Salir del rebaño de la oficina para aprender a ser pastor

En el corazón de la Sierra Norte de Madrid, entre barrancos y dehesas, Javier de los Nietos, pastor trashumante, se encuentra en Manzanares el Real aprovechando los pastos de verano, una práctica agroecológica con siglos de historia que ahora vuelve a ponerse en valor. Pastor de profesión, pero psicólogo de formación, este joven de 23 años decidió dar un giro profesional después de la pandemia: “Paré y me di cuenta de que quería un estilo de vida más sostenible”. Llegó a combinar los estudios con el rebaño de cabras, que pastaron en la Universidad Autónoma de Madrid, su alma máter, para renaturalizar el campus. Como él, más jóvenes formados se lanzan a cambiar la oficina por el campo. Las escuelas de pastoreo superan ya la decena y presumen de un repunte de la demanda y una alta empleabilidad.

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Eloy Chaguaceda con un rebaño de ovejas en Binéfar (Aragón), en una imagen cedida por él.Nuria Espina en Badalona en una imagen cedida por ella. Jóvenes urbanos y con carrera cambian su estilo de vida para formarse en escuelas de pastoreo con alta empleabilidad: “Descubrí la libertad”  

En el corazón de la Sierra Norte de Madrid, entre barrancos y dehesas, Javier de los Nietos, pastor trashumante, se encuentra en Manzanares el Real aprovechando los pastos de verano, una práctica agroecológica con siglos de historia que ahora vuelve a ponerse en valor. Pastor de profesión, pero psicólogo de formación, este joven de 23 años decidió dar un giro profesional después de la pandemia: “Paré y me di cuenta de que quería un estilo de vida más sostenible”. Llegó a combinar los estudios con el rebaño de cabras, que pastaron en la Universidad Autónoma de Madrid, su alma máter, para renaturalizar el campus. Como él, más jóvenes formados se lanzan a cambiar la oficina por el campo. Las escuelas de pastoreo superan ya la decena y presumen de un repunte de la demanda y una alta empleabilidad.

A través de su padre, De los Nietos se enteró de que un pastor trashumante iba a vender su rebaño a buen precio y no dudó en comprarlo. “Mis 280 cabras ayudan a la transmisión de semillas, regeneran el suelo, lo siegan y cuidan las vías pecuarias para evitar que se llenen de matorrales. Es la cultura de nuestros antepasados, un patrimonio que permite que los pueblos sigan vivos”, presume. Recibe subvenciones públicas por su labor de cortafuegos al crear barreras naturales contra los incendios. Este es su sustento actual, combinado con las visitas educativas que organiza.

Cristóbal Ruiz, el director de la Escuela de Pastores de Andalucía, por la que ya han pasado 200 alumnos desde 2010, insiste en la importancia de su entidad tras unos meses en los que España ha estado asolada por las llamas. Promueve pastores, esenciales para que haya un rebaño que permita una gestión forestal sostenible en un territorio que sufre el impacto de unas olas de calor y sequías cada vez más graves. “Los animales se alimentan de la biomasa y evitan que se transforme en combustible cuando se seca. Los humanos con su presencia en el monte vigilan de forma continúa la zona forestal que habitan por lo que pueden alertar de la presencia de pirómanos o detectar un primer conato de incendio y dar la voz de alarma a tiempo”, explica.

Insiste en que el uso tradicional del suelo con un manejo adecuado del ganado es clave en la prevención de incendios. Durante la trashumancia, De los Nietos duerme en una furgoneta. Sabe que lleva una vida distinta a los jóvenes de su edad, aunque no la cambiaría: “No tengo redes sociales. La naturaleza es agradecida, trabajo en una iniciativa viva con mucho futuro frente a la obsolescencia programada de la ciudad”. Aprendió de forma autodidacta y sobre el terreno, pero otros jóvenes optan por formarse, por lo que han aumentado las opciones en los últimos años.

Centros de formación frente a la falta de relevo generacional

En 2022 se creó, por ejemplo, la Escuela de Pastores de Castilla-La Mancha y en Valencia, la ONG Observatorio del Pastoralismo Extensivo del Mediterráneo espera abrir pronto la suya, un proyecto que ya cuenta con financiación autonómica para evitar que un oficio tan ancestral como sacrificado se extinga. En Galicia, se inaugurará otro centro similar en 2026, financiado por Fundación La Caixa contra la despoblación rural.

“Empezaba a flojear la transmisión generacional del trabajo por la falta de relevo sufrida durante muchos años y al mismo tiempo percibimos que repuntaba el interés entre los jóvenes por proyectos modernos y sostenibles en el campo”, explica Roberto Serrano, el director de La Estiva, la escuela de pastoreo aragonesa que reabrió sus puertas en 2020. Estos centros brindan también oportunidades a quienes quieren trabajar en los Alpes suizos o austriacos, donde la demanda de pastores es elevada y no consiguen cubrir los puestos de trabajo.

El modelo de enseñanza convenció a Eloy Chaguaceda, vecino de 23 años de Cerdanyola del Vallés (Barcelona). Se formó el año pasado en la Escuela de Pastores de Cataluña situada en Rialp, en la comarca del Pallars Sobirà. Tras empezar un grado medio de Gestión Forestal y del Medio Natural, sobreviviendo, según él, a la hostilidad de la ciudad, decidió cambiar de vida. Ahora es pastor de alta montaña en Esterri de Aneu (Lérida), donde se encarga de 900 ovejas.

“Mi misión es cuidarlas durante el verano, asegurarme de que pastan bien y con los perros protegerlas del oso”, explica. A las 7.00 se levanta, desayuna, cura a los animales heridos y a las 8.00 ya están en movimiento. “A media mañana se tumban a descansar y yo aprovecho para relajarme con música y podcasts. Después volvemos a caminar hasta que se pone el sol”, cuenta desde su cabaña.

Eloy Chaguaceda con un rebaño de ovejas en Binéfar (Aragón), en una imagen cedida por él.

En la escuela de Serrano tienen diversos perfiles de alumnos, desde los que llegan al sector para seguir con los negocios familiares hasta los urbanitas “atraídos por modelos de vida sanos y ecológicamente más responsables”. La capacidad de la escuela es de 10 estudiantes por curso y hay bastante paridad. La formación dura seis meses. “El 90% de nuestros antiguos alumnos trabaja. Al igual que uno estudia para ser médico, profesor o electricista, también hay que formarse para ser pastor. Por suerte, vamos abandonando la tendencia de pensar que en el campo se quedan los que no valen para otra cosa”, comenta Serrano.

En esta escuela del Valle de Chistau, en pleno Pirineo Aragonés, enseñan a los aprendices a orientarse en la montaña, a mirar al cielo para saber anticiparse a los fenómenos meteorológicos, a ordeñar, a hacer queso, a conducir de forma adecuada el ganado por zonas de puerto y rastrojeras, a adiestrar a los perros, a manejar la digitalización GPS de los animales y a gestionar la burocracia que implica un proyecto ganadero. La teoría se combina con periodos de prácticas bajo la batuta de pastores en activo.

“Gano 1.500 euros mensuales, pero casi todo lo ahorro, aquí la vida es austera. En la cabaña tengo una cocina de gas, una nevera, placas solares y vivo en medio de las montañas”, explica Chaguaceda. No envidia los planes vacacionales de sus amigos: “No tengo problemas tan mundanos como los de la ciudad. Estar conectado con la naturaleza te hace simplificar. Ahora mismo me importa que me aguanten las piernas y que las ovejas estén bien. Vivo más el presente”.

En su misma escuela se formó María Pignatelli, de 25 años. Antes cursó el bachillerato humanístico en Barcelona, donde se quedó a estudiar la carrera de Estudios Literarios, aunque lo que más deseaba era poder trabajar al aire libre. “Estuve en un instituto público como profesora de Catalán y Lengua Castellana, pero lo dejé”, cuenta. Trabaja en el Valle de Arán, en Lérida, con 1.200 ovejas. En invierno se desplazan a Aragón para sortear la nieve.

María Pignatelli en Esplús (Aragón), en una imagen cedida por ella.

Cristóbal Ruiz reconoce que no todo es idílico porque los jóvenes afrontan diversas dificultades. La primera, la falta de acceso a la tierra, escasa y con precios muy elevados, que los limita a la hora de conseguir ayudas. “La empleabilidad es altísima como asalariado, pero emprender es más difícil”, admite Serrano. La conciliación familiar también es un problema. Nuria Espina, de 27 años, se topa con otra complicación, el acceso a una vivienda. “Muchas veces se trabaja en zonas con casas vacías y no habitables o en terrenos próximos a retiros vacacionales con segundas residencias, donde no podemos permitirnos un alquiler”, comenta. Ella también tuvo que reconducir su vida laboral.

Nació en Sant Celoni, una villa catalana de 17.000 habitantes, y cursó Psicología en la Universidad Autónoma de Barcelona: “A mí siempre me gustó la montaña, pero al final lo que te dicen desde pequeña es que si sacas buenas notas, estudies una carrera”. Después de cinco años en un campus, se matriculó en la Escuela de Pastores de Cataluña. “No solo es una profesión, sino un estilo de vida sostenible”, defiende.

Nuria Espina en Badalona en una imagen cedida por ella.

Trabaja en un proyecto en Badalona con más de 200 cabras para vender leche a las queserías. “El rebaño es trasterminante, se mueve estacionalmente por la comarca del Maresme”, explica. El problema son las faltas de ayudas a este tipo de negocio, a su juicio. “No tenemos tierras propias y la Administración suele premiar modelos intensivos. Debo combinar mi trabajo de pastora en verano con el de psicóloga infantil en invierno”, cuenta. Le encantaría poder vivir solo del ganado: “El campo es terapéutico, huyo del ritmo frenético de la ciudad”.

Quien tampoco tiene un palmo de tierra es Andrés Gómez, de 36 años, a pesar de ser copropietario de un proyecto ganadero en Zael, un municipio burgalés de 116 habitantes. “Hay mucha especulación”, comenta. Nació en Miranda de Ebro, estudió para ser ingeniero técnico agrícola y trabajó cuatro años en una multinacional de alimentación animal. “Era una gran empresa, podía promocionar y cobraba bien. El problema es que el estrés de la oficina no me hacía feliz. En la ciudad hay muchísima gente, aunque la mayoría de veces estás muy solo. Aquí somos pocos, pero hacemos comunidad”, explica.

Andrés Gómez con un ternero en Lerma (Burgos).

Hizo oídos sordos a la presión social, pidió una excedencia y se formó durante tres años en ecología para mudarse al pueblo de sus abuelos con una iniciativa sólida. Tiene un proyecto de ganadería regenerativa con 200 vacas. Cerca una parcela para que los animales agoten toda la materia vegetal y cuando finalizan, avanzan a la siguiente. No retornan al mismo sitio hasta que transcurre un año, cuando la hierba se recupera por completo. “Mis vacas no comen ni pienso ni cereal, solo verde. Funcionamos por contrato de pastos”, aclara.

Paula Lorente, valenciana de 23 años, también tenía claro que la ciudad no era para ella. Es técnica superior en sanidad animal y ahora trabaja en Vall de Almonacid (Castellón) restaurando un corral en ruinas para la implantación de un rebaño con fines de gestión selvícolas y ecosistémicos. “La intención es que los animales realicen servicios públicos ambientales en el municipio”, explica.

Paula Lorente corta la pezuña a una oveja en el Pirineo Aragonés, en una imagen cedida por ella.

Es fiel defensora de un estilo de vida más consciente: “En el campo descubrí la libertad, ahora me siento viva. No se nos pide puntualidad británica como en la oficina. Allí van corriendo a todos lados y aquí no hay prisa, no tenemos reloj, el ritmo lo marcan las horas de luz y el ganado”.

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