La historia avanza así, jamás en línea recta. Aunque, como dijo Martin Luther King, “el arco moral del universo es largo, pero tiende hacia la justicia”, el progreso siempre se mueve a trompicones, dos pasos hacia delante y uno atrás. Sucede también con los derechos de las mujeres y con la igualdad.
España y Francia justifican la inclusión del aborto en sus Constituciones como antídoto para evitar que la ola “reaccionaria” anule derechos
La historia avanza así, jamás en línea recta. Aunque, como dijo Martin Luther King, “el arco moral del universo es largo, pero tiende hacia la justicia”, el progreso siempre se mueve a trompicones, dos pasos hacia delante y uno atrás. Sucede también con los derechos de las mujeres y con la igualdad.
Desde hace una década, o más, en países occidentales y en el llamado sur global se multiplican los casos de recortes de derechos después de un periodo largo de avances. El retroceso, según denuncian líderes políticos progresistas y liberales, va ligado al ascenso global de un nuevo autoritarismo y del nacionalismo.
El presidente francés Emmanuel Macron, que en 2024 logró incluir en Constitución el derecho al aborto, como ahora promueve en España el Gobierno Pedro Sánchez, dijo unos años antes: “Un mal viento vuelve a soplar en muchas de nuestras sociedades. Hay fuerzas reaccionarias, patriarcales, que intentan retomar el poder bajo una forma que podríamos llamar una internacional del conservadurismo, y que quieren cuestionar absolutamente décadas de conquistas”.
Macron añadió, citando a la filósofa Simone de Beauvoir: “No olviden nunca que bastará con una crisis política, económica o religiosa para que se cuestionen los derechos de las mujeres”.
El diagnóstico del centrista Macron y el aviso de Simone de Beauvoir son el argumento que el propio presidente francés o el socialista Sánchez han usado para “blindar” constitucionalmente la interrupción voluntaria del embarazo. En cualquier momento, dicen, puede llegar al poder un partido que anule los derechos que se daban por supuestos, como el del aborto.
Podría argumentarse que la amenaza no es tan grave, como lo habría demostrado, en el caso francés, la abrumadora mayoría a favor del cambio constitucional, con votos a favor de la derecha e incluso Marine Le Pen. Si hasta la líder de la extrema derecha votaba a favor, quizá podría deducirse que estas leyes gozan en realidad de un consenso amplio y sólido. Podría creerse, también, que estas medidas responden a cálculos de política interna, como se ha reprochado a Pedro Sánchez en España.
Pero hay realidad incontestable, según mujeres con experiencia en Gobiernos y organizaciones internacionales, representantes de la sociedad civil, y expertas consultadas para este artículo. Y es que, desde hace unos años se está adoptando leyes y medidas que recortan la igualdad y la diversidad, y esto sucede bajo regímenes políticos y culturales alejadas.
“El patrón es similar. Se trata de cuestionar las ideas liberales sobre los derechos de las mujeres y promover una visión más tradicionalista de la sociedad respecto al género”, resume, desde Estados Unidos. Saskia Brechenmacher, investigadora en el laboratorio de ideas Carnegie Endowement for International Peace. Brechenmacher es la autora de The New Global Struggle Over Gender, Rights, and Family Values (La nueva batalla global por el género, los derechos y los valores familiares), un informe que detalla los cambios legislativos e identifica a grupos transnacionales de activistas que los impulsan. Cita, entre otros, International Organization for the Family, Family Watch International, the Alliance Defending Freedom, C-FAM y CitizenGO, este último con sede en España.
“En la mayoría de países, el movimiento de extrema derecha va acompañado de políticas, entre comillas, de promoción de la familia, con un modelo de familia que no tiene nada que ver con las familias diversas e igualitaria”, explica Cristina Gallach, exsecretaria general adjunta de la ONU y exsecretaria de Estado de Asuntos Exteriores en España. “También está vinculado con un retorno a los valores tradicionales más religiosos, y con cortar el acceso de la mujer al mercado laboral. Dicen: El lugar de la mujer es la casa con los hijos. Sobre todo, va en contra de los derechos sexuales reproductivos”.
“Mientras crecían los movimientos autocráticos en años recientes, también ha retrocedido la libertad de las mujeres”, se lee en otro informe, Beijing+30: A Roadmap for Women’s Rights for the Next Thirty Years (Beijing+30: una hoja de ruta para los derechos humanos de los próximos 30 años), de la Universidad de Columbia, sobre el 30 aniversario de la Conferencia de Pekín. “En 2024″, añade, “casi una cuarta parte de países registraron un retroceso en los derechos de las mujeres y la igualdad de género”.
“Hay un empuje contra la diversidad, en general”, observa la abogada Miriam González Durántez, fundadora de la iniciativa internacional Inspiring Girls (Inspirando a las chicas). “Y esto viene claramente impulsado desde el sector trumpista en Estados Unidos, capitaneado por [el asesor del presidente Donald Trump] Stephen Miller, que ha hablado de abolir toda la política de diversidad, a la que tacha de comunista”.
El punto de partida de la iniciativa francesa para meter el derecho al aborto en la Constitución fue la derogación en 2022, por parte del Tribunal Supremo de Estados Unidos, de la sentencia de 1973 Roe contra Wade, que protegía el derecho al aborto a en todos los estados de la Unión. En Francia también se mencionaron entonces, para justificar la reforma, las restricciones en países europeos como Hungría y Polonia.
Pero el fenómeno va más allá de Europa y Estados Unidos, como documenta el informe de Brechenmacher. La experta alude a Argentina y la iniciativa del presidente Javier Milei para eliminar el feminicidio del código penal, o la supresión en este mismo país del Ministerio de la Mujer, medida que replica las de países como Turquía. También menciona Rusia, que hace dos años catalogó, mediante una decisión del Tribunal Supremo, como “organización extremista” al “movimiento internacional LGTB”. Otro ejemplo es Uganda y la ley del mismo año que condena “la promoción de la homosexualidad” con hasta 20 años de cárcel y la “homosexualidad agravada” con la pena de muerte. La lista es larga e incluye a Gambia, China, Nicaragua, India… Por no hablar de los talibanes, “el caso más claro”, constata Gallach, “de violación constante de los derechos humanios que sufren las mujeres”. O de la presión del islamismo, en los países de mayoría musulmana o en algunos de Europa occidental.
Parece difícil comparar cambios legislativos en democracias occidentales con leyes punitivas en dictaduras o países donde la igualdad nunca avanzó tanto, pero, según Brechenmacher, existe un hilo común. “A menudo”, dice, “está conectado con el nacionalismo y la religión. Todos usan un lenguaje parecido”.
Otro punto de coincidencia son los foros internacionales en los que se forman coaliciones internacionales para modificar el lenguaje oficial. “En los documentos de Naciones Unidas ahora aparece menos el género, por ejemplo. El feminismo, fuera también”, explica Cristina Gallach. “En un momento de regresión de los derechos, el control del lenguaje es importantísimo, es una de las manifestaciones de estas políticas represoras”.
Aunque el proceso empieza hace 10 o 15 años, el regreso de Donald Trump a la Casa Blanca, el pasado enero, es un símbolo de la fortaleza de este movimiento. Una de sus primeras decisiones, como recuerda Brechenmacher, consiste en firmar un decreto que ordena los organismos del Gobierno de EE UU a retirar cualquier declaración, regulación o mensaje que “promueva o inculque la ideología de género”.
Hoy partidos nacionalpopulistas, afines a Trump, encabezan las encuestas en los principales países de Europa occidental: Francia, Alemania y Reino Unido. En Italia, gobierna una primera ministra heredera del posfacismo, Giorgia Meloni. La paradoja es que en muchos casos estos movimientos a los que se atribuye estar al frente de la cotrarrevolución antifeminista los lideran políticas como Le Pen en Francia o Alice Weidel en Alemania, mujeres que se ha impuesto en partidos muy masculinos.
“Tener a mujeres al frente en modo alguno garantiza que hagan políticas feministas”, apunta Gallach, “del mismo modo que hay hombres que impulsan programas igualitarios”. “No son líderes distintos a como los sería un señor en este puesto”, comenta una veterana responsable europea e internacional. “No es el modelo de Angela Merkel. No es el modelo de Theresa May. No es el modelo de Kamala Harris. No es el modelo donde puedes mostrar más empatía, incluso vulnerabilidad. Es un modelo agresivo”.
Entre las causas de la “contrarrevolución”, algunas expertas citan el “pánico demográfico” y la teoría, alentada por la extrema derecha, del “gran reemplazo”, según la cual existe una conspiración para que los inmigrantes del sur sustituyan a la declinante población europea blanca. “Usan el mito del gran remplazo para sugerir que las mujeres tengan más hijos. Y para que las mujeres tenga más hijos hay que reducir el derecho al aborto, y tampoco hay que insistir demasiado en que las mujeres trabajen”, reflexiona la citada exresponsable europea, que prefiere mantener el anonimato. “Una parte del movimiento [trumpista] MAGA está ahí, Vox en España está ahí, en Francia también hay esta música de fondo y en círculos de extrema derecha y ultrarreligiosos. Se junta el hambre con las ganas de comer. El hambre es el gran remplazo y de la necesidad de mejorar la natalidad. Y las ganas de comer: devolver a las mujeres a su papel tradicional”.
Alice Schwarzer, histórica del feminismo alemán, recuerda que “los populistas de derechas tienen una imagen de la familia conservadora y están en contra del derecho al aborto”, aunque, refiriéndose al menos a su país, precisa: “Esto es sabido, pero ahora no tiene ningún papel. No están en el poder”. Para Schwarzer es preocupante “la imagen anticuada de la mujer” que se difunde en algunos ámbitos en las redes sociales y por parte de influencers. Esto, en su opinión, “destruye el feminismo”.
Schwarzer, crítica con lo que llama “este absurdo debate sobre lo trans”, considera que “el feminismo queer y woke induce al error”. “Con sus absurdas normas lingüísticas”, afirma, “distrae la atención de la realidad de las mujeres: la violencia en las relaciones, la doble carga familiar y laboral, etcétera”
González Durántez, que al frente de Inspiring Girls y en su trayectoria profesional en Europa, Reino Unido y EE UU ha observado en primera línea los cambios en el sector privado, explica que ahora “hay empresas que no se atreven a apoyar nada que se pueda catalogar como apoyo a la diversidad”. Añade que este movimiento tiene que ver, también, con las batallas en torno al llamado wokismo, palabra que, a veces despectivamente, se usa para describir la ideología de la izquierda basada en las identidades de género o raciales.
En su informe, Brechenmacher señala que los partidarios de la “justicia de género” afrontan un “desafío estratégico”: responder a los problemas que han llevado a muchos hombres, y a los hombres jóvenes en particular, a apoyar “movimientos reaccionarios y misóginos.”
“Decir que todos los hombres, solamente por ser hombres, están en una situación privilegiada es injusto”, afirma González Durántez. “Entiendo que un joven de clase trabajadora en el Medio Oeste de Estados Unidos, ¡o en mi pueblo en Castilla y León!, de raza blanca, que tiene un empleo precario y está siendo víctima de la desindustrialización no entienda que los wokes lo categoricen como privilegiado, porque en su día a día no lo es. Esto provoca una reacción negativa que, en algunos casos, se va a los extremos. Al final, hay tener empatía, intentar entender de dónde viene la gente y por qué piensan como piensan, y no simplemente decir que no tienen razón”.
Los avances —el “arco moral del universo”, del que hablaba Martin Luther King— son innegables, en todo caso, “y será difícil dar marcha atrás”, según Saskia Brechenmacher. “Las mujeres, por todo el mundo, están trabajan en una proporción mucho más alta que en el pasado, están yendo más a la universidad, y no creo que esto vaya a revertirse”, sostiene. Pero subraya que, hasta hace unos años, “algunas cuestiones relacionadas con la igualdad de género casi se habían despolitizado”. Parecían indiscutibles. Ya no. “Ahora se politiza y muchos actores no comparten estos presupuestos”.
Sobre la utilidad de medidas como introducir en la Constitución el derecho al aborto, Brechenmacher reflexiona: “Cuanto más institucionalizadas ciertos derechos, más difícil es revertirlos. Pero es una estrategia a corto plazo. No creo que baste. Necesitas una amplia coalición en la sociedad que apoye estos derechos.”
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