La vejez de lo nuevo se reitera a lo largo del tiempo con su ilusión de frescura marchita”. Aunque a los trumpólogos les exalte más la novedad que la repetición, la frase anterior, dejada caer por Juan Goytisolo en la recepción del premio Cervantes 2014, va como un guante a la retórica sobre la guerra y la paz de la república imperial de Donald Trump. Cuando las olas rompen con fuerza contra las rocas, resulta fácil olvidar las corrientes marinas. Pero la comparación de las presidencias insospechadamente paralelas de Trump y George W. Bush, que también llegó con fama de aislacionista, permite monitorizar continuidades significativas.
La vejez de lo nuevo se reitera a lo largo del tiempo con su ilusión de frescura marchita”. Aunque a los trumpólogos les exalte más la novedad que la repetición, la frase anterior, dejada caer por Juan Goytisolo en la recepción del premio Cervantes 2014, va como un guante a la retórica sobre la guerra y la paz de la república imperial de Donald Trump. Cuando las olas rompen con fuerza contra las rocas, resulta fácil olvidar las corrientes marinas. Pero la comparación de las presidencias insospechadamente paralelas de Trump y George W. Bush, que también llegó con fama de aislacionista, permite monitorizar continuidades significativas.Seguir leyendo…
La vejez de lo nuevo se reitera a lo largo del tiempo con su ilusión de frescura marchita”. Aunque a los trumpólogos les exalte más la novedad que la repetición, la frase anterior, dejada caer por Juan Goytisolo en la recepción del premio Cervantes 2014, va como un guante a la retórica sobre la guerra y la paz de la república imperial de Donald Trump. Cuando las olas rompen con fuerza contra las rocas, resulta fácil olvidar las corrientes marinas. Pero la comparación de las presidencias insospechadamente paralelas de Trump y George W. Bush, que también llegó con fama de aislacionista, permite monitorizar continuidades significativas.
La escena tiene lugar en la base naval de Norfolk (Virginia) el 13 de febrero del 2001, al inicio del mandato de Bush. El flamante presidente indica, en un discurso ante los representantes de la OTAN, que “la mejor manera de mantener la paz es redefinir la guerra en nuestros términos”. Aún faltan casi siete meses para los atentados del 11-S. Pero la redefinición de la guerra y la estrategia de defensa de que se habla, cocinada en el Pentágono por Donald Rumsfeld y el neoconservador Paul Wolfowitz, ya se enmarca en el relato contra la “guerra del terror” en que se situarán las respuestas al ataque a las Torres Gemelas. Para afrontarla, hay que transformar las fuerzas armadas de EE.UU. aprovechando al máximo las nuevas tecnologías. Pero no basta con este cambio. La nueva estrategia (descrita como una revolución en los asuntos militares) requiere la coordinación con los aliados. EE.UU. y los aliados, dice el presidente 43.º, no pueden ir “por caminos separados, siguiendo planes separados con tecnologías separadas”. El corolario, no explícito en la arenga, pero sí en la literatura concurrente, era que, dadas las nuevas amenazas y la creciente brecha tecnológica entre EE.UU. y Europa, para garantizar esta coordinación, los aliados europeos debían incrementar urgente y exponencialmente las importaciones de armamento y tecnología americanas, aumentando la dependencia respecto al socio superpotente.
La concepción de la guerra como paz armada belicosa no es un invento del trumpismo
La concepción de la guerra como paz armada belicosa contra enemigos convencionales y no convencionales, como aceleración de la carrera tecnológica y como continuación del comercio exterior por otros medios no es un invento del trumpismo. La insistencia del aspirante a Nobel de la Paz en redefinir la guerra para que las otras naciones, y sobre todo los aliados convertidos en clientes forzados del negocio estadounidense de la seguridad y las armas, la piensen según una interesada manera de entender los intereses de EE.UU. se inscribe en una tradición muy consolidada y bipartidistamente cultivada desde hace décadas. Ciertamente, las tácticas inconstantes, disruptivas y más obscenamente imperiales del postliberal Trump inauguran una nueva fase de la pax americana como figura de la guerra. Pero para comprender lo nuevo conviene fijarse en cómo se articula con lo viejo.
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