Descubriendo Chihuahua entre sotol, murales urbanos y las vistas de las Barrancas del Cobre

Cuando Lenny Kravitz probó por primera vez el sotol ya había disfrutado de emociones fuertes en su vida, giras mundiales y varios números uno. Pero el descubrimiento de este destilado proveniente de la planta autóctona del desierto de Chihuahua lilacea dasylirion le dejó al cantante tal huella que no hubo vuelta atrás e inició una camino de no retorno que culminó con el lanzamiento de su propia marca: Nocheluna, un sotol que definió como “Salvaje. Natural. Resiliente”.

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 Un viaje con inicio en la vibrante capital del Estado mexicano y final en el famoso tren ‘Chepe Express’ tras descubrir Cuauhtémoc y su comunidad menonita, Creel o la sierra Tarahumara  

Cuando Lenny Kravitz probó por primera vez el sotol ya había disfrutado de emociones fuertes en su vida, giras mundiales y varios números uno. Pero el descubrimiento de este destilado proveniente de la planta autóctona del desierto de Chihuahua lilacea dasylirion le dejó al cantante tal huella que no hubo vuelta atrás e inició una camino de no retorno que culminó con el lanzamiento de su propia marca: Nocheluna, un sotol que definió como “Salvaje. Natural. Resiliente”.

Chihuahua, en lengua rarámuri, significa “lugar seco y arenoso”, algo que uno entiende nada más aterrizar en la capital homónima de este Estado mexicano. Desde el mirador de Santa Rosa nos familiarizamos con una capital diferente a los estereotipos de otras ciudades históricas, una llanura extendida entre las montañas Cerro coronel, Santa Rosa y Cerro Grande (presentes en el escudo del Estado).

Cosechado en la naturaleza desértica, el sotol es una de las señas de identidad de Chihuahua, el Estado más grande del país y uno de los más desconocidos. Para instruirse en el universo del sotol conviene acercarse a la destilería Oro de Coyame, cuyo anfitrión, Victor Ibarra, es una enciclopedia de este licor que sobrevivió de forma clandestina hasta el año 2002, aunque se lleva elaborando desde que los españoles trajeron el alambique. La planta dasylirion (más cercana a la cebolla que al agave del que provienen el tequila y el mezcal) es altamente resistente y no puede estar más enraizada a la herencia natural de este norte. Tanto si se degusta Soto Mayor como El Coyote empatizaremos con Julia Roberts, gran fan del sotol, a quien se le atribuye la frase “Like Tequila? Love Sotol!” y, por supuesto, con el lado emprendedor de Kravitz, que cada año se deja caer por la bodega para comprobar el estado de los números y llevarse unas cajas.

Hay mucho por descubrir en esta ciudad conocida por el Palacio de Gobierno y sus murales de Aarón Piña Mora, en cuyo patio fue fusilado el padre de la patria Don Miguel Hidalgo en 1811, y por el Museo Histórico de la Revolución, ubicado en la casa que adquirió Pancho Villa para vivir con Luz Corral, su esposa, la única mujer con la que se casó por la iglesia (con las otras 24 lo hizo por lo civil y se las arregló para que desaparecieran los papeles). La exagerada vida de Villa ha generado, y con razón, incontables libros, películas, leyendas y corridos. Pese a la escasa intención museográfica (el recorrido es un cambalache sin contextualizar y sin ningún orden cronológico), la visita es una entretenida clase de historia que, además, da la pista de cómo George Lucas, para crear a su princesa Leia Organa, se inspiró en las Adelitas mexicanas, mujeres guerrilleras que se recogían el pelo con un característico moño alrededor de la oreja y cuyo apodo proviene de Adela Velarde Pérez, quien participó en la lucha armada como enfermera teniendo el grado de teniente, siendo originaria de Ciudad Juárez, y que dio lugar al famoso corrido “Y si Adelita se fuera con otro”.

Vista aérea de la catedral Metropolitana de Chihuahua, en México.

Para entrar en contacto con la gastronomía local, nada como un desayuno de Enrizos. Solo cuando se ha probado alguno de sus “montados” (guisos envueltos en generosas tortillas, similar a los burritos) se entienden las colas que se generan desde primera hora y lo arraigado que está el local a la cultura popular. En el centro, en la plaza de Armas, junto a la catedral de estilo barroco (1725-1825) y la estatua ecuestre del fundador de la ciudad Antonio de Deza y Ulloa, en el lateral del edificio Eloy Vallina (de inspiración art déco), destaca un mural con la imagen de un colorido perro chihuahua bajo una planta de peyote, detalle gráfico que irremediablemente traslada a la construcción del ferrocarril que uniría Chihuahua con el Pacífico (que entre unas cosas y otras se prolongó de 1881 a 1961) y a los obreros chinos que llegaron de San Francisco para trabajar el tramo que pasaba por Chihuahua en 1914. Algunos de ellos vinieron acompañados por sus mascotas, unos perros diminutos a los que el patrón, un ingeniero estadounidense, les empezó a llamar chihuahuas. Y el resto es historia.

El interior del Palacio de Gobierno, en Chihuahua.

Aunque para murales, los más interesantes del centro son los dedicados a la figura de David Alfaro Siqueiros, muralista natural de Camargo (Chihuahua), que jamás se cansó de emitir la expresión de su pueblo, tan visceral y combativo que llegó a estar siete veces preso y cuyo recuerdo es siempre una excusa para volver a una época dorada de la cultura mexicana y evocar, por ejemplo, su gran mural La marcha de la humanidad. Todo un personaje Siqueiros, ángel o demonio, que se puso el nombre de David por su admiración a Miguel Ángel. Continuador de esa tradición artística encontramos al escultor Sebastián, llamado Enrique Carbajal y también natural de Camargo, muy conocido por la amarilla Cabeza de Caballo del paseo Reforma en Ciudad de México, y de quien en la ciudad se disfrutan tres obras poderosas: La Puerta de Chihuahua, La Guirnalda y La Puerta del Sol.

Quinta Gameros es la delirante casa art nouveau que proyectó el arquitecto colombiano Julio Corredor Latorre para el señor Gameros tras habitar en Bruselas y fascinarse con Victor Horta. Igual de desproporcionadamente orgánico resulta el mobiliario, creado para armonizar un espacio que se ha convertido en una de las atracciones de la ciudad en la que, a decir verdad, no solo de sotol vive el hombre, pues también empieza a elaborar vino. Para conocer un vino chihuahuense de primer nivel conviene desplazarse y reservar en la Hacienda Las Ruelas, emplazamiento de la bodega Tres Ríos, a cargo de Consuelo Meléndez y el sumiller Alejandro Rubio, gran conservador y gran experto, que ilustra sobre sus vinos (atención al chardonnay blanco Tres Ríos) alternando explicaciones técnicas sobre balances y equilibrios con frases del estilo “el vino es la única forma de arte que se puede beber” o “una botella de vino es una conversación atrapada esperando por ser liberada”.

El Centro Cultural Quinta Gameros es una mansión estilo 'art nouveau' construida a principios del siglo XX en la ciudad de Chihuahua.

De vuelta al centro de la ciudad, si hay hambre, habrá que decantarse entre dos opciones. La Casona, restaurante ubicado en la histórica casa de Luis Terrazas por la que ha pasado literalmente de todo, incluido Benito Juárez —se refugió aquí en 1865 y 1866—, y que hoy es la referencia de la alta gastronomía. O, casi enfrente, el restaurante El Poeta, en el estupendo y asequible hotel boutique Central, ubicado en la Casa Trias, la finca más antigua de esta capital norteña donde conviven la historia, el arte, la gastronomía y, por supuesto, la poesía, presente en los platillos y en los nombres de las habitaciones por ser la gran pasión de su dueño, Jaime Santiago Camino Creel, que puede recitar de memoria de Octavio Paz a Rubén Darío.

Más allá de la ciudad

Chihuahua cuenta con muchos atractivos turísticos más allá de la capital que hacen de este Estado un pujante destino alejado de masificaciones y puramente auténtico. Veamos algunos de ellos.

De camino a la población de Creel se puede parar en Cuauhtémoc, ciudad de tres culturas (menonitas, shabochis y mestizos) en la que llama la atención la presencia multitudinaria de la comunidad menonita, seguidores de esta rama pacifista del movimiento cristiano anabaptista originado en el siglo XVI durante lo que se denominó la Reforma Radical y cuya influencia en el día a día (y en la gastronomía) de la ciudad es inusualmente expansiva. La historia de su llegada en 1922 y su posterior adaptación se ilustra muy bien en el Museo Menonita y es sinceramente interesante, pues nacieron en Suiza hace cinco siglos y, como pueblo nómada, pasaron antes por Alemania, Rusia o Canadá. Su forma de vida y algunos dilemas los reflejó de maravilla el director de cine Carlos Reygadas en la película Luz silenciosa (2007).

El Museo Menonita de Cuauhtémoc, en el Estado de Chihuahua.

Creel es uno de los 177 pueblos mágicos de México y es entrañable por su capacidad para mezclar a mochileros europeos y turistas nacionales entusiastas. Hay que valorar la opción de alquilar un quad (aquí llamado cuatrimoto) para desplazarse a la comunidad indígena de San Ignacio de Arareko, una visita a todas luces reveladora.

“Tarahumara” es la palabra que los españoles empezaron a decir por su incapacidad para pronunciar rarárumi. Viendo a las mujeres rarámuris elaborando artesanías en las cuevas en las que habitan o desplazándose a paso ligero se hace imprescindible recordar a la corredora Lorena Ramírez, que llegó a ser portada de Vogue México y cuya historia se llevó a la pantalla con el impulso de Gael García Bernal, productor del documental de Netflix Lorena, la de pies ligeros. Ella representa de maravilla toda una cultura y una manera de vivir, de pensar, de vestir, de correr, de habitar. Las capacidades de los tarahumaras para correr ya se explicaron en un libro de Christopher McDougall que dio la vuelta al mundo, Nacidos para correr, pero Lorena, con su actitud, dignifica el milagro de competir sin necesidad de ganar y nos habla de principios llegando a la meta siempre antes que nosotros.

Corredores rarámuri en las Barrancas del Cobre.

La impresión que causan las formaciones rocosas del Valle de los Hongos, de las Ranas y de los Monjes es suficiente para retrasar la visita a la cueva de Sebastián, el lago de Arareco e incluso la cena. Qué placer contemplar las rocas que por la erosión adquirieron formas tan precisas, especialmente las primeras. Por debajo de ellas, ante la iglesia de piedra llamada la Misión es inevitable recordar la presencia de los jesuitas en la zona y, por consiguiente, la película La misión (1986).

Estamos a escasos kilómetros al sudeste de Creel. Si no vemos ninguna construcción alrededor es porque los habitantes tarahumaras viven dispersos en el bosque circundante. Toca atravesarlo para descender por fin al Valle de los Monjes, también llamado de los Dioses, donde se yerguen gigantescas peñas verticales de hasta 60 metros. Hay quien, para comprobar que son reales, se obliga a escalar en ellas. La presencia siempre agradable de vecinos tarahumaras ayuda a familiarizarse con el espacio, muy espiritual, porque además las niñas y niños que nos acompañan siempre tienen un secreto a mano para desvelar en forma de mirador o de consejo. Estamos en el corazón de la sierra Tarahumara sintiendo algo similar al ensimismamiento, a la mímesis con el enigma de la naturaleza en su forma más pura y esencial.

Paisaje del Valle de los Monjes, ubicado en el municipio de Bocoyna, en el Estado de Chihuahua.

En Creel, el Museo Tarahumara de Arte Popular, junto a la antigua estación de tren, da a conocer los tópicos fundamentales de la cultura prehispánica a través de diversos elementos relacionados con la etnografía, el arte popular y la historia. El lugar de convivencia es el rústico hotel The Lodge, sin duda la mejor opción, porque sus cabañas de madera con chimeneas son sumamente identitarias y su integración en el entorno es de lo más natural.

El mirador del río Oteros regala una profundidad de 1.500 metros de altura y la oportunidad de que doña Catalina, una chamana rarárami que vive en una cueva de madera al pie del acantilado, le purifique a base de humo y un brebaje y con un huevo que hacer rodar por las cabezas. Entre el folklore y la catarsis uno se acuerda de la mítica María Sabina y de Carlos Castaneda y sus Enseñanzas de don Juan, impulsores del conocimientos de los estados alterados de la conciencia, mientras nos acercamos al Divisadero, donde la confluencia de las tres barrancas (del Cobre, Urique y Tararecua) genera una de las vistas más rotundas y enérgicas que uno pueda llevarse a los ojos. La contemplación, ante una profundidad que aquí alcanza los 1.879 metros, resulta insondable. Si alguien, además de observar, prefiere atravesar ese espacio y habitar su interior, puede sobrevolarlo en la tirolina o ziprider (considerada la más larga del mundo) que ha puesto en el mapamundi de los adictos a la adrenalina el Parque Aventura Barrancas. Presume de ser la más larga del mundo (una longitud de 2.554 metros), alcanza los 135 kilómetros por hora y dura tres minutos (entre el cielo y el suelo). Toda amplitud halla su sitio.

Es, sin duda, la mejor antesala del Hotel Mirador, probablemente el lugar más determinante de las Barrancas del Cobre, cuyas vistas resultan serenamente bellas, como pintadas por un maestro holandés del Siglo de Oro. Puro misticismo transparente que conviene observar a todas horas para no perder detalle, ya sea con la lámpara candorosa de la mañana, cuando la sombra oscurece los matices o durante la noche en que solo se ven destellos de estrellas. Es el típico lugar sobre el que quien ha estado te recomienda despertarte a las seis para ver el amanecer, que llega sin prisas, con cantos de gallos y de pájaros y ecos de ladridos lejanos. La claridad devuelve paulatinamente las tonalidades al paisaje para que las montañas también despierten al día. Las nubes y una ligera niebla, que como humo suspiran al otro lado de la sierra, aportan su ofrenda a un espectáculo que une la ceremonia y la pureza. Aún se mantiene la luna en lo alto, oteando vigilante la comparecencia del sol cuyos tibios rayos se abren paso entre brumas para inaugurar y teñir de brillo una mañana en la que se irán intensificando los colores de las cotas altas y bajas.

Todo se desarrolla con la naturalidad de una montaña reflejada en un lago, la misma con la que desciende el famoso tren Chepe Express que une Chihuahua con el Pacífico y que se ha convertido en la atracción turística más rentable y conocida del Estado. Desde Divisadero hasta Los Mochis esperan siete horas de ruta sin cobertura, algo que empieza a considerarse un lujo.

El 'Chepe Express' es un tren turístico que recorre la sierra Tarahumara y las Barrancas del Cobre, en Chihuahua.

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