De Nepal a Hong Kong: las revoluciones juveniles que (no siempre) triunfan en el sur de Asia

Algunas provocan grandes cambios políticos y sociales, otras generan mucho ruido, pero ningún avance Leer Algunas provocan grandes cambios políticos y sociales, otras generan mucho ruido, pero ningún avance Leer  

En el vasto escenario del sur de Asia, donde los monzones marcan el ritmo durante gran parte del año en ciudades milenarias salpicadas por una herencia colonial que se confunde con los sueños de modernidad, las revoluciones suelen seguir un mismo patrón: jóvenes que incendian las calles porque están hartos de la corrupción y los abusos de gobernantes autoritarios, independientemente que algunos de ellos hayan sido elegidos democráticamente en las urnas o alcanzaran al poder mediante golpes militares.

Caos, barricadas en carreteras, edificios en llamas, saqueos, sangrientos enfrentamientos entre imberbes manifestantes y policías de gatillo fácil… Las escenas se han repetido en bucle por varios rincones. El libro de jugadas, de unos y otros, es muy parecido.

Algunas revoluciones provocan grandes cambios políticos y sociales, como ha pasado en los últimos días en Nepal, donde ardió literalmente el Parlamento y el primer ministro dimitió. Algo similar sucedió hace un año en Bangladesh, cuando la primera ministra huyó en helicóptero del país tras ser derrocada por un levantamiento masivo protagonizado por decenas de miles de estudiantes.

El ejército de Nepal patrulla durante las protestas, en Katmandú.
El ejército de Nepal patrulla durante las protestas, en Katmandú.NARENDRA SHRESTHAEFE

Otras revoluciones asiáticas, a pesar de sus justificadas reivindicaciones o el apoyo de potencias occidentales, han generado mucho ruido, pero ningún avance. Por ejemplo, desde 2020, los jóvenes de Tailandia han salido varias veces a las calles para intentar tumbar sin éxito la ley de lesa majestad que protege al intocable y excéntrico rey Maha Vajiralongkorn.

Recientemente, la presión social de otras protestas masivas en Bangkok, también encabezadas por los jóvenes, sí que lograron que el Tribunal Constitucional suspendiera a la primera ministra Paetongtarn Shinawatra por una llamada que hizo al considerado líder de facto de Camboya, Hun Sen, en medio de una crisis militar entre tailandeses y camboyanos.

En Hong Kong, en 2019, los estudiantes lideraron numerosas marchas en las que demandaban una mayor autonomía, como tener un completo sufragio universal en el que el pueblo pudiera elegir al jefe Ejecutivo, puesto siempre a dedo por Pekín.

Manifestantes corean consignas durante una marcha contra el Gobierno, en Bangkok.
Manifestantes corean consignas durante una marcha contra el Gobierno, en Bangkok.Getty Images

Pero el movimiento pro democracia de la ex colonia británica no sólo no consiguió ningún avance, sino que el resultado fue una considerable regresión: las autoridades chinas sacaron adelante una dura ley de seguridad nacional que barrió gran parte del sistema de libertades civiles del que disfrutaba la ciudad, a diferencia de otras regiones del gigante asiático. Muchos de los estudiantes que lideraron algunas de estas manifestaciones han sido condenados a penas de entre 4 a 10 años de prisión, acusados de conspirar para derrocar al Gobierno local.

El foco la semana pasada ha estado en la oleada de protestas en Nepal contra la corrupción y una decisión del Gobierno de bloquear las redes sociales, las más numerosas desde que el país se convirtiera en una república democrática en 2008. El pasado miércoles, después de la dimisión del primer ministro, Sharma Oli, y de los incendios provocados en varios edificios gubernamentales, entre ellos el Parlamento, el ejército desplegó tropas por toda la capital, Katmandú, imponiendo además un toque de queda indefinido.

Al igual que ocurrió en los últimos años en Hong Kong, Tailandia, Bangladesh, Sri Lanka, Indonesia o Filipinas, las manifestaciones de Nepal fueron impulsadas primero en redes sociales por los jóvenes y adolescentes de la llamada «Generación Z», quienes viralizaron publicaciones que mostraban la lujosa vida de los hijos de la élite política de un país salpicado por la extrema desigualdad y el desempleo.

Las protestas del año pasado contra la violencia hacia los hindúes de Bangladesh, en Bombay.
Las protestas del año pasado contra la violencia hacia los hindúes de Bangladesh, en Bombay.RAFIQ MAQBOOLAP

Más adelante, el intento de censura de la mayoría de redes sociales occidentales, con un gran apagón que recordó al que impera en regímenes autoritarios de la región, encendió la mecha en las calles, conduciendo a fuertes disturbios entre los manifestantes y las fuerzas de seguridad. Los enfrentamientos continuaron a pesar de que el Ejecutivo terminó revocando la prohibición de las redes, con la policía abriendo fuego contra las multitudes.

Al menos 30 personas murieron y más de 1.000 resultaron heridas. Ahora, la nueva primra ministra, Sushila Karki, quien asumió el domingo el cargo, instó «a la calma y la cooperación para reconstruir» la nación.

Muchos más muertos que en Nepal (72), por encima de los 600, hubo el año pasado durante el choque entre antidisturbios y manifestantes en Bangladesh, un país donde ya hubo grandes protestas en los años 80 para poner fin a un régimen militar. En el verano de 2024, lo que comenzó con marchas universitarias pacíficas para exigir la eliminación de las cuotas en los empleos públicos, se transformó en un violento movimiento antigubernamental que buscaba poner fin al autoritarismo de la primera ministra Sheikh Hasina, quien llevaba en el poder desde 2009 y había ganado unos meses antes unas controvertidas elecciones.

Hasina huyó, exiliándose en India. El elegido para liderar la reconstrucción de un nuevo Bangladesh fue el veterano banquero Muhammad Yunus, ganador en 2006 del Premio Nobel de la Paz por abrir un banco de microcrédito que sacó a millones de personas de la pobreza.

Golpes militares, guerras civiles, corrupción endémica, tiranos elegidos en las urnas… Los jóvenes del sur de Asia y del Sudeste Asiático llevan décadas rebelándose contra el yugo de la represión, buscando tener una voz propia para poder elegir su destino. Pero la realidad es que la tendencia actual en la región tira más por el regreso de los autócratas, si es que alguna vez se fueron.

Algunos recuperan a la fuerza el poder, como en Birmania, un país sacudido por una guerra civil desde 2021. Otros maniobran desde las sombras, como los jefes militares en Tailandia. Y hay líderes que vencen limpiamente en las urnas, como Marcos Jr en Filipinas y Prabowo Subianto en Indonesia, y que arrastran un oscuro pasado de represión democrática.

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