Un director con mano de oro (★★★★✩)

L’aranya ★★★★✩

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 Prat i Coll le regala a Àngel Guimerà –que se resistió a la comedia pura– un sainete guiñolesco con su adaptación de ‘L’aranya’  

L’aranya ★★★★✩

Autoría: Àngel Guimerà

Dirección: Jordi Prat i Coll

Intérpretes: Albert Ausellé, Jan D. Casablancas, Berta Giraut, Estel Ibars, Paula Malia, Jordi Rico, Mima Riera, Ferran Soler, Jordi Vidal, Meritxell Yanes

Lugar y fecha: TNC (30/I/2025)

Un montaje propicio para hablar del teatro como fin en sí mismo. Lo es desde que la voz de Jordi Vidal se alza celestial entre las brumas almidonadas de la toca de una monja mariposa; cuando la persiana imaginaria se levanta y surge el asombro de una escenografía soñada por un grafista vintage. Mérito parcial de L’aranya de Guimerà (celos, maternidad, infertilidad, hombría, sexo, traumas, manipulación emocional, la violencia de los amos) y absoluto de Jordi Prat i Coll, su equipo, y su afinado sentido del espectáculo total.

El decorado del primer acto (en las acotaciones un modesto colmado) es una hipérbole de orden y color. Marc Salicrú, también responsable del diseño de luces (kitsch, neorrealista y onírico, por acto), planta una monumental fantasía estilizada del Colmado Moriscot de Girona. Prat i Coll le regala al autor –que se resistió a la comedia pura– un sainete guiñolesco. Desfile de tipos costumbristas que podrían tener como padre al­ternativo a Emili Vilanova. Dirección naturalista distorsio­nada con toda la intención por el matrimonio tragicómico de Pilar (una febril Berta Giraut entregada al extrañamiento) y Cadernera (otra metamorfosis impecable de Jordi Vidal).

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El drama aparece como una tela de araña delatada por un rayo de luz. Como el incipiente embarazo de la joven pareja formada por Maria y Josep (Estel Ibars y Jan D. Casablancas como personajes estéticamente idealizados de cómics “para chicas” como Azucena o Esther). En ese cuadro casi maliciosamente pesebrista hay un rumor negro de fondo que explota como alucinación del protagonista: el Tano o Miquel en el nomenclátor de Prat i Coll. El subconsciente atormentado toma la forma de France Gall cantando Poupée de cire, poupée de son, rodeada por la lisergia de un video de Valerio Lazarov. El espíritu de Gall es Isabel (Paula Malia como musa de Jacques Demy o cebo carnal para los propósitos espurios de la araña). Eurovisión en diálogo con el acervo musical tradicional catalán que transita por todo el montaje. Dos maneras de entender y expresar la cultura popular en un tiempo y un lugar (Girona, 1968) en los que la fricción del pasado rural y el presente urbano todavía no producía anacronismos insalvables. Guimerà en un Seat 600 y que suene natural.

El segundo acto, con el drama ya desplegado, es una filigrana de cómo manejar las tensiones entre un grupo de personas reunidas bajo un mismo techo. Momento para acordarse de Eduardo De Filippo, con Salicrú desplegando un homenaje a la puesta en escena de Dissabte, diumenge, dilluns. Y es en este caos organizado donde se reivindican los protagonistas del drama: Mima Riera en modo gran actriz, con su Rosa enfrentada a la doble sacudida a su aparente estabilidad y al despertar ultrajado de su consciencia de clase; Albert Ausellé adentrándose aún más en la desesperación de la esterilidad de Miquel (aunque quizá no tan sólido como en El meu germà, Bernard) y un magnífico Jordi Rico (el amo Grimau vestido de burgués franquista), destapándose como el Sebastià de Terra baixa de comercio y asfalto, como señala Clara Queraltó en su prólogo del texto original editado por el TNC. Y entre las violencias, se cuelan las robaescenas de Meritxell Yanes como Emilia y su hijo Ramonet (Ferran Soler). Todo preparado para un desenlace pensado escénicamente para invocar los espectros de Strindberg bajo una manta de croché. Teatro de cámara del inconsciente en un gran escenario que ha pasado en hora y media por tantos espléndidos mundos, que L’aranya se aplaude con ganas como un clásico injustamente olvidado.

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