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En su prisión de Gomel sólo había seis baños para 120 mujeres y el frío era tan intenso que las reclusas dormían de manera intermitente, levantándose cada media hora para calentarse. La activista bielorrusa Maria Koleshnikova ha dejado atrás ese infierno de cinco años para caminar por fin libre.
El presidente bielorruso Alexandr Lukashenko anunció el domingo el indulto y la liberación de Kolesnikova, símbolo de las protestas de 2020, y de otros 122 presos políticos, entre ellos las principales figuras de la oposición y del activismo por los derechos humanos como Ales Bialiatski, premio Nobel de la Paz; y Viktor Babariko y ex candidato presidencial.
La medida, coordinada con una importante negociación diplomática con Estados Unidos, marca uno de los movimientos más notables de un régimen que ya en el pasado se caracterizó por oscilar entre el clientelismo represivo ruso y sus coqueteos con las democracias occidentales buscando cooperación y negocios.
Muchos presos llevaban casi cinco años sin verse. Debilitados por años de encierro, fueron trasladados en autobuses rumbo a Lituania y Ucrania, países que han ofrecido apoyo y asilo a quienes aceptaron el exilio como alternativa a regresar a una Bielorrusia que ha endurecido la represión entre las tensiones constantes fruto de su vecindad a la guerra de Ucrania.
Kolesnikova saltó al centro del escenario político en 2020 al unirse a la campaña de Babariko como jefa de su equipo. Tras la detención de éste, optó por no exiliarse: cuando las autoridades intentaron expulsarla a la fuerza, rompió su pasaporte en la frontera y acabó encerrada en el ‘Gulag’ bielorruso, conviviendo entre abusos, orines y burdas operaciones de propaganda. Condenada a más de una década de prisión, su imagen firme se convirtió en un símbolo para la disidencia.
Viktor Babariko representa la amenaza política que Lukashenko ha combatido durante más de una década. Banquero de éxito y una de las pocas figuras capaces de desafiar al presidente en las urnas, fue detenido antes de las elecciones de 2020 bajo cargos de evasión fiscal que Babariko y sus apoyos calificaron de montaje político. Bialiatski, galardonado con el Premio Nobel de la Paz 2022, es un activista de derechos humanos que luchó durante años en defensa de los presos políticos antes de convertirse él mismo en uno de ellos.
Llevaba en prisión desde julio de 2021. Visiblemente envejecido desde la última vez que fue visto en público, sonrió ampliamente mientras abrazaba a la líder opositora exiliada Svetlana Tijanovskaya a su llegada a la embajada de Estados Unidos en Lituania. Bialiatski dijo a Reuters que había pasado la noche anterior en una litera de una prisión en una habitación con casi 40 personas y que todavía estaba tratando de asimilar la idea de ser libre.
La oposición bielorrusa considera el acercamiento de Trump a Lukashenko como un esfuerzo humanitario, pero cree que las sanciones de la UE deberían seguir vigentes. «Las sanciones estadounidenses se centran en las personas. Las sanciones de la UE buscan un cambio sistémico: detener la guerra, permitir la transición democrática y garantizar la rendición de cuentas. Estos enfoques no se contradicen, sino que se complementan», afirmó la líder opositora exiliada Tijanovskaya. Su marido, Serguei Tijanovski, salió de prisión en otra tanda de liberación de presos el pasado verano.
Durante los últimos años, Lukashenko ha afrontado aislamiento internacional, sanciones económicas y presiones crecientes por su alianza con Rusia y su papel en la invasión a Ucrania. La decisión de liberar a estos líderes coincide con el levantamiento de sanciones estadounidenses sobre la exportación de potasa, un producto clave para la economía bielorrusa, y con esfuerzos de la administración estadounidense por abrir un canal diplomático con Minsk. Bielorrusia busca alterar su posición internacional sin variar, de momento, la esencia de su brutal sistema interno.
Tras este indulto masivo, más de mil presos políticos continúan encarcelados y las estructuras del poder siguen bajo un férreo control presidencial. Desde 1994, Lukashenko ha gobernado con poderes crecientemente totalitarios, respaldado por un marco legal que limita severamente la oposición, restringe la libertad de prensa y reprime la disidencia. Las elecciones han sido repetidamente cuestionadas por observadores internacionales, y cualquier desafío significativo al poder central ha sido suprimido con detenciones, acusaciones penales y exilio forzado.
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