Roberto Matta, un visionario cósmico

Al parecer, Robert Motherwell aseguraba: “Somos todos nosotros –y se refería a los entusiastas artífices del expresionismo abstracto– un invento de Matta desde París”, donde trabajó, según se cuenta debido a un azar benévolo, en el estudio del arquitecto revolucionario Le Corbusier, espacio privilegiado de reunión para los tránsfugas españoles que escapaban de la realidad crispada de su patria. El pintor chileno emigró apenas iniciada la década de los veinte a la capital francesa. Federico García Lorca y Salvador Dalí se contaban entre la cerrada guardia pretoriana del patriarca del surrealismo, André Breton, faltaba más. Con ellos, un núcleo activo y beligerante predispuesto a la acción drástica que conformará la médula del surrealismo neoyorquino.

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 Al parecer, Robert Motherwell aseguraba: “Somos todos nosotros –y se refería a los entusiastas artífices del expresionismo abstracto– un invento de Matta desde París”, donde trabajó, según se cuenta debido a un azar benévolo, en el estudio del arquitecto revolucionario Le Corbusier, espacio privilegiado de reunión para los tránsfugas españoles que escapaban de la realidad crispada de su patria. El pintor chileno emigró apenas iniciada la década de los veinte a la capital francesa. Federico García Lorca y Salvador Dalí se contaban entre la cerrada guardia pretoriana del patriarca del surrealismo, André Breton, faltaba más. Con ellos, un núcleo activo y beligerante predispuesto a la acción drástica que conformará la médula del surrealismo neoyorquino.Seguir leyendo…  

Al parecer, Robert Motherwell aseguraba: “Somos todos nosotros –y se refería a los entusiastas artífices del expresionismo abstracto– un invento de Matta desde París”, donde trabajó, según se cuenta debido a un azar benévolo, en el estudio del arquitecto revolucionario Le Corbusier, espacio privilegiado de reunión para los tránsfugas españoles que escapaban de la realidad crispada de su patria. El pintor chileno emigró apenas iniciada la década de los veinte a la capital francesa. Federico García Lorca y Salvador Dalí se contaban entre la cerrada guardia pretoriana del patriarca del surrealismo, André Breton, faltaba más. Con ellos, un núcleo activo y beligerante predispuesto a la acción drástica que conformará la médula del surrealismo neoyorquino.

Jackson Pollock, Mark Rothko, Clyfford Still y Arshile Gorky, reunidos bajo el enunciado provocativo de la Imaginación al poder , en una muestra exuberante de la sala Ca’ Pesaro de Venecia, bajo la diestra tutela de Dawn Ades y Norman Rosenthal, añejos colegas londinenses, para argumentar el centenario de la pintura subversiva urdida por el inclasificable activista Roberto Matta, ciudadano punzante y artista universal anclado en la Italia revuelta del momento.

Peggy Guggenheim había presentado al chileno que acompañaba un diáfano programa de agitación artística en la ciudad de los canales en la tumultuosa Bienal de 1948. Intervendría después, vaya, con una selección de máscaras personalizadas, una provocación más en la Galleria del Cavallino en 1954, con pinturas tan detonantes como Alba sulla terra (1952), que pronto formaría parte de la selección veneciana permanente de la coleccionista norteamericana. Un espacio cromático desconcertante que mostraba por vez primera la batalla interplanetaria de Matta, y era un decir, calificada irónicamente por el agudo Italo Calvino, mediado ahora de lenguaraz crítico de las vanguardias históricas. Una escena agresiva que fundía prehistoria, totemismo, cultura precolombina y metaciencia, como iba a demostrar el pulsivo Gavin Parkinson al definir la performance “entre Leonardo y la NASA”, pero ya en 1961.

La convulsiva obra citada venía a cerrar el círculo expresivo forjado por Matta en 1942: Here, sir Fire, eat! (1942), fulminante óleo sobre tela que levantó resquemores entre los artistas y recurría al restrictivo epíteto de retrovanguardia para la creación figurativa en alza. Unánimemente alejado del fervor parabélico, Matta se mostraba como el gran visionario del siglo, que devolvía la inspiración al núcleo de la rabiosa acción plástica.

Roberto Matta painting Here, Sir Fire, Eat, 1942, MOMA, The Museum of Modern Art, New York City, USA. Credit: Album / Alamy
Here, sir Fire, eat (1942), en el MoMA
Album / Alamy

Seguiría la arquitectura imaginativo-compositiva de Matta –el concepto es suyo– y puede evocarse a viva voz como la directriz certera de la obra nueva del artista, creador de obras perplejas e incluso confusas, ya fuera de la órbita surrealista del implacable Breton, de la que fue expulsado sin miramientos en 1948, como cabía esperar. La crítica artística contemporánea se muestra, sin embargo, suspicaz frente a las huidizas polarizaciones de la obra acabada de Matta, un sutil creador sobresensible, impresionado frente la evolución inesperada de su obra, o tal vez un outsider político e intelectual dotado de una capacidad figurativa diabólica, según la audaz precisión de Rosenthal.

Pensemos que Matta fue un admirador rendido de la revolución cubana e intérprete hábil y compresivo de la efervescente vendetta pública que coloreó el fértil momento de los tardíos cincuenta en nuestro horizonte cultural. La revolución argelina, de otra parte, sopló el clarín de alerta y el mítico Mayo francés de 1968 difundió universalmente el fragor desafiante, el emotivo mantra simbólico todavía vivo y amenazador. Las esculturas radicales de vidrio de la Fucina degli Angeli de Venecia apuntaban la deriva de Matta hacia los retos pictóricos y más tarde hacia las geometrías no euclidianas –la cuarta dimensión– en una visión enigmática y cegadora. El artista chileno (1911-2002) fue un testigo sutil de la peligrosa destrucción larvada de las terribles ideologías de su siglo –fascismo, comunismo, nazismo y, por qué no, franquismo– en la entonación combativa de la experiencia vivida.

Al genial Matta lo redimió en todo momento la actitud visionaria que presenta y ejemplifica en sus obras para las generaciones por venir. Intuir el futuro por encima y a la contra de sus esquivas apariencias: un desafío seductor como ha demostrado lúcidamente su biografía. A Matta debemos, además, la idea del espacio plástico como campo de “creativa excitación prodigiosa”. Siempre un activista.

En 1970, la ciudad redescubierta de Berlín rindió a Matta un contagioso homenaje en la Nationalgalerie, con seis pinturas de seis metros. En 1965 había tenido lugar, como se recordará, la exigente muestra itinerante El gran Burundún-Burundá ha muerto, que llegó incluso a México. En 1977 se celebró una polé­mica retrospectiva en la Hayward ­Gallery de Londres con un título intrigante: Coïgitum, 1975, que Matta entendió como un atrevimiento para representar el momento como un sistema solar a la letra, con varios soles adhe­rentes –inteligencia, amor, espí­ritu, creación– que intercambian a la luz ­cenital un juego de formas absorbente y aceradamente provocador. Tuve la fortuna de ver la muestra y era sencillamente de impacto. Un visionario cósmico, cierto, que imaginaba un mundo nuevo que había de resultar profético.

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