La historia del colorante textil que acabó siendo, casi por casualidad, el primer antibiótico humano

En la primera mitad del siglo XX la medicina se encontraba en una encrucijada. Las enfermedades infecciosas eran flagelos temidos, capaces de segar vidas jóvenes y robustas en cuestión de días. Los antibióticos tal como los conocemos hoy eran aún un sueño lejano y los tratamientos disponibles no solo eran ineficaces sino peligrosos . La necesidad de un arma eficaz para luchar contra las bacterias era acuciante.En este contexto de búsqueda desesperada, encontramos a Gerhard Domagk (1895-1964) trabajando en los laboratorios de la empresa farmacéutica IG Farben en Alemania. Domagk no era un médico de primera línea, sino un investigador dedicado a comprender los mecanismos de las enfermedades infecciosas y a buscar compuestos químicos capaces de combatirlas. Su enfoque era sistemático y riguroso, probando una vasta gama de tintes y compuestos en animales de laboratorio infectados con bacterias virulentas.Intuición, serendipia y trabajo meticulosoLa serendipia, como un duende travieso del destino científico, comenzó a asomar la cabeza en este escenario de experimentación meticulosa. Domagk y su equipo estaban investigando la actividad antibacteriana de diversos colorantes azoicos, compuestos químicos que contenían el grupo funcional azo (-N=N-). Estos colorantes eran conocidos por su capacidad de unirse a las fibras textiles, y la hipótesis era que quizás podrían interactuar de manera similar con las células bacterianas, inhibiendo su crecimiento.Uno de estos colorantes, sintetizado por los químicos Josef Klarer y Fritz Mietzsch, era un compuesto naranja-rojizo llamado Prontosil. En las pruebas in vitro no mostró una actividad antibacteriana significativa. Este resultado podría haber llevado a descartar el compuesto como muchos otros que habían sido probados sin éxito. Sin embargo, Domagk, con la intuición aguda que a menudo acompaña a los grandes científicos, decidió dar un paso más: probar el Prontosil en animales vivos infectados.Aquí es donde la serendipia realmente entró en juego, aunque de una manera indirecta y ligada a la observación cuidadosa. Domagk inyectó ratones con estreptococos, bacterias responsables de infecciones graves como la septicemia. Estos ratones, sin tratamiento, invariablemente sucumbían a la infección en pocos días. Luego, administró a otro grupo de ratones infectados el Prontosil. Para su asombro, algunos de estos ratones sobrevivieron.Este resultado fue inesperado y desconcertante, dada la falta de actividad in vitro del Prontosil. Domagk repitió los experimentos una y otra vez, confirmando que el Prontosil tenía un efecto protector significativo en los animales infectados. Algo estaba sucediendo dentro del organismo vivo que no se replicaba en el tubo de ensayo.Se abre la ventana a una nueva eraLa clave para desvelar este misterio residía en el metabolismo del Prontosil dentro del cuerpo. Los investigadores descubrieron que el Prontosil era metabolizado por enzimas en el organismo del animal, liberando una molécula más pequeña e incolora llamada sulfanilamida. Esta sulfanilamida era la verdadera responsable de la potente actividad antibacteriana observada in vivo.Este hallazgo fue crucial. La sulfanilamida era una molécula más simple que el Prontosil y, lo que es más importante, resultó ser activa tanto in vivo como in vitro. El Prontosil había actuado como un profármaco, una sustancia inactiva que se transforma en un fármaco activo dentro del organismo.El descubrimiento de la sulfanilamida en 1932 marcó un punto de inflexión en la historia de la medicina. Por primera vez, se disponía de un fármaco capaz de combatir eficazmente infecciones bacterianas sistémicas. Las sulfamidas demostraron ser efectivas contra una amplia gama de patógenos, incluyendo estreptococos, estafilococos y neumococos.Un ejemplo personal y dramático de la eficacia de las sulfamidas ocurrió en la propia familia de Domagk. Su hija Hildegard contrajo una grave infección estreptocócica en uno de sus brazos que los médicos consideraban incurable. Desesperado, Domagk le administró una dosis de Prontosil, y para alivio y asombro de todos, Hildegard se recuperó por completo. Esta experiencia personal reforzó aún más la convicción de Domagk en el potencial de su descubrimiento.El impacto de las sulfamidas en la medicina fue inmenso. Abrieron la puerta a la era de la quimioterapia antibacteriana, allanando el camino para el desarrollo de otros fármacos como la penicilina. Por primera vez, los médicos tenían en sus manos herramientas eficaces para combatir las infecciones, transformando el panorama de la salud pública y aumentando significativamente la esperanza de vida.MÁS INFORMACIÓN noticia No Resuelto un misterio espacial que puede cambiar nuestras ideas sobre el origen de la vida noticia No Isaacman, propuesto por Trump para jefe de la NASA, asegura que EE.UU. volverá a la Luna antes que ChinaA pesar de la trascendencia de su descubrimiento, Gerhard Domagk no fue reconocido inmediatamente con el Premio Nobel. En 1939 se le concedió el galardón en Fisiología y Medicina «por el descubrimiento de los efectos antibacterianos del Prontosil». Sin embargo, el régimen nazi le impidió viajar a Estocolmo para recibir el premio. Domagk tuvo que posponerlo hasta que las esvásticas dejaron de mecerse en los mástiles de media Europa. Y es que tanto la era infecciosa como el III Reich habían tocado a su fin. En la primera mitad del siglo XX la medicina se encontraba en una encrucijada. Las enfermedades infecciosas eran flagelos temidos, capaces de segar vidas jóvenes y robustas en cuestión de días. Los antibióticos tal como los conocemos hoy eran aún un sueño lejano y los tratamientos disponibles no solo eran ineficaces sino peligrosos . La necesidad de un arma eficaz para luchar contra las bacterias era acuciante.En este contexto de búsqueda desesperada, encontramos a Gerhard Domagk (1895-1964) trabajando en los laboratorios de la empresa farmacéutica IG Farben en Alemania. Domagk no era un médico de primera línea, sino un investigador dedicado a comprender los mecanismos de las enfermedades infecciosas y a buscar compuestos químicos capaces de combatirlas. Su enfoque era sistemático y riguroso, probando una vasta gama de tintes y compuestos en animales de laboratorio infectados con bacterias virulentas.Intuición, serendipia y trabajo meticulosoLa serendipia, como un duende travieso del destino científico, comenzó a asomar la cabeza en este escenario de experimentación meticulosa. Domagk y su equipo estaban investigando la actividad antibacteriana de diversos colorantes azoicos, compuestos químicos que contenían el grupo funcional azo (-N=N-). Estos colorantes eran conocidos por su capacidad de unirse a las fibras textiles, y la hipótesis era que quizás podrían interactuar de manera similar con las células bacterianas, inhibiendo su crecimiento.Uno de estos colorantes, sintetizado por los químicos Josef Klarer y Fritz Mietzsch, era un compuesto naranja-rojizo llamado Prontosil. En las pruebas in vitro no mostró una actividad antibacteriana significativa. Este resultado podría haber llevado a descartar el compuesto como muchos otros que habían sido probados sin éxito. Sin embargo, Domagk, con la intuición aguda que a menudo acompaña a los grandes científicos, decidió dar un paso más: probar el Prontosil en animales vivos infectados.Aquí es donde la serendipia realmente entró en juego, aunque de una manera indirecta y ligada a la observación cuidadosa. Domagk inyectó ratones con estreptococos, bacterias responsables de infecciones graves como la septicemia. Estos ratones, sin tratamiento, invariablemente sucumbían a la infección en pocos días. Luego, administró a otro grupo de ratones infectados el Prontosil. Para su asombro, algunos de estos ratones sobrevivieron.Este resultado fue inesperado y desconcertante, dada la falta de actividad in vitro del Prontosil. Domagk repitió los experimentos una y otra vez, confirmando que el Prontosil tenía un efecto protector significativo en los animales infectados. Algo estaba sucediendo dentro del organismo vivo que no se replicaba en el tubo de ensayo.Se abre la ventana a una nueva eraLa clave para desvelar este misterio residía en el metabolismo del Prontosil dentro del cuerpo. Los investigadores descubrieron que el Prontosil era metabolizado por enzimas en el organismo del animal, liberando una molécula más pequeña e incolora llamada sulfanilamida. Esta sulfanilamida era la verdadera responsable de la potente actividad antibacteriana observada in vivo.Este hallazgo fue crucial. La sulfanilamida era una molécula más simple que el Prontosil y, lo que es más importante, resultó ser activa tanto in vivo como in vitro. El Prontosil había actuado como un profármaco, una sustancia inactiva que se transforma en un fármaco activo dentro del organismo.El descubrimiento de la sulfanilamida en 1932 marcó un punto de inflexión en la historia de la medicina. Por primera vez, se disponía de un fármaco capaz de combatir eficazmente infecciones bacterianas sistémicas. Las sulfamidas demostraron ser efectivas contra una amplia gama de patógenos, incluyendo estreptococos, estafilococos y neumococos.Un ejemplo personal y dramático de la eficacia de las sulfamidas ocurrió en la propia familia de Domagk. Su hija Hildegard contrajo una grave infección estreptocócica en uno de sus brazos que los médicos consideraban incurable. Desesperado, Domagk le administró una dosis de Prontosil, y para alivio y asombro de todos, Hildegard se recuperó por completo. Esta experiencia personal reforzó aún más la convicción de Domagk en el potencial de su descubrimiento.El impacto de las sulfamidas en la medicina fue inmenso. Abrieron la puerta a la era de la quimioterapia antibacteriana, allanando el camino para el desarrollo de otros fármacos como la penicilina. Por primera vez, los médicos tenían en sus manos herramientas eficaces para combatir las infecciones, transformando el panorama de la salud pública y aumentando significativamente la esperanza de vida.MÁS INFORMACIÓN noticia No Resuelto un misterio espacial que puede cambiar nuestras ideas sobre el origen de la vida noticia No Isaacman, propuesto por Trump para jefe de la NASA, asegura que EE.UU. volverá a la Luna antes que ChinaA pesar de la trascendencia de su descubrimiento, Gerhard Domagk no fue reconocido inmediatamente con el Premio Nobel. En 1939 se le concedió el galardón en Fisiología y Medicina «por el descubrimiento de los efectos antibacterianos del Prontosil». Sin embargo, el régimen nazi le impidió viajar a Estocolmo para recibir el premio. Domagk tuvo que posponerlo hasta que las esvásticas dejaron de mecerse en los mástiles de media Europa. Y es que tanto la era infecciosa como el III Reich habían tocado a su fin.  

En la primera mitad del siglo XX la medicina se encontraba en una encrucijada. Las enfermedades infecciosas eran flagelos temidos, capaces de segar vidas jóvenes y robustas en cuestión de días. Los antibióticos tal como los conocemos hoy eran aún un sueño lejano y los … tratamientos disponibles no solo eran ineficaces sino peligrosos. La necesidad de un arma eficaz para luchar contra las bacterias era acuciante.

En este contexto de búsqueda desesperada, encontramos a Gerhard Domagk (1895-1964) trabajando en los laboratorios de la empresa farmacéutica IG Farben en Alemania. Domagk no era un médico de primera línea, sino un investigador dedicado a comprender los mecanismos de las enfermedades infecciosas y a buscar compuestos químicos capaces de combatirlas. Su enfoque era sistemático y riguroso, probando una vasta gama de tintes y compuestos en animales de laboratorio infectados con bacterias virulentas.

Intuición, serendipia y trabajo meticuloso

La serendipia, como un duende travieso del destino científico, comenzó a asomar la cabeza en este escenario de experimentación meticulosa. Domagk y su equipo estaban investigando la actividad antibacteriana de diversos colorantes azoicos, compuestos químicos que contenían el grupo funcional azo (-N=N-). Estos colorantes eran conocidos por su capacidad de unirse a las fibras textiles, y la hipótesis era que quizás podrían interactuar de manera similar con las células bacterianas, inhibiendo su crecimiento.

Uno de estos colorantes, sintetizado por los químicos Josef Klarer y Fritz Mietzsch, era un compuesto naranja-rojizo llamado Prontosil. En las pruebas in vitro no mostró una actividad antibacteriana significativa. Este resultado podría haber llevado a descartar el compuesto como muchos otros que habían sido probados sin éxito. Sin embargo, Domagk, con la intuición aguda que a menudo acompaña a los grandes científicos, decidió dar un paso más: probar el Prontosil en animales vivos infectados.

Aquí es donde la serendipia realmente entró en juego, aunque de una manera indirecta y ligada a la observación cuidadosa. Domagk inyectó ratones con estreptococos, bacterias responsables de infecciones graves como la septicemia. Estos ratones, sin tratamiento, invariablemente sucumbían a la infección en pocos días. Luego, administró a otro grupo de ratones infectados el Prontosil. Para su asombro, algunos de estos ratones sobrevivieron.

Este resultado fue inesperado y desconcertante, dada la falta de actividad in vitro del Prontosil. Domagk repitió los experimentos una y otra vez, confirmando que el Prontosil tenía un efecto protector significativo en los animales infectados. Algo estaba sucediendo dentro del organismo vivo que no se replicaba en el tubo de ensayo.

Se abre la ventana a una nueva era

La clave para desvelar este misterio residía en el metabolismo del Prontosil dentro del cuerpo. Los investigadores descubrieron que el Prontosil era metabolizado por enzimas en el organismo del animal, liberando una molécula más pequeña e incolora llamada sulfanilamida. Esta sulfanilamida era la verdadera responsable de la potente actividad antibacteriana observada in vivo.

Este hallazgo fue crucial. La sulfanilamida era una molécula más simple que el Prontosil y, lo que es más importante, resultó ser activa tanto in vivo como in vitro. El Prontosil había actuado como un profármaco, una sustancia inactiva que se transforma en un fármaco activo dentro del organismo.

El descubrimiento de la sulfanilamida en 1932 marcó un punto de inflexión en la historia de la medicina. Por primera vez, se disponía de un fármaco capaz de combatir eficazmente infecciones bacterianas sistémicas. Las sulfamidas demostraron ser efectivas contra una amplia gama de patógenos, incluyendo estreptococos, estafilococos y neumococos.

Un ejemplo personal y dramático de la eficacia de las sulfamidas ocurrió en la propia familia de Domagk. Su hija Hildegard contrajo una grave infección estreptocócica en uno de sus brazos que los médicos consideraban incurable. Desesperado, Domagk le administró una dosis de Prontosil, y para alivio y asombro de todos, Hildegard se recuperó por completo. Esta experiencia personal reforzó aún más la convicción de Domagk en el potencial de su descubrimiento.

El impacto de las sulfamidas en la medicina fue inmenso. Abrieron la puerta a la era de la quimioterapia antibacteriana, allanando el camino para el desarrollo de otros fármacos como la penicilina. Por primera vez, los médicos tenían en sus manos herramientas eficaces para combatir las infecciones, transformando el panorama de la salud pública y aumentando significativamente la esperanza de vida.

A pesar de la trascendencia de su descubrimiento, Gerhard Domagk no fue reconocido inmediatamente con el Premio Nobel. En 1939 se le concedió el galardón en Fisiología y Medicina «por el descubrimiento de los efectos antibacterianos del Prontosil». Sin embargo, el régimen nazi le impidió viajar a Estocolmo para recibir el premio. Domagk tuvo que posponerlo hasta que las esvásticas dejaron de mecerse en los mástiles de media Europa. Y es que tanto la era infecciosa como el III Reich habían tocado a su fin.

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