Nacido en Barcelona en 1973, Jordi García Brustenga tiene inquietudes que van más allá de las que pueden esperarse de un secretario de Estado de Industria. Amante del arte en general, ha dirigido cortometrajes y es aficionado a pintar acuarelas. Dos habilidades que demuestran que hay vida más allá del cargo, si sus nuevas exigencias se lo permiten.
El secretario de Estado de Industria es licenciado en Económicas y Empresariales y trabajó con el ministro Jordi Hereu en el ayuntamiento de Barcelona
Nacido en Barcelona en 1973, Jordi García Brustenga tiene inquietudes que van más allá de las que pueden esperarse de un secretario de Estado de Industria. Amante del arte en general, ha dirigido cortometrajes y es aficionado a pintar acuarelas. Dos habilidades que demuestran que hay vida más allá del cargo, si sus nuevas exigencias se lo permiten.
Su nombramiento ha sido el último gran relevo en la segunda línea del Gobierno. Llega tras la decisión de Pedro Sánchez de designar a la anterior secretaria de Estado, Rebeca Torró, secretaria de organización del PSOE, en sustitución de Santos Cerdán.
Corre el escalafón y el ministro de Industria, Jordi Hereu, ha recurrido a una persona de confianza para cubrir el hueco. No ha tenido que buscar muy lejos porque Brustenga está en la casa y ocupaba hasta ahora el cargo de director general de Estrategia Industrial y de la Pequeña y Mediana Empresa del propio ministerio. Tampoco ha arriesgado colocando a un desconocido: el nuevo secretario de Estado trabajó en el gabinete del actual ministro en su etapa como alcalde de Barcelona.

Gusi Bejer
El propio Brustenga se siente muy identificado con las políticas municipales, más a pie de calle. “Creo en la política local y el poder de hacer cosas públicas y privadas en una escala más pequeña”, asegura.
Es un principio que, pese a la altura del cargo, encaja bien con la industria, asentada sobre el terreno y necesitada de soluciones concretas. El cargo es en sí mismo una declaración de intenciones porque al responsable del departamento de Industria se le había reservado tradicionalmente un rango de director general y no de secretario de Estado.
A Brustenga le gusta pintar, el teatro, el cine y hacer deporte, sobre todo baloncesto, a lo que siempre ha jugado. Es de ejercicio diario, con escapadas los fines de semana a la sierra madrileña o la de Collserola en Barcelona.
Licenciado en Económicas y Empresariales por la Universidad Pompeu Fabra, su estilo de gestión pasa por intentar extraer lo mejor cada uno. “Me considero empático, generador de equipos y creo que todos tenemos un valor más o menos escondido que se puede descubrir y desarrollar”, afirma.
Su formación también ha incluido un máster ejecutivo en Dirección Pública (EMPA) por Esade y un máster oficial en Dirección Estratégica y Comunicación Empresarial por la Universidad de Vic. Eso y una amplia carrera profesional que le ha llevado también por el ayuntamiento de Viladecans y por algunas empresas privadas. Ha sido consultor, científico en la Universidad de Barcelona y autor de artículos sobre industria. Fue además ejecutivo de la empresa nacional de innovación Enisa.
Dentro del Ministerio de Industria, ha participado en la elaboración de la Ley de Industria y Autonomía Estratégica, que se encuentra en tramitación parlamentaria. El proyecto fue impulsado en su momento por la ministra Reyes Maroto y no acaba de ver la luz, pese a ganar trascendencia con la covid, la invasión de Ucrania y el interés de la UE por la autonomía estratégica.
El plan de resiliencia, la visibilidad de las pymes y una estrategia para el sector figuran entre sus planes
La aprobación de esta ley es uno de los objetivos que se pone Brustenga. Otros son cerrar con éxito el plan de recuperación y resiliencia, promover la industria, acelerar la visibilidad de las pymes y desarrollar una estrategia para el sector.
En línea con la economista Mariana Mazzucato, ve oportunidades en los retos sociales y del planeta. El aumento del gasto en defensa, la necesidad de construir viviendas rápidas y sostenibles o la transición ecológica también pueden concebirse como una forma de avanzar en la innovación y la competitividad de las empresas industriales. Una forma de hacer de la necesidad virtud.
Es posible que estos retos le impidan por ahora planificar nuevos cortometrajes. Uno de ellos se titula La mirada de las 1.000 yardas y gira en torno a la memoria histórica. En él, una joven llega al pueblo de montaña en el que murió su bisabuelo, un combatiente republicano que participó en la liberación de París de los nazis y que murió en 1946, cuando intentaba liberar también España de Franco.
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