Con el retorno de Trump, hemos entrado en una era en que la ley del más fuerte vuelve a imperar en la geoeconomía global. En este contexto, solo una Europa más fuerte y más unida tiene la dimensión necesaria para preservar nuestro estilo de vida, nuestra democracia y nuestra prosperidad.
Con el retorno de Trump, hemos entrado en una era en que la ley del más fuerte vuelve a imperar en la geoeconomía global. En este contexto, solo una Europa más fuerte y más unida tiene la dimensión necesaria para preservar nuestro estilo de vida, nuestra democracia y nuestra prosperidad.Seguir leyendo…
Con el retorno de Trump, hemos entrado en una era en que la ley del más fuerte vuelve a imperar en la geoeconomía global. En este contexto, solo una Europa más fuerte y más unida tiene la dimensión necesaria para preservar nuestro estilo de vida, nuestra democracia y nuestra prosperidad.
Por suerte, no partimos de cero. El informe Draghi nos ofrece una hoja de ruta clara. Su diagnóstico es contundente: la productividad es el único motor sostenible de crecimiento europeo, y para activarlo hay que actuar en innovación, mercado interior, unión del mercado de capitales para movilizar el ahorro hacia proyectos transformadores, y una capacidad fiscal que financie bienes públicos paneuropeos como la defensa, la interconexión energética o la investigación. Los ciudadanos lo tienen claro. El último Eurobarómetro muestra que el apoyo al euro está en máximos históricos (83%), y la confianza en la UE, en el nivel más alto en 18 años. Un 81% de los europeos quieren una política común de defensa. Los ciudadanos quieren más Europa, no menos.
No podemos actuar como un conjunto de estados pequeños con agendas fragmentadas
A pesar de todo, la realidad institucional no está respondiendo con la misma claridad. Los gobiernos nacionales siguen defendiendo prioridades propias, bloqueando acuerdos comerciales, paralizando la unión bancaria o poniendo trabas a la armonización fiscal. Y allí donde más habría que sumar, hay fragmentación. El presupuesto europeo es un ejemplo flagrante. Aunque la Comisión Europea reconoce los retos que enfrentamos, su propuesta para el marco 2028–2034 es un aumento muy tímido: del 1,1% al 1,26% del PNB europeo. Cuando se reclaman más recursos para la transición verde, la seguridad o la innovación, eso es del todo insuficiente. Para comparar: el presupuesto federal de EE.UU. es del 23% del PIB. Y aun así, algunos gobiernos europeos se muestran reticentes cuestionando que los fondos se estén utilizando de manera eficiente. Debemos priorizar el gasto orientado a resultados, medir el impacto y reconducir recursos hacia aquello que realmente funciona. Y, sobre todo, fomentar la cultura del bien común, capaz de situar los intereses compartidos por encima de los cálculos a corto plazo.
Otra propuesta interesante sobre la mesa es la creación de un “28.º régimen”, que permitiría a las empresas acogerse voluntariamente a unas normas armonizadas a nivel europeo. Eso facilitaría la escalabilidad de las startups y reduciría la carga reguladora sobre las pymes, el 99% de las empresas europeas. Un marco común para crecer mejor y con más ambición dentro del mercado único.
En definitiva, Europa no será más fuerte porque el mundo lo exija, sino porque nosotros lo decidamos. Ya no nos podemos permitir actuar como un conjunto de estados pequeños con agendas fragmentadas. Es el momento de que Europa actúe como un continente. Tenemos una oportunidad, no la dejemos pasar.
Economía