Una vida movida por la pasión

Se amontonan los recuerdos que la vida (y este maravilloso oficio) le ha regalado a uno al lado de Mario Vargas Llosa. El 7 de octubre de 2010, en su apartamento de Manhattan –se veía Central Park por la ventana; abajo, en el portal, hacían guardia las televisiones de medio mundo–, el escritor sonreía eufórico, emitiendo unos grititos agudos tras recibir la llamada del secretario permanente de la Academia Sueca. “¡Juro que creí que este tren ya había pasado para mí!”. El día antes, en el campus de Princeton, impartiendo una clase sobre Borges, hacía leer en voz alta a los alumnos un cuento del argentino y él los detenía, como un director de orquesta, para ir desgranando todo el andamiaje de cada párrafo, cada frase y hasta de las palabras. En el tren de vuelta a Penn Station, se durmió, apoyando la cabeza en el cristal.

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 El escritor afrontó la literatura, la cultura, la política y la vida privada con el mismo ímpetu  

Se amontonan los recuerdos que la vida (y este maravilloso oficio) le ha regalado a uno al lado de Mario Vargas Llosa. El 7 de octubre de 2010, en su apartamento de Manhattan –se veía Central Park por la ventana; abajo, en el portal, hacían guardia las televisiones de medio mundo–, el escritor sonreía eufórico, emitiendo unos grititos agudos tras recibir la llamada del secretario permanente de la Academia Sueca. “¡Juro que creí que este tren ya había pasado para mí!”. El día antes, en el campus de Princeton, impartiendo una clase sobre Borges, hacía leer en voz alta a los alumnos un cuento del argentino y él los detenía, como un director de orquesta, para ir desgranando todo el andamiaje de cada párrafo, cada frase y hasta de las palabras. En el tren de vuelta a Penn Station, se durmió, apoyando la cabeza en el cristal.

A pesar de ser una celebridad, practicaba su deporte diario por las calles de Madrid (donde trabó relación con un sintecho, al que dedicó un artículo), las de Lima (la gente se ponía a trotar a su lado o detrás como homenaje) o, si no se trataba de calles conocidas y seguras, corría, por ejemplo, en la cinta del gimnasio de la FIL de Guadalajara, en México. Algo de esa actitud hemos visto estos días en las fotos que su hijo Álvaro difundía en las redes sociales de los paseos de su padre por los escenarios limeños de sus novelas, como si se estuviera despidiendo de aquellos lugares para siempre.

Profesor universitario, corredor diario o espectador compulsivo son algunas de sus facetas

En casa de Carmen Balcells, en la Diagonal de Barcelona, era donde se sinceraba y donde contaba y recolectaba jugosos chismes de los dos mundos que frecuentaba, el de la literatura y el de la política. Compulsivo consumidor de cultura (“en mí realiza la misma función que, para otros, la religión”), asistía frecuentemente a la ópera, al teatro (le encantó en el 2008 el Rock’n’roll de Tom Stoppard dirigido por Àlex Rigola en el Lliure) y al cine (el Verdi era su sala favorita en Barcelona). Durante los actos del Nobel en Estocolmo, falleció el marido de Balcells y la agente literaria, “para no aguarle la fiesta a Mario”, guardó esa información en secreto unos días. Solo tras la ceremonia y la cena de gala con los Reyes de Suecia, el peruano supo lo que había sucedido.

Tras perder las elecciones presidenciales peruanas de 1990, frente al ultraderechista Fujimori, se fue al programa literario televisivo de Bernard Pivot y, ya de nuevo escritor, presumió, en perfecto francés, de todo aquello que le habían echado en cara durante la campaña, en especial de la acusación de ‘pornógrafo’ por su Elogio de la madrastra, premio Sonrisa Vertical.

Su singular recorrido político, de hombre de izquierda, primero revolucionario, luego socialdemócrata, más tarde liberal y finalmente más a la derecha todavía, se explica inicialmente por su visceral reacción a la feroz campaña de desprestigio que sufrió al impulsar en 1971 el manifiesto internacional de intelectuales contra Fidel Castro. Ana María Moix decía: “Por muy de derechas que parezca ahora, fíjate que en él no ha desparecido el alma del progresista que fue”. Y, en efecto sus llamativos pronunciamientos públicos recientes (como el apoyo a la hija de Fujimori en el 2021) coincidían con firmes posiciones liberales, abiertas (por ejemplo, en defensa de los derechos de los homosexuales) y en contra de las dictaduras o cualquier recorte a la libertad de expresión.

“Todos tenemos el culo alquilado –decía Carmen Balcells–, algún compromiso, alguna servitud… excepto Mario, él dice lo que piensa sin importarle las consecuencias. Es la independencia máxima. Si siente algo, lo hace, lo dice, y lo asume. Y, si cambia de opinión, igual”.

Mario Vargas Llosa ha sido, en efecto, la pasión encarnada en hombre. Por la literatura y por todo lo demás.

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