres confiaron en él para sus vestimentas -incluidos los dos últimos cuando aún eran cardenales-, al igual que muchos otros miembros del Colegio Cardenalicio, lo que le ha granjeado la confianza y el respeto de la alta jerarquía eclesiástica. No en vano, el próximo Pontífice que salga del cónclave, previsto para las próximas semanas, se asomará al balcón de San Pedro con un fajín y un solideo confeccionados por él.
-¿Cómo se hace un traje de Papa?
-Se empieza por tomar las medidas, luego se corta el material y se comienza a coser.
-Pero si no se sabe quién será el elegido, ¿cómo se hace?
-Hago dos o tres tallas: pequeña, mediana y grande. Después se presentan en el Vaticano y el nuevo Papa se pone la que mejor le queda, también para salir con la sotana que mejor le siente. Es una sotana blanca sencilla, sin símbolos, sin bordados, sin nada. Luego, cada uno añade lo que necesite, lo que desee. Lo único que se pone encima es la faja blanca, que ya hemos confeccionado con un detalle dorado.
-¿Y siente presión al confeccionar una sotana para un Papa?
-La presión está ahí, sin duda, pero lo hago con mucho amor y cariño. Y eso me gratifica mucho. Cuando trabajo para un Papa, intento dejar de lado las emociones.
El papado de Francisco se destacó por su sencillez en todos los aspectos, y la moda no fue la excepción. La incógnita ahora es si su sucesor continuará en esa misma línea o no. «No lo puedo afirmar con certeza, pero es cierto que el estilo del Papa anterior suele influir en el del siguiente», afirma Mancinelli. «Tal vez la época de la sencillez ha llegado para quedarse».
Es inevitable preguntarle por el difunto Pontífice, a quien tuvo la oportunidad de conocer en varias ocasiones. «Conmigo siempre era muy amable, muy cortés, con una sonrisa. Tenía una de esas miradas con las que te decía todo. No hacían falta muchas palabras. Eso sí, tenía un gran sentido de humor», relata.
Cuenta Mancinelli que Jorge Mario Bergoglio visitó su tienda unos días antes del cónclave que lo eligió Papa para comprar una faja de cardenal. «Cuando le dije el precio, me respondió en tono de broma: ‘Ah, eres un buen ladrón’«, relata entre risas. «¡Pero me la pagó! Así que eso significa que estaba contento», añade.
Con el Papa emérito, le unió una larga amistad que nació ya cuando Joseph Ratzinger era cardenal. «A los tres días de convertirse en Papa, me invitó a una misa privada», comparte. También tuvo cercanía con un cardenal que trabajaba mano a mano con Juan Pablo II. «Venía mucho a la tienda, así que acabamos conociéndonos bastante bien. Un día, me invitó a desayunar al Vaticano y después me preguntaba: ‘¿Qué tal el desayuno?’ Yo le agradecía la invitación. Y él decía: ‘¿Pero sabes qué estás comiendo? Esas son las galletas que Su Santidad Juan Pablo II acaba de desayunar en esta misma mesa‘», relata. «¡No me lo podía creer!».
El sastre de los Papas sabe que su legado está cosido en cada pliegue de las sotanas blancas que han cruzado la Plaza de San Pedro. No hacen falta palabras para percibir la gratitud que siente por la confianza de sus clientes cada vez que entran en su tienda. Y aunque algún día cierren sus puertas, el hilo invisible que conecta su trabajo con la historia perdurará, tan firme y resistente como la fe que lo ha guiado durante todos estos años.
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