El día en que la bota militar rusa pisó suelo ucraniano, Elena Kostyuchenko cruzó la frontera para ser testigo de la invasión que su país ejecutaba en su nombre. Estaba trabajando como enviada especial de ‘Novaya Gazeta’, un periódico de oposición que el régimen de Putin no tardaría muchos días en cerrar .Estuvo cubriendo el frente desde el lado ucraniano hasta que, cuatro semanas después, recibió una llamada de fuentes que prefiere no revelar. Sabían que se iba a desplazar a Mariúpol , que todavía no estaba ocupada. «Muy pocas personas conocían mis planes: algunos en mi periódico, mi esposa y nadie más», comenta a ABC a través de una videollamada. «Y me dijeron que en los controles de carretera había soldados rusos con la orden de no arrestarme ni detenerme, sino de matarme». Más tarde, los servicios secretos ucranianos confirmaron la información, y su jefe le obligó a abandonar el terreno, pero le pidió que no regresara a Rusia de inmediato. Desde entonces sigue en el exilio al no haber garantías de que su patria haya dejado de ser un lugar inseguro para ella.Al alejarse de su país, lo que más le impactó fue ver lo poco informada que está la gente fuera de Rusia sobre lo que ocurre allí. «Como había trabajado 17 años en ‘Novaya Gazeta’, creía que lo que mis colegas y yo publicábamos se leía no solo dentro del país, sino también en Occidente. Pero, al parecer, la invasión a gran escala y el ascenso del fascismo en Rusia tomaron a todos por sorpresa , aunque llevaba años gestándose bajo Putin. Fue entonces cuando decidí que tenía que escribir ‘Amo A Rusia’ (Capitán Swing, 2025)».Noticia Relacionada Durante los próximos años estandar Si Sin Tomahawk, Ucrania se resigna a una larga lucha contra Rusia Miriam González Zelenski se arma de paciencia para esperar los resultados de la eventual cumbre entre Trump y Putin en BudapestEsa desconexión se agrava por el miedo que domina a la población. Sobre lo que piensan hoy los rusos acerca de la guerra, Kostyuchenko admite que es casi imposible saberlo con precisión. «Ser honesto sobre lo que piensas puede llevarte a prisión», explica. «Hay casos de periodistas occidentales que viajaron a Moscú, hicieron preguntas en la calle y, quienes respondieron sinceramente -diciendo, por ejemplo, ‘odiamos esta guerra’-, acabaron encarcelados».«Según el Centro Levada, el 85% de los rusos quieren que la guerra termine ya; y un 40% cree que nunca debió comenzar»Aun así, hay trabajos clandestinos que arrojan algunas cifras. «Hace poco hablé con un colega de ‘Novaya Gazeta’, que sigue operando dentro de Rusia, aunque ilegalmente. Ellos colaboran con el Centro Levada, el instituto sociológico más serio que queda en el país, y me compartieron algunos datos reveladores: el 85% de los rusos quieren que la guerra termine ya. Un 40% cree que nunca debió comenzar, y un 60% no apoyaría a un familiar que decidiera alistarse en el Ejército ruso hoy».Por supuesto, no todos piensan igual sobre cómo debería terminar. Algunos creen que Rusia primero debe conquistar Kiev; otros, que hay que retirar las tropas hasta las fronteras anteriores; o que Moscú debería aceptar la derrota y pagar las reparaciones. «Pero el hecho central es que el 85% quiere que acabe», reitera Kostyuchenko.Una oposición que resisteEse deseo se evidencia en algunas voces disidentes. A pesar del asesinato de Alexéi Navalni , Kostyuchenko asegura que la oposición no ha desaparecido del todo en Rusia. Cita el ejemplo de Yekaterina Duntsova , periodista y diputada en la región de Tver, que intentó postularse como candidata a las elecciones presidenciales de 2024. Duntsova declaró públicamente su rechazo a la guerra y exigió la liberación de los presos políticos -más de 1.500-, pero la comisión electoral impidió su participación y ahora se organiza para presentarse a las próximas elecciones de la Duma. Sin embargo, las condiciones para hacer oposición siguen siendo mínimas: la represión continúa, los activistas son detenidos y muchas iniciativas políticas solo pueden sobrevivir desde la clandestinidad.El periodismo en Rusia también se ha convertido en una actividad criminalizada . Las leyes contra la «difusión de información falsa» o la «difamación del Ejército» castigan con hasta 15 años de prisión a quienes publiquen o, incluso, reaccionen ante contenidos que contradigan la versión oficial. A esto se suman las etiquetas de ‘agente extranjero’ y ‘organización indeseable’, que anulan derechos básicos y exponen a periodistas y colaboradores a la cárcel. La censura es total: los medios independientes están prohibidos y casi todas las redes sociales bloqueadas. «Hoy, unos 60 periodistas rusos están presos, mientras otros trabajan en la clandestinidad o el exilio. Pero las nuevas generaciones continúan informando bajo riesgo constante de detención o asesinato, en un país donde el Estado ya considera al periodismo como un enemigo», subraya Elena Kostyuchenko. Ella conoce el peligro. En los 17 años que estuvo trabajando en el diario, al menos cuatro de sus colegas fueron asesinados; otros sobrevivieron a atentados. Por eso, en 2021, cuando el jefe de la redacción, Dmitri Murátov, recibió el premio Nobel de la Paz , Kostyuchenko respiró aliviada, creyendo que aquel reconocimiento sería una forma de protección frente al régimen. «Siempre temí que algún día pudieran matarlo y veía el Nobel como un escudo». Sin embargo, la periodista ya no cree que el galardón pueda servir como una defensa real porque «el régimen ruso sabe que la atención internacional no servirá para parar sus crímenes».Dmitri Murátov subastó la medalla del premio Nobel de la Paz y destinó los 98 millones de euros recaudados a la ayuda de los niños ucranianos desplazados por la guerra ReutersMurátov utilizó su premio para alertar al mundo sobre la guerra que se avecinaba, pero «nadie le escuchó realmente; su advertencia no tuvo efecto». Más tarde subastó la medalla del premio por 103,5 millones de dólares (98 millones de euros) y donó el dinero a la respuesta humanitaria de Unicef para los niños ucranianos desplazados por la guerra.En ‘Amo a Rusia’ , Kostyuchenko explica que quiso dar voz a quienes el régimen ha silenciado: personas de la comunidad LGTBI, mujeres, adictos o cualquiera considerado «enemigo del Estado». Y en el libro recoge algunas de esas historias para mostrar que el país no se reduce al poder de un solo hombre. «Occidente mira demasiado a Putin -dice-, pero Rusia no es solo él. Hay 150 millones de personas más cuya historia también merece ser escuchada». El día en que la bota militar rusa pisó suelo ucraniano, Elena Kostyuchenko cruzó la frontera para ser testigo de la invasión que su país ejecutaba en su nombre. Estaba trabajando como enviada especial de ‘Novaya Gazeta’, un periódico de oposición que el régimen de Putin no tardaría muchos días en cerrar .Estuvo cubriendo el frente desde el lado ucraniano hasta que, cuatro semanas después, recibió una llamada de fuentes que prefiere no revelar. Sabían que se iba a desplazar a Mariúpol , que todavía no estaba ocupada. «Muy pocas personas conocían mis planes: algunos en mi periódico, mi esposa y nadie más», comenta a ABC a través de una videollamada. «Y me dijeron que en los controles de carretera había soldados rusos con la orden de no arrestarme ni detenerme, sino de matarme». Más tarde, los servicios secretos ucranianos confirmaron la información, y su jefe le obligó a abandonar el terreno, pero le pidió que no regresara a Rusia de inmediato. Desde entonces sigue en el exilio al no haber garantías de que su patria haya dejado de ser un lugar inseguro para ella.Al alejarse de su país, lo que más le impactó fue ver lo poco informada que está la gente fuera de Rusia sobre lo que ocurre allí. «Como había trabajado 17 años en ‘Novaya Gazeta’, creía que lo que mis colegas y yo publicábamos se leía no solo dentro del país, sino también en Occidente. Pero, al parecer, la invasión a gran escala y el ascenso del fascismo en Rusia tomaron a todos por sorpresa , aunque llevaba años gestándose bajo Putin. Fue entonces cuando decidí que tenía que escribir ‘Amo A Rusia’ (Capitán Swing, 2025)».Noticia Relacionada Durante los próximos años estandar Si Sin Tomahawk, Ucrania se resigna a una larga lucha contra Rusia Miriam González Zelenski se arma de paciencia para esperar los resultados de la eventual cumbre entre Trump y Putin en BudapestEsa desconexión se agrava por el miedo que domina a la población. Sobre lo que piensan hoy los rusos acerca de la guerra, Kostyuchenko admite que es casi imposible saberlo con precisión. «Ser honesto sobre lo que piensas puede llevarte a prisión», explica. «Hay casos de periodistas occidentales que viajaron a Moscú, hicieron preguntas en la calle y, quienes respondieron sinceramente -diciendo, por ejemplo, ‘odiamos esta guerra’-, acabaron encarcelados».«Según el Centro Levada, el 85% de los rusos quieren que la guerra termine ya; y un 40% cree que nunca debió comenzar»Aun así, hay trabajos clandestinos que arrojan algunas cifras. «Hace poco hablé con un colega de ‘Novaya Gazeta’, que sigue operando dentro de Rusia, aunque ilegalmente. Ellos colaboran con el Centro Levada, el instituto sociológico más serio que queda en el país, y me compartieron algunos datos reveladores: el 85% de los rusos quieren que la guerra termine ya. Un 40% cree que nunca debió comenzar, y un 60% no apoyaría a un familiar que decidiera alistarse en el Ejército ruso hoy».Por supuesto, no todos piensan igual sobre cómo debería terminar. Algunos creen que Rusia primero debe conquistar Kiev; otros, que hay que retirar las tropas hasta las fronteras anteriores; o que Moscú debería aceptar la derrota y pagar las reparaciones. «Pero el hecho central es que el 85% quiere que acabe», reitera Kostyuchenko.Una oposición que resisteEse deseo se evidencia en algunas voces disidentes. A pesar del asesinato de Alexéi Navalni , Kostyuchenko asegura que la oposición no ha desaparecido del todo en Rusia. Cita el ejemplo de Yekaterina Duntsova , periodista y diputada en la región de Tver, que intentó postularse como candidata a las elecciones presidenciales de 2024. Duntsova declaró públicamente su rechazo a la guerra y exigió la liberación de los presos políticos -más de 1.500-, pero la comisión electoral impidió su participación y ahora se organiza para presentarse a las próximas elecciones de la Duma. Sin embargo, las condiciones para hacer oposición siguen siendo mínimas: la represión continúa, los activistas son detenidos y muchas iniciativas políticas solo pueden sobrevivir desde la clandestinidad.El periodismo en Rusia también se ha convertido en una actividad criminalizada . Las leyes contra la «difusión de información falsa» o la «difamación del Ejército» castigan con hasta 15 años de prisión a quienes publiquen o, incluso, reaccionen ante contenidos que contradigan la versión oficial. A esto se suman las etiquetas de ‘agente extranjero’ y ‘organización indeseable’, que anulan derechos básicos y exponen a periodistas y colaboradores a la cárcel. La censura es total: los medios independientes están prohibidos y casi todas las redes sociales bloqueadas. «Hoy, unos 60 periodistas rusos están presos, mientras otros trabajan en la clandestinidad o el exilio. Pero las nuevas generaciones continúan informando bajo riesgo constante de detención o asesinato, en un país donde el Estado ya considera al periodismo como un enemigo», subraya Elena Kostyuchenko. Ella conoce el peligro. En los 17 años que estuvo trabajando en el diario, al menos cuatro de sus colegas fueron asesinados; otros sobrevivieron a atentados. Por eso, en 2021, cuando el jefe de la redacción, Dmitri Murátov, recibió el premio Nobel de la Paz , Kostyuchenko respiró aliviada, creyendo que aquel reconocimiento sería una forma de protección frente al régimen. «Siempre temí que algún día pudieran matarlo y veía el Nobel como un escudo». Sin embargo, la periodista ya no cree que el galardón pueda servir como una defensa real porque «el régimen ruso sabe que la atención internacional no servirá para parar sus crímenes».Dmitri Murátov subastó la medalla del premio Nobel de la Paz y destinó los 98 millones de euros recaudados a la ayuda de los niños ucranianos desplazados por la guerra ReutersMurátov utilizó su premio para alertar al mundo sobre la guerra que se avecinaba, pero «nadie le escuchó realmente; su advertencia no tuvo efecto». Más tarde subastó la medalla del premio por 103,5 millones de dólares (98 millones de euros) y donó el dinero a la respuesta humanitaria de Unicef para los niños ucranianos desplazados por la guerra.En ‘Amo a Rusia’ , Kostyuchenko explica que quiso dar voz a quienes el régimen ha silenciado: personas de la comunidad LGTBI, mujeres, adictos o cualquiera considerado «enemigo del Estado». Y en el libro recoge algunas de esas historias para mostrar que el país no se reduce al poder de un solo hombre. «Occidente mira demasiado a Putin -dice-, pero Rusia no es solo él. Hay 150 millones de personas más cuya historia también merece ser escuchada». El día en que la bota militar rusa pisó suelo ucraniano, Elena Kostyuchenko cruzó la frontera para ser testigo de la invasión que su país ejecutaba en su nombre. Estaba trabajando como enviada especial de ‘Novaya Gazeta’, un periódico de oposición que el régimen de Putin no tardaría muchos días en cerrar .Estuvo cubriendo el frente desde el lado ucraniano hasta que, cuatro semanas después, recibió una llamada de fuentes que prefiere no revelar. Sabían que se iba a desplazar a Mariúpol , que todavía no estaba ocupada. «Muy pocas personas conocían mis planes: algunos en mi periódico, mi esposa y nadie más», comenta a ABC a través de una videollamada. «Y me dijeron que en los controles de carretera había soldados rusos con la orden de no arrestarme ni detenerme, sino de matarme». Más tarde, los servicios secretos ucranianos confirmaron la información, y su jefe le obligó a abandonar el terreno, pero le pidió que no regresara a Rusia de inmediato. Desde entonces sigue en el exilio al no haber garantías de que su patria haya dejado de ser un lugar inseguro para ella.Al alejarse de su país, lo que más le impactó fue ver lo poco informada que está la gente fuera de Rusia sobre lo que ocurre allí. «Como había trabajado 17 años en ‘Novaya Gazeta’, creía que lo que mis colegas y yo publicábamos se leía no solo dentro del país, sino también en Occidente. Pero, al parecer, la invasión a gran escala y el ascenso del fascismo en Rusia tomaron a todos por sorpresa , aunque llevaba años gestándose bajo Putin. Fue entonces cuando decidí que tenía que escribir ‘Amo A Rusia’ (Capitán Swing, 2025)».Noticia Relacionada Durante los próximos años estandar Si Sin Tomahawk, Ucrania se resigna a una larga lucha contra Rusia Miriam González Zelenski se arma de paciencia para esperar los resultados de la eventual cumbre entre Trump y Putin en BudapestEsa desconexión se agrava por el miedo que domina a la población. Sobre lo que piensan hoy los rusos acerca de la guerra, Kostyuchenko admite que es casi imposible saberlo con precisión. «Ser honesto sobre lo que piensas puede llevarte a prisión», explica. «Hay casos de periodistas occidentales que viajaron a Moscú, hicieron preguntas en la calle y, quienes respondieron sinceramente -diciendo, por ejemplo, ‘odiamos esta guerra’-, acabaron encarcelados».«Según el Centro Levada, el 85% de los rusos quieren que la guerra termine ya; y un 40% cree que nunca debió comenzar»Aun así, hay trabajos clandestinos que arrojan algunas cifras. «Hace poco hablé con un colega de ‘Novaya Gazeta’, que sigue operando dentro de Rusia, aunque ilegalmente. Ellos colaboran con el Centro Levada, el instituto sociológico más serio que queda en el país, y me compartieron algunos datos reveladores: el 85% de los rusos quieren que la guerra termine ya. Un 40% cree que nunca debió comenzar, y un 60% no apoyaría a un familiar que decidiera alistarse en el Ejército ruso hoy».Por supuesto, no todos piensan igual sobre cómo debería terminar. Algunos creen que Rusia primero debe conquistar Kiev; otros, que hay que retirar las tropas hasta las fronteras anteriores; o que Moscú debería aceptar la derrota y pagar las reparaciones. «Pero el hecho central es que el 85% quiere que acabe», reitera Kostyuchenko.Una oposición que resisteEse deseo se evidencia en algunas voces disidentes. A pesar del asesinato de Alexéi Navalni , Kostyuchenko asegura que la oposición no ha desaparecido del todo en Rusia. Cita el ejemplo de Yekaterina Duntsova , periodista y diputada en la región de Tver, que intentó postularse como candidata a las elecciones presidenciales de 2024. Duntsova declaró públicamente su rechazo a la guerra y exigió la liberación de los presos políticos -más de 1.500-, pero la comisión electoral impidió su participación y ahora se organiza para presentarse a las próximas elecciones de la Duma. Sin embargo, las condiciones para hacer oposición siguen siendo mínimas: la represión continúa, los activistas son detenidos y muchas iniciativas políticas solo pueden sobrevivir desde la clandestinidad.El periodismo en Rusia también se ha convertido en una actividad criminalizada . Las leyes contra la «difusión de información falsa» o la «difamación del Ejército» castigan con hasta 15 años de prisión a quienes publiquen o, incluso, reaccionen ante contenidos que contradigan la versión oficial. A esto se suman las etiquetas de ‘agente extranjero’ y ‘organización indeseable’, que anulan derechos básicos y exponen a periodistas y colaboradores a la cárcel. La censura es total: los medios independientes están prohibidos y casi todas las redes sociales bloqueadas. «Hoy, unos 60 periodistas rusos están presos, mientras otros trabajan en la clandestinidad o el exilio. Pero las nuevas generaciones continúan informando bajo riesgo constante de detención o asesinato, en un país donde el Estado ya considera al periodismo como un enemigo», subraya Elena Kostyuchenko. Ella conoce el peligro. En los 17 años que estuvo trabajando en el diario, al menos cuatro de sus colegas fueron asesinados; otros sobrevivieron a atentados. Por eso, en 2021, cuando el jefe de la redacción, Dmitri Murátov, recibió el premio Nobel de la Paz , Kostyuchenko respiró aliviada, creyendo que aquel reconocimiento sería una forma de protección frente al régimen. «Siempre temí que algún día pudieran matarlo y veía el Nobel como un escudo». Sin embargo, la periodista ya no cree que el galardón pueda servir como una defensa real porque «el régimen ruso sabe que la atención internacional no servirá para parar sus crímenes».Dmitri Murátov subastó la medalla del premio Nobel de la Paz y destinó los 98 millones de euros recaudados a la ayuda de los niños ucranianos desplazados por la guerra ReutersMurátov utilizó su premio para alertar al mundo sobre la guerra que se avecinaba, pero «nadie le escuchó realmente; su advertencia no tuvo efecto». Más tarde subastó la medalla del premio por 103,5 millones de dólares (98 millones de euros) y donó el dinero a la respuesta humanitaria de Unicef para los niños ucranianos desplazados por la guerra.En ‘Amo a Rusia’ , Kostyuchenko explica que quiso dar voz a quienes el régimen ha silenciado: personas de la comunidad LGTBI, mujeres, adictos o cualquiera considerado «enemigo del Estado». Y en el libro recoge algunas de esas historias para mostrar que el país no se reduce al poder de un solo hombre. «Occidente mira demasiado a Putin -dice-, pero Rusia no es solo él. Hay 150 millones de personas más cuya historia también merece ser escuchada». RSS de noticias de internacional
Elena Kostyuchenko: «El ascenso del fascismo de Putin sorprendió al mundo, pero llevaba años gestándose»
