Una naranja a medias en Chiang Mai

Nada más natural para un museo dedicado a las relaciones rotas que la dislocación. El Museum of Broken Relationships (así, en inglés) inaugurado en Zagreb en el 2010, cuenta desde hace un par de meses con una segunda sede en la lejana Chiang Mai.

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 El premiado Museum of Broken Relationships de Zagreb abre sede en Tailandia  

Nada más natural para un museo dedicado a las relaciones rotas que la dislocación. El Museum of Broken Relationships (así, en inglés) inaugurado en Zagreb en el 2010, cuenta desde hace un par de meses con una segunda sede en la lejana Chiang Mai.

En su trasplante al norte de Tailandia, el que fue el museo más original de Europa no renuncia a su filosofía. Acaparar y exponer objetos que condensen la historia de una ruptura amorosa, enviados por corazones rotos del mundo entero. Según los casos, a modo de catarsis, de venganza o de liberación.

Docenas de objetos condensan la historia de amor y ruptura de sus donantes del mundo entero

Desde un vestido de novia que no se llegó a estrenar hasta un hacha que dividió de la peor manera los muebles del piso compartido. Desde piezas poderosamente llamativas, a otras que serían anodinas sin el par de párrafos que iluminan sus circunstancias: una brocha de afeitar, un magnetófono, un tigre de peluche, un collar de piedras semipreciosas o unos bollos coreanos.

Los creadores del museo original son Olinka Vistica y Drazen Grubisic, croatas vinculados al mundo del arte que convivieron –y rompieron– hace más de veinte años. La idea nació de su propia ruptura amorosa. Repartirse los enseres les fue sencillo, hasta que le llegó el turno a un muñeco de cuerda –un conejito– que se pasaban cuando uno de los dos viajaba.

Ese conejo fue incorporado a una exposición, con tanto éxito, que fue atrayendo más fetiches y donaciones. Estas pronto fueron animadas de forma sistemática, hasta dar pie al primer museo. Ubicado en el casco antiguo de Zagreb, rodeado de iglesias y predios católicos, algo tiene de confesonario y algo de la psicomagia de Jodorowski.

Hay una atmósfera de recogimiento, también, en Chiang Mai, aunque la sede esté en un cruce frecuentado, cerca de las tiendas de artesanía y no muy lejos de los mercados nocturnos que le dan renombre.

La artista francesa Charlotte Fuentes –hoy en día más encima del proyecto que el propio dúo fundador– ha comisariado la propuesta tailandesa, magníficamente alojada en lo que fue un banco centenario.

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El Museo de las Relaciones Rotas no es una franquicia, pero si lo fuera no les importaría a los nómadas digitales que han hecho nido en la segunda ciudad de Tailandia. El desamor –como el amor– se entiende en todas partes, lo que le permite aterrizar en este rincón cosmopolita del mismo modo que lo haría en Tegucigalpa o Belém do Pará.

Hay de hecho varias piezas de América Latina y, según los croatas, los mexicanos son los más dados a airear sus desengaños. Mientras que los asiáticos, en lugar de sacar a relucir despecho o sarcasmo o liquidarlo de un trago, intentan quedarse con el lado bueno. Aunque de las dos medias naranjas, casi siempre sea la más exprimida y amarga la que se comunica.

Como han adivinado, el texto que acompaña a los objetos se lee con morbo y casi siempre es más interesante que estos, al fin y al cabo tan ridículos y fuera de contexto –esa es la gracia– como peces boqueando fuera del agua. Se trata de un exhibicionismo a medias. Los textos solo citan la ciudad de origen.

En algunos casos se desprende que la herida del amor extinto está curada y hasta mueve a la carcajada. En otros, por el tono, aún sangra. Aunque uno sale, como los propios donantes, aliviado por la experiencia.

Hay varias piezas de América Latina y, según los croatas, los mexicanos son los más dados a airear sus desengaños

Deja un poso parecido al de la lectura de Raymond Carver o Milan Kundera. Porque el secreto está en que sea un museo literario colectivo con tan pocas ínfulas que se presenta como si fuera a ser visual. Arrastrando así lo mismo al visitante chismoso que a la esteta o al voyeur; a un alma convaleciente y a alguna pareja que pasaba por allí.

Para hacer borrón y cuenta nueva se venden gomas de borrar del tamaño de un puño. Es un museo bienvenido en un país donde no sobran, aunque le falten historias locales. Eso tiene arreglo. Su fondo ha circulado por decenas de países, atrayendo como un imán nuevos fetiches e historias.

Esa condición de platillo volante, desgajado de su entorno, puede desazonar a algunos. Momento de acercarse a Chedi Luang, ese templo también desmochado y roto que perdió para siempre su Buda esmeralda.

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