El Kremlin intenta, de momento sin apenas éxito, recuperar terreno de cara a las celebraciones de la victoria soviética en la Segunda Guerra Mundial Leer El Kremlin intenta, de momento sin apenas éxito, recuperar terreno de cara a las celebraciones de la victoria soviética en la Segunda Guerra Mundial Leer
Los prisioneros rusos capturados estos últimos días en el frente de Pokrovsk han revelado que sus comandantes recibieron una orden especial del Kremlin para los días previos al 9 de mayo, fecha en la que Rusia celebra su victoria en la Segunda Guerra Mundial. Las tropas de la Z han empujado con fuerza, tratando de superar las líneas ucranianas disparando armas de todos los calibres, especialmente bombas guiadas, drones de fibra óptica y salvas de cohetes Grad.
De momento, pese a que las cifras de muertos y heridos se han multiplicado en ambos lados, la línea apenas se ha movido, por lo que parece imposible que Moscú se haga con el control de las ruinas de Pokrovsk ni que llegue los próximos días a la región de Dnipropetrovsk, situada a unos seis kilómetros del frente sur de Donetsk, otro de los nuevos objetivos del Kremlin.
Hay varias razones para ello, según los analistas que siguen a diario el conflicto de Ucrania. Primero, el desgaste del invasor, que poco a poco se va quedando sin su gran stock de blindados soviéticos y recurre a alternativas como los buggies todoterreno, los patinetes eléctricos y las motos para asaltar posiciones. Por otro lado, la vigilancia constante de la línea de contacto por parte de drones ucranianos día y noche, que localizan cualquier nuevo movimiento a distancia.
Preguntados por esta nueva estrategia, varios soldados ucranianos reconocen a este reportero que el avance con motos a toda velocidad revela vulnerabilidades de Rusia pero «tiene su sentido». «Es mucho más difícil detectarlos y abatirlos en grupos pequeños y rápidos que en grandes columnas blindadas», comenta Dimitro, operador de drones en el frente de Pokrovsk.
Se esperaba que la ciudad de Pokrovsk fuera conquistada por los rusos en noviembre o diciembre del pasado año, pero pasan los meses y, a pesar de los asaltos diarios, o no existen nuevos avances o son escasos. Según el Instituto de Estudio de la Guerra (ISW, por sus siglas en inglés), mueren 27 soldados rusos por cada kilómetro cuadrado conquistado en los últimos meses. Según ese ratio de avance, Rusia terminaría de conquistar toda Ucrania en el año 2256 con más de 100 millones de bajas para una población de 141 millones de personas.
Los hospitales de campaña reciben estos días a cientos de heridos, la gran mayoría por el efecto terrorífico de drones cada vez más autónomos en ambos bandos. Ambulancias trasladan día y noche hacia el interior del país a muchos de ellos.
Lejos del frente, siguen los esfuerzos diplomáticos no por alcanzar ya una paz en la que nadie cree, porque Putin ha vuelto a sus demandas maximalistas, sino por aparecer ante Donald Trump como un fiable pacifista y dejar al oponente como un beligerante. Ese es hoy el juego al que nos ha llevado un proceso de alto el fuego sin un árbitro creíble. En el Kremlin existe ahora cierto miedo de que Trump se vuelva contra ellos tras la firma del acuerdo de minerales con Zelenski y la primera gran venta de material bélico a Ucrania tras el veto de la ayuda.
De momento, Moscú advierte de que esos días estarán en alerta varias unidades extra de defensa antiaérea en torno a la capital rusa para preservar el desfile de algún ataque de drones. Kirilo Budanov, el excéntrico jefe de la inteligencia ucraniana, ha asegurado que los asistentes a esa parada militar «deberían llevar tapones para los oídos». Zelenski ha dicho que cada uno de los asistentes debe ser consciente de los peligros que entraña, aunque el presidente ucraniano se refiere a alguna acción rusa de falsa bandera para justificar un ataque mayor hacia Kiev.
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