Vargas Llosa, el escritor total

La aventura literaria de Mario Vargas Llosa, aunque tiene un pórtico con innumerables datos de aprendizaje de notable interés, puede darse por iniciada con la publicación de los relatos agrupados en Los jefes (1959) y, sobre todo, cuando Carlos Barral posibilita la primera edición de La ciudad y los perros (1963), que había obtenido el premio Biblioteca Breve de Novela 1962, que no solo tiene efecto en el itinerario del escritor peruano, sino que su transcendencia alcanza toda la narrativa en castellano, que paralelamente conoce la publicación de Tiempo de silencio (1962) de Luis Martín Santos. Se alcanzaba así una de las finalidades de los iniciales Coloquios Internacionales de Novela mallorquines (1959 y 1960) que fraguaron Camilo José Cela y Carlos Barral en Formentor, a la búsqueda de una regeneración de la novela española al contacto con novedades americanas y europeas.

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 La aventura literaria de Mario Vargas Llosa, aunque tiene un pórtico con innumerables datos de aprendizaje de notable interés, puede darse por iniciada con la publicación de los relatos agrupados en Los jefes (1959) y, sobre todo, cuando Carlos Barral posibilita la primera edición de La ciudad y los perros (1963), que había obtenido el premio Biblioteca Breve de Novela 1962, que no solo tiene efecto en el itinerario del escritor peruano, sino que su transcendencia alcanza toda la narrativa en castellano, que paralelamente conoce la publicación de Tiempo de silencio (1962) de Luis Martín Santos. Se alcanzaba así una de las finalidades de los iniciales Coloquios Internacionales de Novela mallorquines (1959 y 1960) que fraguaron Camilo José Cela y Carlos Barral en Formentor, a la búsqueda de una regeneración de la novela española al contacto con novedades americanas y europeas.Seguir leyendo…  

La aventura literaria de Mario Vargas Llosa, aunque tiene un pórtico con innumerables datos de aprendizaje de notable interés, puede darse por iniciada con la publicación de los relatos agrupados en Los jefes (1959) y, sobre todo, cuando Carlos Barral posibilita la primera edición de La ciudad y los perros (1963), que había obtenido el premio Biblioteca Breve de Novela 1962, que no solo tiene efecto en el itinerario del escritor peruano, sino que su transcendencia alcanza toda la narrativa en castellano, que paralelamente conoce la publicación de Tiempo de silencio (1962) de Luis Martín Santos. Se alcanzaba así una de las finalidades de los iniciales Coloquios Internacionales de Novela mallorquines (1959 y 1960) que fraguaron Camilo José Cela y Carlos Barral en Formentor, a la búsqueda de una regeneración de la novela española al contacto con novedades americanas y europeas.

Con abundante materia autobiográfica y ensamblando memoria y mirada (los dos grandes pilares de las obras maestras del género), Vargas Llosa ponía sobre el tapete que la forma (“los aspectos de la novela”, según atinado marbete de E.M. Foster, heredero de Henry James, bien amado de nuestro novelista) no es retórica ni ornamento, es, sobre todo, la otra cara de la novela. La funcionalidad de la forma o si se prefiere del discurso del relato ha caracterizado su oceánica labor creadora, iniciada a comienzos de los 60 del siglo pasado y cerrada con Le dedico mi silencio (2023), donde las utopías con sus variantes aparecen una vez más en el último Vargas Llosa.

Tiene una vitalidad exuberante, una literatura riquísima, que nace de una tradición literaria insoslayable

Dos novelas más vieron la luz en la década de los 60. La casa verde (1965), que supone su consagración como novelista (no es baladí la obtención del premio internacional Rómulo Gallegos de 1967), y que amalgama la historia y el mito, o si se prefiere las máscaras fundamentales de la ficción que tanto entusiasmaron a Cortázar.

Sin duda, obra maestra, Conversación en la catedral (1969) fue escrita por un novelista itinerante (París, Lima, Washington, Londres, etcétera) que declaró en varias ocasiones que “si tuviera que salvar del fuego una sola novela de las que he escrito, salvaría esta”. Novela densa y trabada en su historia y también en su relato, novela de mirada histórica que en la literatura española se convirtió en una alternativa de la suficiencia estética de las creaciones de Galdós, Baroja o Valle-Inclán. Conversación en la catedral es una crónica de la sociedad peruana durante el gobierno dictatorial del general Manuel Odría, en los años 50, en la que se advierte el aprendizaje que Vargas Llosa ha conseguido de la novela francesa del s. XIX y también de la novela rusa, aunque su perfecta arqui­tectura evoca muchas de las consideraciones epistolares de Flaubert.

Mario Vargas llosa y Camucha Negrete en Pantaleón y las visitadoras. 1975
Vargas Llosa y Camucha Negrete en Pantaleón y las visitadoras (1975)
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Haciendo un paréntesis en el recorrido por sus tareas de novelista, conviene recordar que las experimentaciones narrativas, las técnicas y las variantes estilísticas –el trabajo continuo e impecable de Mario Vargas– se comprenden mejor a la luz de libros de crítica literaria como el magistral La orgía perpetua: Flaubert y Madame Bovary (1975). El ensayo tiene dos partes diferenciadas: en la primera, pesa el componente autobiográfico, el descubrimiento del monstruo de Croisset en la noche y la madrugada de París; la segunda se convierte en un fascinante análisis de la naturaleza y el significado de la novela de 1857, proyectado con genio, tiento y rigor en la comprensión del desarrollo del género más representativo de la modernidad decimonónica, la novela. Creo que es el primer paso para que se hubiese cumplido su deseo de ser un escritor francés.

Dos de las novelas de la década de los 70, Pantaleón y las visitadoras (1973) y La tía Julia y el escribidor (1977), que una generación esperaba ansiosa en las librerías, tienen un aspecto vertebrador en el tono de la composición y que formuló con su habitual lucidez Raymond L. Williams: “El descubrimiento del humor”. A ellas se sumó en 1981 La guerra del fin del mundo , que es una novela plenamente histórica: finales del siglo XIX, noroeste de Brasil, Euclides da Cunha narrador y periodista, la guerra de los Canudos, etcétera. Ofrecen todos los méritos de la capacidad narrativa del novelista. A buen seguro es el proyecto más ambicioso que Vargas Llosa se ha planteado.

Por otra parte, de acuerdo con Masoliver Ródenas, Vargas Llosa es en español el gran renovador de la novela realista, no solo por su magnífica y sugestiva eficacia en manejar las metamorfosis del realismo, sino porque emulando a los novelistas decimonónicos activa fenomenales labores de documentación. Es decir, primer paso de la creación novelesca la documentación, segundo paso, lo que Clarín llamaba “morfología narrativa”, en la que es un maestro.

Antes de alcanzar el presente siglo, en el que ingresó en la Real Academia Española de la Lengua con un discurso sobre Azorín contestado por Cela, Vargas Llosa publicó dos libros de ensayos literarios que merecen referenciarse para entender el arte narrativo de otros novelistas, el suyo propio y, en el fondo, en arte de la ficción: La verdad de las mentiras (1990) y Cartas a un joven novelista (1997). Que, por cierto, nada tienen que ver con su desafortunado y equivocado libro La mirada quieta (de Pérez Galdós) (2022), recorrido anodino y gratuito por la compleja trayectoria novelística de Galdós.

Del siglo XXI es espléndido, paradigma de su quehacer como novelista, La fiesta del chivo (2000) y aunque en tono menor, Cinco esquinas (2016). Y queda por mencionar su infatigable labor como periodista, como sin par comunicador y como escritor de una inacabada autobiografía, El pez en el agua (1993).

Vargas Llosa, premio Cervantes 1994, premio Nobel 2010, consagrado en una de las más prestigiosas –quizá la más prestigiosa– colecciones de clásicos del mundo occidental (dos tomos en La Plèiade) y miembro de la Academia Francesa desde el 2023, tiene una vitalidad exuberante, una literatura riquísima, que nace de una tradición literaria tan fecunda como insoslayable: Tirant lo Blanc, El Quijote , Flaubert y, naturalmente, William Faulkner, “leyendo a Faulkner aprendí la importancia de la forma en la novela, el estilo, la construcción, la organización del tiempo”. Por ello no dudó en titular su discurso del Nobel (7-XII-2010) con el título de Elogio de la lectura y la ficción, sus dos mayores apetencias: “La nuestra será siempre, por fortuna, una historia inconclusa. Por eso tenemos que seguir soñando, leyendo y escribiendo, la más eficaz manera que hayamos encontrado de aliviar nuestra condición perecedera, de derrotar a la carcoma del tiempo y de convertir en posible lo imposible”.

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