¡El horror! Anatomía de un género que devoramos y nos devora

En el año 89 dC, Domiciano organizó una de las primeras fiestas tematizadas con el terror como motivo de las que se tiene constancia. El salón se pintó completamente de negro y se iluminó con lámparas funerarias, y niños vestidos de fantasmas se encargaron de traer la cena en platos negros, no suntuosos manjares, sino las ofrendas que se llevaban a los muertos. 

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 Nuestros temores han evolucionado con los cambios sociales, ponerlos por escrito para ‘disfrutarlos’ ha sido una manera de enfrentarnos a esa ansiedad; en pleno Halloween repasamos los orígenes y la actualidad de este género  

En el año 89 dC, Domiciano organizó una de las primeras fiestas tematizadas con el terror como motivo de las que se tiene constancia. El salón se pintó completamente de negro y se iluminó con lámparas funerarias, y niños vestidos de fantasmas se encargaron de traer la cena en platos negros, no suntuosos manjares, sino las ofrendas que se llevaban a los muertos. 

A su entrada, los invitados encontraron una hilera de lápidas con sus nombres en ellas. La mayoría lo pasó fatal pensando que la bromita del emperador era un aviso de que sus días estaban contados, por el propio emperador, claro, pero Domiciano se divirtió tanto que al día siguiente les envió las lápidas, hechas de plata maciza, como compensación por el susto. Esta vez no fue muerte…

La narrativa gótica, el terror más popular, responde al miedo a la revolución industrial, el sexo y la ciencia

El miedo forma parte inseparable de lo humano, disfrutarlo no es solo cosa de Halloween, ni la literatura de terror es tan reciente como afirman quienes sostienen que nació en una tarde aburrida junto al lago Leman. Cierto, allí vieron la luz Frankenstein y El vampiro , de la mano de Mary Godwin Shelley y John Polidori, pero ambos se relacionan con fábulas y tradiciones existentes y de largo recorrido, como el Golem judío o el mito de Prometeo, en el caso del primero. El vampiro hunde sus raíces en Sumeria y más atrás, muchos siglos antes de que las historias reales de Vlad el Empalador, el príncipe que sembró el terror en Valaquia, actual Rumanía, enlazaran con personajes del folklore de la Europa del Este y acabaran llegando a Europa occidental en el siglo XVIII.

“Los monstruos, como los ángeles, son invocados por nuestras necesidades individuales y colectivas. Hoy, como en aquel sombrío verano de 1816, sentimos la necesidad de buscar su frío abrazo”, escribió el director de cine Guillermo del Toro en The New York Times en el 2009, con motivo de la publicación de su novela Nocturna, primera de La trilogía de la Oscuridad, coescritas con Chuck Hogan.

El ilusionista Henri Robin con un supuesto fantasma en una fotografía de 1863 obtenida por doble exposición
El ilusionista Henri Robin con un supuesto fantasma en una fotografía de 1863 obtenida por doble exposición
Getty

Del Toro, actualmente en plena campaña de promoción de su película Frankenstein , leyó la novela de Mary Shelley a los once años, y aquello le marcó. La cuestión es si esos mismos monstruos pueden seguir compitiendo en libro con su versión cinematográfica. Como escribía el crítico de cine estadounidense Calum Marsh, “incluso una mala película de terror puede perturbarte con un corte brusco a una escena de violencia espantosa o un montaje de imágenes impactantes”.

A quienes escucharan la historia del hombre lobo que María de Francia escribió a finales del siglo XII seguro que les impactó. Las historias de terror ya se contaban en la edad media, y en ocasiones hasta se recogían por escrito. María, una de las primeras escritoras en lengua francesa, narró en Bisclavret las desventuras de un noble honorable que tres días a la semana debía esconderse porque se convertía en lobo; su esposa malvada lo descubrió y buscó la manera de que no pudiera transformarse de nuevo en humano y poder casarse con su amante. Por supuesto, la mujer fue descubierta y convenientemente castigada y el hombre dejó de ser un lobo a tiempo parcial.

María de Zayas, en el siglo XVII, ya escribía ‘body horror’ y se la considera actualmente como pionera del terror feminista

María de Francia no estaba sola escribiendo lo que aún no se puede llamar literatura de miedo, pero que contiene su germen. El llamado Monje de Byland escribió alrededor del año 1400 doce relatos de fantasmas en las últimas páginas de un manuscrito más antiguo, narraciones que reflejan los miedos cotidianos y las preocupaciones morales de la época y que mantienen su actualidad: en 1922 el historiador y escritor inglés Montague Rhodes James las tradujo del latín y las publicó con el título de Twelve Medieval Ghost Stories (Doce historias de fantasmas medievales). En España varios de estos cuentos se han incluido en antologías de M.R. James, como la de Cuentos de fantasmas , publicado por Siruela.

Las historias de fantasmas atraviesan la narrativa europea, pero el hombre lobo de María de Francia no tiene nada que ver con el protagonista de Cómo salir con un hombre lobo y no morir en el intento, de María GR y publicado en el 2022. Este hombre lobo guaperas de la actualidad puede dar cualquier cosa menos miedo, y de hecho ese tampoco es el objetivo de la autora. Como tampoco son aterradores los protagonistas de la serie Crepúsculo. Y cómo también resultan muy alejados en temática, forma e intención los monstruos decimonónicos y los actuales.

Henri Robin sorprendido por el falso fantasma
Henri Robin sorprendido por el falso fantasma
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El ensayista e historiador del gótico David Punter publicó en 1980 uno de los estudios imprescindibles sobre la materia, The literature of terror. Punter consideró que el gótico parte del terror folklórico y los mitos celtas, que se reciclaron para convertirse en un género literario, un género que fue capaz de narrar los miedos colectivos. Más allá del gótico, sostenía, el terror literario no se limita a ser un género de entretenimiento, sino que actúa como una especie de catarsis de las ansiedades sociales de cada momento histórico.

En este caso, la literatura gótica traduce el sentimiento de temor hacia lo extraño, la locura, cualquier cosa que se apartara del orden establecido por el racionalismo del siglo XVIII. Todo ello sumado a los cambios sociales y económicos que empezaban a producirse y que ganarían velocidad y amplitud a lo largo del siglo XIX. Así que cuando Percy Shelley y su futura esposa, Mary Godwin Shelley, John Polidori, Lord Byron y otros amiguetes se reunieron aquel verano de adversa climatología en Suiza y Byron tuvo la idea de que cada uno escribiera un relato de terror, en realidad estaban dando salida a sus miedos personales y colectivos: temor a la ciencia incipiente, la revolución industrial, el sexo tan temido y reprimido.

La narrativa gótica ha sido tradicionalmente el terror por antonomasia, el más publicado y leído, una narrativa que oficialmente se inició cuando Horace Walpole escribió El castillo de Otranto en 1764, una novela que contenía todo lo que H.P. Lovecraft, que además de ponernos los pelos de punta con sus historias analizaba las ajenas, sintetizaba lo característico del género: el castillo antiguo y desolado con sus jardines abandonados, cementerios y tumbas, misteriosos personajes de nombres extranjeros, nobles malvados, la frágil doncella en el papel de heroína y el héroe, también de noble nacimiento pero disfrazado de plebeyo… y fantasmas. Muchos fantasmas, fantasmas tan triunfadores que se convirtieron en un próspero género propio cuando ya el gótico pasó a mejor vida, o se transformó, como hacen las criaturas de sus narraciones, para seguir en este.

Para Stephen King, hay tres niveles en el relato de miedo: el terror, el horror y el asco

Los fantasmas se adueñaron de la literatura anglosajona del siglo XIX en mucha mayor medida que del resto. Charles Dickens, al que no se le escapaba una, consiguió pasar de la spooky season a la temporada navideña sin despeinarse y en ocasiones haciendo doblete, como en su relato Fantasmas de Navidad. Lo de llamar spooky (escalofriante) al mes que nos lleva a Todos los Santos y Halloween como un adviento terrorífico es un invento reciente, pero el espíritu era el mismo: los días se acortan, las noches son más largas y entre las sombras puede pasar cualquier cosa.

En los cuentos de fantasmas de Dickens reunidos en Para leer al anochecer (Impedimenta) o en El guardavies i altres contes de fantasmes (Vicens Vives) el marco se ha modificado, ahora los relatos se desarrollan en un escenario cotidiano donde personajes normales y corrientes se ven envueltos de pronto en situaciones sobrenaturales, a las que responden con un cierto escepticismo y una pizca de humor muy British. Un terror muy aceptable y conveniente por su clara imposibilidad.

Los fantasmas también llegaron a las lenguas castellana y catalana, aunque antes tuvieron que lidiar con otros fantasmas, como el control moral. María de Zayas (1590-1661), reivindicada actualmente como una precursora del terror feminista, introdujo en sus relatos cortos descripciones que son puro horror sin recurrir a lo sobrenatural:

Henri Robin ahora con un supuesto espíritu que toca el tambor
Henri Robin ahora con un supuesto espíritu que toca el tambor
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“Sus hermosos cabellos, que cuando entró allí eran como hebras de oro, blancos como la misma nieve, ahora estaban enredados y llenos de animalejos, que de no peinarlos se crían en tanta cantidad, que por encima hervoreaban; el color, de la color de la muerte; tan flaca y consumida, que se le señalaban los huesos, como si el pellejo que estaba encima fuera un delgado cendal; desde los ojos hasta la barba, dos surcos cavados de las lágrimas, que se le escondía en ellos un bramante grueso; los vestidos hechos ceniza, que se le veían las más partes de su cuerpo; descalza de pie o pierna, que de los excrementos de su cuerpo, como no tenía dónde echarlos, no sólo se habían consumido, mas la propia carne comida hasta los muslos de llagas y gusanos, de que estaba lleno el hediondo lugar”.

Pertenece a La inocente castigada , en el que Inés, una mujer virtuosa, es objeto del deseo de un noble. Don Diego consigue llegar cada noche a su dormitorio mediante brujería y sin que la joven sea consciente. Una violación de la que sin embargo es acusada ella, ya que nadie cree su falta de consentimiento. Su marido la castiga emparedándola durante seis años, al final de los cuales se ha convertido en el despojo humano descrito por Zayas en un relato seminal incluido en Desengaños amorosos (1647). Aquí el monstruo es el patriarcado, y la Inquisición, que no era tonta, acabó por darse cuenta y prohibió sus novelas, que habían alcanzado gran éxito. Se pueden encontrar actualmente publicadas por Cátedra, Alianza y Libros de Seda (2024), entre otros.

“Los monstruos, como los ángeles, son invocados por nuestras necesidades individuales y colectivas” (Guillermo del Toro)

Stephen King, el gran renovador del género en el siglo XX, ofrece las claves por las que este relato nos resulta tan escalofriante. “El terror es cuando te da miedo mirar detrás de la puerta; el horror es cuando abres la puerta y ves lo que está allí; el asco es cuando lo que está allí te salpica”, resumía Stephen King en su libro Danza macabra (Galaxia Gutenberg). Para Stephen King, el nivel más alto es el terror, la traslación de la ansiedad que sufrimos cuando algo puede suceder, peor aún no lo ha hecho; el siguiente es el horror, nuestros peores temores se han materializado, y finalmente el asco, los cadáveres, las imágenes sangrientas que nos producen una reacción física, como la lectura de la pobre Inés emparedada en el siglo XVII. 

King es autor de una extensísima obra que incluye bestsellers mundiales, desde El resplandor a It o Cementerio de animales y que, paradójicamente, ha sido muy poco traducida al catalán, aunque la próxima primavera Males Herbes publicará su imprescindible Carrie al catalán. Las inquietudes sociales, los miedos que tendrán su traducción en el terror, han ido cambiando a lo largo del siglo XX, el terror sobrenatural ha ido dejando paso al psicológico, porque sin duda el ser humano resulta más peligroso que los fantasmas, ahora objeto de comedias.

Novedades y rescates

Théophile Gautier La muerta enamorada y otros relatos fantásticos. Alba
Sheridan Le Fanu Carmilla. Alma / Edicions de la ela germinada
​Charles Dickens Para leer al anochecer Impedimenta
VV.AA. Gótico botánico. Impedimenta
Mariana Enríquez Un lugar soleado para gente sombría
Anagrama
Agustina Bazterrica Diecinueve garras y un pájaro oscuro. Alfaguara
J.D. Barker Las abandonadas Destino
Lisa Tuttle Mi muerte Muñeca infinita
Michele Mari Verdigrís Muñeca infinita
Shirley Jackson La loteria i altres contes. L’altra
Stephen King El misterio de Salem’s Lot Plaza & Janés
Mónica Ojeda Mandíbula Candaya
Ricardo Esquinca Rey lepra Almadía
Natsume Soseki El eco fantasmal de un koto Nórdica
VV.AA. Relatos de terror escritos por mujeres Akal
Javier Pérez Campos Nocturnos Planeta

Las tataranietas de María de Zayas han dado una vuelta de tuerca al género en este siglo XXI, o más bien a una “narrativa de lo inusual”, en afortunada expresión de Carmen Alemany Bay, catedrática de Literatura Hispanoamericana en la Universidad de Alicante. Folk horror, terror feminista, body horror , terror social o político, miedos que responden a nuestras circunstancias, el cambio climático, la violencia de género, el reconocimiento del racismo, los nuevos autoritarismos, el control digital. La renovación viene especialmente de autores de América Latina, la mexicana Mariana Enríquez provocó un tsunami con Nuestra parte de noche , la acompañan autoras como la argentina Dolores Reyes, quien en Cometierra (Alfaguara), narra la historia de una joven que al comer tierra puede conectar con los espíritus de las personas que pisaron esa tierra, un don que permitiría hacer justicia a víctimas de secuestro, de violación, de asesinato, el terror dando la mano a la crítica social. 

La también argentina Samanta Schweblin obtuvo todos los reconocimientos con Siete casas vacías (Páginas de espuma), cuentos que exploran los terrores cotidianos, mientras otra argentina, Agustina Bazterriza, ahonda en Cadáver exquisito (Alfaguara ) terrores muy de nuestro tiempo: el planeta se ha quedado sin recursos y la población, víctima de un virus, debe recurrir al canibalismo para alimentarse. Más nombres: Claudia Amador, Daniela Tarazona, y una gótica anticolonista : la mexicana Silvia Moreno-García.

La literatura de terror actual se ha abierto a nuevas temáticas, el ‘body horror’, el ‘folk horror’ y el feminismo

La editorial Males Herbes, imprescindible para los lectores de estas “narrativas de lo inusual” en catalán, ha publicado los libros de Elisenda Solsona; Mammalia y Satèl·lits abordan el terro desde una perspectiva muy moderna, con pinceladas de body horror . El cuento “ Engranatges”, incluido en Satèl·lits , apareció en la prestigiosa antologia Valancourt Book of World Horror Stories . La misma editorial ha publicado también Recorda que moriràs y Blasfèmia , de Ferran Garcia, gore macabro y contundente, Que morin els fills dels altres , de Roser Cabré-Verdiell, y Aquesta nit no parlis amb ningú de Josep Sampere, que se ha convertido en obra de culto.

Inés Macpherson es autora de Els fils del mar (Specula), una novela situada en una comunidad cerrada en la que se imponen unas normas estrictas a las mujeres y en la que juega con el folk horror y el body horror, dos de las tendencias más en boga del género, el folk terror nutrido de los elementos del folklore, mitos, leyendas, supersticiones en un entorno rural y habitualmente aislado, y el body horror , que explora la vulnerabilidad de los cuerpos humanos. En la misma editorial Isabel del Río es autora de Mare (en castellano en El transbordador), una distopía que parte de la space opera para ahondar en el horror cósmico. Del Río ha publicado en Mai més No albiro el bosc, distopía entre el terror tecnológico y el folk horror.

No son terrores nuevos, pero su auge hasta convertirse en subgéneros, especialmente en el cine, da qué pensar sobre nuestros miedos y ansiedades sociales en este siglo.

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