Ha sido recibir agua y el Parque Nacional de Las Tablas de Daimiel (Ciudad Real) ha reaparecido con 1.130 hectáreas encharcadas, un 65% de las 1.734 totales. Pero el humedal, una llanura de inundación en medio de La Mancha única en Europa, es un espejismo pasajero, debido a que solo ha recibido agua superficial, de lluvia, y no del acuífero, sobreexplotado desde hace décadas por la agricultura y que debería proporcionar a este entorno agua todo el año. La última vez que lo hizo fue en 2014.
El 65% del humedal está inundado y hay registros récord de aves, pero el espacio protegido está sentenciado mientras la agricultura siga esquilmando el acuífero
Ha sido recibir agua y el Parque Nacional de Las Tablas de Daimiel (Ciudad Real) ha reaparecido con 1.130 hectáreas encharcadas, un 65% de las 1.734 totales. Pero el humedal, una llanura de inundación en medio de La Mancha única en Europa, es un espejismo pasajero, debido a que solo ha recibido agua superficial, de lluvia, y no del acuífero, sobreexplotado desde hace décadas por la agricultura y que debería proporcionar a este entorno agua todo el año. La última vez que lo hizo fue en 2014.
“Estas precipitaciones son como un balón de oxígeno, pero también aumenta la frustración, porque ves el mal estado del humedal y que con poco responde”, comenta Carlos Ruiz de la Hermosa, director del parque nacional, prismáticos en mano al pie de los tablazos centrales considerados el corazón del parque. En la superficie de la laguna, un numeroso grupo de patos colorados, el emblema de las tablas, descansa. Este año se han contabilizado 1.350 parejas de la especie, “una cantidad que no teníamos desde 1988″, remarca Ruiz de la Hermosa. Se alimentan de las ovas, una planta acuática que también ha regresado.
El agua ha atraído también a 500 parejas de porrón europeo, una abundancia que no se veía desde hace 20 años, o a 32 parejas de porrón pardo, en peligro crítico de extinción, que convierten al humedal en el principal núcleo reproductor de la especie en España. De récord en récord, se han contabilizado entre 42 y 45 parejas de malvasía, la mayor representación que ha habido nunca en el parque de esta amenazada anátida, además de otras aves en estado crítico como la cerceta pardilla.
Es difícil imaginar, en estos momentos de bonanza, que el equilibrio natural del parque está completamente roto. Recuperarlo y que el agua subterránea vuelva a aflorar por los Ojos del Guadiana ―considerado el nacimiento del río homónimo y ahora convertidos en un secarral― para inundar las tablas es una misión imposible en la actualidad.

El inmenso acuífero de 5.000 kilómetros cuadrados necesitaría recuperar 2.144 hectómetros cúbicos que tiene de déficit para subir 18 metros y comenzar a brotar. “Para hacerse una idea de lo que estamos hablando, es un volumen similar a la capacidad del tercer mayor embalse de España, el de Almendra (Salamanca)“, compara Miguel Mejías, jefe de Área de Hidrogeología Aplicada del Instituto Geológico Minero de España (IGME-CSIC) y responsable de la cuenca hidrográfica del río Guadiana (CHG).
Con este panorama, se mira al cielo a esperar que llueva. “Hay una dependencia total de las precipitaciones que son muy irregulares, pero si el acuífero no estuviera desconectado de los ríos, el parque nacional no se secaría nunca”, plantea Samuel Moraleda, presidente de la Confederación Hidrográfica del Guadiana (CHG). La única solución para recuperar ese sistema hidrológico sería eliminar cultivos de regadío del área, algunos a pocos metros del parque nacional, como un campo de cebollas en crecimiento, en el que todavía resiste un pívot de riego en desuso; ahora se utiliza el goteo, un método más eficiente.

Pero esta salida es muy compleja debido al peso económico de la agricultura. Tanto que hay expertos que lo consideran una utopía que nunca se va a llevar a cabo y abogan por conducir el agua de forma artificial con trasvases desde el río Tajo, algo que permite la ley y que ya se ha llevado a cabo en diversas ocasiones a petición del propio parque nacional, pero que rechazan organizaciones conservacionistas.
Varias de ellas ―Ecologistas en Acción, SEO/BirdLife y WWF― reclamaron en mayo una solución estructural y urgente para revertir el deterioro del parque nacional. En un comunicado, sostienen que a pesar de la imagen actual del parque “aparentemente positiva” el estado de conservación de sus ecosistemas y biodiversidad es desfavorable y “en algunos casos” hasta se ha extinguido.
Recobrar el sistema hidrológico
“No se puede renunciar a recobrar el sistema hidrológico”, plantea el director de la CHG, a pesar de que se enfrenta a un escenario donde se saca del acuífero el doble del recurso disponible, el que permitiría mantener el nivel adecuado. Para las masas de agua que más afectan a Las Tablas de Daimiel serían 200 hectómetros anuales, pero se consume de media el doble.
“El parque nacional es el emblema, pero el problema se repite en todo el Alto Guadiana, en lugares, por ejemplo, como el Campo de Montiel, que afecta a las lagunas de Ruidera”, advierte Moraleda. Existen 300.000 hectáreas de regadío en toda el área y más de 70.000 explotaciones agrícolas, lo que hace el control muy complicado, sobre todo porque solo cuentan con un agente medioambiental por cada 1.000 kilómetros cuadrados.















En la actualidad, hay establecido un riego de 2.000 metros cúbicos por hectárea anuales para los cultivos herbáceos y 1.500 para los leñosos, unas cantidades que la CHG regula con los planes de sequía. Por ejemplo, este año se han reducido un 15%. “Pero esto es sobre el papel, porque en ocasiones, el usuario está consumiendo más de lo permitido, a pesar de que el infractor se enfrenta a sanciones que van desde los 70.000 a los 500.000 euros”, asegura el presidente de la CHG.
El problema real no son los pozos que se puedan abrir nuevos de forma ilegal, “porque, aunque tardemos debido a que se necesita una resolución firme y el procedimiento es largo, los acabamos cerrando”, indica. Desde 2018 han clausurado 433 pozos que regaban unas 7.000 hectáreas. El mayor escollo son las captaciones de agua legales, que ya existen y se manipulan para esconder que se saca más agua de la permitida. Moraleda apunta a que esto “no es una trampa, es un delito contra los recursos naturales que pone en peligro no solo el sistema hídrico, sino el propio futuro de sus explotaciones, solo hay que ver que ya hay pozos que se han secado”.
Jesús Pozuelo, representante de las organizaciones agrarias en el patronato del parque, considera que las tablas arrastran un problema social y medioambiental y “los dos van de la mano, hay que conjugar ambos intereses y para ello hay que alejarse de posturas radicales”. La solución, añade, está en manos de la Administración, que debe “atajar de una vez el problema de la ilegalidad”, en la que entran también los que tienen derechos de riego y utilizan más agua de la permitida. “Es una cuestión de índole moral, no se le está robando ni al ministro de Agricultura, ni a la confederación hidrográfica, se está robando al vecino que está cumpliendo y usando el agua de forma moderada”, concreta. Una actitud que considera “completamente desleal”.
Pozuelo explica cómo han cambiado los métodos de riego y que “no se puede ahorrar más, si antes era por goteo, ahora hasta enterramos las tuberías”.
Mientras esto ocurre, el Gobierno y la comunidad autónoma intentan llegar a un acuerdo que salve el parque nacional. El secretario de Estado de Medio Ambiente, Hugo Morán, señaló este miércoles que el plan de recuperación del parque ―similar a los desarrollados en Doñana y el mar Menor― será sometido a información pública en los próximos meses, sin especificar más. El retraso en su puesta en marcha, indicó, se debe a la necesidad de seguir un proceso riguroso que garantice un desarrollo eficaz. Fuentes de la Consejería de Desarrollo Sostenible de Castilla-La Mancha responden que el objetivo es que “vuelva a manar agua por los Ojos del Guadiana”, un proceso que “requiere tiempo”, y para ello han creado tres grupos de trabajo.
Las propuestas de los ecologistas pasan por la reducción “sustancial” del regadío, la clausura sistemática de los pozos ilegales y extracciones no autorizadas y rechazo a actuaciones como trasvases, dragados o profundización de la cubeta del humedal, “que perpetuarían los problemas, en vez de abordar su origen”. Si el Gobierno y las comunidades autónomas han adoptado medidas extraordinarias en Doñana o en el mar Menor, ¿por qué no se hace en Las Tablas de Daimiel?, se preguntan. Porque, las tablas, en su estado actual, no cumplen los requisitos de un parque nacional: alto valor ecológico y cultural y poco transformado. Lo que lleva a la cuestión de si debería continuar siendo un parque nacional en el caso de que su situación no mejore.
Uno de los casos más sangrantes en este proceso de extinción es lo que está como está ocurriendo con la masiega, una planta acuática característica de Las Tablas de Daimiel, que no ha desaparecido completamente, pero está en ello: en 1956 había 1.078 hectáreas, que bajaron a 405 en 1993, a ocho en 2021, y a ejemplares dispersos en la actualidad. Lo que supone su “práctica desaparición”, indica un informe sobre la situación del parque del año pasado del Organismo Autónomo de Parques Nacionales. Un desastre, porque la planta ayuda a retener el agua y a la conservación de la biodiversidad, además de servir de refugio y alimento a muchas especies.
El hueco que ha dejado lo han aprovechado la enea y el carrizo, especies de rápido crecimiento por la excesiva carga de nutrientes (contaminación que llega de los fertilizantes agrícolas) y que hay que controlar. Y en las zonas desecadas, plantas terrestres que proceden de los cultivos adyacentes y tarayes.
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