La maldición de las ciudades desposeídas

Un inversor con un proyecto en marcha en Barcelona se lamenta en privado de que cada que vez resulte más complicado llevar adelante iniciativas de cierta envergadura. No se refiere solo a la burocracia, o a la fragmentación política que impide a los ayuntamientos o gobiernos gestionar sus asuntos con pulso firme. Se refiere más bien a cierto malestar difuso que aflora cada vez que se presenta en Barcelona un proyecto susceptible de atraer a más turistas, de gentrificar o de lucrar a un fondo de inversión. En contraposición, el interlocutor añora los primeros 90, cuando la ciudadanía se hacía suyos los grandes proyectos.

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 Un inversor con un proyecto en marcha en Barcelona se lamenta en privado de que cada que vez resulte más complicado llevar adelante iniciativas de cierta envergadura. No se refiere solo a la burocracia, o a la fragmentación política que impide a los ayuntamientos o gobiernos gestionar sus asuntos con pulso firme. Se refiere más bien a cierto malestar difuso que aflora cada vez que se presenta en Barcelona un proyecto susceptible de atraer a más turistas, de gentrificar o de lucrar a un fondo de inversión. En contraposición, el interlocutor añora los primeros 90, cuando la ciudadanía se hacía suyos los grandes proyectos.Seguir leyendo…  

Un inversor con un proyecto en marcha en Barcelona se lamenta en privado de que cada que vez resulte más complicado llevar adelante iniciativas de cierta envergadura. No se refiere solo a la burocracia, o a la fragmentación política que impide a los ayuntamientos o gobiernos gestionar sus asuntos con pulso firme. Se refiere más bien a cierto malestar difuso que aflora cada vez que se presenta en Barcelona un proyecto susceptible de atraer a más turistas, de gentrificar o de lucrar a un fondo de inversión. En contraposición, el interlocutor añora los primeros 90, cuando la ciudadanía se hacía suyos los grandes proyectos.

Al margen de que este relato se ajuste más o menos a la realidad –en la Barcelona preolímpica ya empezó a gestarse la oposición al modelo que impulsaba el Ayuntamiento–, es evidente que aquel orgullo de ciudad ha ido declinando, sin que pueda decirse que ha desaparecido.

Amat describe cómo muchos barceloneses han perdido el sentido de pertenencia

El gradual pero inexorable proceso que ha llevado a muchos barceloneses a sentirse desposeídos de la que consideran su ciudad es el gran tema que surca el nuevo libro de Jordi Amat, Les batalles de Barcelona (Edicions 62). Amat renueva en su ensayo el imaginario literario, artístico y fílmico en el que puede apreciarse la evolución de la ciudad, al tiempo que identifica episodios que considera clave en este desapego que primero fue minoritario y que ahora puede calificarse de relevante.

En su lúcida reflexión, Amat se refiere a cuando se ignoró la petición vecinal para que la flamante Vila Olímpica tuviera un mínimo de un 40% de pisos de alquiler público; o a un Fòrum 2004 diseñado desde una óptica neoliberal que “profanó” la mitología del 92 y contribuyó al desgaste de “la construcción de la ciudad democrática”. Y, en el contexto del despegue turístico, a la paradoja de que “el éxito global de Barcelona desposea la ciudad”. 

El autor se pregunta si las cosas se podrían haber hecho de otra manera para preservar ese orgullo de pertenencia, cuestión que queda razonablemente sin respuesta (en su aproximación honesta a la realidad, Amat es un investigador que construye el relato a partir de las preguntas).

foto XAVIER CERVERA 21/07/2024 vista poco habitual de collserola tibidabo dsd moll de gregal, port olimpic, con el pez d frank gehry y el hotel arts a la izqda
El reencuentro de la ciudad con el mar de la mano de Frank Gehry fue en su día motivo de orgullo 
Xavier Cervera

Si hay una respuesta, hay que ir a buscarla, probablemente, en el mapamundi de las ciudades contemporáneas. Porque hay demasiadas problemáticas globales que afectan a las ciudades y que desbordan la capacidad de los gobiernos locales, regionales y hasta estatales de resolverlas. 

Como la desigualdad rampante, que agranda las bolsas de pobreza –y con ella el número de personas sin techo– ante la impotencia de los municipios. Como la desertización comercial que se deriva del auge de la compra en línea. Como, también, el hecho de que cada año viajen por el mundo 1.400 millones de turistas, con un impacto cada vez más acusado en las ciudades a pesar de las políticas destinadas a prestigiar el turismo.

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Pero el factor que más puede contribuir a convertir la ciudad global en una ciudad globalizada a su pesar es la existencia de inmensas bolsas de riqueza en manos de fondos de fondos de inversión, fondos de pensiones, aseguradoras o fondos soberanos a los que urge poner el dinero a trabajar. El contraste entre su capacidad para salirse con la suya y la de los municipios para ponerles barreras es abismal. Al convertir el ladrillo en un producto financiero, a veces adquiriendo edificios enteros para lograr altas rentabilidades, están condicionando las políticas locales de vivienda. En el Eixample y en todas partes.

Y, sin embargo, por inevitable que parezca esta desposesión global, las ciudades no pueden abandonar la lucha por la justicia social, la búsqueda de un turismo sostenible o las políticas para favorecer una vivienda asequible (en el diario de ayer se informaba de cómo las medidas restrictivas impulsadas en Catalunya han moderado ya el aterrizaje de inversores). 

Como tampoco es viable un futuro en el que la ciudadanía, en su conjunto, renuncie al orgullo de pertenencia, porque sin él no hay proyecto de ciudad que valga. Los individuos son libres de suicidarse o de abandonarse a su suerte. Las ciudades, no.

 Cultura

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