Un clásico olvidado: Baltasar Lobo

Tras cuarenta años de ausencia, vuelvo a Zamora, para mí un referente de cierta idea civilizada de España, que no es poco decir. La ciudad es ahora otra, con sus veinte iglesias románicas restauradas a partir de los fondos europeos, afortunadamente. Y la catedral a lo lejos, cortando el horizonte con el imponente cimborrio y la regia torre de piedra, cercada por las murallas, hoy solo memoria, y el caudal transparente del río Duero. Para mí, insisto, una nueva experiencia estética de intensificadora vitalidad.

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 Tras cuarenta años de ausencia, vuelvo a Zamora, para mí un referente de cierta idea civilizada de España, que no es poco decir. La ciudad es ahora otra, con sus veinte iglesias románicas restauradas a partir de los fondos europeos, afortunadamente. Y la catedral a lo lejos, cortando el horizonte con el imponente cimborrio y la regia torre de piedra, cercada por las murallas, hoy solo memoria, y el caudal transparente del río Duero. Para mí, insisto, una nueva experiencia estética de intensificadora vitalidad.Seguir leyendo…  

Tras cuarenta años de ausencia, vuelvo a Zamora, para mí un referente de cierta idea civilizada de España, que no es poco decir. La ciudad es ahora otra, con sus veinte iglesias románicas restauradas a partir de los fondos europeos, afortunadamente. Y la catedral a lo lejos, cortando el horizonte con el imponente cimborrio y la regia torre de piedra, cercada por las murallas, hoy solo memoria, y el caudal transparente del río Duero. Para mí, insisto, una nueva experiencia estética de intensificadora vitalidad.

Visito por sorpresa, vieja deuda pendiente, el Museo Baltasar Lobo, antigua amistad compartida con el crítico valenciano Vicente Aguilera Cerni, que fue una voz temprana en la definición de las calidades del artista zamorano, en lograda reivindicación realista del arte hispano. La exigente selección de obras del museo, con piezas importantes, cierto – Torso al sol es un testimonio al azar–, hacen justicia a la convicción popular que convierte al artista en figura señera de la pujante sensibilidad ciudadana. A la espera, con todo, de una posterior actualización del proyecto con las medidas ajustadas a la singularidad creativa excepcional del artista. Dibujos, esculturas, moldes, fantasías formales procedentes del taller parisino del artista a lo largo de un exilio desolador que marcó a fuego su trabajo. Un escogido patronato civil impulsado por el ayuntamiento asume la viabilidad de la iniciativa. Atención, pues.

La Fundación Baltasar Lobo, cima de la plástica renovadora del momento

Tuve, además, la fortuna de hablar de Lobo en el Museo de Arte Moderno de Venezuela hace ya algunos años, donde la obra es entusiásticamente exhibida y la colección resulta deslumbrante: una aproximación pensada y cuidadosamente ordenada con riguroso criterio artístico. Baltasar Lobo nació en los aledaños de la ciudad en 1910, se graduó en Valladolid y más tarde en Madrid, y murió en París en 1993. La Fundación Baltasar Lobo constituye una cima indiscutida de la plástica renovadora de las estéticas vanguardistas del momento, embebida del impacto radical de la España republicana, a la que el artista sirvió con la energía propia de su compromiso juvenil. Acabó confinado en un campo de concentración fronterizo tras la derrota bélica, destino común de entonces. Inicio negro de una aventura que lo llevó a fugarse a París, donde el azar lo aproximó a Pablo Picasso y lo puso en contacto con el escultor francés Henri Laurens, auténtico maestro silencioso del zamorano. Pronto integrado, insisto, un azar lo situó entre la avanzadilla de la vanguardia hispano-parisina, amigo de Picasso, ya entonces figura totémica del arte de la resistencia, que convirtió a Lobo, casi por ensalmo, en ayudante, echando mano de su destreza como marmolista, y le permitió, poca broma, sobrevivir en aquellos años terribles.

Descubrió en esa época el realismo imaginativo, secuela de la liberadora didáctica republicana que pronto convirtió el arte de Lobo en un estilo vivo y personal siempre original y ajeno al gratuito espectáculo teórico que menospreciaba. Ídolo y Homenaje , obras ambas de 1949, apuntan la seguridad de una mano recia de la que da muestra su Campesina sentada en un poyo , de urdimbre románica e irónica figuratividad, que inaugura las volumetrías pioneras, tentativas genuinas que darán entrada a obras tan sugerentes como La caída o Niño andando , ya en el momento sereno del artista, con original tratamiento del volumen que permite la calificación de período clásico de su obra.

ESCULTURA DEL ESCULTOR BALTASAR LOBO - MUJER SENTADA EN UN POYO
‘Mujer sentada en un poyo’
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La opción realista y la conjura de figuraciones audaces, osadas, marcarían su evolución. Los materiales –mármol y bronce en particular, en ocasiones hierro– coinciden en un compromiso expresivo envolvente que llena la década de los años sesenta con una flexibilidad poderosa abierta libremente al espacio. Un desafío constructivo que enriquecerá los trabajos por llegar. Lobo cede convictamente la expresividad del volumen a la sutil exigencia constructiva, que somete a la manifestación de la forma si miramos con mirada contemporánea. Los motivos geométricos actúan como vestales geométricas, a veces contrapuestas positivamente. Una audacia que define la obra mayor del artista.

Si Mujer sentada, escayola de 1942, es un feliz reto, Le Pelerin señala la culminación atrevida de un ideario figurativo que desarrolla vivencias quizás lejanas pero entrañables, el esfuerzo arduo por alcanzar la ansiada forma ideal. Siempre comprometido con la talla directa, el arte rotundo de Lobo vivifica una certera intuición plástica que convierte el volumen en un protagonista decisivo, que entre 1965 y 1990 alcanza el clasicismo emotivo que enraíza su obra entera. La habilidad del cincel garantiza caminos diáfanos, como el desnudo femenino que será la forma matriz de sus maternidades inabarcables. Una lección de vida que activa el diálogo artístico.

La dionisíaca escultura de Baltasar Lobo, a criterio del implacable coetáneo Aguilera Cerni, constituye la parte germinal del proceso creativo del escultor, el lado más eufórico, si bien se mira, del nuevo arte español. Y vuelvo a sus maternidades, el mejor tributo a la sensibilidad depurada y siempre tensa de los tiempos nuevos que el artista hará suyos. Lobo había adelantado, ya mediados los sesenta, un panorama diverso en el reciente arte español, todavía de feliz memoria. Lobo insinuaba una premonición liberadora: el hombre forma, la forma plástica de la energía vital huidiza que iba a marcar la evolución segura y creativa del escultor zamorano. Campesina sentada en un poyo y Torso al sol son dos obras exquisitas que explican la vigencia del gran artista. En suma, Zamora en un ahora.

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