La ciencia tiene muy claro cómo aumentar las posibilidades de vivir mucho, pero no tanto cuáles son los secretos para hacerlo muchísimo. Si un buen estilo de vida es muy útil para llegar a viejos, para alcanzar los 100 años o más parece imprescindible, además, una genética extraordinaria. La Sociedad Española de Médicos Generales y de Familia (SEMG) quiere encontrar a 2.000 centenarios (de los casi 16.000 que hay en España) para estudiar su biología, sus hábitos de vida y arrojar un poco más de luz para saber cuál es la combinación de herencia y hábitos que determinan la longevidad extrema.
Un estudio de la Sociedad Española de Médicos Generales y de Familia indaga en las peculiaridades genéticas y los hábitos de las personas que superan los 100 años
La ciencia tiene muy claro cómo aumentar las posibilidades de vivir mucho, pero no tanto cuáles son los secretos para hacerlo muchísimo. Si un buen estilo de vida es muy útil para llegar a viejos, para alcanzar los 100 años o más parece imprescindible, además, una genética extraordinaria. La Sociedad Española de Médicos Generales y de Familia (SEMG) quiere encontrar a 2.000 centenarios (de los casi 16.000 que hay en España) para estudiar su biología, sus hábitos de vida y arrojar un poco más de luz para saber cuál es la combinación de herencia y hábitos que determinan la longevidad extrema.
El primer paso es encontrar sanitarios que localicen a estos ancianos para estudiarlos de forma multidisciplinar: clínicos, epidemiólogos y científicos básicos van a trabajar conjuntamente sobre longevidad. La Atención Primaria será clave para reclutarlos. Por eso, la investigación se presentó la semana pasada en el congreso de la SEMG en Las Palmas, al que EL PAÍS acudió invitado por la organización. Cuando se aprueben todos los requisitos éticos, hacia septiembre, empezará la búsqueda de los dos millares de centenarios. Les tomarán muestra de saliva, heces, pelo, uñas, mucosas y sangre que se almacenarán en un biobanco del Instituto de Salud Carlos III. También se indagará en sus estilos de vida.

Una muestra tan amplia podría servir, por ejemplo, para conocer el porqué en unas zonas hay muchos más centenarios que en otras. Aunque es una población que no para de crecer (es el sector demográfico que más lo hace en términos relativos), fruto de los avances médicos, las vacunas y la calidad de vida, no lo hace de la misma forma en todos sitios. Entre Lugo y Ourense hay pueblos con 50 centenarios por 10.000 habitantes. En esta última provincia la media es de 13, lo que multiplica por tres o por cuatro a la mayoría.

Será el estudio más ambicioso en cuanto a número que se haga en España, pero ya se han realizado muchos entre centenarios para conocer sus secretos, y cada vez se han desvelado más. Esta investigación, sin ir más lejos, es la secuela de otra llamada RENACE que comenzó en 2011 y cuyos resultados se publicaron en 2018.
Las características comunes entre los centenarios que han arrojado este y otros estudios es el de una gran mayoría de mujeres (80%), que no han fumado nunca (91%), se medican poco (un 17%, no toma ni un fármaco), han tenido pocas enfermedades o infecciones graves, han tomado una dieta equilibrada y tendente a la frugalidad, sin sobrepeso, con buenas conexiones sociales y familiares, mayoritariamente con creencias religiosas, con rentas medias o altas y con una vida activa.
Juan Martínez Hernández, el especialista en Medicina Preventiva y Salud Pública que lideró el piloto del RENACE, añade que casi todos los estudiados solía contar con “buena medicina” que les atendiese: “Nada especial, pero si a los 30 años tienes apendicitis y no te pueden operar, no llegas a los 100″.
Todo lo anterior son determinantes que tienen que ver con hábitos de vida y entorno. Sobre cuáles son los genes que intervienen y cómo, todavía queda mucho por indagar. Entre otras cosas, se sabe que un hijo de un centenario tiene más probabilidades de serlo. “Si tus padres han vivido mucho, tienes una buena oportunidad de repetirlo, siempre que no la malgastes con malos hábitos”, dice Manel Esteller, catedrático en Genética en la Facultad de Medicina de la Universidad de Barcelona. Mira con especial recelo al tabaco, que es la mayor causa evitable de enfermedad y muerte. Fumar es también el principal desencadenante de los tumores.
Evitar el cáncer es sin duda un factor que ayuda a la longevidad extrema, pero como promedio aparecen entre los 60 y los 62 años. “Las estadísticas dicen que si curásemos todos los cánceres y enfermedades cardiovasculares solo añadiríamos cinco años de vida a los humanos”, señala Esteller. Es otra evidencia de que para superar los 100 años hace falta algo extraordinario.
José Viñas, catedrático de Fisiología de la Universidad de Valencia, y director de la primera cátedra de Gerociencia en Europa, explica que una característica frecuente de los centenarios es que no solo viven mucho, sino también con buena calidad hasta muy avanzada edad, lo que en términos técnicos se denomina “comprimir la morbilidad” hacia el final de la vida. Aunque hay literatura científica sobre el tema, pone un ejemplo concreto, el de su madre, que ha superado los 100 años: “Bailaba a los 92 y subía cinco pisos a los 98. Mantienen una gran salud y se suelen poner enfermos poco antes de morir”.
Esteller pone otro, el de Maria Branyas, la que hasta que falleció el año pasado, con 117 años, era la persona más longeva del mundo. “Su salud era muy buena hasta el final”, explica el investigador. Su familia aseguró que murió como ella quería: “Mientras dormía, tranquila y sin dolor”. Sus células se estudiaron para encontrar la mutación que la hizo vivir tanto, pero probablemente se deba a varios genes, en combinación con otros factores.
Es lo que Viñas denomina “una galaxia de genes” que probablemente tienen un papel destacado en la longevidad extrema y que todavía no está claro cómo funcionan. El estudio que ahora empieza podría servir para averiguar algo más en torno a ellos. ¿Qué aplicación podría tener? “No se pueden hacer intervenciones genéticas en bebés para modificarlos, pero sí podríamos buscar suplementos que potencien o modifiquen el comportamiento de los genes”, razona Viñas.
Otras investigaciones sobre centenarios
La investigación más célebre en torno a los centenarios probablemente es la que inició a principios de siglo el médico italiano Gianni Pes y el demógrafo belga Michel Poulain, quienes localizaron varias zonas del mundo con una alta densidad de personas que llegaban a esa edad, a las cuales denominaron zonas azules. Son Okinawa (Japón), Cerdeña (Italia), Nicoya (Costa Rica), Icaria (Grecia) y Loma Linda (California, EE UU). Todo parecía cuadrar: comparten hábitos como una dieta mayoritariamente vegetal, actividad física moderada y constante, fuertes lazos sociales, sentido de propósito y bajo nivel de estrés. Sin embargo, un artículo académico del University College London publicado el año pasado mostró que el estudio estaba lleno de errores. Los datos se basaron en censos que incluían personas muertas y testimonios no fiables de supuestos ancianos centenarios.
Las zonas azules se han convertido en un producto de marketing en torno a las cuales hacer negocio (con libros, cursos de cocina, productos alimentarios), mientras que la buena ciencia en torno a la longevidad se conoce menos.
En España, más allá del estudio que quiere comenzar la SEMG, hay otros que han indagado en los centenarios. Ander Matheu, del grupo de Oncología Celular del Instituto de Investigación Biogipuzkoa, del sistema público de salud del País Vasco (Osakidetza), lideró uno en el que tomaron muestras de cerebros de personas centenarias fallecidas para comprobar si tenían algo en común.
Compararon la expresión de más de 20.000 genes en muestras de hipocampo (región del cerebro responsable de funcionales cognitivas como la memoria o el aprendizaje) de personas centenarias frente al del resto de la población mayor y jóvenes. Comprobaron que las primeras presentan una huella molecular diferencial frente a los otros grupos de edad, genes de la familia de metalotioneinas, responsables de la eliminación de metales pesados, que se suelen acumular con la edad provocando daño a las células neurales. “No sabemos qué está detrás de ese mantenimiento, pero sí pensamos que contribuye a una mejor respuesta al estrés y menor acumulación de daño en esos cerebros”, explica Matheu.
Muchos otros estudios, los más habituales, indagan en la sangre de los centenarios. Antonio Ayala, catedrático de Bioquímica y Biología Molecular de la Universidad de Sevilla, en el hospital San Juan de Dios, condujo uno y vio una gran predisposición de los ancianos: “Lo hacían con mucha alegría. Decía: ‘Tú saca sangre y lo que necesites”. Encontró abundancia de moléculas que favorecen el envejecimiento y menos presencia de las que lo limitan. Un ejemplo es la una interleuquina 11, que cuando se neutraliza en animales, se ha comprobado que pueden vivir un 25% más, algo que todavía está lejos de ser una terapia en humanos.
Con la ciencia actual, argumenta el catedrático José Viñas, las promesas que hacen algunos investigadores de vivir 140 años o la inmortalidad, no son posibles. El récord de longevidad humana oficialmente reconocido está en poder de la francesa Jeanne Louise Calment, que vivió 122 años. Algunos autores creen que, hoy por hoy, es biológicamente imposible llegar mucho más allá. “Pero sí que podemos aspirar a una vida larga, de unos 110 años para muchos. No es una locura ni un sueño imposible”, razona Viñas.
Para ello, además de dar con la tecla de estos genes, se hace imprescindible aplicar los principios de vida sana que casi cualquiera conoce: actividad física, dieta sana, buenas relaciones sociales y evitar tóxicos, como el tabaco, el alcohol o la contaminación, algo que no está al alcance de todo el mundo, como tampoco se puede dominar el azar, que también tiene un papel crucial en la salud, en la enfermedad y en la muerte.
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