Desde hace miles de años, la humanidad se ha esforzado en desentrañar los misterios de la atracción , la fuerza invisible que nos empuja los unos hacia los otros. Porque, si lo pensamos bien, ¿qué es lo que más nos atrae de otra persona ? ¿Es su mirada? ¿La sonrisa? ¿Quizá el ingenio o la inteligencia? ¿O hay algo más profundo, más primario, bajo la superficie?Los animales, que son instinto puro, no lo dudan, y siguen ciegamente lo que les dictan las feromonas , sustancias químicas imperceptibles para el olfato consciente, pero que guían todas y cada una de sus elecciones y rituales de cortejo. ¿Pero sucede lo mismo con nosotros? ¿Estamos los humanos, sin saberlo, condicionados por el influjo de una especie de ‘perfume sutil’ que da forma a nuestras decisiones y emociones más íntimas?La pregunta lleva décadas obsesionando a los científicos y la respuesta, como suele suceder en Ciencia, ha resultado ser de todo menos sencilla. Durante mucho tiempo, la idea de las feromonas humanas ha sido objeto de la cultura popular, una trama recurrente en comedias románticas y novelas que mezclan el romanticismo más idealizado con la parte más instintiva de nuestra naturaleza.Noticia Relacionada estandar Si La hormona que hace que deseemos ver a esa persona una y otra vez, la misma detrás de la adicción a la cocaína Judith de Jorge Un estudio con ratones de campo muestra que la dopamina es fundamental para mantener la llama del amor y da esperanza a los corazones rotosNo así los científicos, siempre cautos y escépticos. De hecho, si bien la existencia de feromonas que alteran el comportamiento ha sido demostrada de forma concluyente en infinidad de especies animales, desde insectos hasta mamíferos, su presencia en la nuestra ha resultado ser esquiva, algo así como un ‘fantasma’ que se resiste a ser atrapado.Hay ‘algo’ en el aire…Hasta ahora. Un equipo de investigadores de la Universidad de Tokio, en efecto, acaba de poner sobre la mesa un estudio que, si bien no proclama a gritos que las feromonas humanas existen, sí que aporta sólidos indicios de que ‘algo’ medible e interesante está ocurriendo, algo análogo a la idea de las feromonas, puede que un ‘eco’ de ese lenguaje químico ancestral. El hallazgo acaba de publicarse en ‘iScience’, una de las revistas científicas del grupo Cell.Kazushige Touhara, director de la investigación, lo explica con claridad: «Identificamos tres componentes del olor corporal femenino que aumentaron durante los períodos de ovulación de las mujeres. Cuando los hombres olfatearon una mezcla de estos compuestos junto a un modelo de olor de axila, dijeron que los olores les parecían menos desagradables, y las imágenes de mujeres que las acompañaban les resultaban más atractivas y más femeninas». Pero la cosa no se detiene ahí. La influencia de estos compuestos, de hecho, se extiende a un plano más profundo, más allá de la mera percepción estética: «Además -prosigue Touhara-, hallamos que esos compuestos conseguían relajar a los sujetos masculinos (en comparación con los de un control), e incluso suprimieron el aumento de la cantidad de amilasa (un biomarcador de estrés) en su saliva. Estos resultados sugieren que el olor corporal puede, de alguna manera, contribuir a la comunicación entre hombres y mujeres».Una influencia sutilImaginemos la siguiente escena: Un hombre, sin saberlo, se acerca a una mujer y queda expuesto a un sutil ‘mensaje olfativo’. Su estrés disminuye, su percepción de la belleza femenina se agudiza. No se trata de un afrodisíaco mágico que anule el libre albedrío, sino de una modulación fina, casi imperceptible, de su estado emocional y su juicio. Es como si la naturaleza nos hubiera dotado de un sistema de comunicación secreto, un ‘telégrafo’ olfativo que opera en las profundidades de nuestro subconsciente.El hallazgo, por supuesto, no surge de la nada. Estudios previos ya habían sugerido que el olor corporal femenino experimenta cambios a lo largo del ciclo menstrual, y que estas variaciones, especialmente durante la fase ovulatoria, eran percibidas por los hombres como agradables. Sin embargo, la naturaleza específica de estos olores, las moléculas exactas responsables de este efecto, se desconocían. Algo que Touhara y su equipo, sin embargo, han conseguido por primera vez.Para hacerlo, los investigadores recurrieron a una técnica de análisis químico de vanguardia: la cromatografía de gases-espectrometría de masas. Una suerte de ‘olfato artificial’ de alta precisión que les permitió desentrañar la intrincada mezcla de moléculas volátiles que componen el olor corporal humano y, lo más importante, identificar aquellas que fluctúan con las fases del ciclo menstrual.Esquema de los compuestos de olor corporal femenino durante la ovulación y sus efectos en los hombres Touhara et al.Un trabajo largo y complejoUna empresa que no resultó sencilla. Nozomi Ohgi, una de las principales autoras de la investigación, explica que «la parte más difícil del estudio fue determinar el perfil de olor de la axila dentro del ciclo menstrual de una mujer. Particularmente complicado fue programar a más de 20 mujeres para asegurar que las muestras de olor axilar se fueran recolectadas en momentos clave de sus ciclos menstruales».Un trabajo, pues, titánico, que requirió una dedicación total y una metodología extremadamente meticulosa. «También necesitábamos -añade Ohgi- entrevistar con frecuencia a cada participante sobre su temperatura corporal y otros indicadores del ciclo menstrual para comprender y rastrear su estado. Lo cual requirió una gran cantidad de tiempo, esfuerzo y atención. Llevó más de un mes por participante completar la recolección dentro del ciclo menstrual, por lo que fue un proceso muy, muy lento». Otro de los desafíos a los que se enfrentaron los investigadores fue garantizar la ‘ceguera’ de las pruebas. Es decir, los participantes no podían tener la más mínima pista sobre lo que estaban oliendo o por qué. Todo lo cual refuerza la robustez de los hallazgos.¿Son o no feromonas?A pesar de ello, Touhara se muestra prudente y prefiere evitar la etiqueta de ‘feromonas’. «En este momento -advierte- no podemos decir de manera concluyente que los compuestos que encontramos, que aumentan durante el período de ovulación, sean feromonas humanas. La definición clásica de feromonas implica sustancias químicas específicas de la especie que inducen ciertas respuestas conductuales o fisiológicas».’Específicas de la especie’ es un matiz de suma importancia, porque si bien el estudio sí que demuestra un impacto conductual y fisiológico (reducción del estrés en hombres y cambios en su percepción de la belleza), los investigadores aún no han podido confirmar si estos olores son, o no, específicos de Homo sapiens. Por eso Touhara prefiere hablar de «compuestos similares a feromonas».El hallazgo tiene, desde luego, profundas implicaciones en la relación entre ambos sexos en nuestra sociedad. Porque si, como parece, las mujeres emiten sutiles señales químicas que influyen en el estado de ánimo y la percepción masculinas, la idea de interacción social tal y como la entendemos ahora quedaría, como mínimo, tocada. De hecho, esas señales podrían contribuir a la elección inconsciente de pareja, añadiendo una capa más de complejidad a la ya intrincada danza del cortejo humano.Las posibilidades son muchas, y los investigadores creen incluso que estos ‘susurros químicos’ recién descubiertos podrían contribuir, también, a la sincronización de los ciclos menstruales en grupos de mujeres que conviven, un fenómeno ya observado y que en otros animales se atribuye a la acción de las feromonas. El hallazgo, por lo tanto, nos recuerda que, a pesar de nuestra sofisticación cultural y tecnológica, seguimos siendo, en esencia, criaturas biológicas, con raíces profundas en el reino animal. Touhara y su equipo ya tienen planes para futuras investigaciones. Quieren ampliar la diversidad de participantes para descartar la influencia de rasgos genéticos específicos, realizar análisis químicos aún más profundos y, lo más emocionante, explorar cómo estos compuestos ovulatorios podrían afectar las áreas activas del cerebro relacionadas con la emoción y la percepción.MÁS INFORMACIÓN noticia Si Avelino Corma, químico: «Ni podemos usar solo estiércol como abono ni vestirnos todos de lana merina. Hace falta la química» noticia No La NASA perderá casi 4.000 trabajadores por la «renuncia en diferido» de TrumpAsí, mientras esperamos a que los científicos revelen con precisión las ‘rutas olfativas’ que nos conectan, sería bueno tener presente que cada encuentro, cada mirada, cada conversación, podría estar impregnada de ese ‘susurro químico’ invisible que modela nuestras relaciones sin que siquiera nos demos cuenta de ello. Desde hace miles de años, la humanidad se ha esforzado en desentrañar los misterios de la atracción , la fuerza invisible que nos empuja los unos hacia los otros. Porque, si lo pensamos bien, ¿qué es lo que más nos atrae de otra persona ? ¿Es su mirada? ¿La sonrisa? ¿Quizá el ingenio o la inteligencia? ¿O hay algo más profundo, más primario, bajo la superficie?Los animales, que son instinto puro, no lo dudan, y siguen ciegamente lo que les dictan las feromonas , sustancias químicas imperceptibles para el olfato consciente, pero que guían todas y cada una de sus elecciones y rituales de cortejo. ¿Pero sucede lo mismo con nosotros? ¿Estamos los humanos, sin saberlo, condicionados por el influjo de una especie de ‘perfume sutil’ que da forma a nuestras decisiones y emociones más íntimas?La pregunta lleva décadas obsesionando a los científicos y la respuesta, como suele suceder en Ciencia, ha resultado ser de todo menos sencilla. Durante mucho tiempo, la idea de las feromonas humanas ha sido objeto de la cultura popular, una trama recurrente en comedias románticas y novelas que mezclan el romanticismo más idealizado con la parte más instintiva de nuestra naturaleza.Noticia Relacionada estandar Si La hormona que hace que deseemos ver a esa persona una y otra vez, la misma detrás de la adicción a la cocaína Judith de Jorge Un estudio con ratones de campo muestra que la dopamina es fundamental para mantener la llama del amor y da esperanza a los corazones rotosNo así los científicos, siempre cautos y escépticos. De hecho, si bien la existencia de feromonas que alteran el comportamiento ha sido demostrada de forma concluyente en infinidad de especies animales, desde insectos hasta mamíferos, su presencia en la nuestra ha resultado ser esquiva, algo así como un ‘fantasma’ que se resiste a ser atrapado.Hay ‘algo’ en el aire…Hasta ahora. Un equipo de investigadores de la Universidad de Tokio, en efecto, acaba de poner sobre la mesa un estudio que, si bien no proclama a gritos que las feromonas humanas existen, sí que aporta sólidos indicios de que ‘algo’ medible e interesante está ocurriendo, algo análogo a la idea de las feromonas, puede que un ‘eco’ de ese lenguaje químico ancestral. El hallazgo acaba de publicarse en ‘iScience’, una de las revistas científicas del grupo Cell.Kazushige Touhara, director de la investigación, lo explica con claridad: «Identificamos tres componentes del olor corporal femenino que aumentaron durante los períodos de ovulación de las mujeres. Cuando los hombres olfatearon una mezcla de estos compuestos junto a un modelo de olor de axila, dijeron que los olores les parecían menos desagradables, y las imágenes de mujeres que las acompañaban les resultaban más atractivas y más femeninas». Pero la cosa no se detiene ahí. La influencia de estos compuestos, de hecho, se extiende a un plano más profundo, más allá de la mera percepción estética: «Además -prosigue Touhara-, hallamos que esos compuestos conseguían relajar a los sujetos masculinos (en comparación con los de un control), e incluso suprimieron el aumento de la cantidad de amilasa (un biomarcador de estrés) en su saliva. Estos resultados sugieren que el olor corporal puede, de alguna manera, contribuir a la comunicación entre hombres y mujeres».Una influencia sutilImaginemos la siguiente escena: Un hombre, sin saberlo, se acerca a una mujer y queda expuesto a un sutil ‘mensaje olfativo’. Su estrés disminuye, su percepción de la belleza femenina se agudiza. No se trata de un afrodisíaco mágico que anule el libre albedrío, sino de una modulación fina, casi imperceptible, de su estado emocional y su juicio. Es como si la naturaleza nos hubiera dotado de un sistema de comunicación secreto, un ‘telégrafo’ olfativo que opera en las profundidades de nuestro subconsciente.El hallazgo, por supuesto, no surge de la nada. Estudios previos ya habían sugerido que el olor corporal femenino experimenta cambios a lo largo del ciclo menstrual, y que estas variaciones, especialmente durante la fase ovulatoria, eran percibidas por los hombres como agradables. Sin embargo, la naturaleza específica de estos olores, las moléculas exactas responsables de este efecto, se desconocían. Algo que Touhara y su equipo, sin embargo, han conseguido por primera vez.Para hacerlo, los investigadores recurrieron a una técnica de análisis químico de vanguardia: la cromatografía de gases-espectrometría de masas. Una suerte de ‘olfato artificial’ de alta precisión que les permitió desentrañar la intrincada mezcla de moléculas volátiles que componen el olor corporal humano y, lo más importante, identificar aquellas que fluctúan con las fases del ciclo menstrual.Esquema de los compuestos de olor corporal femenino durante la ovulación y sus efectos en los hombres Touhara et al.Un trabajo largo y complejoUna empresa que no resultó sencilla. Nozomi Ohgi, una de las principales autoras de la investigación, explica que «la parte más difícil del estudio fue determinar el perfil de olor de la axila dentro del ciclo menstrual de una mujer. Particularmente complicado fue programar a más de 20 mujeres para asegurar que las muestras de olor axilar se fueran recolectadas en momentos clave de sus ciclos menstruales».Un trabajo, pues, titánico, que requirió una dedicación total y una metodología extremadamente meticulosa. «También necesitábamos -añade Ohgi- entrevistar con frecuencia a cada participante sobre su temperatura corporal y otros indicadores del ciclo menstrual para comprender y rastrear su estado. Lo cual requirió una gran cantidad de tiempo, esfuerzo y atención. Llevó más de un mes por participante completar la recolección dentro del ciclo menstrual, por lo que fue un proceso muy, muy lento». Otro de los desafíos a los que se enfrentaron los investigadores fue garantizar la ‘ceguera’ de las pruebas. Es decir, los participantes no podían tener la más mínima pista sobre lo que estaban oliendo o por qué. Todo lo cual refuerza la robustez de los hallazgos.¿Son o no feromonas?A pesar de ello, Touhara se muestra prudente y prefiere evitar la etiqueta de ‘feromonas’. «En este momento -advierte- no podemos decir de manera concluyente que los compuestos que encontramos, que aumentan durante el período de ovulación, sean feromonas humanas. La definición clásica de feromonas implica sustancias químicas específicas de la especie que inducen ciertas respuestas conductuales o fisiológicas».’Específicas de la especie’ es un matiz de suma importancia, porque si bien el estudio sí que demuestra un impacto conductual y fisiológico (reducción del estrés en hombres y cambios en su percepción de la belleza), los investigadores aún no han podido confirmar si estos olores son, o no, específicos de Homo sapiens. Por eso Touhara prefiere hablar de «compuestos similares a feromonas».El hallazgo tiene, desde luego, profundas implicaciones en la relación entre ambos sexos en nuestra sociedad. Porque si, como parece, las mujeres emiten sutiles señales químicas que influyen en el estado de ánimo y la percepción masculinas, la idea de interacción social tal y como la entendemos ahora quedaría, como mínimo, tocada. De hecho, esas señales podrían contribuir a la elección inconsciente de pareja, añadiendo una capa más de complejidad a la ya intrincada danza del cortejo humano.Las posibilidades son muchas, y los investigadores creen incluso que estos ‘susurros químicos’ recién descubiertos podrían contribuir, también, a la sincronización de los ciclos menstruales en grupos de mujeres que conviven, un fenómeno ya observado y que en otros animales se atribuye a la acción de las feromonas. El hallazgo, por lo tanto, nos recuerda que, a pesar de nuestra sofisticación cultural y tecnológica, seguimos siendo, en esencia, criaturas biológicas, con raíces profundas en el reino animal. Touhara y su equipo ya tienen planes para futuras investigaciones. Quieren ampliar la diversidad de participantes para descartar la influencia de rasgos genéticos específicos, realizar análisis químicos aún más profundos y, lo más emocionante, explorar cómo estos compuestos ovulatorios podrían afectar las áreas activas del cerebro relacionadas con la emoción y la percepción.MÁS INFORMACIÓN noticia Si Avelino Corma, químico: «Ni podemos usar solo estiércol como abono ni vestirnos todos de lana merina. Hace falta la química» noticia No La NASA perderá casi 4.000 trabajadores por la «renuncia en diferido» de TrumpAsí, mientras esperamos a que los científicos revelen con precisión las ‘rutas olfativas’ que nos conectan, sería bueno tener presente que cada encuentro, cada mirada, cada conversación, podría estar impregnada de ese ‘susurro químico’ invisible que modela nuestras relaciones sin que siquiera nos demos cuenta de ello.
Desde hace miles de años, la humanidad se ha esforzado en desentrañar los misterios de la atracción, la fuerza invisible que nos empuja los unos hacia los otros. Porque, si lo pensamos bien, ¿qué es lo que más nos atrae de otra persona? ¿ … Es su mirada? ¿La sonrisa? ¿Quizá el ingenio o la inteligencia? ¿O hay algo más profundo, más primario, bajo la superficie?
Los animales, que son instinto puro, no lo dudan, y siguen ciegamente lo que les dictan las feromonas, sustancias químicas imperceptibles para el olfato consciente, pero que guían todas y cada una de sus elecciones y rituales de cortejo. ¿Pero sucede lo mismo con nosotros? ¿Estamos los humanos, sin saberlo, condicionados por el influjo de una especie de ‘perfume sutil’ que da forma a nuestras decisiones y emociones más íntimas?
La pregunta lleva décadas obsesionando a los científicos y la respuesta, como suele suceder en Ciencia, ha resultado ser de todo menos sencilla. Durante mucho tiempo, la idea de las feromonas humanas ha sido objeto de la cultura popular, una trama recurrente en comedias románticas y novelas que mezclan el romanticismo más idealizado con la parte más instintiva de nuestra naturaleza.
No así los científicos, siempre cautos y escépticos. De hecho, si bien la existencia de feromonas que alteran el comportamiento ha sido demostrada de forma concluyente en infinidad de especies animales, desde insectos hasta mamíferos, su presencia en la nuestra ha resultado ser esquiva, algo así como un ‘fantasma’ que se resiste a ser atrapado.
Hay ‘algo’ en el aire…
Hasta ahora. Un equipo de investigadores de la Universidad de Tokio, en efecto, acaba de poner sobre la mesa un estudio que, si bien no proclama a gritos que las feromonas humanas existen, sí que aporta sólidos indicios de que ‘algo’ medible e interesante está ocurriendo, algo análogo a la idea de las feromonas, puede que un ‘eco’ de ese lenguaje químico ancestral. El hallazgo acaba de publicarse en ‘iScience’, una de las revistas científicas del grupo Cell.
Kazushige Touhara, director de la investigación, lo explica con claridad: «Identificamos tres componentes del olor corporal femenino que aumentaron durante los períodos de ovulación de las mujeres. Cuando los hombres olfatearon una mezcla de estos compuestos junto a un modelo de olor de axila, dijeron que los olores les parecían menos desagradables, y las imágenes de mujeres que las acompañaban les resultaban más atractivas y más femeninas».
Pero la cosa no se detiene ahí. La influencia de estos compuestos, de hecho, se extiende a un plano más profundo, más allá de la mera percepción estética: «Además -prosigue Touhara-, hallamos que esos compuestos conseguían relajar a los sujetos masculinos (en comparación con los de un control), e incluso suprimieron el aumento de la cantidad de amilasa (un biomarcador de estrés) en su saliva. Estos resultados sugieren que el olor corporal puede, de alguna manera, contribuir a la comunicación entre hombres y mujeres».
Una influencia sutil
Imaginemos la siguiente escena: Un hombre, sin saberlo, se acerca a una mujer y queda expuesto a un sutil ‘mensaje olfativo’. Su estrés disminuye, su percepción de la belleza femenina se agudiza. No se trata de un afrodisíaco mágico que anule el libre albedrío, sino de una modulación fina, casi imperceptible, de su estado emocional y su juicio. Es como si la naturaleza nos hubiera dotado de un sistema de comunicación secreto, un ‘telégrafo’ olfativo que opera en las profundidades de nuestro subconsciente.
El hallazgo, por supuesto, no surge de la nada. Estudios previos ya habían sugerido que el olor corporal femenino experimenta cambios a lo largo del ciclo menstrual, y que estas variaciones, especialmente durante la fase ovulatoria, eran percibidas por los hombres como agradables. Sin embargo, la naturaleza específica de estos olores, las moléculas exactas responsables de este efecto, se desconocían. Algo que Touhara y su equipo, sin embargo, han conseguido por primera vez.
Para hacerlo, los investigadores recurrieron a una técnica de análisis químico de vanguardia: la cromatografía de gases-espectrometría de masas. Una suerte de ‘olfato artificial’ de alta precisión que les permitió desentrañar la intrincada mezcla de moléculas volátiles que componen el olor corporal humano y, lo más importante, identificar aquellas que fluctúan con las fases del ciclo menstrual.
Touhara et al.
Un trabajo largo y complejo
Una empresa que no resultó sencilla. Nozomi Ohgi, una de las principales autoras de la investigación, explica que «la parte más difícil del estudio fue determinar el perfil de olor de la axila dentro del ciclo menstrual de una mujer. Particularmente complicado fue programar a más de 20 mujeres para asegurar que las muestras de olor axilar se fueran recolectadas en momentos clave de sus ciclos menstruales».
Un trabajo, pues, titánico, que requirió una dedicación total y una metodología extremadamente meticulosa. «También necesitábamos -añade Ohgi- entrevistar con frecuencia a cada participante sobre su temperatura corporal y otros indicadores del ciclo menstrual para comprender y rastrear su estado. Lo cual requirió una gran cantidad de tiempo, esfuerzo y atención. Llevó más de un mes por participante completar la recolección dentro del ciclo menstrual, por lo que fue un proceso muy, muy lento».
Otro de los desafíos a los que se enfrentaron los investigadores fue garantizar la ‘ceguera’ de las pruebas. Es decir, los participantes no podían tener la más mínima pista sobre lo que estaban oliendo o por qué. Todo lo cual refuerza la robustez de los hallazgos.
¿Son o no feromonas?
A pesar de ello, Touhara se muestra prudente y prefiere evitar la etiqueta de ‘feromonas’. «En este momento -advierte- no podemos decir de manera concluyente que los compuestos que encontramos, que aumentan durante el período de ovulación, sean feromonas humanas. La definición clásica de feromonas implica sustancias químicas específicas de la especie que inducen ciertas respuestas conductuales o fisiológicas».
‘Específicas de la especie’ es un matiz de suma importancia, porque si bien el estudio sí que demuestra un impacto conductual y fisiológico (reducción del estrés en hombres y cambios en su percepción de la belleza), los investigadores aún no han podido confirmar si estos olores son, o no, específicos de Homo sapiens. Por eso Touhara prefiere hablar de «compuestos similares a feromonas».
El hallazgo tiene, desde luego, profundas implicaciones en la relación entre ambos sexos en nuestra sociedad. Porque si, como parece, las mujeres emiten sutiles señales químicas que influyen en el estado de ánimo y la percepción masculinas, la idea de interacción social tal y como la entendemos ahora quedaría, como mínimo, tocada. De hecho, esas señales podrían contribuir a la elección inconsciente de pareja, añadiendo una capa más de complejidad a la ya intrincada danza del cortejo humano.
Las posibilidades son muchas, y los investigadores creen incluso que estos ‘susurros químicos’ recién descubiertos podrían contribuir, también, a la sincronización de los ciclos menstruales en grupos de mujeres que conviven, un fenómeno ya observado y que en otros animales se atribuye a la acción de las feromonas.
El hallazgo, por lo tanto, nos recuerda que, a pesar de nuestra sofisticación cultural y tecnológica, seguimos siendo, en esencia, criaturas biológicas, con raíces profundas en el reino animal. Touhara y su equipo ya tienen planes para futuras investigaciones. Quieren ampliar la diversidad de participantes para descartar la influencia de rasgos genéticos específicos, realizar análisis químicos aún más profundos y, lo más emocionante, explorar cómo estos compuestos ovulatorios podrían afectar las áreas activas del cerebro relacionadas con la emoción y la percepción.
Así, mientras esperamos a que los científicos revelen con precisión las ‘rutas olfativas’ que nos conectan, sería bueno tener presente que cada encuentro, cada mirada, cada conversación, podría estar impregnada de ese ‘susurro químico’ invisible que modela nuestras relaciones sin que siquiera nos demos cuenta de ello.
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