La Viena más vienesa: las mejores pistas viajeras más allá del Ring

Es fácil que en un viaje a Viena se pase la mayor parte del tiempo dentro del Ring, esa serie de avenidas dispuestas en forma de anillo que rodean el centro histórico, o Innere Stadt. Y no es raro que sea así, pues en su interior se encuentran algunos de los principales museos de la ciudad, como el Albertina; calles comerciales con solera, como Graben; o salas de conciertos como el edificio de la Ópera Estatal. Pero para los que tengan ganas de alejarse un poco de esta zona y husmear qué se cuece en otros barrios y sentirse así vieneses por unos días, aquí van unas cuantas ideas.

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 La casa-museo de Freud es el punto de partida de una ruta, alejada de los puntos más turísticos de capital austriaca, que incluye paradas en salas de teatros, cafés, tiendas, salas de cine y museos  

Es fácil que en un viaje a Viena se pase la mayor parte del tiempo dentro del Ring, esa serie de avenidas dispuestas en forma de anillo que rodean el centro histórico, o Innere Stadt. Y no es raro que sea así, pues en su interior se encuentran algunos de los principales museos de la ciudad, como el Albertina; calles comerciales con solera, como Graben; o salas de conciertos como el edificio de la Ópera Estatal. Pero para los que tengan ganas de alejarse un poco de esta zona y husmear qué se cuece en otros barrios y sentirse así vieneses por unos días, aquí van unas cuantas ideas.

En el noroeste de la capital de Austria, muy cerca del canal del río Danubio, se encuentra Servitenviertel (“viertel” literalmente significa “cuarto”, y es la palabra empleada para referirse a un barrio). Allí tenía su casa y su consulta Sigmund Freud. Hoy este lugar imprescindible para los interesados en el psicoanálisis y sus derivas. También es un espacio cultural y biográfico en el que se exponen desde objetos pertenecientes al padre del psicoanálisis hasta obras de arte actuales. Visitarlo nos hará recordar la gran pérdida cultural y humana que sufrió Viena con la llegada del nazismo en los años treinta del siglo XX. Renovada en 2020, con un café y mejoras en su acceso, la casa-museo de Freud traslada al visitante a una Viena repleta de artistas, escritores y filósofos.

A dos pasos está la encantadora Servitengasse, una calle peatonal que le otorga a esta zona lo mejor de su ambiente: su correspondiente iglesia barroca, sus establecimientos tradicionales —cristalerías, relojerías, cafés— y el encanto de la vida vienesa, con gente de todas las edades paseando en bicicleta o leyendo el periódico frente a un melange, el café con leche favorito de los lugareños.

Sala de espera de la consulta del psicoanalista Sigmund Freud en la casa-museo de Freud en Viena (Austria).

Como los vieneses son grandes aficionados a las artes escénicas y la música, en cualquier barrio brotan los teatros. El ejemplo más fascinante es el del Kabinetttheater, una sala escondida en un patio con jardín donde se representan espectáculos con música y, a menudo, de marionetas. Allí mismo vive su fundadora y directora, Julia Reichert, que ofrece su propio salón y su cocina para que todos los que se acerquen se tomen algo allí antes o después de la representación. En Viena la música no hay que buscarla: es ella quien viene a ti. Estás cenando un típico escalope [Wiener Schnitzel] del tamaño de un edredón, o unos espárragos con salsa holandesa —en primavera están presentes en todos los menús— y aparecen unos músicos de la Orquesta Sinfónica de Viena a interpretar polkas, valses y otras piezas. Esto ocurre anualmente en los meses primaverales, en restaurantes tan informales y acogedores como Zum Roten Bären o en el bistró La Mercerie (Berggasse, 25), y es una actividad que coloca automáticamente sonrisas en las caras de todos los viandantes.

Ya en la frontera con el Ring hay un lugar al que a muchos no se les ocurre entrar, pero deberían: el edificio de la Universidad de Viena, construido en 1884 por el arquitecto Heinrich von Ferstel, de estilo neorrenacentista italiano. Al subir por su escalinata lo encontraremos imponente. Quizá sintamos que no pertenecemos a este universo lleno de bustos de catedráticos, pero al entrar en su claustro y ver el bar instalado bajo los soportales y las hamacas del jardín, donde cualquiera puede sentarse a descansar al sol, la cosa cambia: no querremos marcharnos de allí.

El patio de la Universidad de Viena.

Freihausviertel es un barrio situado al sur de la ciudad. Su banda sonora bien podría ser algún aria de La flauta mágica, pues en él se situaba el teatro donde se estrenó esta ópera de Mozart en 1791. Las huellas de aquel estreno se encuentran hoy en la Fuente de Mozart, situada en la Mozartplatz. La escultura que la corona representa a los protagonistas de esta ópera, Tamino y Pamina, y es obra de Carl Wollek. Muy cerca está la Schleifmühlgasse, una calle con galerías de arte y tiendas como Gabarage, que recicla todo lo que tiene a mano para fabricar cualquier objeto: en su local exhiben desde balones de fútbol reconvertidos en bolsos hasta señales de tráfico que son tableros de mesillas de noche.

Interior del café Vollpension, en el barrio de Freihausviertel.

El correspondiente escalope, o cualquier otra especialidad contundente que nos apetezca comer, sería bueno probarlo en el Cafe Anzengruber, una taberna clásica con un ambiente de lo más bohemio y animado. Y para un café y una tarta posteriores es obligatorio acudir a Vollpension, un lugar encantadoramente kitsch donde los postres los hornea un equipo fabuloso de abuelas vienesas que, gracias a este proyecto, se reencuentran con otras generaciones y obtienen ingresos suplementarios. Vollpension es mucho más que un café: es un lugar para descubrir historias. Antes y/o después de probar las recetas de ambos lugares, a lo mejor nos convendría pesarnos en una de las muchas básculas antiguas —y de lo más fotogénicas—repartidas por toda la ciudad. Su presencia data de finales del siglo XIX, cuando eran un invento novísimo, y hoy siguen ahí como parte de una campaña de salud pública.

Un niño pesándose en una báscula antigua de las muchas repartidas por Viena.

En Viena, si el frío amaina y hace un poco de sol, te organizan una fiesta callejera cuando menos te lo esperas. Eso ocurre con frecuencia durante la Schleifmühlgasse Fest, un festival que tiene lugar en la calle homónima, una verdadera calle Mayor llena de encanto. Y, como no podía ser de otra manera en la ciudad, el barrio de Freihausviertel también tiene su museo. Se trata del Museo del Tercer Hombre, dedicado al largometraje de Carol Reed, que ya se ha convertido en un símbolo de la ciudad —al mencionarlo, nos parece escuchar la cítara de su banda sonora— y se sigue proyectando a diario en el cine Burg Kino, en el número 19 de la calle Opernring. En el museo, que cuenta con una colección privada de memorabilia relacionada estrechamente con la película, uno se sumerge de cuerpo entero en el ambiente de la Viena de posguerra gracias al poder evocativo de los objetos.

Seguimos en el sur: muchos de los que visitan esta zona acuden al palacio de Belvedere en busca del lienzo de Gustav Klimt titulado El beso. Si no hemos sido previsores y ya no quedasen entradas, no pasa nada: dar un paseo por los jardines del palacio y por el contiguo Jardín Botánico de la Universidad de Viena es un excelente plan B. Otro igual de bueno es dejarse caer por el hermano más joven del museo: el Belvedere 21, un espacio de producción artística contemporánea instalado en un edificio de los años cincuenta del pasado siglo. El centro de arte incluye un jardín de esculturas y el cine Blickle Kino, el único de la década de 1950 que se conserva en la ciudad en su estado original, tal y como lo diseñó el arquitecto Karl Schwanzer.

Una estatua y fuente barroca en los jardines del palacio Belvedere en Viena.

Quines deseen comprender realmente el funcionamiento cotidiano de un café vienés de barrio han de acudir al Cafe Goldegg, no lejos del Palacio Belvedere. Su propietaria se sienta con sus clientes habituales a charlar, entre huevos pasados por agua y otros alicientes gastronómicos de unos desayunos que quitan el hipo por su abundancia. Si tienta la tranquilidad de la zona, lo ideal es pernoctar allí mismo, y qué mejor que hacerlo en uno de los antiguos talleres y comercios del barrio, hoy reconvertidos en estudios gracias a la cadena Urbanauts. Muchos de ellos están a pie de calle, si bien la calma nocturna vienesa no pondrá en peligro el sueño: la ciudad sigue teniendo ese frágil equilibrio entre animación diurna y respeto por el descanso ajeno.

Interior de la cafetería Café Goldegg en Viena (Austria).

Tampoco hace falta ser tan radical y no pisar el centro, sobre todo cuando allí se siguen inaugurando nuevos museos como la colección de arte Heidi Horten, una sorpresa escondida en un patio, muy cerca del puesto de salchichas Bitzinger ante el que se forma cola a cualquier hora del día por la buena fama de sus especialidades. Otra actividad muy vienesa es comprar té en la tienda centenaria Jäger Tee, o materiales de papelería en Huber & Lerner, donde los adquiría el mismísimo Freud. El Wienmuseum, junto a la fastuosa iglesia de San Carlos Borromeo [Karlskirche], es también lugar favorito de reunión para vieneses y foráneos. Desde la terraza de su cafetería, en el cuarto piso, se ven las mejores vistas de la ciudad, y en las salas de su colección gratuita entenderemos mejor la historia y cultura vienesas, pues no faltan obras de artistas y arquitectos icónicos de la ciudad como Egon Schiele o Adolf Loos.

Vista del edificio del Wienmuseum desde la iglesia de San Carlos Borromeo (Karlskirche).

Y enfrente ha nacido recientemente otro museo: la ALBERTINA, que presenta obras del siglo XXI. Con todos estos ejemplos se constata que Viena siempre logra estar en sintonía tanto con el pasado como con el presente y el futuro.

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