El avión comienza su aproximación al aeropuerto de la isla de Isigaki, y ya desde el aire se observa el contraste del verde de la selva en tierra y los azules del mar de la China y el mar de Filipinas, entre los que se encuentra esta isla del archipiélago de Yaeyama, la región más remota de la prefectura de Okinawa. El taxi que lleva al hotel está lleno de piezas de origami a modo de decoración, realizadas por su dueño, que ha creado un zoo en su lugar de trabajo. Con estas primeras imágenes ya sabemos que hemos llegado a Japón.
Pertenecientes al archipiélago de Yaeyama, la región más remota de la prefectura de Okinawa, estas tres islas concentran playas de arena blanca, manglares y algunos de los cielos nocturnos más oscuros y llenos de estrellas del país
El avión comienza su aproximación al aeropuerto de la isla de Isigaki, y ya desde el aire se observa el contraste del verde de la selva en tierra y los azules del mar de la China y el mar de Filipinas, entre los que se encuentra esta isla del archipiélago de Yaeyama, la región más remota de la prefectura de Okinawa. El taxi que lleva al hotel está lleno de piezas de origami a modo de decoración, realizadas por su dueño, que ha creado un zoo en su lugar de trabajo. Con estas primeras imágenes ya sabemos que hemos llegado a Japón.
Da igual las estrellas que tenga el alojamiento, en este país asiático siempre hay un pijama y un cepillo de dientes esperando en la habitación. El elegido, el Beach Hotel Sunshine, da a una playa desde donde se divisa la cercana isla de Taketomi. El arenal es un gran cementerio de blancos corales de todos los tamaños y formas, que es el proceso natural del arrecife de coral de Okinawa, que cuenta con más de 70 especies diferentes de corales, entre ellos el coral azul que se encuentra en pocos lugares de la Tierra y que atrae a estos mares a buceadores de todo el mundo.

Ishigaki es la isla con mayor población de Yaeyama, y es la única en la que se encuentra algo parecido a una ciudad. En el centro mismo, entre las calles de Yui rodo y Shiyakusho Dori, hay cinco sin nombre donde encontrar absolutamente de todo: los famosos pasteles morados de la pastelería de Okashigoten, que presume de tener la única tarta de batata roja del mundo; tiendas especializadas en todo tipo de objetos, como vasos de vidrio reciclado, cubiertos de madera a dos colores “uso diario”, según reza la etiqueta, cerámica de la zona y un sinfín de cafés, restaurantes y tiendas de recuerdos. Hay una tienda que emociona especialmente a Kazuyo, nuestra guía, que nació aquí: “Nakamoto Katsoshi, comida fresca y sana”, se anuncia en un gran cartel este local de toda la vida que vende todo tipo de pescado seco. Tampoco hay que olvidar el mercado de los agricultores del distrito de Yaeyama Yura, donde encontrar todas las frutas y verduras que se cultivan en la zona.

Tomamos el coche hasta el sendero que nos llevará a lo alto del monte más alto de la isla, el Omoto. Al comienzo del camino, un cartel advierte de que este es el hogar de una víbora endémica de la zona, la Protobothrops flavoviridis, así que lo mejor es usar botas que cubran los tobillos. La senda, que transcurre por una espesa selva subtropical (cascada incluida), está bien señalizada en su totalidad, y en algunos tramos tiene escalones para facilitar la subida en la época de lluvias. En algo más de dos kilómetros se ascienden los 300 metros que nos separan de la cima, donde espera una vista impresionante de la isla.
Bajamos después a Kabira Bay, lugar que se divisa desde lo alto del monte. Es el momento de dar un paseo en un barco con fondo de cristal que lleva por los islotes o de visitar una cercana tienda de perlas, ya que esta bahía es conocida por cultivar perlas negras y perlas de akoya de gran calidad, debido a la limpieza de sus aguas, siendo su producción una parte importante de su economía local.
Otro de los atractivos en las islas Yaeyama son los manglares. Montados en una canoa, recorremos la Comunidad de manglares de Fukidogawa; el mar queda a nuestra espalda y nos adentramos río arriba para ver uno de los siete tipos de manglar que tiene Ishigaki. El río Fukido tiene dos brazos, ambos navegables, y en algunos tramos se puede descender y pasear por el manglar, ver las pequeñas flores del mismo, los enormes moluscos que lo habitan o el gran número de mariposas que revolotean sin cesar. Los manglares son una parte muy importante para el ecosistema de este territorio, filtran las aguas, estabilizan la línea costera, capturan el carbono del aire y actúan como barrera natural ante los tsunamis y ciclones. La población de las islas lo sabe y los cuida, por eso todas las visitas cuentan con un guía especializado que podrá responder a todas las preguntas sobre ellos.

De isla en isla
La siguiente parada del viaje es Taketomi, a 10 minutos en ferri desde Ishigaki. En esta pequeña isla no hay coches, aquí se va andando, en bici o en bus de línea, que traslada a todos los puntos de interés. Es una isla de calles de arena y pequeñas casas que tienen el sabor de antaño, con sus shisas en cada tejado, esas figurillas que mantienen alejados a los malos espíritus. En el centro del pueblo se ve pasar carruajes turísticos tirados por búfalos, una actividad obligada para los turistas. Otra visita que nadie se pierde es la de la playa Kondoi, de fina arena blanca que contrasta con los turquesas del mar a medio día.

La trilogía viajera la completa la isla de Iriomote. Cubierta casi en su totalidad por selva, es la más vistada por los que buscan naturaleza en su estado más puro, pues despliega una biodiversidad increíble y cuenta con gran cantidad de plantas y animales endémicos, como el felino más famoso del lugar, el gato de Iriomote. Está repleta de senderos para recorrer y que llevan a cascadas y picos desde los que divisar no solo la isla, sino parte de las otras que conforman Yaeyama. Aquí también se puede navegar en canoa o barco por el río Urauchi, el más largo de Okinawa que nos llevará a la cascada de Mariyudu o al impresionante salto de agua de Mayagusuku en uno de sus afluentes. Aquí también hay carros tirados por búfalos y en este caso llevan, cruzando el mar, a la cercana isla de Yubu, un pequeño territorio que se tarda 10 minutos en recorrer a pie de un extremo al otro. Eso sí, hay un pequeño restaurante y un café.

Nos vamos a una de las playas de Iriomote, la llamada Hoshizuna no Hama o la “playa de arena de estrellas”, ya que entre sus granos de arena se encuentran pequeñas estrellas de cinco o seis puntas, que son en realidad exoesqueletos de un tipo de foraminíferas. Estos organismos no solo son bellos, también son utilizados como indicadores de calidad del agua y la salud de los ecosistemas.
Una excursión que seguro merece la pena es a Phantom Island, una pequeña lengua de arena que aparece y desaparece con la marea, barco fantasma incluido, y que se suele combinar con una inmersión de buceo o esnórquel en algún lugar cercano para observar el arrecife de coral.

Al caer la noche miramos esta vez arriba para buscar las otras estrellas: el archipiélago de Yaeyama es también conocido por ser uno de los mejores lugares para ver el cielo en noches sin luna en Japón, debido a la poca contaminación lumínica de la zona. De hecho, Ishingaki, aun siendo la isla más habitada, cuenta con dos antenas de observación astronómica. Dicen que desde aquí se pueden ver 84 de las 88 constelaciones conocidas.
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