“Sí”, dicen Zeus, Sutil y Musa, en una riera, en las afueras de una localidad de la comarca del Maresme, preparando su muro, su lienzo de hormigón. “Es que ya no estamos para salir corriendo, y aquí no es que esté permitido, pero te dejan en paz y puedes echarle horas”. “En la ciudad tienes que hacerlo todo corriendo. No es lo mismo”. Lo de pintar con permiso es otro rollo propio de muralistas, diseñadores, pintores… “Yo creo que solo pinté una vez con permiso”. “Nosotros ya no queremos pintar rápido”.
Tres ‘writers’ de la vieja escuela explican qué les diferencia de tantos artistas urbanos en busca de gloria
“Sí”, dicen Zeus, Sutil y Musa, en una riera, en las afueras de una localidad de la comarca del Maresme, preparando su muro, su lienzo de hormigón. “Es que ya no estamos para salir corriendo, y aquí no es que esté permitido, pero te dejan en paz y puedes echarle horas”. “En la ciudad tienes que hacerlo todo corriendo. No es lo mismo”. Lo de pintar con permiso es otro rollo propio de muralistas, diseñadores, pintores… “Yo creo que solo pinté una vez con permiso”. “Nosotros ya no queremos pintar rápido”.
Hacía mucho que Zeus, Sutil y Musa querían quedar, para pintar juntos un rato, pero a los cincuenta y tantos lo de quedar siempre se complica, hasta entre grafiteros. Además, hace lustros que a Sutil le detectaron una neumonitis química, y solo puede coger los aerosoles cada tres o cuatro meses. Otrora estas pinturas eran muy tóxicas. La gente las robaba de las fábricas de coches. Afortunadamente hoy luce el sol. Los ciclistas se detienen un momento, a ver qué hacen estos tres.
“Y el arte urbano lo que pretende es complacer al gran público, por eso es tan bonito”
“Yo empecé con el grafiti muy tarde, después de hacer la mili”, recuerda Sutil. “Sí, yo también –coincide Zeus–, en los 80, de la mano del breack dance y del hip hop, las otras patas de esta cultura. Es que no encontraba la manera de gestionar una serie de cosas que pasaban en mi casa, y esto es un modo de librarte de la rabia, de dejarla en un muro. El grafiti es una válvula de escape brutal”. “Una liberación”, añade Sutil. “Es que hace 30 años lo que se esperaba de mí era que estudiara, me casara y esas cosas –tercia Musa–. Parecía que todo estaba escrito, yo vengo de una familia muy tradicional y en el grafiti encontré un espacio de libertad. A mí no me movía tanto la rabia como la búsqueda de libertad. Es que antes la gente no iba tanto al psicólogo”.
Los mismos ayuntamientos que tantas veces emplearon las firmas de tantos writers para hacer mucho más vistosos los vídeos promocionales de sus ciudades hace ya tiempo que le declararon la guerra al grafiti. Y el incremento de la presión policial derivó en una proliferación de manchurrones, pintarrajos y garabatos. De repente, todo se hace muy deprisa, para que no te multen. Y la ciudadanía se cansa de tener que convivir con tanto tag tan rudimentario, burdo y tosco. Además, las calles se convirtieron en una suerte de galería de arte súper disputada que multitud de muralistas, diseñadores y pintores emplean como plataforma de promoción a fin de conseguir pedidos. Son profesionales de la creación que dejan bien visible su dirección de Instagram para que sus posibles clientes los localicen con facilidad, que tienen personas encargadas de sus relaciones con los medios de comunicación, que si hace falta salen por la televisión hablando alegremente… Barcelona es un ejemplo de todo esto. “En realidad la gente no comprende este rollo –dice Zeus–. Todavía nos preguntan para qué gastamos tanto dinero en pintura si enseguida nos lo van a borrar. El grafiti tiene que molestar, de lo contario es mero entretenimiento”. “Y el arte urbano lo que quiere es complacer –termina Musa–, por eso es tan bonito”.
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