Los agentes indonesios encargados de las pesquisas en torno a la desaparición –posterior asesinato– de Mati Muñoz jamás descolgaron el teléfono para conocer, al menos, la opinión al respecto de la única persona que durmió la noche del crimen a doce metros de la ferrolana. ABC ha hablado con Jousef Kadri, argelino de nacimiento y holandés de adopción, que explica todos los detalles de un caso cogido, como no podía ser de otra forma, por alfileres. Él y su esposa llegaron el día 1 de julio y marcharon el 7, seis días después. –¿Qué hizo el 1 de julio antes de acostarse? ¿Vio a Mati?–Nosotros teníamos relación de amistad. Cada vez que alguno iba a Senggigi nos encontrábamos en el hotel Bumi Aditya donde ella ya llevaba un tiempo. Ese día mi señora y yo llegamos desde Mataran, la capital de Lombok, y tras registrarnos envié un mensaje a Mati, que estaba en la playa, para que comiéramos juntos rollitos de primavera y fruta. Y eso hicimos. Desgraciadamente ya nunca más la vi.–Según la versión de los hechos aceptada por el equipo de investigación, a Mati la golpearon hasta la muerte a eso de las 3 de la madrugada. ¿Escuchó algo?–Absolutamente nada. –¿Cuándo comenzó a sospechar que algo extraño le podía haber ocurrido a Mati?–Al día siguiente ni la eché en falta. Seguramente ni el día 3. Aunque siempre venía a la puerta de nuestro bungaló para darnos los buenos días, si llegué a pensar algo fue que estaría ocupada con alguna visita. Pero a partir del 4 de julio comencé a darle vueltas a la cabeza, ya que su moto seguía allí aparcada, su habitación estaba cerrada por su candado, y en la puerta se veían claramente un par de sandalias. Pero no fue hasta el día 5 cuando comencé a llamarla a su móvil repetidas veces. Pero nunca contestó. Inicialmente pensé que podrían haberle robado el teléfono y que por eso los ladrones no contestaban. –¿Preguntó al personal del hotel sobre el paradero de Mati?–Varias veces. A Mala y a Abby. E incluso al empleado que ha resultado ser uno de los asesinos, Suhaily, que una vez me aseguró sonriendo que Mati se había ido a Tailandia y otra vez que la había visto salir en una moto con dos personas. Me resultaba todo muy extraño. Y nadie era capaz de darme alguna explicación coherente mientras Mati seguía sin contestar mis numerosas llamadas perdidas. –¿Cómo abonas tus noches de hotel en el Bumi Aditya? ¿Realizando una transferencia o en efectivo?–Siempre en metálico. Siempre. E incluso Mati. Es la práctica habitual. El hotel por no tener no tiene ni datáfono. Y todos los pagos y negociaciones sobre los precios y días de estancia, siempre, hay que tratarlos con Mala. El huésped que pernoctó en la habituación al lado de Mati, junto al periodista de ABC Joaquín Campos MAR MAS OLIVA–He descubierto que Mala tenía una relación más cercana con Mati que la que tú tenías con ella. Sólo repasando sus conversaciones de WhatsApp salta a la vista. ¿Le parece normal que cuatro días después, el día 5 de julio, fuera la primera vez que Mala contactó con Mati a través de WhatsApp preguntándole dónde estaba?–No. Y además tanto a ella como a Abby se lo repetí varias veces: ¿dónde está Mati? ¿La habéis llamado? Y ellos saben que estaba preocupado. Una vez incluso Abby me pidió ir con él para abrir la ventana de su bungaló y ver si estaban sus cosas. Pero a mí no me pareció lo correcto. –¿Le dijeron qué acciones tomarían? No sé, llamar a la policía, al dueño del hotel.–No, no me dijeron nada. Pero yo sí les dije muchas veces que qué estaba ocurriendo. Que era muy raro que una persona a la que conocíamos, que había pagado veinte noches por adelantado, que había dejado la moto en el aparcamiento del hotel y que había puesto el candado, por lo que sus pertenencias debían estar dentro de la habitación, llevara tres o cuatro días sin dar señales de vida y sin contestar el teléfono móvil. –Los asesinos han asegurado que el cuerpo de Mati estuvo en las instalaciones del hotel un mes y medio y que los cuatro primeros días lo dejaron envuelto en sábanas y toallas en el cuarto del cuadro eléctrico que a su vez es el almacén de ropa de cama y donde está el router de internet, en realidad, ese lugar es el único espacio común junto a la recepción del hotel. Reconocieron que lo cambiaron hacia la parte de atrás de ese cuarto por el mal olor. ¿Esos días olió o vio algo extraño?–Absolutamente nada. –¿Y le parece que ese cuarto era el lugar idóneo para esconder el cuerpo de Mati?–Evidentemente, no. Mi mujer y yo incluso pedimos varias veces toallas y que nos cambiaran las sábanas, por lo que tuvieron que entrar ahí. Además que desde allí, cada tarde, se enciende manualmente la luz exterior cuando cae la noche. –¿Recuerda a qué empleado le pidieron las toallas y sábanas?–A Abby.–Cuando el día 7 dejaron el hotel, ¿seguió en contacto con su personal para dar con el paradero de Mati?–Claro. Y el día 8 Mala me contestó que Mati le había contestado un mensaje de WhatsApp diciendo que estaba en Laos. –¿Le pareció extraño?–Sí, porque siempre nos decía dónde iba y cuándo, y porque no contestaba el teléfono, algo que nunca me ocurrió con ella. Pero como Mala me envió la captura de pantalla de su conversación con Mati donde se leía claramente que ella decía que estaba en Laos, al menos, me quedé tranquilo. Porque yo realmente pensé que algo malo podía haberle ocurrido. Y se lo transmití a Mala, respondiéndome ella que había pensado lo mismo. –¿Supo alguna vez que en los últimos años el hotel sufrió numerosos robos?–No. –¿Qué pensó cuando descubrió que Mati, en realidad, había muerto asesinada la misma noche que tú dormías a doce metros de ella?–Dolor y rabia. Me he preguntado muchas veces si podría haber hecho las cosas mejor durante aquella semana en el hotel. Pero hice todo lo que pude, sin entender en realidad lo que ocurría, llamándola y preguntando a los empleados si sabían algo. Y me duele mucho su pérdida, tremendamente injusta. Mi mujer y yo estamos conmocionados. –¿Y cuando se enteró de que uno de los asesinos era un empleado del hotel?–Jamás pude sospechar lo más mínimo. Si acaso, que alguien de fuera había entrado a las instalaciones para realizar su fechoría. —¿Qué es lo que menos le encaja?—No existe explicación para que el resto del personal del hotel haya asegurado que nunca olió ni vio el cuerpo de Mati en descomposición cuando los vecinos de la zona dicho lo contrario y los propios asesinos reconocieron que la cambiaron de lugar por el hedor. Alguien tuvo que ver u oler el cuerpo.–Cuando visite Lombok, ¿volverá a hospedarse en el hotel Bumi Aditya?–Jamás. Nunca jamás. Los agentes indonesios encargados de las pesquisas en torno a la desaparición –posterior asesinato– de Mati Muñoz jamás descolgaron el teléfono para conocer, al menos, la opinión al respecto de la única persona que durmió la noche del crimen a doce metros de la ferrolana. ABC ha hablado con Jousef Kadri, argelino de nacimiento y holandés de adopción, que explica todos los detalles de un caso cogido, como no podía ser de otra forma, por alfileres. Él y su esposa llegaron el día 1 de julio y marcharon el 7, seis días después. –¿Qué hizo el 1 de julio antes de acostarse? ¿Vio a Mati?–Nosotros teníamos relación de amistad. Cada vez que alguno iba a Senggigi nos encontrábamos en el hotel Bumi Aditya donde ella ya llevaba un tiempo. Ese día mi señora y yo llegamos desde Mataran, la capital de Lombok, y tras registrarnos envié un mensaje a Mati, que estaba en la playa, para que comiéramos juntos rollitos de primavera y fruta. Y eso hicimos. Desgraciadamente ya nunca más la vi.–Según la versión de los hechos aceptada por el equipo de investigación, a Mati la golpearon hasta la muerte a eso de las 3 de la madrugada. ¿Escuchó algo?–Absolutamente nada. –¿Cuándo comenzó a sospechar que algo extraño le podía haber ocurrido a Mati?–Al día siguiente ni la eché en falta. Seguramente ni el día 3. Aunque siempre venía a la puerta de nuestro bungaló para darnos los buenos días, si llegué a pensar algo fue que estaría ocupada con alguna visita. Pero a partir del 4 de julio comencé a darle vueltas a la cabeza, ya que su moto seguía allí aparcada, su habitación estaba cerrada por su candado, y en la puerta se veían claramente un par de sandalias. Pero no fue hasta el día 5 cuando comencé a llamarla a su móvil repetidas veces. Pero nunca contestó. Inicialmente pensé que podrían haberle robado el teléfono y que por eso los ladrones no contestaban. –¿Preguntó al personal del hotel sobre el paradero de Mati?–Varias veces. A Mala y a Abby. E incluso al empleado que ha resultado ser uno de los asesinos, Suhaily, que una vez me aseguró sonriendo que Mati se había ido a Tailandia y otra vez que la había visto salir en una moto con dos personas. Me resultaba todo muy extraño. Y nadie era capaz de darme alguna explicación coherente mientras Mati seguía sin contestar mis numerosas llamadas perdidas. –¿Cómo abonas tus noches de hotel en el Bumi Aditya? ¿Realizando una transferencia o en efectivo?–Siempre en metálico. Siempre. E incluso Mati. Es la práctica habitual. El hotel por no tener no tiene ni datáfono. Y todos los pagos y negociaciones sobre los precios y días de estancia, siempre, hay que tratarlos con Mala. El huésped que pernoctó en la habituación al lado de Mati, junto al periodista de ABC Joaquín Campos MAR MAS OLIVA–He descubierto que Mala tenía una relación más cercana con Mati que la que tú tenías con ella. Sólo repasando sus conversaciones de WhatsApp salta a la vista. ¿Le parece normal que cuatro días después, el día 5 de julio, fuera la primera vez que Mala contactó con Mati a través de WhatsApp preguntándole dónde estaba?–No. Y además tanto a ella como a Abby se lo repetí varias veces: ¿dónde está Mati? ¿La habéis llamado? Y ellos saben que estaba preocupado. Una vez incluso Abby me pidió ir con él para abrir la ventana de su bungaló y ver si estaban sus cosas. Pero a mí no me pareció lo correcto. –¿Le dijeron qué acciones tomarían? No sé, llamar a la policía, al dueño del hotel.–No, no me dijeron nada. Pero yo sí les dije muchas veces que qué estaba ocurriendo. Que era muy raro que una persona a la que conocíamos, que había pagado veinte noches por adelantado, que había dejado la moto en el aparcamiento del hotel y que había puesto el candado, por lo que sus pertenencias debían estar dentro de la habitación, llevara tres o cuatro días sin dar señales de vida y sin contestar el teléfono móvil. –Los asesinos han asegurado que el cuerpo de Mati estuvo en las instalaciones del hotel un mes y medio y que los cuatro primeros días lo dejaron envuelto en sábanas y toallas en el cuarto del cuadro eléctrico que a su vez es el almacén de ropa de cama y donde está el router de internet, en realidad, ese lugar es el único espacio común junto a la recepción del hotel. Reconocieron que lo cambiaron hacia la parte de atrás de ese cuarto por el mal olor. ¿Esos días olió o vio algo extraño?–Absolutamente nada. –¿Y le parece que ese cuarto era el lugar idóneo para esconder el cuerpo de Mati?–Evidentemente, no. Mi mujer y yo incluso pedimos varias veces toallas y que nos cambiaran las sábanas, por lo que tuvieron que entrar ahí. Además que desde allí, cada tarde, se enciende manualmente la luz exterior cuando cae la noche. –¿Recuerda a qué empleado le pidieron las toallas y sábanas?–A Abby.–Cuando el día 7 dejaron el hotel, ¿seguió en contacto con su personal para dar con el paradero de Mati?–Claro. Y el día 8 Mala me contestó que Mati le había contestado un mensaje de WhatsApp diciendo que estaba en Laos. –¿Le pareció extraño?–Sí, porque siempre nos decía dónde iba y cuándo, y porque no contestaba el teléfono, algo que nunca me ocurrió con ella. Pero como Mala me envió la captura de pantalla de su conversación con Mati donde se leía claramente que ella decía que estaba en Laos, al menos, me quedé tranquilo. Porque yo realmente pensé que algo malo podía haberle ocurrido. Y se lo transmití a Mala, respondiéndome ella que había pensado lo mismo. –¿Supo alguna vez que en los últimos años el hotel sufrió numerosos robos?–No. –¿Qué pensó cuando descubrió que Mati, en realidad, había muerto asesinada la misma noche que tú dormías a doce metros de ella?–Dolor y rabia. Me he preguntado muchas veces si podría haber hecho las cosas mejor durante aquella semana en el hotel. Pero hice todo lo que pude, sin entender en realidad lo que ocurría, llamándola y preguntando a los empleados si sabían algo. Y me duele mucho su pérdida, tremendamente injusta. Mi mujer y yo estamos conmocionados. –¿Y cuando se enteró de que uno de los asesinos era un empleado del hotel?–Jamás pude sospechar lo más mínimo. Si acaso, que alguien de fuera había entrado a las instalaciones para realizar su fechoría. —¿Qué es lo que menos le encaja?—No existe explicación para que el resto del personal del hotel haya asegurado que nunca olió ni vio el cuerpo de Mati en descomposición cuando los vecinos de la zona dicho lo contrario y los propios asesinos reconocieron que la cambiaron de lugar por el hedor. Alguien tuvo que ver u oler el cuerpo.–Cuando visite Lombok, ¿volverá a hospedarse en el hotel Bumi Aditya?–Jamás. Nunca jamás. Los agentes indonesios encargados de las pesquisas en torno a la desaparición –posterior asesinato– de Mati Muñoz jamás descolgaron el teléfono para conocer, al menos, la opinión al respecto de la única persona que durmió la noche del crimen a doce metros de la ferrolana. ABC ha hablado con Jousef Kadri, argelino de nacimiento y holandés de adopción, que explica todos los detalles de un caso cogido, como no podía ser de otra forma, por alfileres. Él y su esposa llegaron el día 1 de julio y marcharon el 7, seis días después. –¿Qué hizo el 1 de julio antes de acostarse? ¿Vio a Mati?–Nosotros teníamos relación de amistad. Cada vez que alguno iba a Senggigi nos encontrábamos en el hotel Bumi Aditya donde ella ya llevaba un tiempo. Ese día mi señora y yo llegamos desde Mataran, la capital de Lombok, y tras registrarnos envié un mensaje a Mati, que estaba en la playa, para que comiéramos juntos rollitos de primavera y fruta. Y eso hicimos. Desgraciadamente ya nunca más la vi.–Según la versión de los hechos aceptada por el equipo de investigación, a Mati la golpearon hasta la muerte a eso de las 3 de la madrugada. ¿Escuchó algo?–Absolutamente nada. –¿Cuándo comenzó a sospechar que algo extraño le podía haber ocurrido a Mati?–Al día siguiente ni la eché en falta. Seguramente ni el día 3. Aunque siempre venía a la puerta de nuestro bungaló para darnos los buenos días, si llegué a pensar algo fue que estaría ocupada con alguna visita. Pero a partir del 4 de julio comencé a darle vueltas a la cabeza, ya que su moto seguía allí aparcada, su habitación estaba cerrada por su candado, y en la puerta se veían claramente un par de sandalias. Pero no fue hasta el día 5 cuando comencé a llamarla a su móvil repetidas veces. Pero nunca contestó. Inicialmente pensé que podrían haberle robado el teléfono y que por eso los ladrones no contestaban. –¿Preguntó al personal del hotel sobre el paradero de Mati?–Varias veces. A Mala y a Abby. E incluso al empleado que ha resultado ser uno de los asesinos, Suhaily, que una vez me aseguró sonriendo que Mati se había ido a Tailandia y otra vez que la había visto salir en una moto con dos personas. Me resultaba todo muy extraño. Y nadie era capaz de darme alguna explicación coherente mientras Mati seguía sin contestar mis numerosas llamadas perdidas. –¿Cómo abonas tus noches de hotel en el Bumi Aditya? ¿Realizando una transferencia o en efectivo?–Siempre en metálico. Siempre. E incluso Mati. Es la práctica habitual. El hotel por no tener no tiene ni datáfono. Y todos los pagos y negociaciones sobre los precios y días de estancia, siempre, hay que tratarlos con Mala. El huésped que pernoctó en la habituación al lado de Mati, junto al periodista de ABC Joaquín Campos MAR MAS OLIVA–He descubierto que Mala tenía una relación más cercana con Mati que la que tú tenías con ella. Sólo repasando sus conversaciones de WhatsApp salta a la vista. ¿Le parece normal que cuatro días después, el día 5 de julio, fuera la primera vez que Mala contactó con Mati a través de WhatsApp preguntándole dónde estaba?–No. Y además tanto a ella como a Abby se lo repetí varias veces: ¿dónde está Mati? ¿La habéis llamado? Y ellos saben que estaba preocupado. Una vez incluso Abby me pidió ir con él para abrir la ventana de su bungaló y ver si estaban sus cosas. Pero a mí no me pareció lo correcto. –¿Le dijeron qué acciones tomarían? No sé, llamar a la policía, al dueño del hotel.–No, no me dijeron nada. Pero yo sí les dije muchas veces que qué estaba ocurriendo. Que era muy raro que una persona a la que conocíamos, que había pagado veinte noches por adelantado, que había dejado la moto en el aparcamiento del hotel y que había puesto el candado, por lo que sus pertenencias debían estar dentro de la habitación, llevara tres o cuatro días sin dar señales de vida y sin contestar el teléfono móvil. –Los asesinos han asegurado que el cuerpo de Mati estuvo en las instalaciones del hotel un mes y medio y que los cuatro primeros días lo dejaron envuelto en sábanas y toallas en el cuarto del cuadro eléctrico que a su vez es el almacén de ropa de cama y donde está el router de internet, en realidad, ese lugar es el único espacio común junto a la recepción del hotel. Reconocieron que lo cambiaron hacia la parte de atrás de ese cuarto por el mal olor. ¿Esos días olió o vio algo extraño?–Absolutamente nada. –¿Y le parece que ese cuarto era el lugar idóneo para esconder el cuerpo de Mati?–Evidentemente, no. Mi mujer y yo incluso pedimos varias veces toallas y que nos cambiaran las sábanas, por lo que tuvieron que entrar ahí. Además que desde allí, cada tarde, se enciende manualmente la luz exterior cuando cae la noche. –¿Recuerda a qué empleado le pidieron las toallas y sábanas?–A Abby.–Cuando el día 7 dejaron el hotel, ¿seguió en contacto con su personal para dar con el paradero de Mati?–Claro. Y el día 8 Mala me contestó que Mati le había contestado un mensaje de WhatsApp diciendo que estaba en Laos. –¿Le pareció extraño?–Sí, porque siempre nos decía dónde iba y cuándo, y porque no contestaba el teléfono, algo que nunca me ocurrió con ella. Pero como Mala me envió la captura de pantalla de su conversación con Mati donde se leía claramente que ella decía que estaba en Laos, al menos, me quedé tranquilo. Porque yo realmente pensé que algo malo podía haberle ocurrido. Y se lo transmití a Mala, respondiéndome ella que había pensado lo mismo. –¿Supo alguna vez que en los últimos años el hotel sufrió numerosos robos?–No. –¿Qué pensó cuando descubrió que Mati, en realidad, había muerto asesinada la misma noche que tú dormías a doce metros de ella?–Dolor y rabia. Me he preguntado muchas veces si podría haber hecho las cosas mejor durante aquella semana en el hotel. Pero hice todo lo que pude, sin entender en realidad lo que ocurría, llamándola y preguntando a los empleados si sabían algo. Y me duele mucho su pérdida, tremendamente injusta. Mi mujer y yo estamos conmocionados. –¿Y cuando se enteró de que uno de los asesinos era un empleado del hotel?–Jamás pude sospechar lo más mínimo. Si acaso, que alguien de fuera había entrado a las instalaciones para realizar su fechoría. —¿Qué es lo que menos le encaja?—No existe explicación para que el resto del personal del hotel haya asegurado que nunca olió ni vio el cuerpo de Mati en descomposición cuando los vecinos de la zona dicho lo contrario y los propios asesinos reconocieron que la cambiaron de lugar por el hedor. Alguien tuvo que ver u oler el cuerpo.–Cuando visite Lombok, ¿volverá a hospedarse en el hotel Bumi Aditya?–Jamás. Nunca jamás. RSS de noticias de sociedad
Jousef Kadri, el turista que pernoctó a 12 metros de Mati la noche del crimen: «Alguien tuvo que ver u oler el cuerpo»
