«Ni aliados ni vecinos» en la política exterior de Trump tras 100 días

América se define hegemón y víctima, en paradoja que linda el oxímoron Leer América se define hegemón y víctima, en paradoja que linda el oxímoron Leer  

Los 100 días del segundo mandato de Donald Trump dibujan una política exterior descarnada, de intereses domésticos, de hegemón que se percibe (paradoja que linda el oxímoron) víctima de la arquitectura multilateral -comercio abierto e intercambios reglados- de su creación. Esta visión roma del America First arrolla cualquier compromiso internacional y revela obcecación por ignorar los conceptos mismos de alianza y vecindad soberana, junto con emprendimientos abocados a la melancolía -destaca el cortejo a Putin-. Parece privilegiar el desconcierto mediante propuestas que contradicen ochenta años de liderazgo, como el abandono de la noche a la mañana de Ucrania; o el cariz de las negociaciones sobre Irán, calificable de «salida de caballo alazán y llegada de burro manchego», de tanto se han encogido las expectativas después del sonoro portazo de 2018 -y posteriores declaraciones maximalistas- respecto al acuerdo nuclear concluido por los miembros permanentes del Consejo de Seguridad y Alemania.

Desde la costa ártica de Nunavut hasta Tierra del Fuego -y reclamando Groenlandia- se proyecta una extensión de la agenda doméstica MAGA, enfocada a la inmigración y el narcotráfico, entendiendo la seguridad como control territorial. En cuanto al tradicional anclaje atlántico, Trump y su círculo han entrado en una puja al alza de animadversión hacia los europeos de la OTAN -tildados de aprovechados y «patéticos»-, generando hostilidad y confusión. Mientras, la incertidumbre tensa el Indo-Pacífico, y la lógica de la ignorancia castiga a África y fragmenta el orden mundial. Los conatos de una apreciación racional a las regiones en transición han volado por los aires con la supresión brusca -sin matices ni miramientos- de USAID.

USAID, la Agencia de los Estados Unidos de Desarrollo Internacional, fue suprimida de un plumazo, en movimiento reflejo de la obsesión presidencial por extirpar la burocracia federal, acariciando (ya se comprueba sin realismo alguno) disminuir de forma significativa el déficit presupuestario y crear holgura para condonar impuestos a grupos de leales. Esta eliminación desconsiderada, que ignoró tanto los fundamentos de los programas en curso como los daños -ni siquiera los más obvios e inmediatos- ha dado al traste con décadas de cooperación en salud, educación y alivio de hambrunas, especialmente en África.

Naciones -Etiopía viene a mientes- necesitadas de estos fondos en la lucha contra el sida o la malaria, corren riesgo de sumirse en crisis humanitarias de trascendencia geo-estratégica. Mientras, en Iberoamérica se cortan actuaciones que -en tándem con gobiernos locales- habían acotado significativamente los campos cocaleros, promoviendo cultivos alternativos y desarrollo rural. Dejan a países como Colombia y Perú sin apoyo para enfrentar la plaga que supone la cocaína. El momento no podría ser más inoportuno: el Africa Corps putiniano, heredero del estrellado Wagner, está copando el Sahel, y China cuida esmeradamente sus partenariados (hoy es ya primer o segundo socio comercial -e inversor de peso- en toda Latinoamérica).

El giro de Trump hacia Putin se conjuga con el abandono de Ucrania renegando de la trayectoria desde el comienzo de la Guerra Fría: el 24 de abril de 2025 anunció haber pactado en Moscú el finiquito de la agresión, priorizando un acercamiento al Kremlin que deja a Kyiv a merced de los intereses y veleidades rusos. El convenio sobre minerales críticos, firmado el 30 de abril tras meses de tensiones, podría ser un atisbo de rectificación en el alarde de desplantes que padecemos. Cabe, pues, una interpretación de razonabilidad excepcional en la gobernanza dislocada de marchamo Mar-a-Lago: asegurar el acceso a recursos imprescindibles para reducir la dependencia de China, patrocinando un equilibrio pragmático que, si bien no restaura la confianza en su política exterior, al menos mitigue el aislamiento estratégico de EEUU.

La política hemisférica de Trump presiona a Iberoamérica, Canadá y Groenlandia con su plan de inmigración y narcotráfico, además de sus ambiciones securitarias. En Canadá, Mark Carney, tras suceder a Trudeau y llevar al Partido Liberal a una victoria inesperada (antes de la toma de posesión del Gran Disruptor) en las elecciones del pasado lunes 28, afronta aranceles del 25% y el matoneo anexionista de Trump -«Estado 51» y chuleo a su predecesor, tratado de «Gobernador»-. Los groenlandeses resisten su compra, propinando recientemente un buen revolcón al henchido ego del flamante vicepresidente Vance, quien se desplazó a compartir la buena nueva que ningún lugareño acudió a escuchar.

México, bajo Claudia Sheinbaum, sortea la abominación arancelaria con diplomacia, extraditando a 29 jefes de cárteles y conteniendo flujos migratorios. Mandatarios derechistas -Bukele y Milei- exhiben afinidad, pero chocan en exportación. El moderado Mulino esquiva en Panamá el reclamo del Canal. Críticos como Petro -tras un escarceo de horas- o Lula -Mercosur es telón de fondo- diversifican interlocutores, sopesando cuidadosamente no incomodar a Washington. Estas tarifas entrañan una posible recesión que afectaría exportaciones clave (soja y cobre sin duda).

En el Indo-Pacífico, el envilecimiento de las formas diplomáticas muda los lazos preexistentes en simples transacciones que descomponen a socios históricos y fortalecen a China. Corea del Sur, a raíz de la sorpresiva referencia del Commander-in-Chief a Corea del Norte, «potencia nuclear», ve crecer el apoyo popular a un programa militar nuclear propio. Japón y Australia lidian con demandas económicas para el mantenimiento de las tropas estadounidenses. Por su parte, India trastea la enemiga de Pakistán y la rivalidad con China entre viejas fidelidades a Moscú y connivencia de Washington. Al fin, frente a las espantadas del Supreme Dealmaker, Pekín adopta por ahora una actitud desafiante (elevó tasas al 125%) y se proyecta en adalid de un sistema multipolar en el G20, posicionándose como poder responsable, respetuoso de las soberanías nacionales y las normas que rigen las relaciones de los Estados.

El descarado y burdo desprecio por Europa de la camarilla de enfeudados y conversos que desgobierna la primera potencia del mundo marca rumbo de colisión. Polonia incrementa la inversión hasta rozar el 5 % del PIB y contempla el paraguas nuclear francés; Alemania explora opciones con Reino Unido, además de Francia. La perspectiva de altos gravámenes cargan la animosidad. La UE debe unificarse, aumentar su armamento convencional y defender el comercio reglado, exigiendo un liderazgo predecible.

Anteayer, 1 de mayo, el Desordenador Máximo sorprendió con la destitución fulminante de Mike Waltz como National Security Advisor, desatando un torbellino de comentarios vinculados a la chapuza frívola de haber creado el chat de Signal que encauzó la discusión del bombardeo contra los hutíes en Yemen, con información clasificada, en un entorno de «amigos» poco fiables, incluyendo accidentalmente a un periodista. Este movimiento, más que una rectificación estratégica, parece un nuevo capítulo en la gestión errática de sus equipos: Waltz se empotra de embajador ante las Naciones Unidas y Marco Rubio asumirá interinamente el rol vacante.

Contemplamos, pues, un síntoma más de la improvisación erigida en sello personal. Mientras, Iberoamérica navega un equilibrio precario, en el Indo-Pacífico se buscan alternativas frente a la incertidumbre, y los europeos se convierten en trasterrados de la comunidad trasatlántica forjadora del sistema imperante desde la Segunda Guerra Mundial. La política de «ni aliados ni vecinos» de Trump fragmenta el orden global, en un panorama donde la desconfianza sustituye a la cooperación.

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