La colisión con Theia no sólo dio origen a la Luna, sino que hizo posible la vida a la Tierra

Hace alrededor de 4.500 millones de años, la Tierra sufrió la mayor colisión de toda su historia contra un objeto del tamaño de Marte que los científicos han bautizado como Theia. La energía del impacto fundió de golpe una buena parte de la corteza terrestre, aún en formación, convirtiéndola en un océano de lava, y lanzó al espacio miles de millones de toneladas de escombros de todos los tamaños que después, con el tiempo, se unieron para formar la Luna. Algunos incluso creen que algunos fragmentos de Theia siguen aún en nuestro planeta, enterrados en las profundidades del manto terrestre.Y ahora, un equipo de geólogos de la Universidad de Berna, en Suiza, acaba de poner sobre el tapete una revolucionaria teoría que implica a Theia, también, con uno de los enigmas más fundamentales de la ciencia: el origen de la vida en nuestro planeta. En un estudio recién publicado en ‘ Science Advances ‘, en efecto, se sugiere que el inicio de la biología terrestre no fue el resultado de un lento y paulatino desarrollo de una serie de elementos que ya estaban presentes en nuestro mundo desde el principio, sino una consecuencia directa, una más, de aquél evento fortuito y violento. La colisión con Theia, según la nueva tesis, no sólo hizo posible la formación de la luna, sino que ‘sembró’, de un solo golpe, los ingredientes esenciales para que la vida pudiera florecer en nuestro planeta.Un reloj cósmicoComo sabemos bien, hace alrededor de 4.568 millones de años nuestro Sistema Solar empezó a tomar forma cuando la materia ‘sobrante’ de la formación del Sol formó un anillo a su alrededor y se fue condensando hasta dar lugar a los planetas actuales. Bajo la dirección de Pascal Kruttasch, los autores del nuevo estudio utilizaron un ingenioso método para ‘ponerle fecha’ a los primeros momentos de existencia de la Tierra. Para lo cual se basaron en un sistema de medición de alta precisión que funciona como un auténtico reloj cósmico: la desintegración radiactiva del isótopo manganeso-53 en cromo-53. Este isótopo, con una vida media de 3,8 millones de años, les permitió fechar con una asombrosa exactitud (inferior a un millón de años) la composición de las rocas y meteoritos de miles de millones de años de antigüedad.Esta precisa cronología llevó a los investigadores a descubrir algo sorprendente: la composición química de la proto-Tierra se completó en apenas tres millones de años tras la formación del Sistema Solar . Es decir, a una velocidad vertiginosa, lo cual tiene una implicación crucial: en aquel breve lapso de tiempo, nuestro planeta se formó tan cerca del Sol que las altas temperaturas impidieron la condensación de los elementos volátiles, esos mismos que hoy consideramos imprescindibles para la vida, como el agua, el carbono, el nitrógeno o el azufre. Todos esos ‘ladrillos’ de la vida, en vez de incorporarse a la la proto-Tierra, permanecieron en estado gaseoso, flotando libremente por el Sistema Solar interior.Y aquí es, precisamente, donde Theia entra en juego. Se cree que ese ‘protoplaneta’, del tamaño de Marte, se formó en una región mucho más alejada del Sol, más allá del cinturón de asteroides y por tanto en un entorno más frío donde, esta vez sí, los elementos volátiles pudieron condensarse y ser incorporados a su estructura.El agua vino de TheiaSegún Kruttasch y sus colegas, el impacto con Theia hizo algo más que crear la Luna: trasladar cantidades masivas de agua y otros compuestos volátiles a la Tierra. «Gracias a nuestros resultados -explica Kruttasch -sabemos que la proto-Tierra fue inicialmente un planeta rocoso y seco. Se puede suponer que fue solo la colisión con Theia la que trajo elementos volátiles a la Tierra y, en última instancia, hizo posible la vida allí».Una idea, por cierto, respaldada por algunos estudios anteriores, como el publicado el pasado noviembre en ‘ Icarus ‘ por un equipo del que formaba parte el astrofísico portugués Pedro Machado, según el cual Theia entregó a nuestro planeta una gran cantidad de agua que aún es visible en el manto terrestre. Un agua, dicho sea de paso, que supone un verdadero rompecabezas para los geólogos ya que, al ser mucho menos densa que los materiales del manto, se supone que habría debido migrar hacia la superficie y llegar hasta la corteza y los océanos hace mucho tiempo.La vida, menos común de lo que creíamosEl hallazgo tiene serias implicaciones para nuestras ideas sobre lo que significa que un planeta sea ‘habitable’ . Hasta ahora se pensaba que la habitabilidad era un proceso continuo, una evolución gradual que se daba si las condiciones eran propicias durante el tiempo suficiente. Pero si la Tierra necesitó de un evento tan improbable como una colisión masiva con otro mundo para adquirir sus ingredientes fundamentales, eso podría significar que la vida, en general, es mucho más rara de lo que pensamos.Klaus Mezger, coautor del estudio, lo resume de forma contundente: «La Tierra no le debe su actual habitabilidad a un desarrollo continuo, sino probablemente a un evento casual: el impacto tardío de un cuerpo extraño y rico en agua. Esto deja claro que la habitabilidad en el Universo es cualquier cosa menos rutinaria».La perspectiva, de hecho, se opone frontalmente a la idea de que ‘ahí fuera’ existen incontables planetas similares al nuestro. Porque no basta con que un planeta se encuentre en la ‘zona habitable’ de su estrella, la distancia donde el agua líquida puede existir en su superficie, sino que es muy posible que también necesite de un ‘empujón’ adicional, de un evento fortuito, como una colisión masiva, para adquirir la química necesaria que lo haga un candidato viable para que se produzca el milagro de la vida.MÁS INFORMACIÓN noticia No El físico Raúl Rabadán, elegido nuevo director del CNIO tras la destitución de María Blasco noticia Si Tiene un núcleo sólido: resuelven, por fin, el mayor de los misterios sobre el ‘corazón’ de MarteEn otras palabras, si en el Universo abundan los mundos rocosos secos, la Tierra no sería la norma, sino una excepción , una ‘anomalía’, el resultado fortuito de una serie de eventos cósmicos alineados de forma improbable. Malas noticias, pues, para los que piensan que la vida debería abundar en todas partes . Hace alrededor de 4.500 millones de años, la Tierra sufrió la mayor colisión de toda su historia contra un objeto del tamaño de Marte que los científicos han bautizado como Theia. La energía del impacto fundió de golpe una buena parte de la corteza terrestre, aún en formación, convirtiéndola en un océano de lava, y lanzó al espacio miles de millones de toneladas de escombros de todos los tamaños que después, con el tiempo, se unieron para formar la Luna. Algunos incluso creen que algunos fragmentos de Theia siguen aún en nuestro planeta, enterrados en las profundidades del manto terrestre.Y ahora, un equipo de geólogos de la Universidad de Berna, en Suiza, acaba de poner sobre el tapete una revolucionaria teoría que implica a Theia, también, con uno de los enigmas más fundamentales de la ciencia: el origen de la vida en nuestro planeta. En un estudio recién publicado en ‘ Science Advances ‘, en efecto, se sugiere que el inicio de la biología terrestre no fue el resultado de un lento y paulatino desarrollo de una serie de elementos que ya estaban presentes en nuestro mundo desde el principio, sino una consecuencia directa, una más, de aquél evento fortuito y violento. La colisión con Theia, según la nueva tesis, no sólo hizo posible la formación de la luna, sino que ‘sembró’, de un solo golpe, los ingredientes esenciales para que la vida pudiera florecer en nuestro planeta.Un reloj cósmicoComo sabemos bien, hace alrededor de 4.568 millones de años nuestro Sistema Solar empezó a tomar forma cuando la materia ‘sobrante’ de la formación del Sol formó un anillo a su alrededor y se fue condensando hasta dar lugar a los planetas actuales. Bajo la dirección de Pascal Kruttasch, los autores del nuevo estudio utilizaron un ingenioso método para ‘ponerle fecha’ a los primeros momentos de existencia de la Tierra. Para lo cual se basaron en un sistema de medición de alta precisión que funciona como un auténtico reloj cósmico: la desintegración radiactiva del isótopo manganeso-53 en cromo-53. Este isótopo, con una vida media de 3,8 millones de años, les permitió fechar con una asombrosa exactitud (inferior a un millón de años) la composición de las rocas y meteoritos de miles de millones de años de antigüedad.Esta precisa cronología llevó a los investigadores a descubrir algo sorprendente: la composición química de la proto-Tierra se completó en apenas tres millones de años tras la formación del Sistema Solar . Es decir, a una velocidad vertiginosa, lo cual tiene una implicación crucial: en aquel breve lapso de tiempo, nuestro planeta se formó tan cerca del Sol que las altas temperaturas impidieron la condensación de los elementos volátiles, esos mismos que hoy consideramos imprescindibles para la vida, como el agua, el carbono, el nitrógeno o el azufre. Todos esos ‘ladrillos’ de la vida, en vez de incorporarse a la la proto-Tierra, permanecieron en estado gaseoso, flotando libremente por el Sistema Solar interior.Y aquí es, precisamente, donde Theia entra en juego. Se cree que ese ‘protoplaneta’, del tamaño de Marte, se formó en una región mucho más alejada del Sol, más allá del cinturón de asteroides y por tanto en un entorno más frío donde, esta vez sí, los elementos volátiles pudieron condensarse y ser incorporados a su estructura.El agua vino de TheiaSegún Kruttasch y sus colegas, el impacto con Theia hizo algo más que crear la Luna: trasladar cantidades masivas de agua y otros compuestos volátiles a la Tierra. «Gracias a nuestros resultados -explica Kruttasch -sabemos que la proto-Tierra fue inicialmente un planeta rocoso y seco. Se puede suponer que fue solo la colisión con Theia la que trajo elementos volátiles a la Tierra y, en última instancia, hizo posible la vida allí».Una idea, por cierto, respaldada por algunos estudios anteriores, como el publicado el pasado noviembre en ‘ Icarus ‘ por un equipo del que formaba parte el astrofísico portugués Pedro Machado, según el cual Theia entregó a nuestro planeta una gran cantidad de agua que aún es visible en el manto terrestre. Un agua, dicho sea de paso, que supone un verdadero rompecabezas para los geólogos ya que, al ser mucho menos densa que los materiales del manto, se supone que habría debido migrar hacia la superficie y llegar hasta la corteza y los océanos hace mucho tiempo.La vida, menos común de lo que creíamosEl hallazgo tiene serias implicaciones para nuestras ideas sobre lo que significa que un planeta sea ‘habitable’ . Hasta ahora se pensaba que la habitabilidad era un proceso continuo, una evolución gradual que se daba si las condiciones eran propicias durante el tiempo suficiente. Pero si la Tierra necesitó de un evento tan improbable como una colisión masiva con otro mundo para adquirir sus ingredientes fundamentales, eso podría significar que la vida, en general, es mucho más rara de lo que pensamos.Klaus Mezger, coautor del estudio, lo resume de forma contundente: «La Tierra no le debe su actual habitabilidad a un desarrollo continuo, sino probablemente a un evento casual: el impacto tardío de un cuerpo extraño y rico en agua. Esto deja claro que la habitabilidad en el Universo es cualquier cosa menos rutinaria».La perspectiva, de hecho, se opone frontalmente a la idea de que ‘ahí fuera’ existen incontables planetas similares al nuestro. Porque no basta con que un planeta se encuentre en la ‘zona habitable’ de su estrella, la distancia donde el agua líquida puede existir en su superficie, sino que es muy posible que también necesite de un ‘empujón’ adicional, de un evento fortuito, como una colisión masiva, para adquirir la química necesaria que lo haga un candidato viable para que se produzca el milagro de la vida.MÁS INFORMACIÓN noticia No El físico Raúl Rabadán, elegido nuevo director del CNIO tras la destitución de María Blasco noticia Si Tiene un núcleo sólido: resuelven, por fin, el mayor de los misterios sobre el ‘corazón’ de MarteEn otras palabras, si en el Universo abundan los mundos rocosos secos, la Tierra no sería la norma, sino una excepción , una ‘anomalía’, el resultado fortuito de una serie de eventos cósmicos alineados de forma improbable. Malas noticias, pues, para los que piensan que la vida debería abundar en todas partes .  

Hace alrededor de 4.500 millones de años, la Tierra sufrió la mayor colisión de toda su historia contra un objeto del tamaño de Marte que los científicos han bautizado como Theia. La energía del impacto fundió de golpe una buena parte de la corteza … terrestre, aún en formación, convirtiéndola en un océano de lava, y lanzó al espacio miles de millones de toneladas de escombros de todos los tamaños que después, con el tiempo, se unieron para formar la Luna. Algunos incluso creen que algunos fragmentos de Theia siguen aún en nuestro planeta, enterrados en las profundidades del manto terrestre.

Y ahora, un equipo de geólogos de la Universidad de Berna, en Suiza, acaba de poner sobre el tapete una revolucionaria teoría que implica a Theia, también, con uno de los enigmas más fundamentales de la ciencia: el origen de la vida en nuestro planeta. En un estudio recién publicado en ‘Science Advances‘, en efecto, se sugiere que el inicio de la biología terrestre no fue el resultado de un lento y paulatino desarrollo de una serie de elementos que ya estaban presentes en nuestro mundo desde el principio, sino una consecuencia directa, una más, de aquél evento fortuito y violento. La colisión con Theia, según la nueva tesis, no sólo hizo posible la formación de la luna, sino que ‘sembró’, de un solo golpe, los ingredientes esenciales para que la vida pudiera florecer en nuestro planeta.

Un reloj cósmico

Como sabemos bien, hace alrededor de 4.568 millones de años nuestro Sistema Solar empezó a tomar forma cuando la materia ‘sobrante’ de la formación del Sol formó un anillo a su alrededor y se fue condensando hasta dar lugar a los planetas actuales. Bajo la dirección de Pascal Kruttasch, los autores del nuevo estudio utilizaron un ingenioso método para ‘ponerle fecha’ a los primeros momentos de existencia de la Tierra. Para lo cual se basaron en un sistema de medición de alta precisión que funciona como un auténtico reloj cósmico: la desintegración radiactiva del isótopo manganeso-53 en cromo-53. Este isótopo, con una vida media de 3,8 millones de años, les permitió fechar con una asombrosa exactitud (inferior a un millón de años) la composición de las rocas y meteoritos de miles de millones de años de antigüedad.

Esta precisa cronología llevó a los investigadores a descubrir algo sorprendente: la composición química de la proto-Tierra se completó en apenas tres millones de años tras la formación del Sistema Solar. Es decir, a una velocidad vertiginosa, lo cual tiene una implicación crucial: en aquel breve lapso de tiempo, nuestro planeta se formó tan cerca del Sol que las altas temperaturas impidieron la condensación de los elementos volátiles, esos mismos que hoy consideramos imprescindibles para la vida, como el agua, el carbono, el nitrógeno o el azufre. Todos esos ‘ladrillos’ de la vida, en vez de incorporarse a la la proto-Tierra, permanecieron en estado gaseoso, flotando libremente por el Sistema Solar interior.

Y aquí es, precisamente, donde Theia entra en juego. Se cree que ese ‘protoplaneta’, del tamaño de Marte, se formó en una región mucho más alejada del Sol, más allá del cinturón de asteroides y por tanto en un entorno más frío donde, esta vez sí, los elementos volátiles pudieron condensarse y ser incorporados a su estructura.

El agua vino de Theia

Según Kruttasch y sus colegas, el impacto con Theia hizo algo más que crear la Luna: trasladar cantidades masivas de agua y otros compuestos volátiles a la Tierra. «Gracias a nuestros resultados -explica Kruttasch -sabemos que la proto-Tierra fue inicialmente un planeta rocoso y seco. Se puede suponer que fue solo la colisión con Theia la que trajo elementos volátiles a la Tierra y, en última instancia, hizo posible la vida allí».

Una idea, por cierto, respaldada por algunos estudios anteriores, como el publicado el pasado noviembre en ‘Icarus‘ por un equipo del que formaba parte el astrofísico portugués Pedro Machado, según el cual Theia entregó a nuestro planeta una gran cantidad de agua que aún es visible en el manto terrestre. Un agua, dicho sea de paso, que supone un verdadero rompecabezas para los geólogos ya que, al ser mucho menos densa que los materiales del manto, se supone que habría debido migrar hacia la superficie y llegar hasta la corteza y los océanos hace mucho tiempo.

La vida, menos común de lo que creíamos

El hallazgo tiene serias implicaciones para nuestras ideas sobre lo que significa que un planeta sea ‘habitable’. Hasta ahora se pensaba que la habitabilidad era un proceso continuo, una evolución gradual que se daba si las condiciones eran propicias durante el tiempo suficiente. Pero si la Tierra necesitó de un evento tan improbable como una colisión masiva con otro mundo para adquirir sus ingredientes fundamentales, eso podría significar que la vida, en general, es mucho más rara de lo que pensamos.

Klaus Mezger, coautor del estudio, lo resume de forma contundente: «La Tierra no le debe su actual habitabilidad a un desarrollo continuo, sino probablemente a un evento casual: el impacto tardío de un cuerpo extraño y rico en agua. Esto deja claro que la habitabilidad en el Universo es cualquier cosa menos rutinaria».

La perspectiva, de hecho, se opone frontalmente a la idea de que ‘ahí fuera’ existen incontables planetas similares al nuestro. Porque no basta con que un planeta se encuentre en la ‘zona habitable’ de su estrella, la distancia donde el agua líquida puede existir en su superficie, sino que es muy posible que también necesite de un ‘empujón’ adicional, de un evento fortuito, como una colisión masiva, para adquirir la química necesaria que lo haga un candidato viable para que se produzca el milagro de la vida.

En otras palabras, si en el Universo abundan los mundos rocosos secos, la Tierra no sería la norma, sino una excepción, una ‘anomalía’, el resultado fortuito de una serie de eventos cósmicos alineados de forma improbable. Malas noticias, pues, para los que piensan que la vida debería abundar en todas partes.

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