Estos días he estado hablando con personas del oficio: un editor amigo, un conocido, un par de libreros –uno al que no conozco mucho y otro al que conozco menos–, lectores amigos y lectores anónimos, y un escritor que lo ha dejado. Se percibe una vibración en el aire que es una mezcla de primavera, vacaciones de Semana Santa y la proximidad del día de Sant Jordi. Con todos –con el escritor retirado no, que está por otras cosas– acabamos hablando de la locura del mundo literario. Es evidente que faltan lectores. Me paso el día en el tren y veo muy poca gente leyendo. ¿Cómo puede aguantarse todo este montaje? “Es que ahora se venden mucho los libros de adolescentes. Son lectores nuevos que no existían”, me dice uno. Si dijera que me lo dice contento, mentiría. Pero deben ganar dinero con estos libros, que sirven para seguir adelante. ¿Hacia dónde? –pienso yo, que sonrío y no digo nada–. Existe la expectativa de que estos lectores de novela juvenil serán lectores de literatura. Igual sí. “Se vende más de lo que te piensas”, me dice una librera que ha detectado un vacío en el mercado catalán: la novela romántica. Se queja de las cajas que le llegan. Me lo dice cuando faltan diez días para el 23 de abril y todavía quedan por llegar. Si leyésemos todas las novelas que han aparecido en catalán estos días –solo originales, sin contar traducciones–, necesitaríamos años.
Estos días he estado hablando con personas del oficio: un editor amigo, un conocido, un par de libreros –uno al que no conozco mucho y otro al que conozco menos–, lectores amigos y lectores anónimos, y un escritor que lo ha dejado. Se percibe una vibración en el aire que es una mezcla de primavera, vacaciones de Semana Santa y la proximidad del día de Sant Jordi. Con todos –con el escritor retirado no, que está por otras cosas– acabamos hablando de la locura del mundo literario. Es evidente que faltan lectores. Me paso el día en el tren y veo muy poca gente leyendo. ¿Cómo puede aguantarse todo este montaje? “Es que ahora se venden mucho los libros de adolescentes. Son lectores nuevos que no existían”, me dice uno. Si dijera que me lo dice contento, mentiría. Pero deben ganar dinero con estos libros, que sirven para seguir adelante. ¿Hacia dónde? –pienso yo, que sonrío y no digo nada–. Existe la expectativa de que estos lectores de novela juvenil serán lectores de literatura. Igual sí. “Se vende más de lo que te piensas”, me dice una librera que ha detectado un vacío en el mercado catalán: la novela romántica. Se queja de las cajas que le llegan. Me lo dice cuando faltan diez días para el 23 de abril y todavía quedan por llegar. Si leyésemos todas las novelas que han aparecido en catalán estos días –solo originales, sin contar traducciones–, necesitaríamos años.Seguir leyendo…
Estos días he estado hablando con personas del oficio: un editor amigo, un conocido, un par de libreros –uno al que no conozco mucho y otro al que conozco menos–, lectores amigos y lectores anónimos, y un escritor que lo ha dejado. Se percibe una vibración en el aire que es una mezcla de primavera, vacaciones de Semana Santa y la proximidad del día de Sant Jordi. Con todos –con el escritor retirado no, que está por otras cosas– acabamos hablando de la locura del mundo literario. Es evidente que faltan lectores. Me paso el día en el tren y veo muy poca gente leyendo. ¿Cómo puede aguantarse todo este montaje? “Es que ahora se venden mucho los libros de adolescentes. Son lectores nuevos que no existían”, me dice uno. Si dijera que me lo dice contento, mentiría. Pero deben ganar dinero con estos libros, que sirven para seguir adelante. ¿Hacia dónde? –pienso yo, que sonrío y no digo nada–. Existe la expectativa de que estos lectores de novela juvenil serán lectores de literatura. Igual sí. “Se vende más de lo que te piensas”, me dice una librera que ha detectado un vacío en el mercado catalán: la novela romántica. Se queja de las cajas que le llegan. Me lo dice cuando faltan diez días para el 23 de abril y todavía quedan por llegar. Si leyésemos todas las novelas que han aparecido en catalán estos días –solo originales, sin contar traducciones–, necesitaríamos años.
Yo explico la responsabilidad que tenemos los autores, a los que se nos ha ido la pinza. A casi todos se nos ha metido en la cabeza que tenemos que escribir un libro cada dos años, porque si no, no existimos. Pero, ¿tenemos tanto talento? Mercè Rodoreda escribió siete novelas y tres libros de cuentos. ¡Ojo! Cuando me riñen porque dicen que escribo demasiado, digo que Frank Zappa grabó cien discos. Pero una cosa es que uno se sienta con tema y energía para ir escribiendo libros (de diferentes géneros y formatos) y otra que el sistema de producción industrial exija a los autores una novela cada dos años. ¿Quién tiene suficiente mundo, inventiva y dedos para escribir una novela cada dos o tres años a lo largo de treinta o treinta y cinco años de carrera? Todas estas novelas repetidas de tantos escritores, que leída una, leídas todas, ¿no son el resultado de haber convertido ideas más o menos buenas, en –¿cómo decirlo?– una serie, doscientos gramos de novela cortada fina, un producto industrial? Decirle oficio es demasiado. Todos actuamos como si fuéramos profesionales en un mundo en el que, por volumen de ventas, de lectores y traducciones, muy pocos autores pueden serlo.
A casi todos se nos ha metido en la cabeza que tenemos que escribir un libro cada dos años
“Para eso están los premios a obra publicada, los balances que se publican periódicamente”. “No me fastidies”, pienso yo, que sonrío y no digo nada. Siempre que me proponen escoger o votar los mejores de no sé cuando, me escaqueo. Es como si pillaras las guirnaldas y el confeti de una fiesta y los quisieras guardar en un museo.
Cultura