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«No acostumbro a estar de acuerdo con el Wall Street Journal, pero como dice este periódico: Donald, aunque eres un tipo muy listo, lo que estás haciendo es algo muy tonto». La frase ha sido pronunciada por uno de los líderes que, en caso de que Trump tenga hecha una lista con las personalidades que no soporta, de seguro aparece su nombre y apellido en los primeros puestos junto a Volodimir Zelenski.
Hablamos de quien hasta hace un par de días era el primer ministro de Canadá, Justin Trudeau, uno de los mandatarios que más ha sufrido el huracán presidencial estadounidense que está barriendo todo el planeta desde hace apenas ocho semanas. Y es que Canadá, además de recibir mensajes anexionistas de su país vecino, padece de manera ininterrumpida los latigazos trumpistas de los aranceles. De ahí lo de «muy tonto» de Justin Trudeau. Ahora bien, ¿esto es así?; ¿serán estas tarifas un bumerán para EEUU?
Aquellos que trabajan bajo la Administración Trump insisten en que, para éste, los aranceles son «una palanca», una herramienta para conseguir distintos objetivos según la potencia extranjera a la que se dirijan. En el caso de China y México, el fin a conquistar es combatir la entrada de fentanilo en EEUU, así como la inmigración ilegal. Respecto a Canadá, el ángulo es más comercial: Trump realmente cree que Ottawa está abusando de Washington. Y una sensación similar de estafa tiene con la Unión Europea. Pero, más allá de lo que el republicano sienta que es una tomadura de pelo de los engreídos europeos, a Trump lo que le disgusta sobremanera es cómo Bruselas maneja los asuntos tecnológicos, así como sus coqueteos con China.
La jugada de Trump es maestra, a la par que abusiva: consigo cumplir de manera rápida e inmediata (algo que adora la sociedad actual) las promesas hechas en campaña electoral a cambio de nada. Una absoluta panacea… si no fuera porque tal montaña rusa de aranceles (subo al 50%, bajo al 25%, disparo al 200%) desestabiliza hasta al propio emisor y perjudica a la economía estadounidense, como hemos comprobado esta misma semana.
Pero vamos más allá de lo que ha acontecido en estas 55 recientes y agitadas jornadas e intentemos discernir lo que viene después. De entrada, Trump seguirá observando el mundo a través de su lupa de negociante. Para el magnate republicano, cada país, región o continente es una ficha de un gigantesco tablero comercial donde él participa y tiene que ganar cada partida desde que salió de nuevo el 20 de enero de 2025 de la casilla de salida. Lo cuenta uno de los suyos, el teniente general retirado Keith Kellogg, jefe de gabinete del Consejo de Seguridad Nacional de Trump de 2017 a 2021 y actual enviado especial de EEUU para Ucrania y Rusia (muy a pesar del Kremlin): «El presidente Trump aborda la diplomacia y se involucra en ella de una manera muy transaccional, con la economía como base y factor determinante de los asuntos internacionales».
«Trump es transaccional», ratifica por su parte Aaron David Miller, autor y analista que trabajó durante 24 años en el Departamento de Estado de EEUU. «Trump busca victorias rápidas, acuerdos, pero nada relacionado con el increíblemente difícil trabajo de la resolución de conflictos».
El presidente estadounidense no va a parar: dentro y fuera de su país. Internamente, desde las noqueadas filas demócratas se advierte de que se producirá una erosión paulatina en los derechos civiles americanos. Externamente, Groenlandia, Panamá y Canadá seguirán bajo el radar del magnate, a quien no le temblará el pulso si tiene que actuar. Y antes o después se centrará en Asia, donde un país en concreto, Corea del Sur, aguarda encogido que le llegue el turno de los aranceles.
Tal es el temor de Seúl, que su propio presidente interino, Choi Sang-mok, ha acudido al ya mencionado Wall Street Journal para intentar convencer a Trump a través de estas páginas de que no caiga la ira de los aranceles sobre ellos, aliados tradicionales de la primera potencia mundial. «El presidente interino de Corea del Sur, Choi Sang-mok, no ha hablado con el presidente Trump. Pero quiere hacerlo desesperadamente», según revela este diario.
En definitiva, Trump se arroga que el poder es el derecho y que la fuerza da la razón. Antepone los dólares a los valores y el poder duro al poder blando. Parece deleitarse con la célebre cita del escritor y analista Jonathan Alter: «Todos los presidentes son una cita a ciegas». Ahora bien, se trata de su segunda Administración, ¿cómo puede ser que nos siga sorprendiendo, que no sepamos anticiparnos y que nos sea prácticamente imposible discernir lo que es una pura provocación de lo que es una medida seria o proyecto preocupante? Quizá porque él mismo se toma su nuevo paso por el Despacho Oval como su juego final, además de producirle un inmenso placer lo que a los demás aterra: derribar a patadas los quitamiedos tradicionales y asomarse al abismo de un mundo en caos y sin normas.
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