Las tribulaciones de los ciclistas en tiempos de movilidad sostenible

Un ciclista en el carril bici del Paseo de las Delicias, en Madrid, en marzo.

Se acaba de aprobar in extremis en el Congreso la Ley de Movilidad Sostenible (ya veremos que sucede en el Senado). Su contenido es un conjunto de buenas y ambiciosas intenciones, pero parece un suflé que, sin el compromiso político de las distintas administraciones, puede desinflarse y quedar en unas millonarias inversiones de fondos europeos que no redunden en un cambio decisivo en la movilidad, sobre todo en la movilidad urbana.

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 En los últimos años, se ha intentado romper con la jerarquía del automóvil en el tráfico, pero la bicicleta está lejos de ser tratada como una prioridad  

Se acaba de aprobar in extremis en el Congreso la Ley de Movilidad Sostenible (ya veremos que sucede en el Senado). Su contenido es un conjunto de buenas y ambiciosas intenciones, pero parece un suflé que, sin el compromiso político de las distintas administraciones, puede desinflarse y quedar en unas millonarias inversiones de fondos europeos que no redunden en un cambio decisivo en la movilidad, sobre todo en la movilidad urbana.

Es un lugar común describir la jerarquía de la movilidad sostenible situando en la cima a los medios de movilidad activa, o sea, al peatón y a la bicicleta, e ir descendiendo hacia los medios de movilidad pasiva, o sea, aquellos que necesitan de un motor para moverse, priorizando el transporte público sobre el privado y, dentro de este, los no directamente contaminantes (eléctricos), sobre los contaminantes (combustión de hidrocarburos). Es indudable que en estos últimos años, aun sin una ley específica, se ha avanzado en intentar darle la vuelta a la jerarquía que situaba al automóvil como rey absoluto de la movilidad, monopolizando el tráfico y el diseño de las vías.

Hoy en día se ha extendido la peatonalización de muchas calles, pero sigue sin adecuarse el tráfico rodado a un uso generalizado de la bicicleta, lo que redunda no solo en mantener emisiones contaminantes y ruidosas, sino también en seguir con una movilidad insegura para peatones y ciclistas. A este poco aprecio de la actividad ciclista como instrumento básico de la movilidad sostenible, se une la desconsideración hacia la bicicleta como factor económico relevante en la industria, comercio, turismo y creación de empleo en España.

Es cierto que se han creado carriles bici, pero, salvo excepciones, su trazado es incoherente, sin una continuidad que dé sentido a la circulación ciclista y con frecuencia sembrado de obstáculos fijos y móviles. Además, los carriles bici segregados de la calzada o del resto de carriles solucionan sólo una pequeña parte de la movilidad ciclista, porque esta únicamente se consigue favoreciendo la inclusión segura de la bicicleta en el tráfico rodado, y es aquí donde nos topamos con la Dirección General de Tráfico (DGT).

Para la DGT, más allá de buenas palabras, la bicicleta es un problema, no una solución. Su obsesión por obligar al ciclista a llevar casco, por arrinconarlo al extremo derecho de la vía o por dificultar el uso de remolques, es clara muestra de que concibe la bicicleta como un estorbo en el tráfico de los vehículos a motor.

La Mesa Española de la Bicicleta y otras organizaciones muy relevantes como ConBici llevamos tiempo clamando por una nueva Ley de Tráfico que se alinee con el nuevo paradigma de la movilidad y solicitando en este sentido una reforma integral del Reglamento General de Tráfico. En la última década, hemos presentado a la DGT propuestas concretas razonables y razonadas, justificando la necesidad de cambios normativos. A cuenta gotas se han aprobado medidas que benefician, aunque sea indirectamente, a los ciclistas, como la limitación de velocidad máxima en vías de un único carril a 30 km/h.

Es evidente que el ciclista, como el peatón, es un usuario vulnerable de la vía comparado con los automóviles, pero debería ser igualmente evidente que lo que le hace más vulnerable es sobre todo una normativa que sigue pensada para agilizar el tráfico de los vehículos a motor y no para promover y priorizar la movilidad sostenible. No hay que inventar nada, solo mirar a Europa y aprender de los países que han comprendido las ventajas de la protección y prioridad del ciclista en el tráfico urbano, pero también en el medio ambiente, la salud y la economía del país.

Es incomprensible la desidia de la DGT para amoldarse a los nuevos tiempos. Se parece al día de la marmota. La Mesa Española de la Bicicleta y ConBici han asistido a numerosas reuniones con la DGT y su Director siempre sale de la madriguera para anunciar que el invierno durará seis meses más. Intentaremos un encuentro con el Ministro del Interior para saber si hay alguna esperanza de que llegue la primavera.

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