Vuelve la Frick Collection, el museo más bonito de Nueva York

Este es un momento de intimidad. Aquí y ahora al visitante se le ofrece la oportunidad de compartir, solo con algo de imaginación, sensaciones similares a las que experimentaba el que fuera propietario de esta mansión, aquel magnate de la edad dorada estadounidense llamado Henry Clay Frick (1849-1919).

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 La antigua casa del magnate Henry Clay Frick (1849-1919), que reúne extraordinarias piezas de los viejos maestros de la pintura, reabre en Manhattan tras casi cinco años de reforma  

Este es un momento de intimidad. Aquí y ahora al visitante se le ofrece la oportunidad de compartir, solo con algo de imaginación, sensaciones similares a las que experimentaba el que fuera propietario de esta mansión, aquel magnate de la edad dorada estadounidense llamado Henry Clay Frick (1849-1919).

En la segunda planta, en el que fuera su dormitorio, hoy una sala denominada Walnut room (habitación de nogal por los paneles de madera oscura que recubren sus paredes), reposa por encima de la chimenea el retrato, pintado en 1782 por George Romney, dedicado a Emma Hart, lady Hamilton, que tenía 17 cuando empezó a posar para el artista inglés, que la convirtió en su musa. Sirvienta, modelo, cantante y actriz, se casó con sir William Hamilton, del que mantuvo su apellido, y tuvo varios amantes, entre estos el heroico lord Nelson.

Romney la dibujó en esta ocasión como una joven sonriente, con un paisaje de fondo a cierta distancia, al atardecer, en una posición declinada hacia adelante con la que da la sensación de estar mirando al que la mira. En sus brazos acuna un perro.

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La mansión, de estilo Beaux-arts, se terminó de edificar en 1919  
Angela Weiss / AFP

“Siempre me gusta pensar en esta imagen como la primera y la última que Frick veía cada mañana cuando se despertaba”, comenta Xavier Solomon, subdirector y curador jefe de la Frick Collection, el museo que alberga la antigua mansión en la Quinta Avenida con la calle 70 de Manhattan, un recinto que contrasta el carácter explotador del empresario que ordenó construirla y su sensibilidad por el arte y la belleza.

“Más conmovedor aún, fue la última imagen que vio Frick, porque murió en esta habitación”, añade Solomon durante una visita de prensa.

Después de casi cinco años cerrado por reforma, con un par de años de “exilio” en el edificio Breuer (antigua sede del Whitney, que también utilizó luego el Metropolitan Museum), la Frick Collection, para muchos expertos “el museo más bonito de Nueva York”, reabre sus puertas este jueves en su casa, la mansión de estilo Beaux-Arts que se terminó de edificar en 1914.

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Personas observan las obras colgadas en la galería oeste del museo  
Sarah Yañez-Richards / EFE

Los Velázquez, Goya, Murillo, El Greco, Fregonard, Rembrandt o Vermeer, entre otros muchos grandes, han regresado al que es su hogar desde 1935, cuando abrió este recinto que es mucho más que un museo. Es un estilo de vida, lo que le diferencia de los otras instituciones como los famosos Met o MoMa.

Desde el mismo momento en que se anunció el cierre para llevar a cabo está expansión, que ha costado 220 millones de dólares, los conservacionistas expresaron su ansiedad por la posibilidad de que se manipulara y destrozara uno de los tesoros arquitectónicos de la ciudad. Se iba a perder la esencia del lugar, se quejaban.

En cambio, como escribió Eric Gibson, especialista de arte en The Wall Street Journal, “es lo mismo, solo que mejor”.

Es increíble ver todo de regreso a casa, al lugar donde pertenece. Es un gran sueño”

Xavier SolomonSubdirector y curador jefe de la Frick Collection

Solomon no esconde la satisfacción de certificar el resultado. “Es increíble ver todo de regreso a casa, al lugar donde pertenece”, recalca mientras observa como se ha mejorado el espacio. “Es un gran sueño”, confiesa.

En lugar de cambiar el sentido, “se ha tratado de ser lo más fiel posible a las intenciones originales del fundador”, recalca Solomon. Insiste en que las telas, la moqueta, la luz, todo esto es nuevo, por lo que la gente podrá disfrutar el espacio de una manera mejor. “Se está mucho más cerca de cómo eran las galerías cuando se inauguró en 1935”, reitera el curador jefe.

La verdad es que, de regreso a este esplendoroso lugar, nada parece haber cambiado en la planta baja, aunque hay mejoras. Se ha incrementado el espacio de recepción, luce mucho más el jardín que da a la calle 70, se ha instalado por primera vez un bar restaurante o la obsoleta sala de música se ha transformado en un moderno auditorio con 218 asientos.

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Una vista del ‘Angel’ de Jean Barbet, en el jardín del museo 
Angela Weiss / AFP

Una parte central de esta transformación, dirigida por la experimentada arquitecta Annabella Selldorf, “es una pieza sensacional, una nueva escalera en voladizo, voluptuosa y revestida de mármol Breccia Aurora veteado, decadente con un aire de dolce vita”, recalcó Michael Kimmelman, experto en arquitectura en The New York Times.

A pesar de la espectacularidad de esta escalera, que se suma a la histórica y majestuosa de la mansión, la gran novedad es la apertura al público de la segunda planta, lo que eran las habitaciones privadas de la familia Frick.

Ahí han surgido diez salas de exposición y cinco pasillos adicionales en los que se observan los diferentes gustos familiares. El señor Frick no se movió de su pasión paisajista en dirección a los viejos maestros europeos, mientras que su esposa, Adelaide Childs Frick, era una enamorada de la pintura rococó y las artes decorativas, en tanto que su hija, Helen Clay Frick, reunió una colección de tesoros del renacimiento italiano temprano una vez que falleció su padre.

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La obra ‘San Jerónimo’, del Greco, cuelga en uno de los salones del recinto
Sarah Yañez-Richards / EFE

Adentrarse por la primera planta, tras reposar en uno de los bancos del estanque ornamental, permite experimentar el sentido de la belleza en su plenitud. En la sala de estar presiden el San Jerónimo de El Greco, en otra sala contigua destaca el San Francisco de Bellini, que da paso a la gran sala de los Fragonard y su colección de cuadros murales que describen “el progreso del amor”, uno de esos espacios singulares, la joya de la corona.

Y luego, ascender a la segunda planta por la escalera histórica, supone entrar en la intimidad de la familia, ahora mucho más accesible que antes, cuando estas salas se dedicaban a administración, fuera del acceso del público.

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Fotografía del patio de entrada al edificio del museo Frick Collection 
Sarah Yañez-Richards / Efe

“Soy arquitecta y los arquitectos nunca estamos satisfechos con nuestro trabajo”, responde Selldorf, allá en la segunda planta donde se cruzan la nueva escalera y los nuevos ascensores, el punto crítico, según ella, de su reforma.

Me sentí un poco insultada por la gente que se pensó que yo era una completa imbécil y que iba a entrar con el mazo”

Annabella SelldorfDirectora de la transformación experimentada por el museo

“Los clientes (la junta del museo) sabían de mi amor por la Frick y entendieron que no tenía interés alguno en interferir con la cosas que hacen que este lugar sea tan especial”, afirma la arquitecta ante el temor que existía por la posibilidad de que el recinto perdiera su aura.

“Me sentí un poco insultada por la gente que se pensó que yo era una completa imbécil y que iba a entrar con el mazo”, ironiza.

Una vez visto el resultado, Selldorf recibe encantada las felicitaciones, pero tiene una visión de futuro, de ese momento, pasados unos meses, cuando los visitantes hagan suya la reforma. Lo compara a comprarse unos zapatos. A la hora del estreno están relucientes, pero solo después, cuando los has llevado, los hace tuyos porque se han adaptado a los pies.

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