A menos de tres días de una posible colisión catastrófica entre satélites por culpa de Elon Musk, según un nuevo estudio

En menos de una década se ha triplicado el número de satélites en el espacio: actualmente, existen unas 13.000 sondas activas que orbitan alrededor de la Tierra, según datos de la Agencia Espacial Europea (ESA), junto con otros 40.000 objetos descontrolados más grandes que un cubo de Rubik (comúnmente denominados basura espacial). Esto se traduce en una cada vez más cargada órbita baja, en la que los satélites deben estar constantemente esquivándose unos a otros (así como a los desechos espaciales) para evitar choques. Y todo porque, en caso de impacto, se generarían miles de piezas de metal flotando descontroladas que, a su vez, podrían producir nuevas colisiones en un efecto dominó que afectaría no solo a servicios como comunicaciones o geolocalización; sino que, en el peor de los escenarios, podrían provocar que nos quedásemos encerrados en nuestro propio planeta, sin posibilidad de enviar cohetes al espacio.Esta pesadilla tiene nombre: Síndrome de Kessler . Teorizado ya en los años setenta por el consultor de la NASA Donald J. Kessler, algunos expertos creen que cada vez estamos más cerca, sobre todo desde que megaconstelaciones como Starlink, de Elon Musk, envían cada año miles de nuevos ‘inquilinos’ a la órbita baja. Y las previsiones no parecen mejorar si tenemos en cuenta que próximamente otras compañías como Amazon o países como China pondrán en órbita sus propias redes. Para calibrar el riesgo de este escenario, Sarah Thiele y sus colegas de la Universidad de Priceton han desarrollado el CRASH Clock que, a semejanza del ‘ Reloj del Juicio Final ‘, que registra la amenaza de guerra nuclear para la humanidad, cuantifica el riesgo de una cascada de choques entre satélites si estos perdieran la capacidad de realizar maniobras de evasión. Y, el resultado de las estimaciones, que acaba de hacerse público en un artículo aún no revisado por pares , ha sorprendido a los propios creadores de la herramienta: en el caso extremo de que los satélites no pudieran redirigirse, debido por ejemplo a una tormenta solar o a un corte de energía o comunicaciones o a que no se realizaran actividades de vigilancia y gestión de tráfico espacial, el panorama se pondría peliagudo en tan solo 2,8 días.«Existe un potencial considerable de que las acciones actuales o planificadas en órbita causen una degradación grave del entorno orbital o provoquen resultados catastróficos»«Existe un potencial considerable de que las acciones actuales o planificadas en órbita causen una degradación grave del entorno orbital o provoquen resultados catastróficos, lo que resalta la urgente necesidad de encontrar mejores maneras de cuantificar el estrés en dicho entorno», señalan los autores. «Aquí proponemos una nueva métrica, el CRASH Clock, que mide dicho estrés en términos del tiempo que tarda en ocurrir una colisión catastrófica si no se realizan maniobras para evitar la colisión o si hay una pérdida grave de la conciencia situacional». No obstante, estas conclusiones han generado bastante debate en la comunidad científica y muchos expertos critican el alarmismo que ha producido este trabajo en la sociedad. De 121 días a 2,8 para la catástrofePara tener una referencia anterior, los autores se fijaron en el número de satélites que estaban orbitando la Tierra en 2018, antes del primer lanzamiento de Starlink -la megaconstelación se empezó a desplegar a partir del año siguiente-. Según el CRASH Clock, en aquel entonces, con el número de satélites que había en órbita y si estos hubieran dejado súbitamente de estar controlados desde la Tierra, el primer choque se habría producido en unos 121 días.No obstante, desde entonces Musk ha enviado al espacio más de 9.000 sondas que, sumadas a las que se han enviado por parte de otras agencias y empresas, rebajan el número de días a solo 2,8. «Esto sugiere que hay poco tiempo para recuperarse de un evento disruptivo generalizado, como una tormenta solar», señalan los autores. Evento muy extremo y estudio con ‘peros’No obstante, que muchos satélites quedasen afectados a la vez para no poder reorientar su trayectoria sería un «escenario extremo», según reconocen los investigadores. El mayor riesgo potencial llega de la mano de las tormentas solares, las eyecciones coronales de masa que expulsa nuestro Sol y cuya consecuencia visible en la Tierra son las auroras boreales. Este fenómeno, que para la vida en la Tierra es inofensivo por la acción de nuestro campo magnético -aunque no así para las redes eléctricas, que pueden sufrir cortes por las partículas cargadas procedentes del Sol-, en el espacio puede ser mucho más peligroso. A los satélites puede afectarles de dos formas. Por un lado, la radiación solar calienta y expande la atmósfera y, con ello, la resistencia que genera sobre las naves en la órbita baja. Eso les obliga a consumir más combustible para mantener su trayectoria. Como muestra, un botón: durante la tormenta solar de mayo de 2024 (donde las auroras fueron visibles hasta en España), más de la mitad de los satélites en la órbita baja tuvieron que consumir parte de su combustible en estas maniobras de reposicionamiento. Y en 2022, precisamente, con sondas de la constelación de Musk, 40 de los 49 satélites recién lanzados por SpaceX acabaron reentrando de nuevo a la atmósfera y desintegrándose tras un evento de estas características. En segundo lugar, las tormentas solares pueden literalmente freír los sistemas electrónicos de cálculo, navegación y comunicaciones de los propios satélites. Esto les impediría maniobrar para evitar el peligro ypodría provocar un daño inmediato, como se ha apuntado en el mencionado estudio.«La situación que presenta el estudio es catastrofista» Benjamín Bastida Ingeniero de sistemas de basura espacial de la ESANo obstante, desde la Agencia Espacial Europea (ESA) llaman a la calma: no es tan sencillo que todos los satélites dejen de funcionar a la vez por una tormenta solar, estas sondas se preparan para orbitar en estos ambientes de alta radiación y, además, el estudio tiene importantes limitaciones. «La situación que se presenta es catastrofista», señala Benjamín Bastida Virgili, ingeniero de sistemas de basura espacial en la ESA. «Los satélites están construidos para poder resistir unos niveles de radiación elevados. Pero aun en caso de perder el control de todos los satélites por unos cuantos días, incluso en las zonas más ocupadas, los satélites en las grandes constelaciones están distribuidos en sus órbitas para evitar colisiones entre ellos de forma natural, y esto no se tiene en cuenta en el artículo, donde se considera el riesgo basado en la densidad de objetos». Es decir, el CRASH Clock tiene en cuenta el número de satélites ‘al peso’, pero no sus trayectorias, pensadas para que no choquen unos con otros. «Además, aunque hubiese una colisión, no necesariamente habría un efecto cascada inmediato aunque se crease una nube de fragmentos que pudiera causar otras colisiones», incide Bastida. No obstante, el ingeniero de la ESA sí señala las órbitas operacionales en las que se mueven los satélites de Starlink, «aunque si hubiese colisiones en estas órbitas, al cabo de relativamente poco tiempo (15 años) los fragmentos habrían reentrado y no habría un problema a largo plazo». Por su parte, Alberto Águeda, director de Vigilancia y Gestión de Tráfico Espacial de la compañía GMV señala que, al igual que se han enviado más satélites al espacio en la última década, «en estos años hemos aprendido mucho y se han desarrollado capacidades para su gestión». «El estudio plantea la hipótesis de que se podría dar un choque en alrededor de tres días si no se hiciese absolutamente nada, si no se vigilara el espacio y no se realizaran maniobras evasivas de las colisiones; pero eso es como advertir de los obviamente numerosos accidentes que habría en las carreteras si condujéramos sin señales y con los ojos cerrados», ejemplifica el experto.Está de acuerdo con Bastida en que el trabajo alienta a la alarma social innecesaria porque el escenario es «altamente improbable». «Ahora bien, es interesante desde el punto de vista del aumento de objetos en órbita y la diferencia entre la probabilidad de choque en 2018 y la de 2025, que ha crecido mucho». Aún así, Águeda incide en que la vigilancia de los objetos en órbita cada vez es más precisa y que en los próximos años seguirá mejorando. «Todos estamos interesados en que haya un equilibrio en la órbita». Ambos recalcan que el artículo aún no se ha revisado por pares. «Por ese motivo, la ESA considera que este método no se debería usar hasta que este validado, ya que está creando una situación alarmista que se aleja de la realidad. En su lugar, la ESA propone un índice de la salud del entorno espacial que mide la evolución a largo término y propone la gestión de la capacidad con unos objetivos claros».MÁS INFORMACIÓN noticia Si El planeta que nunca existió: la violenta historia de nuestro origen se repite en Fomalhaut noticia No ‘Science’ elige los diez avances científicos de 2025: de las renovables chinas al ‘bebé milagro’Lo cierto es que el problema de saturación de la órbita baja es un problema en el foco de la mayoría de las agencias espaciales y los científicos en todo el mundo, que llevan alertando de que la proliferación de satélites podría significar un grave peligro en un futuro cercano. Sin embargo, ya existen planes para mitigar la basura espacial y convertir nuestra órbita en un sitio más seguro y sostenible para generaciones futuras. En menos de una década se ha triplicado el número de satélites en el espacio: actualmente, existen unas 13.000 sondas activas que orbitan alrededor de la Tierra, según datos de la Agencia Espacial Europea (ESA), junto con otros 40.000 objetos descontrolados más grandes que un cubo de Rubik (comúnmente denominados basura espacial). Esto se traduce en una cada vez más cargada órbita baja, en la que los satélites deben estar constantemente esquivándose unos a otros (así como a los desechos espaciales) para evitar choques. Y todo porque, en caso de impacto, se generarían miles de piezas de metal flotando descontroladas que, a su vez, podrían producir nuevas colisiones en un efecto dominó que afectaría no solo a servicios como comunicaciones o geolocalización; sino que, en el peor de los escenarios, podrían provocar que nos quedásemos encerrados en nuestro propio planeta, sin posibilidad de enviar cohetes al espacio.Esta pesadilla tiene nombre: Síndrome de Kessler . Teorizado ya en los años setenta por el consultor de la NASA Donald J. Kessler, algunos expertos creen que cada vez estamos más cerca, sobre todo desde que megaconstelaciones como Starlink, de Elon Musk, envían cada año miles de nuevos ‘inquilinos’ a la órbita baja. Y las previsiones no parecen mejorar si tenemos en cuenta que próximamente otras compañías como Amazon o países como China pondrán en órbita sus propias redes. Para calibrar el riesgo de este escenario, Sarah Thiele y sus colegas de la Universidad de Priceton han desarrollado el CRASH Clock que, a semejanza del ‘ Reloj del Juicio Final ‘, que registra la amenaza de guerra nuclear para la humanidad, cuantifica el riesgo de una cascada de choques entre satélites si estos perdieran la capacidad de realizar maniobras de evasión. Y, el resultado de las estimaciones, que acaba de hacerse público en un artículo aún no revisado por pares , ha sorprendido a los propios creadores de la herramienta: en el caso extremo de que los satélites no pudieran redirigirse, debido por ejemplo a una tormenta solar o a un corte de energía o comunicaciones o a que no se realizaran actividades de vigilancia y gestión de tráfico espacial, el panorama se pondría peliagudo en tan solo 2,8 días.«Existe un potencial considerable de que las acciones actuales o planificadas en órbita causen una degradación grave del entorno orbital o provoquen resultados catastróficos»«Existe un potencial considerable de que las acciones actuales o planificadas en órbita causen una degradación grave del entorno orbital o provoquen resultados catastróficos, lo que resalta la urgente necesidad de encontrar mejores maneras de cuantificar el estrés en dicho entorno», señalan los autores. «Aquí proponemos una nueva métrica, el CRASH Clock, que mide dicho estrés en términos del tiempo que tarda en ocurrir una colisión catastrófica si no se realizan maniobras para evitar la colisión o si hay una pérdida grave de la conciencia situacional». No obstante, estas conclusiones han generado bastante debate en la comunidad científica y muchos expertos critican el alarmismo que ha producido este trabajo en la sociedad. De 121 días a 2,8 para la catástrofePara tener una referencia anterior, los autores se fijaron en el número de satélites que estaban orbitando la Tierra en 2018, antes del primer lanzamiento de Starlink -la megaconstelación se empezó a desplegar a partir del año siguiente-. Según el CRASH Clock, en aquel entonces, con el número de satélites que había en órbita y si estos hubieran dejado súbitamente de estar controlados desde la Tierra, el primer choque se habría producido en unos 121 días.No obstante, desde entonces Musk ha enviado al espacio más de 9.000 sondas que, sumadas a las que se han enviado por parte de otras agencias y empresas, rebajan el número de días a solo 2,8. «Esto sugiere que hay poco tiempo para recuperarse de un evento disruptivo generalizado, como una tormenta solar», señalan los autores. Evento muy extremo y estudio con ‘peros’No obstante, que muchos satélites quedasen afectados a la vez para no poder reorientar su trayectoria sería un «escenario extremo», según reconocen los investigadores. El mayor riesgo potencial llega de la mano de las tormentas solares, las eyecciones coronales de masa que expulsa nuestro Sol y cuya consecuencia visible en la Tierra son las auroras boreales. Este fenómeno, que para la vida en la Tierra es inofensivo por la acción de nuestro campo magnético -aunque no así para las redes eléctricas, que pueden sufrir cortes por las partículas cargadas procedentes del Sol-, en el espacio puede ser mucho más peligroso. A los satélites puede afectarles de dos formas. Por un lado, la radiación solar calienta y expande la atmósfera y, con ello, la resistencia que genera sobre las naves en la órbita baja. Eso les obliga a consumir más combustible para mantener su trayectoria. Como muestra, un botón: durante la tormenta solar de mayo de 2024 (donde las auroras fueron visibles hasta en España), más de la mitad de los satélites en la órbita baja tuvieron que consumir parte de su combustible en estas maniobras de reposicionamiento. Y en 2022, precisamente, con sondas de la constelación de Musk, 40 de los 49 satélites recién lanzados por SpaceX acabaron reentrando de nuevo a la atmósfera y desintegrándose tras un evento de estas características. En segundo lugar, las tormentas solares pueden literalmente freír los sistemas electrónicos de cálculo, navegación y comunicaciones de los propios satélites. Esto les impediría maniobrar para evitar el peligro ypodría provocar un daño inmediato, como se ha apuntado en el mencionado estudio.«La situación que presenta el estudio es catastrofista» Benjamín Bastida Ingeniero de sistemas de basura espacial de la ESANo obstante, desde la Agencia Espacial Europea (ESA) llaman a la calma: no es tan sencillo que todos los satélites dejen de funcionar a la vez por una tormenta solar, estas sondas se preparan para orbitar en estos ambientes de alta radiación y, además, el estudio tiene importantes limitaciones. «La situación que se presenta es catastrofista», señala Benjamín Bastida Virgili, ingeniero de sistemas de basura espacial en la ESA. «Los satélites están construidos para poder resistir unos niveles de radiación elevados. Pero aun en caso de perder el control de todos los satélites por unos cuantos días, incluso en las zonas más ocupadas, los satélites en las grandes constelaciones están distribuidos en sus órbitas para evitar colisiones entre ellos de forma natural, y esto no se tiene en cuenta en el artículo, donde se considera el riesgo basado en la densidad de objetos». Es decir, el CRASH Clock tiene en cuenta el número de satélites ‘al peso’, pero no sus trayectorias, pensadas para que no choquen unos con otros. «Además, aunque hubiese una colisión, no necesariamente habría un efecto cascada inmediato aunque se crease una nube de fragmentos que pudiera causar otras colisiones», incide Bastida. No obstante, el ingeniero de la ESA sí señala las órbitas operacionales en las que se mueven los satélites de Starlink, «aunque si hubiese colisiones en estas órbitas, al cabo de relativamente poco tiempo (15 años) los fragmentos habrían reentrado y no habría un problema a largo plazo». Por su parte, Alberto Águeda, director de Vigilancia y Gestión de Tráfico Espacial de la compañía GMV señala que, al igual que se han enviado más satélites al espacio en la última década, «en estos años hemos aprendido mucho y se han desarrollado capacidades para su gestión». «El estudio plantea la hipótesis de que se podría dar un choque en alrededor de tres días si no se hiciese absolutamente nada, si no se vigilara el espacio y no se realizaran maniobras evasivas de las colisiones; pero eso es como advertir de los obviamente numerosos accidentes que habría en las carreteras si condujéramos sin señales y con los ojos cerrados», ejemplifica el experto.Está de acuerdo con Bastida en que el trabajo alienta a la alarma social innecesaria porque el escenario es «altamente improbable». «Ahora bien, es interesante desde el punto de vista del aumento de objetos en órbita y la diferencia entre la probabilidad de choque en 2018 y la de 2025, que ha crecido mucho». Aún así, Águeda incide en que la vigilancia de los objetos en órbita cada vez es más precisa y que en los próximos años seguirá mejorando. «Todos estamos interesados en que haya un equilibrio en la órbita». Ambos recalcan que el artículo aún no se ha revisado por pares. «Por ese motivo, la ESA considera que este método no se debería usar hasta que este validado, ya que está creando una situación alarmista que se aleja de la realidad. En su lugar, la ESA propone un índice de la salud del entorno espacial que mide la evolución a largo término y propone la gestión de la capacidad con unos objetivos claros».MÁS INFORMACIÓN noticia Si El planeta que nunca existió: la violenta historia de nuestro origen se repite en Fomalhaut noticia No ‘Science’ elige los diez avances científicos de 2025: de las renovables chinas al ‘bebé milagro’Lo cierto es que el problema de saturación de la órbita baja es un problema en el foco de la mayoría de las agencias espaciales y los científicos en todo el mundo, que llevan alertando de que la proliferación de satélites podría significar un grave peligro en un futuro cercano. Sin embargo, ya existen planes para mitigar la basura espacial y convertir nuestra órbita en un sitio más seguro y sostenible para generaciones futuras.  

En menos de una década se ha triplicado el número de satélites en el espacio: actualmente, existen unas 13.000 sondas activas que orbitan alrededor de la Tierra, según datos de la Agencia Espacial Europea (ESA), junto con otros 40.000 objetos descontrolados más … grandes que un cubo de Rubik (comúnmente denominados basura espacial). Esto se traduce en una cada vez más cargada órbita baja, en la que los satélites deben estar constantemente esquivándose unos a otros (así como a los desechos espaciales) para evitar choques. Y todo porque, en caso de impacto, se generarían miles de piezas de metal flotando descontroladas que, a su vez, podrían producir nuevas colisiones en un efecto dominó que afectaría no solo a servicios como comunicaciones o geolocalización; sino que, en el peor de los escenarios, podrían provocar que nos quedásemos encerrados en nuestro propio planeta, sin posibilidad de enviar cohetes al espacio.

Esta pesadilla tiene nombre: Síndrome de Kessler. Teorizado ya en los años setenta por el consultor de la NASA Donald J. Kessler, algunos expertos creen que cada vez estamos más cerca, sobre todo desde que megaconstelaciones como Starlink, de Elon Musk, envían cada año miles de nuevos ‘inquilinos’ a la órbita baja. Y las previsiones no parecen mejorar si tenemos en cuenta que próximamente otras compañías como Amazon o países como China pondrán en órbita sus propias redes.

Para calibrar el riesgo de este escenario, Sarah Thiele y sus colegas de la Universidad de Priceton han desarrollado el CRASH Clock que, a semejanza del ‘Reloj del Juicio Final‘, que registra la amenaza de guerra nuclear para la humanidad, cuantifica el riesgo de una cascada de choques entre satélites si estos perdieran la capacidad de realizar maniobras de evasión. Y, el resultado de las estimaciones, que acaba de hacerse público en un artículo aún no revisado por pares, ha sorprendido a los propios creadores de la herramienta: en el caso extremo de que los satélites no pudieran redirigirse, debido por ejemplo a una tormenta solar o a un corte de energía o comunicaciones o a que no se realizaran actividades de vigilancia y gestión de tráfico espacial, el panorama se pondría peliagudo en tan solo 2,8 días.

«Existe un potencial considerable de que las acciones actuales o planificadas en órbita causen una degradación grave del entorno orbital o provoquen resultados catastróficos»

«Existe un potencial considerable de que las acciones actuales o planificadas en órbita causen una degradación grave del entorno orbital o provoquen resultados catastróficos, lo que resalta la urgente necesidad de encontrar mejores maneras de cuantificar el estrés en dicho entorno», señalan los autores. «Aquí proponemos una nueva métrica, el CRASH Clock, que mide dicho estrés en términos del tiempo que tarda en ocurrir una colisión catastrófica si no se realizan maniobras para evitar la colisión o si hay una pérdida grave de la conciencia situacional».

No obstante, estas conclusiones han generado bastante debate en la comunidad científica y muchos expertos critican el alarmismo que ha producido este trabajo en la sociedad.

De 121 días a 2,8 para la catástrofe

Para tener una referencia anterior, los autores se fijaron en el número de satélites que estaban orbitando la Tierra en 2018, antes del primer lanzamiento de Starlink -la megaconstelación se empezó a desplegar a partir del año siguiente-. Según el CRASH Clock, en aquel entonces, con el número de satélites que había en órbita y si estos hubieran dejado súbitamente de estar controlados desde la Tierra, el primer choque se habría producido en unos 121 días.

No obstante, desde entonces Musk ha enviado al espacio más de 9.000 sondas que, sumadas a las que se han enviado por parte de otras agencias y empresas, rebajan el número de días a solo 2,8. «Esto sugiere que hay poco tiempo para recuperarse de un evento disruptivo generalizado, como una tormenta solar», señalan los autores.

Evento muy extremo y estudio con ‘peros’

No obstante, que muchos satélites quedasen afectados a la vez para no poder reorientar su trayectoria sería un «escenario extremo», según reconocen los investigadores. El mayor riesgo potencial llega de la mano de las tormentas solares, las eyecciones coronales de masa que expulsa nuestro Sol y cuya consecuencia visible en la Tierra son las auroras boreales.

Este fenómeno, que para la vida en la Tierra es inofensivo por la acción de nuestro campo magnético -aunque no así para las redes eléctricas, que pueden sufrir cortes por las partículas cargadas procedentes del Sol-, en el espacio puede ser mucho más peligroso. A los satélites puede afectarles de dos formas.

Por un lado, la radiación solar calienta y expande la atmósfera y, con ello, la resistencia que genera sobre las naves en la órbita baja. Eso les obliga a consumir más combustible para mantener su trayectoria. Como muestra, un botón: durante la tormenta solar de mayo de 2024 (donde las auroras fueron visibles hasta en España), más de la mitad de los satélites en la órbita baja tuvieron que consumir parte de su combustible en estas maniobras de reposicionamiento. Y en 2022, precisamente, con sondas de la constelación de Musk, 40 de los 49 satélites recién lanzados por SpaceX acabaron reentrando de nuevo a la atmósfera y desintegrándose tras un evento de estas características.

En segundo lugar, las tormentas solares pueden literalmente freír los sistemas electrónicos de cálculo, navegación y comunicaciones de los propios satélites. Esto les impediría maniobrar para evitar el peligro ypodría provocar un daño inmediato, como se ha apuntado en el mencionado estudio.

«La situación que presenta el estudio es catastrofista»

Benjamín Bastida

Ingeniero de sistemas de basura espacial de la ESA

No obstante, desde la Agencia Espacial Europea (ESA) llaman a la calma: no es tan sencillo que todos los satélites dejen de funcionar a la vez por una tormenta solar, estas sondas se preparan para orbitar en estos ambientes de alta radiación y, además, el estudio tiene importantes limitaciones. «La situación que se presenta es catastrofista», señala Benjamín Bastida Virgili, ingeniero de sistemas de basura espacial en la ESA. «Los satélites están construidos para poder resistir unos niveles de radiación elevados. Pero aun en caso de perder el control de todos los satélites por unos cuantos días, incluso en las zonas más ocupadas, los satélites en las grandes constelaciones están distribuidos en sus órbitas para evitar colisiones entre ellos de forma natural, y esto no se tiene en cuenta en el artículo, donde se considera el riesgo basado en la densidad de objetos».

Es decir, el CRASH Clock tiene en cuenta el número de satélites ‘al peso’, pero no sus trayectorias, pensadas para que no choquen unos con otros. «Además, aunque hubiese una colisión, no necesariamente habría un efecto cascada inmediato aunque se crease una nube de fragmentos que pudiera causar otras colisiones», incide Bastida. No obstante, el ingeniero de la ESA sí señala las órbitas operacionales en las que se mueven los satélites de Starlink, «aunque si hubiese colisiones en estas órbitas, al cabo de relativamente poco tiempo (15 años) los fragmentos habrían reentrado y no habría un problema a largo plazo».

Por su parte, Alberto Águeda, director de Vigilancia y Gestión de Tráfico Espacial de la compañía GMV señala que, al igual que se han enviado más satélites al espacio en la última década, «en estos años hemos aprendido mucho y se han desarrollado capacidades para su gestión». «El estudio plantea la hipótesis de que se podría dar un choque en alrededor de tres días si no se hiciese absolutamente nada, si no se vigilara el espacio y no se realizaran maniobras evasivas de las colisiones; pero eso es como advertir de los obviamente numerosos accidentes que habría en las carreteras si condujéramos sin señales y con los ojos cerrados», ejemplifica el experto.

Está de acuerdo con Bastida en que el trabajo alienta a la alarma social innecesaria porque el escenario es «altamente improbable». «Ahora bien, es interesante desde el punto de vista del aumento de objetos en órbita y la diferencia entre la probabilidad de choque en 2018 y la de 2025, que ha crecido mucho». Aún así, Águeda incide en que la vigilancia de los objetos en órbita cada vez es más precisa y que en los próximos años seguirá mejorando. «Todos estamos interesados en que haya un equilibrio en la órbita».

Ambos recalcan que el artículo aún no se ha revisado por pares. «Por ese motivo, la ESA considera que este método no se debería usar hasta que este validado, ya que está creando una situación alarmista que se aleja de la realidad. En su lugar, la ESA propone un índice de la salud del entorno espacial que mide la evolución a largo término y propone la gestión de la capacidad con unos objetivos claros».

Lo cierto es que el problema de saturación de la órbita baja es un problema en el foco de la mayoría de las agencias espaciales y los científicos en todo el mundo, que llevan alertando de que la proliferación de satélites podría significar un grave peligro en un futuro cercano. Sin embargo, ya existen planes para mitigar la basura espacial y convertir nuestra órbita en un sitio más seguro y sostenible para generaciones futuras.

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