La segunda presidencia de Trump ha puesto al descubierto muchas carencias de Europa. Una de ellas es que la estrategia de convertir Europa en una potencia reguladora, capaz de imponer sus estándares a nivel internacional, va camino de constituir un sonoro fracaso. La razón es sencilla. El nuevo contexto internacional ya no está dictado por los acuerdos multilaterales. Impera la ley del mas fuerte. Con estas reglas del juego, un continente dividido como el europeo, tiene todas las de perder frente a los EE.UU. y el coloso chino. Estos dos países imponen sus normas en sus áreas de influencia ¿Qué puede hacer Europa?
La regulación y burocracia europea ha llegado a cotas intolerables, ahogando la iniciativa empresarial y l crecimiento
La segunda presidencia de Trump ha puesto al descubierto muchas carencias de Europa. Una de ellas es que la estrategia de convertir Europa en una potencia reguladora, capaz de imponer sus estándares a nivel internacional, va camino de constituir un sonoro fracaso. La razón es sencilla. El nuevo contexto internacional ya no está dictado por los acuerdos multilaterales. Impera la ley del mas fuerte. Con estas reglas del juego, un continente dividido como el europeo, tiene todas las de perder frente a los EE.UU. y el coloso chino. Estos dos países imponen sus normas en sus áreas de influencia ¿Qué puede hacer Europa?
Debería, como mínimo, preservar su marco regulatorio en el seno de la Unión. Esto ya sería mucho, puesto que desde EE.UU. y China se intenta doblegar a la UE. La presión de los EE.UU. es, en parte, bienvenida. La regulación y burocracia europea ha llegado a cotas intolerables, ahogando la iniciativa empresarial y limitando el crecimiento del continente. La normativa puede tener objetivos loables, pero en muchos casos es el resultado del deseo de los reguladores de incrementar su poder. La eliminación de reglamentaciones superfluas es imperativa. Sino sucede, tal vez acabará llegando una motosierra como la que han utilizado Milei en Argentina y Elon Musk en los EE.UU.
La regulación y burocracia europea ha llegado a cotas intolerables, ahogando la iniciativa empresarial y l crecimiento
La regulación que debe permanecer es la que mejora el funcionamiento de los mercados y protege los valores que informan el proyecto europeo. Europa debe ser intransigente en sus negociaciones con los EE.UU. cuando estos exigen cambios en las normas con el argumento de que perjudican a sus empresas. Por ejemplo, en las normas medioambientales o en los servicios digitales. Es muy posible que la estrategia de transición energética de la UE deba revisarse, pero la normativa que se adopte aplicará a todos los operadores, europeos o no, y reflejará la voluntad política de la UE. Su soberanía, aunque esté algo maltrecha.

Armando Babani/ZUMA Press Wire/d / DPA / Europa Press
Sucede algo parecido con las plataformas digitales y la inteligencia artificial. La UE tiene derecho a establecer una normativa que no discrimine a ningún operador y proteja su manera de entender el papel que estas tecnologías deben jugar en la sociedad. Es una actuación legítima mientras las normas no sean discriminatorias, aunque perjudiquen especialmente a los operadores que ahora dominan el mercado, que son norteamericanos. La UE debe asegurarse, sin embargo, que la regulación no priva innecesariamente a los europeos del acceso a productos y servicios innovadores.
Europa debe seguir defendiendo un marco de economía libre, sujeta solo al Estado de derecho, a pesar de vivir en un mundo en el que las grandes potencias discriminan sin ambages a las empresas extranjeras. La discriminación explícita debe ser la excepción, reservada a pocas cuestiones “de Estado”. De lo contrario, entramos en el territorio del capitalismo dirigido que tan malos resultados ha dado en el pasado.
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