En el siglo pasado, las matrículas de los vehículos lucían el identificador de la provincia. Ello provocó situaciones sorprendentes, como el caso de los vecinos de Gijón que iban a Girona para matricular su coche y así lucir las iniciales GI en la placa, en lugar de la letra O de Oviedo, la capital de Asturias, ciudad con la que mantienen una gran rivalidad. También en aquella época, cuando los coches pasaban la frontera francesa –con el pasaporte, la carta verde y unos cuantos francos en la cartera–, tocaban la bocina cuando se cruzaban por la carretera e identificaban una matrícula española. Cuanto más al norte, las señales eran más efusivas, hasta el punto de que un vehículo de Sevilla podía saludarse ostentosamente con uno de Lleida si se veían en París.
En el siglo pasado, las matrículas de los vehículos lucían el identificador de la provincia. Ello provocó situaciones sorprendentes, como el caso de los vecinos de Gijón que iban a Girona para matricular su coche y así lucir las iniciales GI en la placa, en lugar de la letra O de Oviedo, la capital de Asturias, ciudad con la que mantienen una gran rivalidad. También en aquella época, cuando los coches pasaban la frontera francesa –con el pasaporte, la carta verde y unos cuantos francos en la cartera–, tocaban la bocina cuando se cruzaban por la carretera e identificaban una matrícula española. Cuanto más al norte, las señales eran más efusivas, hasta el punto de que un vehículo de Sevilla podía saludarse ostentosamente con uno de Lleida si se veían en París.Seguir leyendo…
En el siglo pasado, las matrículas de los vehículos lucían el identificador de la provincia. Ello provocó situaciones sorprendentes, como el caso de los vecinos de Gijón que iban a Girona para matricular su coche y así lucir las iniciales GI en la placa, en lugar de la letra O de Oviedo, la capital de Asturias, ciudad con la que mantienen una gran rivalidad. También en aquella época, cuando los coches pasaban la frontera francesa –con el pasaporte, la carta verde y unos cuantos francos en la cartera–, tocaban la bocina cuando se cruzaban por la carretera e identificaban una matrícula española. Cuanto más al norte, las señales eran más efusivas, hasta el punto de que un vehículo de Sevilla podía saludarse ostentosamente con uno de Lleida si se veían en París.
Este paisanaje me ha venido a la cabeza cuando he visto la película Muy lejos, una de las que tenía pendientes para las vacaciones. La cinta de Gerard Oms es una historia de descubrimiento de uno mismo, en este caso de un joven que viaja a Utrecht a ver un partido del Espanyol y que decide empezar allí una nueva vida. Oms, bregado en muchas películas y que aquí debuta como director, recrea una experiencia personal en los Países Bajos de hace unos cuantos años, con una dureza y una ternura cautivadoras.
Al actor se le ilumina la cara cuando oye a Nausicaa Bonnín recitando ‘Ben poca cosa tens’
Para este propósito cuenta con la complicidad de un Mario Casas en estado de gracia, en un precioso papel intimista. Resulta que el actor gallego vivió unos años en Catalunya, de modo que, si algún día quiere dedicarse a los monólogos, bien podría empezar las actuaciones homenajeando a Pepe Rubianes con su broma sobre el hecho de ser “ galaicocatalán”. En Muy lejos, su personaje incluso dice algunas frases en catalán.
La película está hablada en castellano y en muchos otros idiomas: catalán, árabe, neerlandés… El personaje que interpreta Casas es de familia castellanohablante, pero cuando oye a alguien hablando en catalán, identifica esa lengua como casa. En la escena que transcurre en el Instituto Cervantes de Utrecht, se le ilumina la cara cuando oye a Nausicaa Bonnín recitando Ben poca cosa tens. Casas sube las escaleras persiguiendo aquellos versos en una imagen conmovedora: “Ben poca cosa tens: / La taula i uns quants llibres, / l’enyor d’ella, que és lluny / i tampoc no l’oblides, / i aquest silenci, dens / de paraules no dites”.
El poema es de Miquel Martí i Pol y evidentemente entronca con lo que le sucede al protagonista. En medio de la soledad y el aislamiento del emigrante, la lengua es un salvavidas. Por cierto, no se pierdan la versión musicada de Salvador Sobral y Sílvia Pérez Cruz. “Hi ha gent / per fer-te companyia. / No et refusis a cap / dels horitzons que et criden”.
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