El presidente estadounidense admite que está «realmente decepcionado» con Vladimir Putin por seguir bombardeando a Ucrania pese a sus esfuerzos por conseguir la paz durante una rueda de prensa posterior a la firma de un gran acuerdo tecnológico con el ‘premier’ británico Leer El presidente estadounidense admite que está «realmente decepcionado» con Vladimir Putin por seguir bombardeando a Ucrania pese a sus esfuerzos por conseguir la paz durante una rueda de prensa posterior a la firma de un gran acuerdo tecnológico con el ‘premier’ británico Leer
Keir Starmer ha logrado encandilar a Donald Trump. Tras dos días de pompa y boato real en el Castillo de Windsor, el primer ministro británico y el presidente estadounidense han cerrado la segunda visita de Estado de este último al Reino Unido con una rueda de prensa en la que un increíblemente amable Trump eludió todo tipo de enfrentamiento con su anfitrión, pese a la distancia que los separa en lo político y en lo personal. La comparecencia tuvo lugar en Chequers, la residencia campestre a la que los primeros ministros británicos suelen ir a descansar, para así evitar que Trump tuviera que ir a Londres, donde sería recibido con las manifestaciones que han llevado a que tanto el diario Financial Times como la agencia de noticias Bloomberg bautizaran esta visita de Estado como «pompa y protestas».
La visita también ha estado marcada por la firma del llamado Acuerdo de Prosperidad Tecnológica entre Estados Unidos y el Reino Unido, que establece las bases para que ambos países desarrollen conjuntamente tecnologías punteras como inteligencia artificial y computación cuántica, aunque su desarrollo práctico es incierto. Poco antes de la rueda de prensa, una serie de empresas y fondos estadounidenses se habían comprometido a invertir 31.000 millones de libras (35.647 millones de euros) en el Reino Unido, en proyectos que, en realidad, todavía no están decididos.
El presidente de Estados Unidos eludió el choque incluso en las cuestiones en las que Washington y Londres discrepan abiertamente, como el reconocimiento del Estado palestino, con un diplomático «estoy en desacuerdo con el primer ministro en eso. Es uno de los pocos desacuerdos que tenemos». Según la agencia de noticias Bloomberg, ahora que Trump se ha ido, el reconocimiento de Palestina por parte de Londres podría ser inminente. Starmer afirmó que ambos «estamos totalmente de acuerdo en la necesidad de una hoja de ruta para la paz» y aseguró que Londres y Washington están «trabajando en un plan de paz conmuto», del que hasta ahora nadie había hablado y sobre el que no ofreció más detalles ni fue interrogado por los periodistas.
Pero hay muchos más desacuerdos. Trump está ideológicamente alineado con el líder ultra británico Nigel Farage y, aunque Starmer ha logrado que al menos no lo mencione, las ideas del presidente estadounidense en, por ejemplo, inmigración, se sitúan muy lejos de las que los dos grandes partidos británicos -el Conservador y el Laborista- propugnan. Así, el presidente declaró que, para contener el flujo de inmigrantes indocumentados, «le dije al primer ministro que yo lo pararía. Y no importa que uses el ejército, no importa qué medios se utilicen, pero [la migración ilegal] va a destruir el país desde dentro«.
Trump también admitió que su política de apaciguamiento de Rusia en Ucrania no ha dado resultados, aunque no anunció ninguna de medida de presión adicional contra Moscú, y dio a entender que lo que pase en la guerra no es un problema de Estados Unidos. Ahí quedó claro que él y Starmer tampoco están de acuerdo, aunque eludieron decirlo de manera explícita.
El presidente estadounidense admitió -cosa poco habitual en él- un fracaso, cuando dijo que «realmente, Putin me ha dejado en la estacada» en relación a Ucrania, lo que ha sido «mi peor decepción», supuestamente desde que retornó a la Casa Blanca en enero. Claro que inmediatamente después insistió en que no tenía ninguna duda de que había hecho lo correcto cuando invitó al dictador ruso a reunirse con él en Alaska, hace un mes. Pero, a cambio, Trump no se plantea hacer nada para elevar la presión sobre Rusia. El jefe del Estado y del Gobierno de Estados Unidos volvió a repetir una de las líneas argumentales que lleva usando el Kremlin desde hace tres años y medio para defender la invasión: «Esta es una guerra que puede llevar a la Tercera Guerra Mundial, y no creo que vosotros queráis eso. Es una guerra que está encaminándose a la Tercera Guerra Mundial». Claro que, en último término, a Trump no le importa lo que pase en Ucrania. Tal y como él mismo dijo: «No afecta a Estados Unidos, y, mire, tampoco les afecta a ustedes mucho», dirigiéndose a Starmer, «aunque ustedes están más cerca, pero nosotros tenemos todo un océano separándonos».
La solución de Trump es que los demás paguen el coste de frenar la agresión rusa. Así lo volvió a repetir en Chequers. «Si el precio del petróleo cae, Putin va a salirse [de la guerra]», dijo Trump. Su nuevo plan, anunciado la semana pasada por su medio diplomático preferido -un post en redes sociales- es que la Unión Europea deje de comprar petróleo y gas a Rusia e imponga aranceles a los dos principales clientes de productos energéticos de Moscú: India y China. «Estoy dispuesto a hacer otras cosas, pero no mientras la gente a la que estoy defendiendo esté comprando petróleo de Rusia», concluyó.
Esa propuesta es, en la práctica, una manera de bloquear cualquier sanción a Rusia. Los dos principales compradores de energía rusa en Europa son Hungría y República Checa, dos países dirigidos por Gobiernos pro-Trump y pro-Putin, con lo que el presidente estadounidense debería ser quien llamara a sus aliados para decírselo. Aparte, la UE se rige por unanimidad, y tanto Sofía como Praga pueden bloquear cualquier intento de Bruselas de impedir la compra de crudo ruso. Finalmente, la imposición de aranceles a Pekín y Delhi significaría que la UE se suma a la guerra comercial de Trump contra esas dos potencias emergentes sin recibir a cambio más que una vaga promesa de esas «otras cosas» que el inquilino de la Casa Blanca dice estar dispuesto a hacer.
Trump, fiel a su tradición, infló las cifras a su antojo: multiplicó por cinco la ayuda que Washington ha dado a Ucrania y afirmó que «millones y millones de soldados» han muerto en la guerra de ese país con Rusia. Finalmente, volvió a sacar la cifra mágica de las siete guerras que, según él, ha detenido desde enero, incluyendo -por tercera ocasión consecutiva- el presunto conflicto entre Albania y Azerbaiyán, una guerra que Trump no ha podido concluir porque nunca empezó, dado que ambos países están a 2.500 kilómetros de distancia el uno del otro, es decir, lo mismo que separa a, por ejemplo, España de Islandia. Presumiblemente, el presidente de Estados Unidos quería decir «Armenia», pero, por alguna razón, siempre le sale «Albania». Trump también aprovechó la rueda de prensa para decir públicamente por primera vez que quiere el control de la base aérea de Bagram, en Afganistán, a cambio de la cual, insinuó, podría reconocer al régimen fundamentalista de los talibán, algo que hasta ahora había sido formulado en privado por sus asesores, pero nunca hecho una parte de la política de Estados Unidos.
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