Un crimen en un convento de clausura. Un veneno. La Capitana (Alfaguara) de Susana Martín Gijón (Sevilla, 1981), huele a El nombre de la rosa . Es su inspiración, como admite la autora. Incluso en esa voluntad de mostrar una intención literaria. Pero ni mucho menos es una copia.
la escritora convierte a dos personajes históricos en detectives ocasionales en ‘La Capitana’
Un crimen en un convento de clausura. Un veneno. La Capitana (Alfaguara) de Susana Martín Gijón (Sevilla, 1981), huele a El nombre de la rosa . Es su inspiración, como admite la autora. Incluso en esa voluntad de mostrar una intención literaria. Pero ni mucho menos es una copia.
Martín tiene su propio discurso, su propia historia ambientada en 1585 –dos siglos más tarde que el relato de Eco– en una Granada más bien decadente, bastantes años después de la reconquista cristiana, de la obligación a los que profesan la fe musulmana de convertirse y de la rebelión de las Alpujarras, que dejó toda la zona en una situación paupérrima. Y más aún tras las deportaciones y expulsiones de los moriscos.
“En la novela hay cierta indignación, porque a Ana de Jesús no se la ha reconocido lo suficiente”
Es en este escenario en el que la escritora convierte a dos personajes históricos en detectives ocasionales: san Juan de la Cruz y la monja Ana de Jesús. Ella es la Capitana del título del libro.
Los dos adalides de la reforma teresiana de las carmelitas descalzas hacen frente a la aparición de un cuerpo inerte en el convento. Un cadáver irreconocible por la gran cantidad de llagas que le cubren la cara. Y un cadáver sorprendente, porque, pese a la falta de bombeo sanguíneo, mantiene una robusta erección en el pene que escandaliza.
Este milagro peniano y las llagas servirán luego, no para saber quien es el asesino, pero sí de pista para averiguar la probable causa de la muerte: la cataridina, sustancia que actúa como viagra natural y que se extrae de la cantárida –la mal llamada mosca verde–, pero que en dosis altas es un componente mortal. La erección, de nuevo, como anuncio de la muerte, como sucede con Tyrone Slothrop, aquel personaje de El arco iris de gravedad , de Thomas Pynchon, a quien se le levanta cada vez que se acerca un cohete V2 nazi.
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El libro está ambientado en Granada. Su anterior novela, La Babilonia, 1580 , publicada hace dos años, era en Sevilla. Aunque Martín ya tenía el bagaje de diez novelas negras más bajo su firma, ese fue su primer relato de cariz histórico-criminal.
La Capitana es de un rigor histórico encomiable (la escritora se pasó dos años de estudio), al margen de que se permita la licencia de ficcionar las dotes detectivescas de Juan de la Cruz y Ana de Jesús. Es un recorrido fidedigno por la Granada del siglo XVI, con edificios y enclaves aún presentes: la Real Chancillería, la plaza Nueva y la Bib-Rambla (dos espacios entonces testigos de ejecuciones públicas), la Casa de los Tiros o el monasterio de San Jerónimo. Y cómo no, el convento de San José, el escenario principal de la novela.
El convento sigue siendo de clausura. Para documentarse, no escatimó esfuerzos para ser recibida por las monjas. Se las vio y se las deseó, pero salió airosa. “Cogimos confianza, hasta el punto de que me dejaron tocar reliquias”, explica. Visitó incluso el desván, el espacio donde Juan de la Cruz daba misa a las monjas carmelitas, pese a que no es visitable (de hecho, nada lo es en el convento). “[ Las monjas] suben allí una sola vez al año: el 1 de enero, para hacer una chocolatada; una tradición que tienen…”, explica Martín.
Juan de la Cruz es uno de los personaje principales, pero lo es mucho más Ana de Jesús. “En la novela hay cierta indignación, porque a Ana de Jesús no se la ha reconocido lo suficiente”, dice la autora. La historia que desarrolla en el libro adquiere también un cierto tono de denuncia, a la vez que reivindicativo, porque “el convento era refugio de las mujeres, era el único lugar en el que podían tener más autonomía y cultivarse intelectualmente”.
Martín ha sido reconocida ya con varios premios por sus obras. En esta última, más allá del argumento, la autora destaca por su intención literaria, una cualidad poco frecuente en el género negro que combina con un predominio de las frases cortas –en un libro de más de 400 páginas– muy superior a la presencia de las frases largas, subordinadas e imbricadas, que ahogarían el lector. Todo configura un estilo propio que la hace reconocible. Y esta virtud es un premio para el lector y un valor para Martín.
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