La virtud de las caricaturas de Manuel Puyal es la exactitud. Ser capaz de dibujar y que de forma inmediata el lector reconozca la fisonomía de la persona retratada no está al alcance de todos los artistas. Recuerdo con nitidez cuándo lo conocí en el viejo Brusi, preolímpico y en catalán. Josep Maria Huertas, entonces subdirector, se inventó el suplemento satírico Diario de Brusilona, porque yo entonces acababa de dejar la compañía Els Joglars y me confió la coordinación de la sección en aquel resucitado diario, decano de la prensa continental. El veterano periodista me presentó a Puyal con fervor, porque tenía un trazo preciso, porque era del Poblenou como él, y porque no iba muy sobrado de trabajo. Dominar el oficio del lápiz no es cosa sencilla y enseguida vi que sus aportaciones eran puntuales pero sobre todo eficaces.
Persona discreta y socarrona, el ninotaire barcelonés, que falleció a los 77 años, colaboró en numerosos medios y formó parte del equipo de El Burladero, una sección satírica de ‘La Vanguardia’
La virtud de las caricaturas de Manuel Puyal es la exactitud. Ser capaz de dibujar y que de forma inmediata el lector reconozca la fisonomía de la persona retratada no está al alcance de todos los artistas. Recuerdo con nitidez cuándo lo conocí en el viejo Brusi, preolímpico y en catalán. Josep Maria Huertas, entonces subdirector, se inventó el suplemento satírico Diario de Brusilona, porque yo entonces acababa de dejar la compañía Els Joglars y me confió la coordinación de la sección en aquel resucitado diario, decano de la prensa continental. El veterano periodista me presentó a Puyal con fervor, porque tenía un trazo preciso, porque era del Poblenou como él, y porque no iba muy sobrado de trabajo. Dominar el oficio del lápiz no es cosa sencilla y enseguida vi que sus aportaciones eran puntuales pero sobre todo eficaces.
Puyal dibujó en El Burladero en este diario desde el comienzo, en 1991, hasta las postrimerías de la sección, cuando ya no lucía la taurina cabecera, bien entrados los años dos mil. Era fácil encargarle las caricaturas, que él convertía en un objeto de sonrisa amable. Osaba enfrentarse a todos. Buscaba fotos, las miraba, las remiraba, y en pocos minutos tenías el dibujo. Recuerdo una ocasión en que transmutamos al gurú del PNV, Xabier Arzalluz, en un solemne obispo, con mitra, báculo y anillo. Lo hicimos de primeras en Photoshop. El resultado era de un realismo granítico, que sorprendía con determinación el ojo del que se lo miraba. El director adjunto de entonces no lo dejó pasar. Era cruel. El montaje fotográfico, quiero decir. Para salvar la situación, el equipo de humoristas hicimos que Puyal nos dibujara aquel mismo Arzalluz que habíamos compuesto con el ordenador. Y así resultaba más comestible, de manera que obtuvimos la luz verde para la publicación. La caricatura, contrariamente a la opinión estereotipada que impera, siempre humaniza al personaje satirizado.

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La trayectoria de Manuel Puyal ha sido fructífera y radial. Empezó sus pinitos profesionales en la revista 4 Cantons. Además de La Vanguardia y Diari de Barcelona, ha dibujado en ABC, La Hoja del Lunes, Mundo Diario, El Triangle, El Carrer, El Be Negre amb Potes Rosses y en el Web Negre digital, que mi amigo Jaume Bach había arrancado un tiempo antes en El Periódico. Puyal estuvo también muy activo en su barrio natal del Poblenou, como actor aficionado tanto en el Centre Moral como en L’Aliança.
El caricaturista murió el viernes a los 77 años de forma repentina, a pesar del delicado estado de salud. Era una persona discreta pero socarrona. Ha vivido los últimos años en una residencia de Poblenou donde se recuperaba de un ictus que le sobrevino también de forma discreta porque cuando tuvo el atropello susurró al quiosquero que lo estaba asistiendo: “Creo que estoy sufriendo un ictus”.
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