Un arte intensivo toma París

La pintura incandescente de Hockney arrasa la Fondation Louis Vuitton a las puertas del Bois de Boulogne de París. Una sorpresa. La trayectoria de David Hockney visualiza hoy, sin duda, la mayor presencia internacional del arte británico. Formado en el londinense Royal College of Art, se vio pronto deslumbrado por el cromatismo y la punzante figuración del pop art, un arte de recuperación de la cotidianidad urbana, con detonante clave irónica templada por un curioso acorde emotivo, a qué negarlo. Descentrado por las lacerantes figuras de Francis Bacon y su pugna a sangre contra la brutalidad de los hechos, una providencial vena sardónica anunciaba ya en sus inicios la deriva potente, personalizada, que afiló la mirada versátil de Hockney: el retrato en grupo, la biografía gráfica y el paisaje fantaseado. Sus empeños tempranos rehacen imágenes de la cultura popular, cierto, que se traducen en una proyección visual inmediata. Pronto llegará la experiencia neoyorquina, la ductilidad provocadora de los grafitis y el audaz salto a California­, donde sus coloramas adquieren una dimensión icónica, en efecto. Más tarde vendrán los paisajes y las figuraciones fotográficas de indeleble entidad formal: luz y color entre perfiles agudos acentúan la maleabilidad visual.

Seguir leyendo…

 La pintura incandescente de Hockney arrasa la Fondation Louis Vuitton a las puertas del Bois de Boulogne de París. Una sorpresa. La trayectoria de David Hockney visualiza hoy, sin duda, la mayor presencia internacional del arte británico. Formado en el londinense Royal College of Art, se vio pronto deslumbrado por el cromatismo y la punzante figuración del pop art, un arte de recuperación de la cotidianidad urbana, con detonante clave irónica templada por un curioso acorde emotivo, a qué negarlo. Descentrado por las lacerantes figuras de Francis Bacon y su pugna a sangre contra la brutalidad de los hechos, una providencial vena sardónica anunciaba ya en sus inicios la deriva potente, personalizada, que afiló la mirada versátil de Hockney: el retrato en grupo, la biografía gráfica y el paisaje fantaseado. Sus empeños tempranos rehacen imágenes de la cultura popular, cierto, que se traducen en una proyección visual inmediata. Pronto llegará la experiencia neoyorquina, la ductilidad provocadora de los grafitis y el audaz salto a California­, donde sus coloramas adquieren una dimensión icónica, en efecto. Más tarde vendrán los paisajes y las figuraciones fotográficas de indeleble entidad formal: luz y color entre perfiles agudos acentúan la maleabilidad visual.Seguir leyendo…  

La pintura incandescente de Hockney arrasa la Fondation Louis Vuitton a las puertas del Bois de Boulogne de París. Una sorpresa. La trayectoria de David Hockney visualiza hoy, sin duda, la mayor presencia internacional del arte británico. Formado en el londinense Royal College of Art, se vio pronto deslumbrado por el cromatismo y la punzante figuración del pop art, un arte de recuperación de la cotidianidad urbana, con detonante clave irónica templada por un curioso acorde emotivo, a qué negarlo. Descentrado por las lacerantes figuras de Francis Bacon y su pugna a sangre contra la brutalidad de los hechos, una providencial vena sardónica anunciaba ya en sus inicios la deriva potente, personalizada, que afiló la mirada versátil de Hockney: el retrato en grupo, la biografía gráfica y el paisaje fantaseado. Sus empeños tempranos rehacen imágenes de la cultura popular, cierto, que se traducen en una proyección visual inmediata. Pronto llegará la experiencia neoyorquina, la ductilidad provocadora de los grafitis y el audaz salto a California­, donde sus coloramas adquieren una dimensión icónica, en efecto. Más tarde vendrán los paisajes y las figuraciones fotográficas de indeleble entidad formal: luz y color entre perfiles agudos acentúan la maleabilidad visual.

Con este bagaje de excepción y la pericia de la informática en alza, Hockney asalta los espacios magnéticos de la Fondation Louis Vuitton en un despliegue visionario que marcará época. Cuatrocientas obras ocupan el espacio expositivo al completo. Convertido en comisario de la muestra, el artista privilegia el momento para dar cuenta cabal de sus creaciones a lo largo del último cuarto de siglo. Una secuencia visual que domina once galerías, insisto, preludiadas por las telas históricas que cubren los años que median entre 1960 y 2000, procedentes del taller personal. Son obras que llegan todavía húmedas, al decir del pintor: “Expuse en París-Centre Pompidou hace ocho años, pero he pintado bastante a partir de esas fechas. Ha llegado el momento de una presentación interventiva, diría, que desnuda la atmósfera cargada del taller”. Bigger trees near Warter (2007), un enigma compuesto por 50 telas, es una obra que nos desconcierta, y secunda el A bigger Grand Canyon (1998) con nada menos que 60 obras. Un complejo admirable que procede de la National Gallery of Camberra.

Hockney asalta la Fondation Louis Vuitton en un despliegue visionario que marcará época

La impactante presentación parisina concluye de súbito y concisamente. “Feliz cuando pinto, continúa el maestro, y satisfecho de ser capaz de transmitir la estela de una exigencia vivida”. El pintor despide radiante al público, en la sala que cierra la muestra, con el definitivo y concluyente autorretrato. David Hockney atento frente a The arrival of spring (2017). Una proeza contundente. El artista ha sorteado, a lo largo de su obra inmensa, fantasear cuidadosamente cualquiera de las ilusiones pictóricas de la realidad, que su imaginación prodiga, logrando la máxima legibilidad y calidad que sitúan sobre el tiempo sus obras, de concepto y acción personal y elaborada.

Para los comisarios de la muestra, “un ejemplo muy representativo, porque llega en el momento curioso de la pintura de Hockey en la que siempre vuelve a Yorkshire, pero a tiempo para ver serena, apaciblemente, la floración de los campos de color”. Estas obras las trabaja como es su manera, a partir de bocetos y su portentosa memoria. Es increíble, puntualizan los comisarios. Conviene insistir en un hecho importante: algunas de las obras en exhibición nunca habían sido expuestas anteriormente. Hockney ya está en un siglo nuevo, imprevisible, cierto, que acaso no sea el suyo, pero que comparte la exigencia extrema que colorea su intensa actividad. “La eterna primavera de su pintura” que a nadie puede dejar indiferente. Una experiencia intensa, única e irrepetible, acaso. El retorno a la naturaleza, sin duda, tras su reinstalación en Europa después de los largos años embebido en el paisaje de California. Como quizá sucedía con Pablo Picasso, temprana y fiel admiración del pintor británico, Hockney sorprende y abruma con la interpretación del arte grande, asimismo sin tiempo, de los maestros del pasado. Algunas obras son en sí mismas una lección magistral de pintura: Garrowby hill (2017), un ejemplo memorable.

Giverny (2023), de David Hockney
Giverny (2023), de David Hockney
.

 Cultura

Te Puede Interesar