Los hongos que se alimentan de radiactividad: el último misterio de Chernóbil

En los 90, pocos años después del accidente en la central nuclear de Chernóbil del 26 de abril de 1986, un grupo de científicos liderado por la microbióloga Nelli Zhdanova, de la Academia Nacional de Ciencias de Ucrania, se embarcó en un estudio de campo. Su objetivo era descubrir si en la zona de exclusión, un lugar que abarca 30 kilómetros a la redonda de las instalaciones, había vida y, en caso de que la hubiera, de qué tipo. Las esperanzas no eran muchas: los efectos de la radiación aún se sentían entre los apodados como ‘liquidadores’, las personas que ayudaron en las tareas de limpieza y que seguían muriendo por cáncer incluso años después de haber participado en aquellos trabajos. La sorpresa fue mayúscula cuando detectaron que toda una comunidad de hongos de hasta 37 especies diferentes proliferaba alrededor del reactor. Todos tenían algo en común: en su mayoría mostraban un tono oscuro, incluso negro. Y entre ellos, destacaba Cladosporium sphaerospermum, un hongo que dominaba todas las muestras y que después se convirtió en el protagonista de muchos estudios posteriores e incluso de un viaje al espacio. El secreto de aquellos seres, según señalaba el estudio que publicó el equipo de Zhdanova en la revista ‘ Mycological Research ‘, no era otro que la melanina , una sustancia presente en la mayoría de organismos (incluidos nosotros mismos) que protege de la radiación ultravioleta a cambio de colorear de un tono más oscuro la piel. No solo eso: según postuló el equipo, estos hongos podrían estar aprovechando la radiación para proliferar e incluso generar de alguna forma energía para sobrevivir en aquel ambiente hostil. No obstante, hoy, cuarenta años después de encontrar aquellos extraños hongos ‘comerradiactividad’, aún se desconoce a ciencia cierta el funcionamiento que habría detrás de este ‘superpoder’. Si es que existe. Una teoría controvertida«Tengo mis dudas de que ese mecanismo funcione así», explica a ABC Germán Orizaola, profesor titular de Zoología en la Universidad de Oviedo y experto en los efectos de la radiación en animales. «Varios grupos llevan investigando mucho acerca del tema y, de momento, no se ha identificado el sistema concreto que, se supone, están utilizando». Orizaola se refiere, por ejemplo, al estudio liderado por Ekaterina Dadachova y Arturo Casadevall, del Colegio de Medicina Albert Einstein (Estados Unidos). Ellos descubrieron que la radiación ionizante no daña al hongo como lo haría con otros organismos. Además, según señalaban, crecía al ser ‘bañado’ en ella. La melanina, un pigmento que da color a la piel, protege el cuerpo contra la radiación ultravioletaUnos años después, en otro trabajo posterior publicado en 2008 propusieron la teoría de que este hongo y otros similares podrían estar recolectando la radiación para convertirla en energía (radiosíntesis), algo parecido a lo que hace la clorofila de las plantas con la luz. Sin embargo, tampoco pudieron encontrar el mecanismo exacto que supuestamente produciría toda esa energía. «El debate viene porque si la melanina te protege de la radiación, algo que está demostrado, es lógico pensar que los seres que produzcan más, proliferarán con más facilidad en estos ambientes; pero no quiere decir que estén aprovechándola de ninguna forma», explica Orizaola. Porque a pesar del estudio de Dadachova y Casadevall, otros trabajos similares no encontraron la misma tendencia: la propia Zhdanova y sus colegas publicaron en 2006 otra investigación en la que describían que solo 9 de las 47 especies de hongos melanizados que recolectaron en Chernóbil crecieron hacia una fuente de cesio radiactivo. Y en 2022, investigadores del Laboratorio Nacional de Sandia, en Nuevo México, no encontraron diferencias en el crecimiento de dos hongos -uno melanizado y otro no- a la radiación ultravioleta y al cesio-137.Sobrevivir en el espacioEl poder de la melanina fue desafiado más allá de Chernóbil y los laboratorios. Un experimento descrito en un artículo publicado en la revista ‘ Frontiers in Microbiology ‘ en 2022 llevó a C. sphaerospermum, el famoso hongo que crece en la central nuclear, hasta la Estación Espacial Internacional (ISS, por sus siglas en inglés), donde le dejaron crecer en el exterior del laboratorio orbital, exponiéndolo a todo el impacto de la radiación cósmica.El objetivo de ese artículo no era demostrar ni investigar la radiosíntesis, sino explorar el potencial del hongo como escudo antirradiación para misiones espaciales. «Si se demostrase, se podrían utilizar estos organismos para recubrir los asentamientos lunares, por ejemplo, y tener una capa de protección barata frente a la radiación», explica Orizaola. Cultivos hallados en la cuarta unidad de Chernóbil, incluyendo Cladosporium sphaerospermum. La placa superior derecha muestra claramente melanización Elsevier/Zhdanova et al., 2000No obstante, de momento los científicos no han podido demostrar la fijación de carbono dependiente de la radiación ionizante, la ganancia metabólica de la radiación ionizante o una vía definida de recolección de energía. «Aún queda por demostrar la radiosíntesis real, y estamos lejos de probar la reducción de compuestos de carbono en formas con mayor contenido energético o la fijación de carbono inorgánico impulsada por radiación ionizante», escribe el equipo que dirigió el estudio. «Lo más probable es que en los experimentos en los que sí se ha observado una evidencia positiva de posible radiosíntesis haya otros mecanismos involucrados», indica Orizaola, quien además ha viajado varias veces a Chernóbil precisamente para estudiar cómo prolifera la vida en un lugar, a priori, tan hostil como la zona de exclusión. Ranas morenas en ChernóbilDe hecho, el equipo de Orizaola fue testigo en la zona de exclusión del poder de la melanina en los animales. Caminando por el bosque, encontraron ejemplares de Hyla orientalis, unas ranas muy comunes en la región del Cáucaso, extendida hacia Asia Occidental. No obstante, este anfibio, que normalmente es de un color verde brillante, en Chernóbil presentaba un color oscuro, incluso negro en algunos ejemplares. La sorpresa llegó cuando, al analizar estas ranas ‘morenas’, no encontraron niveles de radiación más altos de lo normal. Las ranas morenas de Chernóbil no tenían niveles de radiación más altos ni signos de que el ambiente nuclear afectara a su salud«Sobrevivieron porque eran más oscuras, pero el accidente no provocó ningún cambio genético en ellas», explica Orizaola. Es decir, las más oscuras y, por tanto, con más protección de la melanina, fueron las que resistieron a la catástrofe, que al principio, como le ocurrió a los liquidadores, sí que afectó a la vida; y, a su vez, estas ranas morenas más resistentes, se reprodujeron y dieron lugar a un mayor número de ranas más oscuras. «Pero no fue la radiación la que directamente provocó ese color», incide el investigador. A la derecha, una rana arbórea común; a la izquierda, una rana de la misma especie hallada en Chernóbil Germán Orizaola/ Pablo BurracoA pesar de que desde la guerra de Ucrania el equipo no ha podido viajar de nuevo a la zona de exclusión, con la información y las muestras recabadas en Chernóbil durante trabajos de campo anteriores han podido seguir investigando sobre los efectos de la radiación en aquellas curiosas ranas. En un estudio publicado en la revista ‘ Biology letters ‘ el equipo de Orizaola señala que no se encontró «ningún efecto de la radiación absorbida en la edad de la rana ni en la longitud de los telómeros (biomarcador del envejecimiento celular y la edad biológica) ni en niveles de corticosterona (hormona del estrés)». Es decir, la radiación no ha tenido impacto en la vida y la salud de estas ranas. MÁS INFORMACIÓN noticia Si La pieza que faltaba: una erupción volcánica ‘puso en marcha’ la cadena de acontecimientos que trajo la Peste Negra a Europa noticia Si Un ‘tornado’ de galaxias: detectan la mayor estructura giratoria jamás vista en el UniversoHongos con ‘superpoderes aparte’, lo que sí está claro es que, a pesar de la catástrofe radiactiva que marcó a Chernóbil, hoy, más de tres décadas después, la zona de exclusión se ha transformado en un inesperado vergel. La vida, en sus formas más resistentes y sorprendentes, ha encontrado su espacio en este territorio aparentemente maldito. Sin embargo, esta recuperación también nos invita a reflexionar sobre la verdadera amenaza para nuestro planeta: la actividad humana. En los 90, pocos años después del accidente en la central nuclear de Chernóbil del 26 de abril de 1986, un grupo de científicos liderado por la microbióloga Nelli Zhdanova, de la Academia Nacional de Ciencias de Ucrania, se embarcó en un estudio de campo. Su objetivo era descubrir si en la zona de exclusión, un lugar que abarca 30 kilómetros a la redonda de las instalaciones, había vida y, en caso de que la hubiera, de qué tipo. Las esperanzas no eran muchas: los efectos de la radiación aún se sentían entre los apodados como ‘liquidadores’, las personas que ayudaron en las tareas de limpieza y que seguían muriendo por cáncer incluso años después de haber participado en aquellos trabajos. La sorpresa fue mayúscula cuando detectaron que toda una comunidad de hongos de hasta 37 especies diferentes proliferaba alrededor del reactor. Todos tenían algo en común: en su mayoría mostraban un tono oscuro, incluso negro. Y entre ellos, destacaba Cladosporium sphaerospermum, un hongo que dominaba todas las muestras y que después se convirtió en el protagonista de muchos estudios posteriores e incluso de un viaje al espacio. El secreto de aquellos seres, según señalaba el estudio que publicó el equipo de Zhdanova en la revista ‘ Mycological Research ‘, no era otro que la melanina , una sustancia presente en la mayoría de organismos (incluidos nosotros mismos) que protege de la radiación ultravioleta a cambio de colorear de un tono más oscuro la piel. No solo eso: según postuló el equipo, estos hongos podrían estar aprovechando la radiación para proliferar e incluso generar de alguna forma energía para sobrevivir en aquel ambiente hostil. No obstante, hoy, cuarenta años después de encontrar aquellos extraños hongos ‘comerradiactividad’, aún se desconoce a ciencia cierta el funcionamiento que habría detrás de este ‘superpoder’. Si es que existe. Una teoría controvertida«Tengo mis dudas de que ese mecanismo funcione así», explica a ABC Germán Orizaola, profesor titular de Zoología en la Universidad de Oviedo y experto en los efectos de la radiación en animales. «Varios grupos llevan investigando mucho acerca del tema y, de momento, no se ha identificado el sistema concreto que, se supone, están utilizando». Orizaola se refiere, por ejemplo, al estudio liderado por Ekaterina Dadachova y Arturo Casadevall, del Colegio de Medicina Albert Einstein (Estados Unidos). Ellos descubrieron que la radiación ionizante no daña al hongo como lo haría con otros organismos. Además, según señalaban, crecía al ser ‘bañado’ en ella. La melanina, un pigmento que da color a la piel, protege el cuerpo contra la radiación ultravioletaUnos años después, en otro trabajo posterior publicado en 2008 propusieron la teoría de que este hongo y otros similares podrían estar recolectando la radiación para convertirla en energía (radiosíntesis), algo parecido a lo que hace la clorofila de las plantas con la luz. Sin embargo, tampoco pudieron encontrar el mecanismo exacto que supuestamente produciría toda esa energía. «El debate viene porque si la melanina te protege de la radiación, algo que está demostrado, es lógico pensar que los seres que produzcan más, proliferarán con más facilidad en estos ambientes; pero no quiere decir que estén aprovechándola de ninguna forma», explica Orizaola. Porque a pesar del estudio de Dadachova y Casadevall, otros trabajos similares no encontraron la misma tendencia: la propia Zhdanova y sus colegas publicaron en 2006 otra investigación en la que describían que solo 9 de las 47 especies de hongos melanizados que recolectaron en Chernóbil crecieron hacia una fuente de cesio radiactivo. Y en 2022, investigadores del Laboratorio Nacional de Sandia, en Nuevo México, no encontraron diferencias en el crecimiento de dos hongos -uno melanizado y otro no- a la radiación ultravioleta y al cesio-137.Sobrevivir en el espacioEl poder de la melanina fue desafiado más allá de Chernóbil y los laboratorios. Un experimento descrito en un artículo publicado en la revista ‘ Frontiers in Microbiology ‘ en 2022 llevó a C. sphaerospermum, el famoso hongo que crece en la central nuclear, hasta la Estación Espacial Internacional (ISS, por sus siglas en inglés), donde le dejaron crecer en el exterior del laboratorio orbital, exponiéndolo a todo el impacto de la radiación cósmica.El objetivo de ese artículo no era demostrar ni investigar la radiosíntesis, sino explorar el potencial del hongo como escudo antirradiación para misiones espaciales. «Si se demostrase, se podrían utilizar estos organismos para recubrir los asentamientos lunares, por ejemplo, y tener una capa de protección barata frente a la radiación», explica Orizaola. Cultivos hallados en la cuarta unidad de Chernóbil, incluyendo Cladosporium sphaerospermum. La placa superior derecha muestra claramente melanización Elsevier/Zhdanova et al., 2000No obstante, de momento los científicos no han podido demostrar la fijación de carbono dependiente de la radiación ionizante, la ganancia metabólica de la radiación ionizante o una vía definida de recolección de energía. «Aún queda por demostrar la radiosíntesis real, y estamos lejos de probar la reducción de compuestos de carbono en formas con mayor contenido energético o la fijación de carbono inorgánico impulsada por radiación ionizante», escribe el equipo que dirigió el estudio. «Lo más probable es que en los experimentos en los que sí se ha observado una evidencia positiva de posible radiosíntesis haya otros mecanismos involucrados», indica Orizaola, quien además ha viajado varias veces a Chernóbil precisamente para estudiar cómo prolifera la vida en un lugar, a priori, tan hostil como la zona de exclusión. Ranas morenas en ChernóbilDe hecho, el equipo de Orizaola fue testigo en la zona de exclusión del poder de la melanina en los animales. Caminando por el bosque, encontraron ejemplares de Hyla orientalis, unas ranas muy comunes en la región del Cáucaso, extendida hacia Asia Occidental. No obstante, este anfibio, que normalmente es de un color verde brillante, en Chernóbil presentaba un color oscuro, incluso negro en algunos ejemplares. La sorpresa llegó cuando, al analizar estas ranas ‘morenas’, no encontraron niveles de radiación más altos de lo normal. Las ranas morenas de Chernóbil no tenían niveles de radiación más altos ni signos de que el ambiente nuclear afectara a su salud«Sobrevivieron porque eran más oscuras, pero el accidente no provocó ningún cambio genético en ellas», explica Orizaola. Es decir, las más oscuras y, por tanto, con más protección de la melanina, fueron las que resistieron a la catástrofe, que al principio, como le ocurrió a los liquidadores, sí que afectó a la vida; y, a su vez, estas ranas morenas más resistentes, se reprodujeron y dieron lugar a un mayor número de ranas más oscuras. «Pero no fue la radiación la que directamente provocó ese color», incide el investigador. A la derecha, una rana arbórea común; a la izquierda, una rana de la misma especie hallada en Chernóbil Germán Orizaola/ Pablo BurracoA pesar de que desde la guerra de Ucrania el equipo no ha podido viajar de nuevo a la zona de exclusión, con la información y las muestras recabadas en Chernóbil durante trabajos de campo anteriores han podido seguir investigando sobre los efectos de la radiación en aquellas curiosas ranas. En un estudio publicado en la revista ‘ Biology letters ‘ el equipo de Orizaola señala que no se encontró «ningún efecto de la radiación absorbida en la edad de la rana ni en la longitud de los telómeros (biomarcador del envejecimiento celular y la edad biológica) ni en niveles de corticosterona (hormona del estrés)». Es decir, la radiación no ha tenido impacto en la vida y la salud de estas ranas. MÁS INFORMACIÓN noticia Si La pieza que faltaba: una erupción volcánica ‘puso en marcha’ la cadena de acontecimientos que trajo la Peste Negra a Europa noticia Si Un ‘tornado’ de galaxias: detectan la mayor estructura giratoria jamás vista en el UniversoHongos con ‘superpoderes aparte’, lo que sí está claro es que, a pesar de la catástrofe radiactiva que marcó a Chernóbil, hoy, más de tres décadas después, la zona de exclusión se ha transformado en un inesperado vergel. La vida, en sus formas más resistentes y sorprendentes, ha encontrado su espacio en este territorio aparentemente maldito. Sin embargo, esta recuperación también nos invita a reflexionar sobre la verdadera amenaza para nuestro planeta: la actividad humana.  

En los 90, pocos años después del accidente en la central nuclear de Chernóbil del 26 de abril de 1986, un grupo de científicos liderado por la microbióloga Nelli Zhdanova, de la Academia Nacional de Ciencias de Ucrania, se embarcó en un estudio de campo. … Su objetivo era descubrir si en la zona de exclusión, un lugar que abarca 30 kilómetros a la redonda de las instalaciones, había vida y, en caso de que la hubiera, de qué tipo. Las esperanzas no eran muchas: los efectos de la radiación aún se sentían entre los apodados como ‘liquidadores’, las personas que ayudaron en las tareas de limpieza y que seguían muriendo por cáncer incluso años después de haber participado en aquellos trabajos.

La sorpresa fue mayúscula cuando detectaron que toda una comunidad de hongos de hasta 37 especies diferentes proliferaba alrededor del reactor. Todos tenían algo en común: en su mayoría mostraban un tono oscuro, incluso negro. Y entre ellos, destacaba Cladosporium sphaerospermum, un hongo que dominaba todas las muestras y que después se convirtió en el protagonista de muchos estudios posteriores e incluso de un viaje al espacio.

El secreto de aquellos seres, según señalaba el estudio que publicó el equipo de Zhdanova en la revista ‘Mycological Research‘, no era otro que la melanina, una sustancia presente en la mayoría de organismos (incluidos nosotros mismos) que protege de la radiación ultravioleta a cambio de colorear de un tono más oscuro la piel. No solo eso: según postuló el equipo, estos hongos podrían estar aprovechando la radiación para proliferar e incluso generar de alguna forma energía para sobrevivir en aquel ambiente hostil. No obstante, hoy, cuarenta años después de encontrar aquellos extraños hongos ‘comerradiactividad’, aún se desconoce a ciencia cierta el funcionamiento que habría detrás de este ‘superpoder’. Si es que existe.

Una teoría controvertida

«Tengo mis dudas de que ese mecanismo funcione así», explica a ABC Germán Orizaola, profesor titular de Zoología en la Universidad de Oviedo y experto en los efectos de la radiación en animales. «Varios grupos llevan investigando mucho acerca del tema y, de momento, no se ha identificado el sistema concreto que, se supone, están utilizando». Orizaola se refiere, por ejemplo, al estudio liderado por Ekaterina Dadachova y Arturo Casadevall, del Colegio de Medicina Albert Einstein (Estados Unidos). Ellos descubrieron que la radiación ionizante no daña al hongo como lo haría con otros organismos. Además, según señalaban, crecía al ser ‘bañado’ en ella.

La melanina, un pigmento que da color a la piel, protege el cuerpo contra la radiación ultravioleta

Unos años después, en otro trabajo posterior publicado en 2008 propusieron la teoría de que este hongo y otros similares podrían estar recolectando la radiación para convertirla en energía (radiosíntesis), algo parecido a lo que hace la clorofila de las plantas con la luz. Sin embargo, tampoco pudieron encontrar el mecanismo exacto que supuestamente produciría toda esa energía.

«El debate viene porque si la melanina te protege de la radiación, algo que está demostrado, es lógico pensar que los seres que produzcan más, proliferarán con más facilidad en estos ambientes; pero no quiere decir que estén aprovechándola de ninguna forma», explica Orizaola. Porque a pesar del estudio de Dadachova y Casadevall, otros trabajos similares no encontraron la misma tendencia: la propia Zhdanova y sus colegas publicaron en 2006 otra investigación en la que describían que solo 9 de las 47 especies de hongos melanizados que recolectaron en Chernóbil crecieron hacia una fuente de cesio radiactivo.

Y en 2022, investigadores del Laboratorio Nacional de Sandia, en Nuevo México, no encontraron diferencias en el crecimiento de dos hongos -uno melanizado y otro no- a la radiación ultravioleta y al cesio-137.

Sobrevivir en el espacio

El poder de la melanina fue desafiado más allá de Chernóbil y los laboratorios. Un experimento descrito en un artículo publicado en la revista ‘Frontiers in Microbiology‘ en 2022 llevó a C. sphaerospermum, el famoso hongo que crece en la central nuclear, hasta la Estación Espacial Internacional (ISS, por sus siglas en inglés), donde le dejaron crecer en el exterior del laboratorio orbital, exponiéndolo a todo el impacto de la radiación cósmica.

El objetivo de ese artículo no era demostrar ni investigar la radiosíntesis, sino explorar el potencial del hongo como escudo antirradiación para misiones espaciales. «Si se demostrase, se podrían utilizar estos organismos para recubrir los asentamientos lunares, por ejemplo, y tener una capa de protección barata frente a la radiación», explica Orizaola.

Cultivos hallados en la cuarta unidad de Chernóbil, incluyendo Cladosporium sphaerospermum. La placa superior derecha muestra claramente melanización
Elsevier/Zhdanova et al., 2000

No obstante, de momento los científicos no han podido demostrar la fijación de carbono dependiente de la radiación ionizante, la ganancia metabólica de la radiación ionizante o una vía definida de recolección de energía. «Aún queda por demostrar la radiosíntesis real, y estamos lejos de probar la reducción de compuestos de carbono en formas con mayor contenido energético o la fijación de carbono inorgánico impulsada por radiación ionizante», escribe el equipo que dirigió el estudio.

«Lo más probable es que en los experimentos en los que sí se ha observado una evidencia positiva de posible radiosíntesis haya otros mecanismos involucrados», indica Orizaola, quien además ha viajado varias veces a Chernóbil precisamente para estudiar cómo prolifera la vida en un lugar, a priori, tan hostil como la zona de exclusión.

Ranas morenas en Chernóbil

De hecho, el equipo de Orizaola fue testigo en la zona de exclusión del poder de la melanina en los animales. Caminando por el bosque, encontraron ejemplares de Hyla orientalis, unas ranas muy comunes en la región del Cáucaso, extendida hacia Asia Occidental. No obstante, este anfibio, que normalmente es de un color verde brillante, en Chernóbil presentaba un color oscuro, incluso negro en algunos ejemplares. La sorpresa llegó cuando, al analizar estas ranas ‘morenas’, no encontraron niveles de radiación más altos de lo normal.

Las ranas morenas de Chernóbil no tenían niveles de radiación más altos ni signos de que el ambiente nuclear afectara a su salud

«Sobrevivieron porque eran más oscuras, pero el accidente no provocó ningún cambio genético en ellas», explica Orizaola. Es decir, las más oscuras y, por tanto, con más protección de la melanina, fueron las que resistieron a la catástrofe, que al principio, como le ocurrió a los liquidadores, sí que afectó a la vida; y, a su vez, estas ranas morenas más resistentes, se reprodujeron y dieron lugar a un mayor número de ranas más oscuras. «Pero no fue la radiación la que directamente provocó ese color», incide el investigador.

A la derecha, una rana arbórea común; a la izquierda, una rana de la misma especie hallada en Chernóbil
Germán Orizaola/ Pablo Burraco

A pesar de que desde la guerra de Ucrania el equipo no ha podido viajar de nuevo a la zona de exclusión, con la información y las muestras recabadas en Chernóbil durante trabajos de campo anteriores han podido seguir investigando sobre los efectos de la radiación en aquellas curiosas ranas. En un estudio publicado en la revista ‘Biology letters‘ el equipo de Orizaola señala que no se encontró «ningún efecto de la radiación absorbida en la edad de la rana ni en la longitud de los telómeros (biomarcador del envejecimiento celular y la edad biológica) ni en niveles de corticosterona (hormona del estrés)». Es decir, la radiación no ha tenido impacto en la vida y la salud de estas ranas.

Hongos con ‘superpoderes aparte’, lo que sí está claro es que, a pesar de la catástrofe radiactiva que marcó a Chernóbil, hoy, más de tres décadas después, la zona de exclusión se ha transformado en un inesperado vergel. La vida, en sus formas más resistentes y sorprendentes, ha encontrado su espacio en este territorio aparentemente maldito. Sin embargo, esta recuperación también nos invita a reflexionar sobre la verdadera amenaza para nuestro planeta: la actividad humana.

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