Todo lo que tuvo David Bowie

David Bowie fue la versión pop de un artista renacentista, polifacético, tanto compositor como escritor, lo mismo intérprete que diseñador, imposible de ser categorizado o simplificado en una identidad única, para quien ninguna idea era demasiado pequeña como para no ser explorada y llevada hasta sus máximas consecuencias. Y encima de todo ello, sistemático a la hora de guardar notas sobre lo que hacía para la posteridad.

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 Un archivo de 90.000 objetos es accesible en el almacén de arte del V&A de Londres  

David Bowie fue la versión pop de un artista renacentista, polifacético, tanto compositor como escritor, lo mismo intérprete que diseñador, imposible de ser categorizado o simplificado en una identidad única, para quien ninguna idea era demasiado pequeña como para no ser explorada y llevada hasta sus máximas consecuencias. Y encima de todo ello, sistemático a la hora de guardar notas sobre lo que hacía para la posteridad.

Como consecuencia, no es de extrañar que haya un archivo de noventa mil objetos suyos (trajes actuando en el papel de su alter ego Ziggy Stardust o el payaso azul Pierrot, partituras originales escritas a mano de canciones y de proyectos que nunca llegaron a culminarse, fotos, vídeos, recuerdos de sus giras, una brocha y paleta con la pintura seca por el paso de los años…). Es de esos artistas que en cualquier caso nunca habría muerto, pero se encargó de que quedara el mayor número posible de huellas para asegurar su legado y que generaciones futuras supieran lo más posible sobre él.

Entre las piezas figuran los trajes diseñados para sus giras, su escritorio y la llave de su piso de Berlín

Algunos de esos materiales ya formaron parte de la exposición que organizó el museo Victoria & Albert de Londres en el 2013 (tres años antes de su fallecimiento), dio la vuelta al mundo y fue vista por más de dos millones de personas, un récord en la historia de la institución, que ya era guardiana de su archivo. Ahora, la totalidad de los noventa mil objetos se ha abierto al público en su nuevo establecimiento (V & A East Storehouse) de la ciudad olímpica del East End de Londres, en lo que fuera el centro de comunicaciones de los Juegos del 2012.

Se trata de un espacio revolucionario en el mundo del arte y la cultura, un cruce entre museo, centro de datos y gran almacén (como si fuera el de un Ikea), en el que se guardan más de 600.000 piezas (350.000 libros, 250.000 objetos diversos y cien archivos, entre ellos el de Bowie) que no cabían en la sede principal de Kensington y criaban polvo en sótanos y guardamuebles.

En el nuevo edificio, de cuatro pisos y el tamaño de treinta canchas de baloncesto, sí que hay sitio para ellos, aunque solo los que se consideran más destacados se encuentran a la vista. Pero el resto se pueden pedir como un libro en una biblioteca, utilizando un buscador configurado al efecto llamado “explore las colecciones”, haciendo una solicitud online y concertando una cita. Lo mismo ocurre con el archivo de David Bowie, con dos centenares de objetos expuestos en unas salas íntima con carácter rotativo, y el resto, accesibles mediante una solicitud que se ha de hacer con al menos dos semanas de antelación, y un tope de cinco por persona. Materiales de papel como partituras y recortes de prensa, fotografías y negativos requieren ser vistos en presencia de empleados de la institución, únicamente los jueves y los viernes.

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Entre los objetos desplegados o que se pueden pedir más populares figuran los trajes diseñados por Peter Hall y Diana Moseley para las giras de Bowie Serious Moonlight por Inglaterra en 1983 y Glass spider por España en 1987, respectivamente; diversos uniformes de Ziggy Stardust, una muñeca Barbie vestida como tal y los zapatos de ese mismo personaje; el sintetizador que el cantante y Brian Eno utilizaron en los setenta para la trilogía de álbumes Heroes , Low y Lodger ; la guitarra eléctrica Red Steinberger Hohner, con su caja original de protección y los accesorios, que tocó el artista en el vídeo musical del día de San Valentín del 2013; una chaqueta con la bandera de la Union Jack; una fotografía enmarcada de Little Richard, que decía que fue su inspiración para dedicarse a la música; su escritorio; la llave de su piso de Berlín; cubiertas de discos, dibujos, grabados, negativos, maniquíes, diarios, notas personales, cartas, partituras escritas a mano y corregidas, y así hasta un total de alrededor de noventa mil piezas.

La exposición rotativa dedicada a Bowie en una sección especial del V &A East Warehouse está organizada de manera temática en nueve categorías. “La intención es mostrar al artista en su totalidad para que la gente pueda tener una visión global de su proceso creativo, desde que tenía una idea hasta que tomaba su forma definitiva, de su red de influencias y su evolución, lo que pasaba entre bambalinas, el cómo y el por qué de sus proyectos”, explica Madeleine Haddon, la comisaria del archivo y del singular museo.

De un especial valor son las notas y la partitura de lo que fue el último proyecto, no realizado, de Bowie, un musical del siglo XVIII llamado The Spectator (el título de un periódico que existió entre 1711 y 1712, publicado en Londres con tan solo 2.500 palabras en artículos sobre arte y política, con frecuencia en tono de sátira). El argumento de la obra se centraba en las bandas de jóvenes malhechores de clase alta que operaban en esa época en la capital inglesa y tenían aterrorizados a sus habitantes. También figuran en el archivo las notas del artista para una adaptación musical del libro de George Orwell 1984, y que no llegó a ver la luz porque los administradores del legado del autor le negaron los derechos (utilizó los temas distópicos de la novela para el álbum Diamond dogs).

La colección demuestra que Bowie es de esos genios que trascienden al tiempo y nunca mueren del todo.

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